El Palazzo del Té de Mantua
Una pocos trazos sobre el Palazzo del Té de Mantua, en especial La Sala dei venti - del Palazzo del Té - y sobre la monografía que hizo sobre ella Ernst Gombrich.
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Una pocos trazos sobre
el Palazzo del Té de
Mantua, en especial La Sala dei venti - del Palazzo del Té - y sobre la monografía que hizo
sobre ella Ernst Gombrich[1],
para después entrar en relación con el ensayo de Canestri y los comentarios que
haré acerca de ellos.
Rodolfo Moguillansky
La familia Gonzaga, prominente en Mantua, cuando le encargó la obra -
el Palazzo del Té - a Giulio Romano que él construyó y decoró, le indicó
que seleccionara para su ciclo de frescos, temas relacionados con el simbolismo
dinástico de los Gonzaga. Giulio Romano, en un intento de satisfacer el pedido
de sus clientes supuso que era de buen tono concederle un lugar dominante a la
imagen del monte Olimpo en el techo de la pequeña pero exquisitamente decorada Sala
dei venti, para expresar las aspiraciones de esta familia.
Giulio Romano en los techos de la Sala
de los Vientos pinta entonces en
un panel central rectangular el monte Olimpo, alrededor del él, en espacios
hexagonales los dioses griegos, luego en una serie que los rodea, los signos
del Zodíaco, intercalados con los meses correspondientes y en el arco que hace
el techo con las paredes, mascarones con
los dieciséis vientos. Lo que hace Giulio Romano entonces, es establecer correspondencias entre los signos del
Zodíaco, las doce divinidades olímpicas y
los meses del año, rodeados por los mascarones de estuco dorados donde
están figurados los dieciséis vientos.
Gombrich en su monografía sobre la Sala dei venti, realiza un
pormenorizado estudio de los frescos del techo y los medallones que están por
debajo en esta maravillosa Sala realizados por Romano.
Este importante historiador del arte analiza los probables simbolismos
que quiso poner en juego Giulio Romano: Gombrich no cree que el horóscopo
– el de Federico de Gonzaga – configurase la idea rectora y que en
cambio “es tanto más probable que esta serie tenga un carácter didáctico
general, recordándole al espectador las múltiples influencias a que está
sometido un hombre”. No hay nada pagano en la interpretación de los cielos y
sus leyes que está íncita en los frescos de los techos para Gombrich. La
cosmovisión implicada en los frescos del techo ilustra una doctrina científica
que no necesariamente entraba en esa época en conflicto con la fe, ya que sólo
se ocupaba de asuntos terrenos, del destino de aquí debajo, de los nacidos bajo
ciertas constelaciones.
Romano entonces, en
opinión de Gombrich, (lo voy a poner en cursiva para destacarlo) figura con las correlaciones que
establece, a través de los frescos un orden previsible que va a regir la vida
terrenal de cada individuo de esa familia. Este orden que está tácito en
los frescos contrasta con lo que subyace a la frase que Romano puso en el
dintel de la puerta de entrada de la Sala dei venti.
La frase que esta escrita encima de la
puerta que da acceso a las Sala dice: Distat
enim quae sydera te excipiant, que por un lado
indica que al tema del Olimpo
Romano le dio un sesgo astrológico y que es central desentrañarla para
comprender el contrapunto que estoy enfatizando entre la
fijeza de la imagen y la ambigüedad del lenguaje.
La frase de marras puede ser traducida: Puesto que no está aún decidido qué
estrellas se pueden adueñar de ti. Sin embargo, si la examinamos con mayor detenimiento- la frase -
padece de cierta ambigüedad semántica, ya que - Gombrich lo destaca - excipiant,
puede significar tanto tomarte, adueñarte
de ti, o bien complacerte; es
obvio que el primer significado de
la frase latina se invierte si se acepta la segunda versión. En la ambigüedad
de la frase latina están contenidos sin contradicción aparente, tanto estrellas que fijan el destino de un
hombre, como estrellas que pueden ser instrumento de su deseo.
Quiero resaltar además del evidente equívoco implícito en la frase,
que hay un contraste – como ya lo anticipé - entre la ambigüedad del lenguaje y la fijeza, la capacidad
de anticipación y predicción de significados - incluidos - en las imágenes figuradas
en los frescos de los techos.
A partir de esta caracterización queda planteada una muy interesante
geografía mental enmarcada por: la fijeza de la imagen, la ambigüedad de la
palabra y el espacio de la creación.
Jorge Canestri explora de un modo que me resulta próximo este
problema, en La resonancia y la
diferencia (ibid),
algunas de las relaciones entre la representación plástica, la
imagen de los frescos y el lenguaje que propone el ensayo de Gombrich sobre la
Sala de los Vientos de Mantua
Canestri sugiere – partiendo de la ambigüedad de la frase latina
citada por Gombrich - la siguiente
tesis: El tiempo y el espacio de esta
ambigüedad, de este desplazamiento de un significado al otro, es el tiempo y el
espacio que el arte nos concede, la nueva vida que contribuye a crear.
Por otra parte de su ensayo, arguye Canestri, que en la composición del fresco, en tanto
articula el horóscopo con los vientos,
quizás se exprese la disonancia entre la serenidad de las esferas y la
agitación del hombre.
Romano, sigue Canestri, además del objetivo pictórico, intenta
pacificar la agitación del hombre y dice entonces “la composición
es la sintaxis que tiene en cuenta las ficciones del deseo y que sobre
ellas se apoya el artista para oponer al poder del destino, el placer del
arte”.
El pintor moldea el Destino, entalla
nuevas formas de verdad en el espacio labradas por su deseo; quizás, la función
del artista y del arte mismo consiste en preservar la ambigüedad del excipiant. El pintor, el hombre,
entonces a través de la figuración, procura encontrar un modo de darle curso a
su deseo en el estrecho sendero que está bordeado por estas dos significaciones
que ambiguamente subyacen a excipiant.
Pero en este sendero a poco que lo transitemos se nos imponen preguntas como la siguiente: ¿Qué
relación mantiene la representación figurativa con el lenguaje de la palabra?.
En el mismo ensayo que más arriba tomé de Canestri, él responde el
anterior interrogante asegurando que la evolución de la escritura hacia la
linealidad, la subordinación de la expresión gráfica a la expresión fonética,
ha creado una progresiva divergencia entre la representación gráfica y el
lenguaje, con especificidades, autonomía e intraducibilidad de cada uno. Ningún
sistema alcanza jamás un equilibrio si es confrontado con otro.
Canestri para refrendar su posición, recurre a datos paleontológicos,
creando una suerte de historia mítica que dice que los primeros grafismos no eran representaciones
realistas sino grafismos abstractos que no resultaban inteligibles
autónomamente, sino sobre la base de un lenguaje oral capaz de ofrecer un
soporte adecuado a la figuración. Según Canestri la “figuración gráfica”
reconoce en el lenguaje un organizador, estableciendo entre ambos un vínculo de
coordinación. Con la aparición de la escritura lineal, sigue su razonamiento,
el vínculo es de subordinación, lo que da como resultado una separación entre
la representación gráfica y la escritura.
La experiencia de interpenetraciones o intersecciones de
lenguajes diferentes es posible a condición de que se busque la resonancia de
los elementos propios de cada lenguaje. A su vez cada elemento de cada lenguaje
puede ser sofocado por el utilitarismo y por la costumbre y quedar así
enmudecido. El trabajo del artista es el de descubrir su sonoridad y Canestri
considera que la técnica del psicoanálisis puede compartir esta concepción del
trabajo.
Intercalando un comentario que viene desde el psicoanálisis (S. Freud,
1911)[2],
podemos señalar que al aparato
psíquico, en su fervor de tramitar el deseo, no le basta la satisfacción
obtenida por la alucinación, debe realizar el trabajo de pensamiento. El
artista regresa continuamente a la realidad desde su propio mundo de fantasía;
modela sus fantasías transformándolas en verdades de una nueva clase. Trata de
asegurar un destino a su deseo de dominar las estrellas a través de la representación figurativa; toma
así fuerza la frase de Kandinsky: “El arte crea su propio universo, se
convierte en generador de realidad”.
