Las Meninas


Cuándo estamos en familia, ¿quiénes estamos? ¿A quién está pintando Velázquez en el cuadro?

Rodolfo Moguillansky

 

1-¿Cuándo estamos en familia quiénes estamos?

¿Cuándo estamos en familia quiénes estamos?, o para decirlo de otro modo ¿cuándo nos reunimos en familia los que estamos somos todos los que estamos?

Sabemos que cuando estamos en familia, además de los que estamos hay otros que sin estar presentes circulan entre nosotros. Al modo en que Shakespeare narraba, solemos estar como Hamlet conversando con espectros que nos reclaman lealtades, proclaman ideales que en virtud del presunto linaje común debemos seguir, en ocasiones nos indican cómo debemos ser, cómo no debemos ser,  qué secreto familiar tenemos que guardar,  qué tenemos que mirar, admirar, respetar, denostar, imitar. Cuando estamos en familia, entonces, junto a nosotros se pasean una serie de personajes que, aunque ausentes de la escena de la que participamos, son parte de otra escena que la incluye y que incluso, en oportunidades, marca el guión.

El conocido aforismo cartesiano cogito ergo sum  (pienso luego existo), frase emblemática del nacimiento de la modernidad, frase en la que se sustenta el libre albedrío y el sentimiento que cada uno desde su pensar sabe quien es  y  fundamenta la ilusión de ser dueño de sus actos, titila ante la evidencia que somos determinados por un pensar que está más allá de nuestra conciencia y también más allá de nosotros. Este más allá de nosotros que nos condiciona está dado, al menos en parte,  por las pertenencias que tenemos con los conjuntos, familias, linajes, etc.,  que integramos; en especial la pertenencia familiar instituye lazos con interlocutores que, en ocasiones, ni siquiera conviven con nosotros.   

Para ejemplificar cómo juegan estos personajes virtuales en nuestra vida familiar, voy a hacer un sucinto comentario sobre el espacio que creó Diego Velázquez en Las meninas. Las consideraciones que haré respecto de esta obra me dan un modelo para mostrar como los personajes virtuales  dan un orden a la escena vivida.

 

2-La revolución que advino con el barroco: la liberación en el arte de las propuestas miméticas, la independización de la semejanza.

Para situar históricamente mi comentario, recordemos que en la Europa del siglo XVII, inmersa en grandes contradicciones dadas por las contiendas religiosas y las luchas entre los nuevos estados nacionales, se acrecentó la sensación de fracaso del hombre nuevo postulado por los ideales humanistas del iluminismo. Este marco posterior a la Paz de Westfalia, firmada en Munster en 1648,  enmarcó las poéticas y la representación gráfica del barroco.

Lo que había iniciado Caravaggio a comienzos del siglo XVII, con su uso del claroscuro, dando las bases del tenebrismo, abrió las puertas de lo que venía, la estética del barroco que culminó  en Italia a mediados del siglo XVIII con la obra de Giovanni Battista Tiepolo. El barroco tuvo grandes desarrollos en España  con Velazquez, junto a Zurbaran y Ribera. Con la producción artísticas de estos gigantes del barroco  la representación se independizaba de la semejanza, paradigma que había centrado la revolución del Renacimiento.

 

3- Diego Velázquez, Las meninas, la creación de un nuevo espacio.

Diego Velázquez, figura arquetípica del barroco, a mediados el siglo XVII, cuando pinta Las meninas (1656)  lleva adelante una verdadera revolución en la concepción del espacio y de las ideas. Digo esto porque en Las meninas Diego Velázquez aunque sigue intentando reflejar lo visible, la representación adquiere una mayor complicación con la multiplicación de espacios que propone. A la vez Diego Velázquez origina un cambio copernicano en cómo pensamos cuando en esta obra sofistica la relación entre el espectador y la tela.

En Las meninas aparecen nuevos espacios y se inventa un nuevo lazo entre el que mira la representación y lo representado. Lo representado involucra al espectador, deja de ser un simple asistente para pasar  a ser actor de una compleja madeja de hilos que ligan la obra con el público.

 

4-El juego de miradas entre Velásquez y el espectador

En una primera mirada a Las meninas, podemos suponer, engañosamente, que es una obra  ingenua, ya que simplemente vemos un cuadro en el que nos contempla un pintor. Sin embargo este primera impresión es falaz, pues si uno se detiene y le  da espesor a lo que aquí se juega, tiene que concluir que se trata de un fenómeno muy complejo.

En una rápida descripción, notamos que en el costado izquierdo de la tela Velázquez se representó a si mismo pintando y a la vez mirando más allá del cuadro, al espacio que tiene en frente, espacio en el que virtualmente están sus modelos y también el espectador. Seguramente Velásquez está mirando un espejo para pintarse a si mismo. El espectador está en este lugar de este espejo en el que Velásquez se mira.  Velázquez involucra con esto al espectador, ya que es plausible suponer dada la estructura del cuadro, que Velázquez acepta tantos modelos como espectadores surgen. Velázquez, genialmente hace coincidir el lugar del modelo y el del espectador.