Voviendo a Canestri (ibid), me
interesa consignar, que sigue apuntando que “El lenguaje que hablamos es siempre, ..., el
organizador de cualquier otro lenguaje. Esto no significa que ellos sean
accesibles a la palabra”. En la frase de Canestri, - a mi juicio - la segunda
parte relativiza fuertemente a la primera. Él, con la particular inteligencia
que lo caracteriza, percibe que las relaciones entre las representaciones
plásticas y la palabra son sumamente complejas; incluso en la última de sus
conclusiones, sugiere que habría que pensar en una “polilógica del sujeto”.
El SIGNIFICADO Y LA
REPRESENTACIÓN[3].
2-1-Significado, una
noción polisémica.
El ritmo de mis películas
lo concibo en el guión, en el escritorio, y nace ante la cámara. La
improvisación en cualquiera de sus formas me es ajena. Si alguna vez me veo
obligado a tomar una decisión improvisada, el miedo me hace sudar, me paraliza.
El hacer cine es para mi una ilusión planeada con todo detalle, el reflejo de
una realidad que, cuanto mayor me voy haciendo, me parece cada vez más
ilusoria.
Ingmar
Bergman[4]
La noción de significado como ya vengo insistiendo, es
esencial para indagar lo que se juega en el diálogo, tema central en este
libro. Esta palabra, significado,
sabemos es polisémica, tanto fuera
como dentro del campo psicoanálisis, y en este último terreno, según el marco
teórico remite a diferentes sentidos. Íntimamente ligado con lo anterior hay que situar la
relación del significado con el modo en que este adquiere representación y como es el nexo de la
representación del significado con el significado.
2-2-Una primera
distinción sobre la noción de significado.
Me
viene bien, para acotar lo que quiero desarrollar, hacer algunas precisiones sobre la noción de significado, por lo menos desde la lingüística. Me resulta útil, para lo que quiero emprender, sobre todo en este
capítulo, tomar como punto partida la distinción que hace John Lyons[5]
sobre el significado. Este lingüista inglés diferencia – diferencia que
hago propia - entre significado
descriptivo o proposicional y no descriptivo o no-proposicional.
Vale la pena saber que los
sustantivos cognitivo y referencial son términos alternativos o
recubren una zona similar a la que hace referencia descriptivo; también quiero enfatizar que es parte de nuestro
quehacer habitual hacer juicios descriptivos con las lenguas, que son verdaderos o falsos si las proposiciones que expresan son
verdaderas o falsas. Este asunto ha sido estudiado con particular fuerza por la
semántica.
No menos importante me resulta
remarcar, que el significado no
descriptivo es más heterogéneo e incluye un componente expresivo, que también puede ser nombrado bajo los términos afectivo,
de actitud y emotivo. En esa
línea quiero dejar sentado que se suele considerar que el hablante expresa más que describe, sus creencias, actitudes y sentimientos.
Esta cuestión, el significado no
descriptivo, en cambio, a diferencia del descriptivo o referencial, cae dentro del campo de la estilística o
de la pragmática. El significado, desde mi perspectiva,
con el que habitualmente lidiamos en las relaciones intimas, en los vínculos no
contractuales, y también en el psicoanálisis es con este último, el no descriptivo, el expresivo, aunque veremos, requiere esta noción algunas
aclaraciones más.
En
la cita de Ingmar Bergman del epígrafe, se ve el esfuerzo que el director de
cine sueco hace para anticipar, a
través del guión, la figuración, la representación que va a realizar de lo
que piensa y siente, y se ve el
intento desesperado de no verse expuesto a una imaginación (¿inconsciente?) que
lo desborda, y como termina admitiendo que no lo logra, encontrando, a pesar
suyo, sus mayores logros, en ese producirse, en ese expresarse más allá de lo planeado por él, en esa espontaneidad de
la que él, aunque lo anhela – para beneficio de nosotros, los
espectadores de su fascinante cine -, no consigue librarse.
2-3-La cuestión del
significado. Algunos puntos de inflexión en como fue concebida su relación con
la representación.
Los
cruces entre el significado, la representación, el pensamiento y el lenguaje,
es un tema que viene de lejos y llega a nuestros días como se ve en la cita de
Bergman.
Advirtamos que a que
designo significado implica, entre otras cuestiones, que correspondencias o no correspondencias presupongo entre
el significado su representación mediante imágenes, la representación a traves
de la palabra y la cosa.
No siempre tenemos presente
que a estas relaciones no se las ha discernido del mismo modo a lo largo de la
historia. Trataré en lo que sigue indicar algunos puntos de inflexión que
marcaron los diversos itinerarios en que se las ha pensado. En rigor mencionaré
una serie de flashes, privilegiados
por mí, para reflejar los cambios de rumbo en los modos en que ha sido
considerado este problema. Para marcar los virajes que ha tenido esta cuestión he
seleccionado algunas personas, momentos y creaciones, que he tomado como
paradigmáticos para ejemplificar los puntos de inflexión. Mi selección en los flashes abunda en lugares comunes y
obras sumamente conocidas, esto lo hago ex profeso, suponiendo que de
ese modo sean fácilmente evocadas por mi lector. Sé además, que lo que destaco no es necesariamente
riguroso a los ojos de un especialista, es obvio que lo que realzo puede ser
calificado de arbitrario, simplón y no lo más representativo – con razón
desde la mirada de un entendido en historia del arte -, pero a los efectos de este libro, lo subrayado en
este texto contiene y refleja - a mi juicio - los ingredientes de cambio que quiero marcar en la
relación o no-relación entre la representación y la cosa en el terreno de las
artes plásticas, especialmente en
la pintura, y que entonces me
vienen bien para el tema que voy a desplegar. Tengo la esperanza que esta reseña
sucinta, parcial, esquemática, elemental, quizás excesivamente lineal a los
ojos de cualquier visitante medio de museos de arte, me sirva, a pesar de todos
los reparos anteriores, para establecer con el lector de este texto una
referencia común sobre las relaciones entre la
representación y la cosa, referencia
que voy a utilizar para lo discutiré después.
La
correlación entre momentos históricos y producciones artísticas de las que haré
uso, tomadas como producciones de sentido o de no-sentido, no pretende una
suerte de simplificación sociológica como, la que con razón previene críticos
de la talla de Arnold Hauser[6].
Hauser sustenta que el principio sobre el que descansa su exposición podría
“formularse con la máxima simplicidad, diciendo que,..., todo en la historia es
obra de los individuos, pero que los individuos se encuentran temporal y
espacialmente en una situación determinada, y que su comportamiento es el
resultado, tanto de sus facultades como de su situación” (Pág. 6).
Distintos autores han propuesto diversas segmentaciones sobre las
diferentes relaciones que, a lo largo de la historia, se han discernido entre
la representación y la cosa. A mí me resulta una buena visión, sobre los puntos
de torsión en este problema, los que se ha sugerido Michel
Foucault.
Comenzaré, para comentar su
visión, recordando que en el prefacio de “Las palabras y las cosas” [7]
Foucault, para abordar este asunto,
recuerda la clasificación de los animales que Borges[8]
describió en Otras inquisiciones.
Afirma este pensador francés que la dislocación que la clasificación de Borges
produce impide pensarla, en tanto no parece subyacer a ella ningún campo
coherente. Esta primera impresión a poco examinarla se desdibuja –
Foucault también lo destaca -, este disparatado catálogo no sólo es pensable,
además remite a un espacio determinado, a una región precisa: la utopía.
Aunque Foucault no lo dice
expresamente, es obvio que cuando hablamos de utopía, nos estamos refiriendo a
esa patria mítica, que tan ingeniosamente describiera Tomás Moro[9],
en donde se discute con total seriedad la anchura del puente sobre un río sin
agua el anhidris, que cruza una ciudad fantasmal, Amauroto, poblada de
no menos fantásticos amaurotianos, en
síntesis un mundo de ficción.
La taxonomía de Borges,
parafraseando a Foucault, nos conduce a “un pensamiento sin espacio, a palabras
y categorías sin fuego ni lugar, que reposan empero, en el fondo, sobre un
espacio solemne, sobrecargado de figuras complejas, de caminos embrollados, de
sitios extraños, de pasajes secretos y de comunicaciones imprevistas”[10].
Recojo, en este punto, la pregunta
que con perspicacia se hace Foucault, a partir de lo anterior: “Cuándo
levantamos una clasificación reflexionada, cuando decimos que el gato y el
perro se asemejan menos que dos galgos, aún si uno y otro está en cautiverio o
embalsamado, aún si ambos corren como locos y aún si acaban de romper un
jarrón, ¿cuál es la base a partir de la cual podemos establecerlo con certeza?,
¿a partir de que ´´tabla´´, según que espacio de identidades, de semejanzas, de
analogías, hemos tomado la costumbre de distribuir tantas cosas diferentes y
parecidas?, ¿cuál es esa coherencia?”
Foucault concluye, conclusión con la que acuerdo, que “no existe, ni aún
para la más ingenua de las experiencias, ninguna semejanza, ninguna distinción
que no sea resultado de una operación precisa y de la aplicación de un criterio
previo”: un sistema de elementos.
Desde el punto de vista socio-cultural, cada sociedad selecciona
representaciones que son coherentes con los modelos de comportamiento que forja
o imita, y los objetos e ideales por los que se moviliza. Estas
representaciones testimonian sus modos de vivir y pensar, su concepción del
mundo, sus creencias, sus valores, su juridicidad, su ética. El establishment social se expresa por
un sistema de representaciones que generan un conjunto de
manifestaciones por cuyo intermedio una sociedad, a través de las imágenes y
los símbolos que crea y mantiene las cosmovisiones prevalentes en ese momento
histórico.
Los códigos
fundamentales de una cultura – los que rigen su lenguaje, sus sistemas
perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus
prácticas – fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con
los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá, y a la par, se desarrollan las teorías
científicas y las especulaciones de los filósofos que intentan explicar por qué
existe un orden en general, que leyes lo rigen, que racionalidad lo hace preferible. Entre estos dos
ámbitos hay una zona intermedia, a la
que se suele llamar los hechos en bruto, en los que nuestra mente
conjetura que hay un orden,
anterior a las palabras, a las percepciones. Es parte de esa conjetura presumir que esta supuesta experiencia
de orden de los hechos en bruto, es más maciza, más sólida, más
arcaica, menos dudosa, siempre más
verdadera. De ser cierta esta precisión cabe preguntarse si ¿existe entre el
uso de lo que pudiéramos llamar códigos ordenadores y las reflexiones sobre el
orden, una experiencia desnuda del orden? La pregunta remite a sobre qué espacio
de orden se ha constituido un saber.
Foucault sustenta que esta pregunta ha tenido distintas respuestas a lo
largo de la historia; sostiene que en esta episteme
ha habido dos grandes discontinuidades:
a)
la que
inaugura la época clásica, con el renacimiento y
b)
la que a
principios del siglo XIX, señala el umbral de nuestra modernidad.
Quiero mostrar en los
distintos apartados que, junto a
los cambios en la relación entre la representación y lo representado, se
produjo un movimiento en la ratio europea, desde el Renacimiento que inauguró
la época clásica, hasta nuestros
días. Estoy postulando que no
tiene las mismas bases, ni es lo mismo, a lo que se consideraba razonable en el
renacimiento y ahora (lo pongo
en cursiva para acentuarlo)
2-4-El Quatrocento: una nueva concepción de la naturaleza y de
la historia.
La representación clásica, el Quatrocento: la conquista de la
realidad basada en la semejanza.
Hay un consenso que señala que a comienzos del
siglo XV tiene lugar en Florencia una transformación radical en la subjetividad
y en la relación que los hombres tienen con la naturaleza, la sociedad y la
historia. Los primeros protagonistas de este movimiento fueron el arquitecto
Filippo Brunelleschi, el escultor Donatello, el pintor Masaccio y junto a ellos el escritor y arquitecto Leon
Alberti, el historiador Francesco Guicciardini y el
politicólogo Maquiavelo .
La sociedad, en la que florece el renacimiento,
no tiene en su vértice al soberano sino al burgués que ha conquistado la signoria
con la fuerza, el ingenio, e incluso el fraude; la sociedad del Quatrocento
es una sociedad que cree en el valor de los fenómenos reales y presentes, es
una sociedad activa en la que cada uno vale por lo que hace y no por
misteriosas investiduras transmitidas. Esta sociedad, en donde la burguesía
empieza a tomar poder, está interesada en conocer objetivamente la
naturaleza y en ella la historia, congruentemente con esta actitud, da cuenta de los
movimientos y de las consecuencias de la acción.
El cambio de actitud subjetiva, en el territorio del arte, que
emerge en el Quatrocento, puede ser planteado del siguiente modo: el
artista previo, el artista medieval, era responsable de la ejecución de su
obra, porque los contenidos e incluso los temas de las imágenes le eran dados;
en cambio el artista del renacimiento debía encontrar y definir lo que iba a
hacer, no trabajaba según directrices ideológicas impuestas por una autoridad
superior o por una tradición consagrada.
Con esta variación del paradigma dominante, el
artista renacentista, pasa a ocuparse de lo que se ve y no de lo que se oculta
detrás de las apariencias, el valor para él residía en lo que el intelecto
construía sobre el fenómeno.
Este cambio de postura en los modos de relación
entre las personas, y también en el campo del arte en el renacimiento, es una
acabada muestra sobre como cambios sociales generan cambios subjetivos.
El pensamiento humanista del renacimiento, del
que el arte es una parte esencial, modifica sustancialmente las concepciones
subjetivas del espacio y del tiempo; en el Quatrocento los infinitos y diversos
aspectos de lo real se clasifican y ordenan en un sistema racional y se
manifiestan en un lugar unitario y universal: el espacio. De modo
similar, en este siglo, se ordenan los infinitos y diversos acontecimientos que
se suceden en el tiempo.
En el renacimiento todo
parece tender a la racionalidad y la unidad.
Un hito importante en donde encontró
consistencia esta razón clásica, que ansiaba – así lo dice Gombrich[11] - a “la conquista de la realidad”, fue el descubrimiento,
el invento, de la perspectiva que se
lo debemos a Filippo Brunelleschi.
Gombrich dice que ni los griegos
que comprendieron el escorzo, ni los
pintores helenísticos que crearon la ilusión de profundidad, llegaron a conocer
las leyes matemáticas por las cuales los objetos disminuyen de tamaño a medida
que se alejan de nosotros. Fue Brunelleschi quien proporcionó los medios
matemáticos - el famoso “número de oro” -, para resolver el problema mientras buscaba el retorno
a las formas arquitectónicas romanas en Florencia; la consigna que lo guiaba
era recuperar la “grandeza de Roma”, y una prueba de ello es la Iglesia de
San Lorenzo de Florencia (1420).
El descubrimiento de la perspetiva le dio a
esta búsqueda de racionalidad un fuerte punto de apoyo; mediante la perspectiva el espacio adquiría representación,
figuración racional, la que se vio
compañada por la racionalidad que,
para la subjetividad de la época, aportaba la historia sobre el tiempo,
en tanto le proporcionaba forma o
representación a la sucesión de los acontecimientos.
¿Por qué digo que la perspectiva dio un
soporte racional a la representación del espacio? La perspectiva no era, ni es, sólo una
reflexión intelectual sobre el dato percibido por los ojos, sino que suministra
el equipo para poner de manifiesto que primero vemos
con la mente, luego con la vista. La perspectiva no fenomeniza la realidad, que
por lo demás ya es fenómeno, es la mente humana que fenomeniza la realidad; a
partir de la perspectiva se piensa la realidad como si fuese una unidad
fundamental en todos sus aspectos: advirtamos que mediante la perspectiva, la
representación plástica que vemos coincide con lo que en nuestra mente
concebimos como real; conquistar la realidad quiere decir entonces, que la
noción de espacio que tenían dentro suyo los hombres del renacimiento coincidía
con lo que sus artistas representaban, se unificaba así la noción de espacio,
se hacía racional; con hacerse racional quería decirse que no
había diferencia entre como se lo concebía al espacio en la mente y como se lo
veía a través de lo que los artistas producían.