Tiene importancia darse cuenta, para comprender el complejo mundo que se está desplegando, que el espectador no ve lo que el pintor representado pinta - el cuadro dentro del cuadro -. Advirtamos que el espectador sólo ve la parte de atrás del bastidor sobre el que trabaja el pintor pintado por Velásquez.

La figuración generada por Velázquez, crea  entre el pintor representado en el cuadro y el espectador una embarazosa red de encadenamientos; en este espacio de relación el lugar del contemplador y el contemplado se intercambian sin cesar.

Velázquez representó en Las meninas un pintor que nos mira desde la tela, ya que al mirarlo nos encontramos en el lugar del modelo, y nosotros miramos como nos mira, espectador y modelo intercambian su papel hasta el infinito. Además en tanto la tela en la que trabaja el pintor figurado por  Velázquez está dada vuelta, lo que este pinta resulta no visible, su fijeza opaca nos impide ver como nos ve. Los ojos del pintor son el único sitio visible  de un triángulo virtual de una densa trama; los ojos de Velázquez ocupan uno de sus vértices, otro es el modelo que el espectador ocasionalmente corporiza y el tercero es la figura que suponemos siendo pintada  en la tela dada vuelta.

Volvamos a Las meninas. En el extremo derecho de Las meninas se ve una ventana apenas indicada que da luz al cuadro.

La ventana a la par que da luz, haciendo visible el lugar de la representación, equilibra el otro extremo. Sin embargo los dos costados no son simétricos: la ventana instaura un espacio abierto mientras que el otro es cerrado; la ventana es pura abertura, la tela es pura opacidad - en tanto es el del revés de la tela que pinta el pintor, una tela invisible para el espectador -.  

 

5- ¿A quién está pintando Velázquez en el cuadro?

La pura opacidad  tiene una pequeña brecha. Enfrente de los espectadores, sobre el muro que constituye el fondo de la habitación, Velázquez ha representado una serie de cuadros. Estos, al mirarlos con detenimiento, nos ofrecen representaciones borrosas que se nos escapan, hay una excepción que tiene una inusitada claridad, pero no es un cuadro, es un espejo. De todas las representaciones que hay en el fondo es la única nítida,  pero ninguno de los personajes pintados en el lienzo la ve porque todos están de espaldas a ella, reparemos que todos  están vueltos hacia delante, hacia la clara invisibilidad que bordea la tela.

El espejo da una representación de lo que sino es imposible de ver para el espectador. En el espejo se hacen perceptibles las dos personas que sirven seguramente de modelos al pintor, Felipe IV y su esposa Mariana de Austria.

Felipe IV y Mariana de Austria son entonces el centro de la mirada de Velázquez. Estos  aparecen reflejados  en el espejo. Este lugar central de Felipe IV y su mujer queda aún más reforzado por el preceptor  parado  en la puerta, en tanto está aparentemente intentando poner orden a los otros personajes que, si bien aparecen figurados en el cuadro, quizás han invadido la estancia en la que Velázquez pinta a  los reyes.

Velázquez pinta en Las meninasel intento de pintar a Felipe IV y Mariana de Austria, figura entonces una escena en la que él está participando, un anticipo genial de La noche americana de Jean-Luc Godard .

 

6- Felipe y Mariana, aunque no presentes en lo figurado en la tela ordenan y dan inteligibilidad a lo representado por Velázquez.

Felipe IV y Mariana de Austria desde su invisibilidad ordenan en torno suyo toda la representación, es a quienes se les da la cara, es a quienes mira la infanta, los bufones y el pintor.

En esta representación de la representación clásica queda señalado un vacío esencial, ha desaparecido lo que fundamenta toda la representación: Felipe IV y su mujer. Los referentes  de esta representación han sido suprimidos y tenemos de ellos sólo un reflejo, lo que no disminuye su importancia.

 En toda esta nueva complejidad que esta representación busca representar, lo representado no es un mero calco; la representación contiene una serie de relaciones no explícitas de eso que representa.

 

7-Los fantasmas no existen, pero están conviviendo con nosotros.

En la vida cotidiana de cada familia circulan  fantasmas como en el Hamlet de Shakespeare.

Solemos tener encuentros en la vida familiar con fantasmas en los que se presentifican personas de otros contextos, de otras generaciones dándonos opiniones sobre lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo.

Participan sin que los hayamos invitado y nuestra conversaciones e intercambios familiares están teñidos y organizados por su fantasmática presencia. Estos fantasmas, aunque ausentes, suelen ordenar la vida familiar  aportando sentidos. Ellos están en nuestra vida como lo están  Felipe IV y Mariana de Austria en Las meninas.