Queda claro que este orden que trae el renacimiento, no está en las cosas
sino que es dado por la razón humana que las piensa, con la salvedad que no hay
diferencia entre esta razón humana y la construcción y la representación que
también los humanos hacen del espacio y del tiempo; la perspectiva le
dio a la mente renacentista acceso al verdadero espacio, es decir una
realidad de la que se ha eliminado lo que es casual, irrelevante o
contradictorio; en la msma línea la historia dio el verdadero tiempo.
Este verdadero
tiempo, del que daba cuenta la historia, vino de la mano de Francesco
Guicciardini y Maquiavelo.
Francesco
Guicciardini, a juicio de Ruggiero Romano y Alberto Tenenti[12]
el más grande historiador de este período, se dedicó a reconstruir de forma
racional la urdimbre y el desarrollo de las vicisitudes humanas. A diferencia
de sus antecesores no perdonó nada ni a nadie, ni creencias ni pueblos, ni
soberanos, ni papas. Guicciardini describe y recuerda todo sin indulgencias,
estudiando la concatenación inusitada de los hechos (lo pongo en cursiva
para destacarlo), aunque no consigue liberarse totalmente de algun criterio
moral, en tanto está entre sus categorías que “los hombres se dejan arrastrar
al mal casi regularmente”.
Maquiavelo da todavía un paso más en la
búsqueda de racionalidad. Maquiavelo[13]
desaloja la idea de Dios en la descripción de las relaciones entre los hombres
con una concepción acristiana, planteando que la política se
desarrolla según la razón y uso
de los estados (lo pongo en cursiva para destacarlo). En ese sentido
el camino recorrido por Maquiavelo es más lúcido y claro que el de su
contemporaneo Francesco Guicciardini. Los esfuerzos de Maquiavelo se orientaron
a captar la oculta racionalidad de la historia, para comprenderla como
pasado, y poder crearla, al mismo tiempo como porvenir (lo pongo en cursiva
para destacarlo) Estos hombre construyeron un tiempo racional, humano; la base
de la que partía Maquiavelo, era similar a la de los artistas del Quatrocento:
la naturaleza humana, no entendida como energía irremediablemente debilitada
por el pecado sino funcionando según un complejo, pero racional mecanismo. Sin
embargo en este esfuerzo Maquiavelo, su inteligencia no se lo permitía, no pudo
dejar de ver que esta razon humana, que explicaba en una temporalidad humana
lo que a ella le habia pasado y lo que le pasaba era insuficiente. Sin
embargo, eligió no recurrir a causas divinas para lo que se le escapaba a la
razón: los elementos que el no podía dominar, las coyunturas que no puede
prever, prefirió simbolizarlas con la idea de Fortuna.
En el Quatrocento, entonces,
se daba la unidad de todos los modos posibles de visión; la unidad se plasma
cuando la imagen espacial que es percibida por la vista, se identifica con la
imagen espacial concebida por la mente
y a su vez esta transcurría en una temporalidad en la que los hechos se
explican racionalmente (lo pongo
en cursiva para destacarlo).
El humanismo del renacimiento
quería devolver al hombre su legitimación ética y la percepción directa de su
mundo y en consecuencia los medios artísticos para representarlo.
Esta mirada renacentista que aspiraba a recuperar la estética y la razón
clásica, no sólo fue revolucionada por el recurso de la perspectiva; la obra
del renacimiento realzó lineamientos en los que asistimos a la emoción de que a
sus producciones parece que podemos tocarlas, tienen el propósito de sostener
que son el espejo de la realidad en todos sus detalles.
La razón renacentista tenía los
apoyos más destacables en una racionalidad que partía de las certezas que
venían de la mano de producciones teóricas como la clasificación de Linneo, de
la teoría del valor de Condillac o
de la Gramática General de Port
Royal; estas elaboraciones tenían como fundamento la coherencia entre la teoría de la representación y las
del lenguaje, de los órdenes naturales, de la riqueza y del valor; todo ello
formaba parte de un todo coherente (lo pongo en cursiva para acentuarlo).
Giulio Argan[14], haciendo
una síntesis del modo de pensar de la época indica que: “La perspectiva
construye racionalmente la representación de la realidad natural y la historia
la representación de la realidad humana; puesto que, para el hombre del
renacimiento, el mundo es naturaleza y humanidad, perspectiva e historia se
integran y juntas, constituyen una concepción unitaria del mundo” (lo pongo
en cursiva para acentuarlo).
Es importante acentuar entonces,
que dentro de la razón clásica, en la que si bien se diferenciaba claramente
entre la representación y lo representado, tenía un papel central la
semejanza (lo pongo en bastardilla para destacarlo) entre ambas a la hora
de la construir o develar el significado; la constitución del saber, en buena
medida se realizaba sobre la base de las relaciones de semejanza; entre ellas
se destacaban la convenientia –
relaciones de vecindad -, la aemulatio – algo del orden del
reflejo, del espejo, como se ve en las frases: “el rostro es el émulo del
cielo” ó “la mente refleja, imperfectamente la sabiduría de dios” -, la analogía y la simpatía. Quiero que no pase por alto, y estoy tentado de ponerlo
en negrita, que por lo que surgía desde la convenientia,
la aemulatio, la analogía y la simpatía, el
mundo mediante la representación (figuración plástica de una representación
mental) podía duplicarse, reflejarse o encadenarse para que las cosas puedan
asemejarse; la representación mental
duplica el mundo; nuestra mente entonces – si tomamos esta visión - a
través de la representación espeja el mundo.
Las obras de dos gigantes en el
uso de la perspectiva, Piero de la Francesca y Durero – verdadero
iniciador del renacimiento alemán - nos permiten acceder a lo que esta novedad
- la perspectiva - significo en los primeros tiempos del renacimiento.
En la galería de Los Uffizi (
Los Oficios) en Florencia se pueden
ver como un maravilloso ejemplo de
ello, el finísimo díptico de los Duques
de Urbino (1492), (Battista Sforza y su marido Federico Montefeltro) de
Piero de la Francesca[15],
que muestra a los Duques mirándose
de perfil en una cercanía inminente, directamente inmersa en la plenitud del
aire, sin mediaciones de cortinas o ventanas. Piero de la Francesca, a juicio
de Argan[16],
tenía la seguridad de poder reducir lo que figuraba a una geometría y proporcionar incluso, con el lejanísimo y
luminoso paisaje, las propias irregularidades del perfil, los rizos enredados
del cabello, las verrugas del rostro, las finas arrugas de los párpados. La
misma entidad y densidad del espacio se encuentra dentro de los cuerpos, de tal
modo que no se tiene, en la pintura de Piero de la Francesca, nunca la
sensación de que una figura o un objeto no sea algo sólido. Los volúmenes se
expresan por contornos que delimitan las zonas de color y estas enmarcan unos a
otros. Trabaja con colores puros, elevados, brillantes y se unen sin ninguna
difuminación. Entre los colores hay una muy cuidada “proporción”. La intención
de Piero de la Francesca es producir cuadros en donde se revele siempre la
unidad y la totalidad (lo pongo en bastardilla para destacarlo), la
inmutabilidad de lo real. Con unidad y
totalidad se alude a la unidad entre la representación representada
y la representación pensada y que a su vez esta representación representada
expresa totalmente la representación pensada. Esto se revela en estos perfiles y en que detrás de ellos de se deja ver un
fondo en el que se despliega un
paisaje con ríos y montañas de
llamativa profundidad, en donde la luz no sólo ayuda a modelar las formas de
las figuras, sino que se equipara con la perspectiva para dar la ilusión de
hondura.
Se refuerza esta idea de unidad
y totalidad en el reverso de este díptico, donde
están pintados dos carros tirados por caballos, dos figuras también con algo
simetría, apreciándose detrás de
ellos un fondo de lomadas y agua en donde Piero de la Francesca hace un notable
ejercicio de lo que el ya sabe sobre la perspectiva.
Esto también se percibe en Los
Uffizi (Los Oficios), en la famosa
Adoración de los Reyes
Magos (1504) de Durero, que debió formar parte de un tríptico, cuyos
costados eran quizás cuatro paneles del Retablo
de Jobach, que representan dos episodios de la historia de Job, hoy en
Frankfurt y Köln y sus respectivos reversos, los Cuatro Santos que están ahora en Munich, en donde lleva hasta las
más extremadas consecuencias las premisas que había empezado a explorar en la Natividad (1503). En la Adoración de los Reyes Magos – el tema quizás más frecuente en la pintura del Quotrocento -,
en un ambiente espacioso, estructurado con segura perspectiva, se difunde una
luz mediterránea que aviva los colores intensos y da unidad a la escena; se
aúnan detalles nórdicos que se combinan con una solemne perspectiva de matriz
italiana a la accedió Durero en su pasaje por la península, en especial en su
estadía en Venecia. Recordemos que durante su visita a Italia conoció a
Giovanni Bellini y descubrió la pintura veneciana y esto fue capital para el
desarrollo de su obra.
John Berger[17]
opina que “su arte – el de Durero - se aproximó más a la recreación de la
naturaleza que el de cualquier otro artista anterior a él. Su capacidad para representar un objeto debió
parecer entonces, como todavía lo parece hoy, totalmente milagrosa. Solía
decirse que sus retratos eran konterfei, un término que pone de relieve
el proceso de producir algo exactamante igual” (Päg. 45)
También se puede estimar, la emoción de
realizaciones, que tienen
la apariencia de que podemos palparlas - en tanto sostienen la ilusión de ser
un eco de la realidad en todos sus
pormenores -, en los frescos
renacentistas - especialmente en los del barroco. Un ejemplo privilegiado
son la iglesia del Gesú
(1676-1679) y especialmente la de San Ignacio de Roma (1639–1709) pintados
respectivamente Il Baciccio y
Andrea Pozzo (gran teórico de la perspectiva).
El Gesú y San Ignacio son las dos iglesias
jesuíticas en Roma en donde se expresan el programa de la Orden y su intento de
transformar la persuasión en encendida propaganda. Esto está muy logrado ya que
en estos techos, a través de una representación bidimensional, irradian un
mundo tridimensional que da la ilusión de reflejar lo figurado con tanta
fidelidad que el ojo humano no puede distinguir entre la realidad y la imagen pintada.
El fin perseguido por el
renacimiento, incluso fue más allá
de una reproducción de la naturaleza, intentaba crear la ilusión, que solamente
el sentido del tacto hacía advertir que se trataba de imágenes. Esto fue
alcanzado también en la escultura; se muestra en el San Jorge (1415) de Donatello, que
se puede ver en el Palacio de
Bargello de Florencia (actual Museo Nacional); este San Jorge no tiene nada de la vaga y serena belleza de los santos
medievales; Donatello lo corporiza a San
Jorge en una actitud natural, tensa, determinada, espontánea y convincente,
con sus piernas abiertas al modo de un compás para sostener el peso del busto.
Es interesante el cambio que se puede advertir en el mismo Donatello entre la escultura que él hizo sobre el David
(1409) y el San Jorge, que esculpió diez años después; nada de lo que hizo en San Jorge estaba presente en el David.
Una
digresión, la estatua es una forma inmersa en la luz natural, que cambia
continuamente de intensidad y de
dirección. El movimiento en espiral del gótico graduaba indefinidamente el
claroscuro; la continuidad del ritmo hacía huir la figura, la concretaba por un
instante e inmediatamente la restituía a un movimiento que, al final era
siempre el giro eterno y regular de las esferas celestes. Donatello, en cambio,
especialmente en San Jorge, quiere que la luz inmovilice lo que
esculpe en el presente, quiere tocarlo para persuadirse que está allí. Para eso
excava profundamente la piedra para que el contraste violento de la sombra obligue
a la luz a condensarse en la masa, se convierta en lleno contrapuesto al vacío.
Por eso le da un peso a los pliegues de los mantos para que la gravedad de sus
masas haga sentir el movimiento oculto del cuerpo.
Una sensación parecida de
extraordinario realismo se tiene con El
matrimonio de Arnolfini (1434) de Jan van Eyck en la National Gallery de
Londres[18].
La pretensión de reflejar la naturaleza tal como se muestra a los ojos está
tan conquistada por la pincelada
de van Eyck, que uno queda deslumbrado
por la mágica verosimilitud que adquiere un sencillo rincón del mundo. Mirando
esta tela es como si pudiéramos hacer una visita a los Arnolfini en su
casa.
El realismo de van Eyck, alcanza incluso el estado de animo y el
momento peculiar que estaban viviendode los Arnolfini, una pareja italiana que
vivía en Brujas; el cuadro es un doble retrato de estas dos personas en el momento en que se
casan.
Van Eyck los ubica firmemente y
para siempre en su ambiente; por ello los figura rodeados por las cosas
cotidianas – como los zapatos y las naranjas -, pero, aunque cotidianas
pierden este caracter por la solemnidad del momento del casamiento. La proclama
de van Eyck de haber estado ahí, y
la importancia que le da el pintor a su presencia en tanto testigo,
queda mostrado no sólo en su ampulosa firma, sino también en el escrupuloso registro de cada uno
de los detalles, aún en los reflejos del espejo de la pared de atrás de la
habitación.
Van Eyck enfatiza entonces que se
trata de algo más que un retrato de dos personas en un interior doméstico, está registrando un momento solemne en
la vida de esta pareja, por eso lo firma
con letras en latín, Johanes de
eyck fuit hic (Jan van Eyck estuvo presente) intentando darle forma legal.
La prominente firma junto a la única vela encendida en el candelabro de bronce
– bajo la luz del dia -, la que no tiene sentido práctico, son dos de las
tantas llaves, para pensar que van Eyck quiere decirnos que está registrando un momento
crucial, la relevancia de la
ceremonia que se lleva a cabo.
La conquista de la realidad que apresa Jan van Eyck trasciende los
iniciales ideales de la semejanza de los inicios del renacimiento; Jan
van Eyck no sólo logra reflejar un sencillo rincón del mundo, también
nos informa a través de la representación del estado de animo de los
personajes que pinta, de la relevancia de la ceremonia que se lleva adelante en
lo que pinta, incluso él se
involucra en esta figuración.
2-5-El Cinquecento. A la conquista de la realidad del Quatrocento se suma el anhelo de armonía.
En el Cinquecento, a la conquista de la realidad del Quatrocento se suma el anhelo de armonía.
Para comprender el contexto en que esto se da, hay que tomar en cuenta que el Cinquecento, es un siglo dramático,
lleno de contrastes, es el siglo de las “reformas”. No olvidemos que la reforma
protestante que había comenzado en el Quatrocento obliga a la Iglesia
católica en el siglo XVI a revisar sus propias estructuras y su misma conducta.
La religión no es en el Cinquecento la revelación de verdades eternas sino
la búsqueda ansiosa de dios en el alma humana y en esa indagación se
espera encontrar la armonía. Con
la reforma, heredera o consecuencia del nuevo humanismo nacido al calor del renacimiento,
surgió una subjetividad en la que no cabía una obediencia muda y pasiva a los
pastores, si no predicaban de acuerdo al evangelio. La autonomía de la
capacidad de juicio se convirtió
en la plataforma mental que sostuvo esta nueva postura; la religión ya no es
obediencia a una autoridad sino elección que implica la responsabilidad del
hombre ante dios.
La obra arquitectónica de Palladio[19]
es una acabada composición de los ideales del triunfo del clasisimo en la
época, en la que se aunaban la armonía y el equilibrio que se entroncaban con
la recuperación del espíritu de la Roma clásica, de la “grandeza de Roma”;
la famosa Villa Rotonda
(1559) construida por Andrea
Palladio, para el canonigo Paolo Almérico – junto a otras muchas
construcciones igualmente geniales -, en un promontorio sobre el monte Berico,
en los alrededores de Vicenza
sigue estos parámetros.
Villa Rotonda es una construcción cúbica con cuatro ángulos
perfectamente orientados según los puntos cardinales, para asegurar un mayor
juego de luces y sombras sobre las fachadas. El nombre La Rotonda se
debe a la planimetría: un cubo inscripto en un cubo; así es el plano de la sala
central del edificio que se utilizaba para reuniones culturales y espectáculos
teatrales.
Palladio se refiere a esta obra, La Rotonda, en sus Quatro libri
dell´Architectura[20]
remarcando la armonía y estrecha relación entre el paisaje y este edificio: “El
lugar es uno de los más bellos, amenos y apacibles que pueden encontrarse, ya
que está en la cima de un promontorio al que se llega sin gran esfuerzo. A su
alrededor se ordenan lomas, que forman una especie de inmenso teatro...; y como la perspectiva es bella por
doquier, se han puesto loggias a todas las fachadas”[21].
Hay una estrecha relación e incluso penetración de paisaje y arquitectura;
penetración entre este edificio sujeto a estrictas proporciones que encarna la
idea de la “obra centralizada por excelencia, como concepto puro del arte: la construcción central pura[22],
que se contrapone a la naturaleza, pero guarda armonía con ella. Lo concreto
sería la naturaleza y lo abstracto la forma arquitectónica profundamente
meditada.
El intento de
reflejar lo visible en el Cuotrocento y lo que esto cambia en el Cinquecento se ve de modo ejemplar en
la obra de Caravaggio.
Con Caravaggio se radicaliza en el Cinquecento, el propósito de copiar
escrupulosamente la naturaleza, y esta copia, en su fidelidad, debe
independizarse de si nos parece bella o fea, es una objetividad que no depende
de la agudeza del ojo y de la claridad del intelecto, sino de una cualidad moral:
la voluntad de ver y representar las cosas como son y por lo que son, sin
amplificaciones oratorias o significados alegóricos. Lo que lo guía a
Caravaggio - siguiendo la ética religiosa instaurada por Carlos Borromeo en sus
diócesis lombarda -, es la aceptación de la dura realidad de los hechos, el desdén de las convenciones, decir
toda la verdad y asumir la máxima
resposabilidad.
La pintura de
Caravaggio es una indagación de lo viviente de la realidad, entendida esta búsqueda como un problema abierto a la
que hay que afrontar sin condescendencias. Caravaggio escandalizó a su tiempo,
cuando en La incredulidad de Santo Tomás
(1602), expuesta hoy en día en el Palacio Sanssouci de Postdam, pintó a apóstoles que
parecían vulgares jornaleros, con rostros arrugados; en esta tela se ve a un
costado Cristo y al otro los tres apóstoles observándolo, uno de ellos está
introduciendo un dedo en el costado de Cristo, en su herida[23],
en un gesto poco convencional. Caravaggio hizo todo lo posible para que los personajes
de los textos antiguos, como el Evangelio según San Juan parecieran reales y
tangibles.
Esta representación realista y armónica, a la que se
aspiraba en el Cinquecento, encuentra
una de sus máximas realizaciones en la obra de Leonardo, un digno heredero de
la inicial tradición renacentista. Leonardo pensaba que la misión del artista
era explorar el mundo visible con la mayor intensidad, precisión y armonía. La Última cena (1498), que pintó en el refectorio del Monasterio de
Santa María delle Grazie en Milán
junto a la Virgen de las rocas 1483, son las dos obras de mayor
importancia que realizó en Milán.
En la Última cena, Leonardo
se sirvió de una técnica propia (tempera al huevo sobre revoque duro y pulido,
casi un estuco en dos estratos), diferente de la del fresco, para poder volver
sobre lo hecho, corregir y cambiar. Leonardo varió de técnica porque no
concebía la historia como una
acción definida, sino como una situación psicológica compleja, hecha de
acciones y reacciones entrelazadas, inseparables, que sólo podían ser valoradas
sólo en un resultado final. La obra para Leonardo no podía entonces constar de
un proyecto y una ejecución, tenía que nacer del furor de la
inspiración, cada trazo debía dar cuenta de la experiencia que el artista había
realizado hasta ese momento.
En la Última cena la aspiración
de Leonardo está lograda, realiza una figuración sumamente compleja, algo unitario (lo pongo en bastardilla para destacarlo), aunque compuesto de múltiples factores y relaciones
que interactuan entre sí.
En este
lienzo Leonardo suma armonía con
complejidad; a pesar de la
agitación causada por las palabras de Cristo en esta dramática última cena, no
hay nada caótico en el cuadro. Los doce apóstoles parecen formar con toda
naturalidad cuatro grupos de tres, relacionados unos con otros mediante gestos
y movimientos. Hay tanto orden en esta diversidad, y tanta variedad en esta
comunidad, que no se acaba nunca de admirar el juego armónico y la
correspondencia entre algunos movimientos en determinado apóstol y los acciones adecuadamente ajustadas
en el otro. En el cuadro no sólo se
respira el verismo de la escena,
además hay algo dramático y angustioso, pero es del grado de lo humano; se ve
en ella a los apóstoles sentados
en torno a la mesa – solamente Judas queda separado del resto -,
mientras Cristo administra serenamente el sacramento. Viendo esta tela se puede
imaginar a Cristo diciendo: “Alguno de vosotros me entregará”, y muy
entristecidos cada uno de los apóstoles parece decirle: “¿Acaso soy yo, Señor?” (Mateo 26, 21-22). Simón
Pedro le hace una seña y se diría que le dice: “Pregúntale de quien está
hablando”. El recostándose sobre el pecho de Cristo pregunta “¿Señor quién
es?”. (Juan 13, 23-25). Es este preguntar y señalar el que introduce el
movimiento en la escena. Se ve y se adivina la agitación entre los apóstoles
dada por las palabras de Cristo.
Leonardo perseguía esta búsqueda de una forma unitaria (lo pongo
en bastardilla para destacarlo), igualmente expresiva de lo particular y de lo
universal, del uno y del todo. Apela, como recurso técnico, para hacer
evidentes los dinamismos del alma en el cuerpo y en las variaciones fisonómias,
al agrandamiento de las figuras y entonces al reunirlas en grupos consigue una dimensión monumental.
Con la Mona Lisa (1502) Leonardo Da Vinci asciende mucho más. Cuando le miramos en el Louvre a la Gioconda se diría que nos observa, y que
piensa por sí misma. Como si fuese un ser vivo creemos que cambia ante nuestros
ojos y nos mira de manera distinta cada vez que volvemos a ella. A veces parece
reírse de nosotros, en otros momentos parece advertirse una sonrisa amarga.
Entonces en ella está no sólo una representación vivida de lo visible, en esta
representación hay algo misterioso
que Leonardo consiguió mediante el sfumato
dejando deliberadamente en lo incierto las comisuras de los labios y los
extremos de los ojos; su expresión siempre parece escaparse.
En la misma línea con El éxtasis de Santa Teresa (1635) de
Bernini, que hoy está en Santa María della Vittoria, en Roma, suele ocurrir
algo muy extraño, o al menos a mí me pasa
y por lo que dicen los críticos de arte no es algo singular lo que a mí
me ocurre. Gombrich[24] destaca que
el grupo escultórico - que reproduce el relato del momento de éxtasis celestial
de esta monja española cuando un ángel le traspasó el corazón con una dorada
flecha encendida produciéndole un gran dolor y, a la par infinito deleite;
cualquier psicoanalista diría que está figurado un orgasmo - suele crear un
exceso de emotividad. En la escultura de Bernini Santa Teresa es conducida hacia el cielo sobre una nube y el
ángel acercándose suavemente a ella, todo el conjunto parece mágicamente
suspendido en el aire. A la santa se la ve desfallecida de éxtasis. Giulio
Argan[25]
destaca el acento ambiguo entre lo místico y lo erótico, con una recíproca suma
de estas cualidades. He estado con
mi mujer en varias oportunidades en Roma, y es casi un rito para nosotros, que
en algún momento nos demos una vuelta por la iglesia de Santa María della
Vittoria y quedarnos seducidos por la sensualidad de esta Santa Teresa; es tal su sensualidad que nos produce arrobamiento.
Algo similar ocurre con el Moisés de Michelangelo, al advertirlo en
San Pietro in Vincoli se siente una cautivadora sensación de realidad. Dice la
leyenda que Michelangelo cuando terminó de esculpir a Moisés, tuvo tal sensación de estar ante algo vivo, por lo que
irradiaba su escultura, que le martilló la rodilla y mientras lo hacía, le dijo a ese trozo de mármol recién tallado
por él: ¡parla!. Es también estremecimiento el que se tiene
cuando se está ante el David joven, en
la Academia de Bellas Artes de Florencia, esculpido por Michelangelo con sólo
26 años. David es una figura
érguida y casi no ocupa espacio; del eje que cae a plomo desde la cabeza al pie
se sale la pierna oblicua y este es el principio del sucederse de continuas
sacudidas de movimiento. El movimiento de la figura se encierra en actitudes
concentradas en los miembros. Es un personaje vital, viril, altivo, con una enorme prestancia
física, que cuando se lo aprecia en toda su magnificencia, uno tiene ganas de
decirle que baje del pedestal y camine. Sin embargo, el David de Michelangelo
no sólo fascina por alcanzar esta conquista de la realidad de la que hablaba
Gombrich; también conmueve por su mirada:
críticos como Gianni Vassario, creen ver en la mirada del David, algo
que se aleja de este criterio en donde lo representado reduplica la naturaleza,
lo que Vassario llama la terribilitá, aludiendo con ella al orden de lo
terrible – lo que Freud luego de 1919, conceptualizaría como lo ominoso,
lo sieniestro, lo Umheimlich -. Este nombre la terribilitá,
también fue usado para los Prigogini, en donde el prisionero, mas que
granito tallado, es una forma que que brota del bloque de mármol; las ataduras
que los aprisionan son débiles, pero un lazo más profundo los une a la materia,
a la piedra.
Es muy interesante esta noción de la
terribilitá en tanto añade otro espacio al de la representación que copia
en espejo la naturaleza, incorpora
un espacio virtual. Digo virtual porque la mirada de David uno puede intuirla
que está en relación con su enemigo, Goliat. Entonces el espectador esta al
mirarlo a David en el lugar de
Goliat y su mirada vuelve entonces al espectador, a su vez, mirada de la mirada
de David; uno al mirarlo mira una mirada terrible sobre uno. En ese sentido se
asoma otra figuración que trasciende el intento de calcar la realidad, que era
consustancial con la estética del renacimiento.
Vassari, considerado, la
referencia inevitable para valorar el Cinquecento, piensa que el artista de esta época, cuyo
paradigma es Michelangelo, no sólo quiere “explicar el arte sino clarificar qué
es y adonde apunta ese determinado modo del obrar humano que es el hacer
artístico”[26],
y en eso ocupa un lugar central la armonía. Argan[27],
sobre este punto tiene una opinión ligeramente distinta, afrimando que la
historiografía vasariana, describiendo a la primera mitad del siglo como el
triunfo del clasicismo y en la segunda mitad su decadencia a través del manierismo, no lo termina de convencer.
Argan
(ibid), incluso va más allá, rehabilita el manierismo, no ya como
decadente, sino como un arte independiente de la realidad objetiva y tendiente
a expresar una idea que el artista tiene en su mente, un arte vuelto al
conocimiento del sujeto más que del objeto y, por tanto más próximo a las
concepciones estéticas modernas. Algo similar sostiene Gombrich[28],
y su estudio sobre el Palazzo del Té de Mantua va en esa
dirección.
2-6-La conquista de la realidad es del orden de la ilusión.
Recientemente David Hockney (2001)
ha hecho una muy interesante contribución a la comprensión del sentimiento de
realidad que emana de los cuadros del renacimiento y también posteriores.
Hockney a partir de darse cuenta
que no podía pintar con el realismo que conquista Ingres, por ejemplo en el Baño turco, realismo que Andy Warhol, en cambio si podía conseguir,
sugiere que esto se debía - según este notable pintor y fotógrafo inglés -, a
que Warhol dibujaba calcando fotografías, consiguiendo de ese modo que sus cuadros tuvieran el tranquilo aplomo de una foto;
supuso entonces que la impresión de realidad obtenida por Warhol correspondía a que aprovechaba efectos
que incumbían al uso de la lente. Lo captado por Andy Warhol, no habría sido
– según Hockney - una innovación introducida por él en el campo de la
representación en el arte.
La tesis[29]
que Hockney propone es que, ya desde los comienzos del siglo XV, muchos
artistas occidentales usaron instrumentos ópticos para ver aquello que era la
materia prima de sus dibujos y pinturas.
Hockney entonces elaboró, la
siguiente teoría en el libro Secret Knowledge: alrededor del año 1430
numerosos artistas comenzaron a utilizar – en secreto –
dispositivos ópticos – lentes, espejos cóncavos - para lograr dar una aspecto
más realista a su obra y Van
Eyck fue uno de ellos. Este sentimiento de realidad se apoya en ciertas incorrecciones de lo figurado en la tela, partes de lo pintado están fuera de
foco como en las fotografías, o tienen las imágenes creadas por el artista
múltiples puntos de fuga y hay además fragmentos que no encajan del todo; todos
ellos – a juicio de Hockney -, signos delatores que el artista enfocó y
re-enfocó su lente para captar diferentes partes del cuadro. Hockney aporta
como prueba de lo que afirma, que en El
Matrimonio de Arnolfini, hay en la pared del fondo de la habitación, en que
está la pareja, un espejo convexo que queda enmarcado por las figuras de ambos
cónyuges. Hockney cree que quizás Van Eyck consiguió la maravillosa ilusión de
realidad en este cuadro porque a través de espejos cóncavos pudo acceder a
imágenes que el ojo humano por sus propios medios no hubiese podido. Pone
especial énfasis en lo que Van Eyck logró con la lámpara que pende en el fondo
del cuadro, entre los dos cónyuges, encima del espejo cóncavo[30].
Hockney postula que algo similar ocurrió con Caravaggio, Vermeer e Ingres
entre otros. No es que Hockney proponga que esto fuese inadecuado, él dice
enfáticamente “la óptica no produce arte”, estos dispositivos ópticos son sólo
instrumentos dentro de la técnica. La argumentación de Hockney ha despertado
una intensa polémica.
Más allá de que Hockney tenga razón, se nos impone que la
sensación de realidad, incluso la que conquistó el renacimiento, es del orden
de la ilusión.
2-7-En la búsqueda de la semejanza el espacio se complejiza
En el renacimiento tardío, en Las meninas[31]
(1656) de Diego Velásquez, la representación aunque sigue pretendiendo
reflejar lo visible, esta aspiración adquiere una mayor complicación con la
multiplicación de espacios que propone, y a la vez se sofistica la relación
entre el espectador y la tela. Esto ha sido estudiado con minuciosidad; me han
impresionado los detallados análisis que han hecho sobre esta tela Berger[32]
y Foucault[33]; mucho de lo que digo está basado en
dichos comentarios.
En una primera mirada a Las meninas, la apariencia es simple, la
primera visón es un cuadro desde el cual, a su vez nos contempla el pintor. Sin
embargo esta primera impresión es engañosa, si uno se detiene y le da espesor a todo lo que aquí se juega
se trata de un fenómeno muy complejo.
Es trascendente, para entender lo que sigue, recordar que en el
costado izquierdo de la tela, Velásquez se representó a sí mismo pintando, y a
la vez mirando más allá del cuadro al espacio que tiene enfrente en donde
virtualmente está uno de sus modelos; dada la estructura del cuadro Velásquez
acepta tantos modelos como espectadores surgen. Tiene importancia darse cuenta
que el espectador no ve lo que Velásquez pinta en el cuadro dentro del cuadro,
ve sólo la parte de atrás del bastidor sobre el que él trabaja. Esta figuración
generada por Velásquez, crea entre
Velásquez y el espectador una embarazosa red de relaciones; en este espacio de
relación el contemplador y el contemplado se intercambian sin cesar; el pintor
nos mira desde la tela en la medida en que nos encontramos en el lugar de un
objeto, de un modelo, y nosotros miramos como nos mira; sujeto y objeto, espectador
y modelo cambian su papel hasta el infinito. Además, en tanto la tela que
Velásquez está pintando está dada vuelta, es invisible, su fijeza opaca nos
impide ver como nos ve. Los ojos del pintor son el único sitio visible de un triángulo virtual de una densa
trama; los ojos de Velásquez ocupan uno de sus vértices, otro es el modelo
invisible que el espectador ocasionalmente corporiza y el tercero es la figura
probablemente esbozada en la tela.
En la extrema derecha el cuadro
recibe su luz de una ventana apenas indicada, de la que sólo se ve el marco. La
ventana a la par que da luz, haciendo visible el lugar de la representación,
equilibra el otro extremo del cuadro - el del revés de la tela que pinta
Velásquez en el cuadro, la tela invisible para el espectador -, aunque no son
simétricos; la ventana instaura un espacio tan abierto como el otro es cerrado;
la ventana es pura abertura, la tela que pinta Velásquez es pura opacidad.
Enfrente de los espectadores,
sobre el muro que constituye el fondo de la habitación en la que transcurre el
cuadro, el autor ha representado una serie de lienzos; todos ellos nos ofrecen
representaciones, que en casi todos los casos son borrosas, y entonces se nos
escapan, pero hay una excepción, una que tiene una excepcional nitidez y claridad, pero no es un cuadro, es un
espejo. De todas las representaciones que hay en el fondo es la única
visible, pero nadie la ve porque
todos están de espaldas a él. Los otros personajes están vueltos hacia delante,
hacia la clara invisibilidad que bordea la tela.
El espejo hace visible lo que en
el cuadro es invisible. Se hacen perceptibles en el espejo las personas que
sirven de modelo al pintor, Felipe IV y su esposa. El rey y la reina, en su
invisibilidad ordenan en torno suyo toda la representación, es a quienes se les
da la cara, es a quienes miran la infanta, los bufones y el pintor; Felipe IV y
Ana de Austria son el centro que aparece reflejado - ingenuamente - en el
espejo. Este lugar central de Felipe IV y su mujer, queda aun más reforzado por
el preceptor que aparece enmarcado por una puerta, en tanto está aparentemente
intentando poner orden en estos otros personajes que si bien figuran en el
cuadro, quizás han invadido la estancia en donde Velásquez está pintando a
Felipe IV y Ana de Austria y no son entonces a quienes va dirigida la mirada de
Velásquez para lo que él quiere representar en la tela.
En esta representación de la
representación clásica, queda señalado un vacio esencial, ha desaparecido lo
que fundamenta toda la representación, Felipe IV y Ana de Austria; el sujeto de
esta representación ha sido suprimido y tenemos de él sólo un reflejo, lo que
no disminuye su importancia. Hice alguna alusión a este lugar virtual cuando
discutí la relación del espectador con la mirada del David de Michelangelo; sin
embargo es evidente que aquí – en Las
meninas de Velásquez - se
ha dado una mayor complejidad en el uso del espacio.
Esta nueva complejidad que
la representación intenta representar, lo que representa la representación no es
un mero calco; la representación contiene una serie de relaciones no explícitas
de eso que representa.
2-8-Los inicios de la representación de la modernidad: El barroco.
La Europa del siglo XVII inmersa
en grandes contradicciones dadas por las contiendas religiosas y las luchas
entre los nuevos estados nacionales acrecentaron la sensación de fracaso del
hombre nuevo postulado por los ideales humanistas del iluminismo. Este marco
histórico enmarcó las poéticas y la representación gráfica del barroco, quienes
desarrollaron un verdadero desarraigo de la tradición metafísica y fueron, por
ello, anticipadoras de un fenómeno característico de la cultura moderna: la
liberación del arte de las propuestas miméticas.
Aquello
que había iniciado Caravaggio a comienzos del siglo XVII, con su uso del
claroscuro, dando las bases del tenebrismo, abrió las puertas de lo que
venía, la estética del barroco que culminó a en Italia mediados del siglo XVIII
con la obra de Giambattista Tiepolo en Venecia[34],
y que tuvo sus grandes desarrollo en España con Velazquez, junto a Zurbaran y Ribera. Con ellos en rigor
la representación tiende a independizarse de la semejanza.
El delirio barroco se desplegaba entre contrastes: formas pequeñas y
grandes, cercanas y lejanas, entre lo cóncavo y lo convexo, entre la luz y la
obscuridad. Pero tales oposiciones eran superadas por una síntesis que
constituía el ideal del arte barroco: su objetivo era una realidad en donde lo
natural y lo sobrenatural concurrieran para establecer una amalgama espectacular.
Perrault fue quizás el ideólogo de
esta ruptura con los ideales clásicos. Los textos de historia del arte ubican
una anécdota que marca un hito, datada el 27 de enero de 1687, cuando Perrault
en la Academia Francesa hizo una presentación de un texto. Ese día Perrault, en
el comienzo de su exposición en la que alababa a Luis XIV, el rey sol que
gobernaba desde 1661, dice los siguientes versos:
Yo miro a los antiguos, sin
hincarme ante ellos
Son grandes pero son
hombres como nosotros
Y con toda justicia podemos
comparar
al siglo de Luis con el
siglo de Augusto.
Estas
líneas sonaron inicialmente a herejías en un público que miraba con devoción a
los clásicos. Este episodio se ha convertido en símbolo de la ácida
controversia desatada en la segunda mitad del seiscientos, entre los que sé
autodenominaron antiguos y modernos.
Perrault
asumió el liderazgo de la modernidad y sus cuentos, Piel de asno, La bella durmiente del bosque, Caperucita roja, Barba
azul, El gato con botas, Cenicienta, Pulgarcito, son una acabada prueba de modernismo[35].
En estas narraciones aparece la sociedad de entonces con sus desigualdades y
sus mezclas, sus formas de vida, una representación de la Comedia Humana,
cubiertos por las apariencias de la fantasía.
Coincidente
con Perrault, Rembrandt, una de las figuras cumbres del barroco, abandonó los
modelos clásicos embarcándose decididamente en una forma de representar
moderna, facilitado esto último por las excepcionales condiciones que se daban
en Holanda. Luego de la Paz de Westfalia, firmada en Munster en 1648, luego del
triunfo franco-sueco, que tiene como consecuencia que los cambios de confesión
serán tolerados, y entre otras clausulas se permite que los paises bajos se
separen del Imperio. Bajo este tratado las siete provincias septentrionales
protestantes de los Países Bajos inician su vida como estado independiente. El
nuevo estado, territorialmente pequeño, se convirtió en breve tiempo en una
gran potencia. En este medio tuvo lugar una prodigiosa escuela de pintura, a la
que le impuso ciertas limitaciones; la democracia burguesa, laica, puritana que
allí gobernaba, luego de la independencia, constituía la clientela de los
pintores needarlandeses. Esta burguesía rechazaba toda expresión de lujo y
sensualidad que triunfo en el barroco en la católica Flandes con Rubens o en la
Italia del Guercino.
Rembrandt, empero,
singularizándose entre sus colegas no cedió totalmente ante el gusto de sus
conciudadanos, haciendo gala de suntuosidad y sensualidad en sus pinturas. Rembrandt fue, sin duda, uno de los
artistas que más anticipó el modernismo en Europa con una representación
vitalmente dinámica, donde la acción y la pasión tienen un fuerte papel en una
creación que incluye al observador. Las miradas de los personajes figurados en
sus cuadros se vuelven hacia el espectador; a menudo la expresión del rostro
– una leve sonrisa, una frente fruncida, una mirada atenta y hasta
inquisidora – revela una viva participación del mundo circundante.
Recurrió a la intensificación de
los efectos luminosos para traducir el dinamismo y la profundidad en el
espacio. Al convertirse la luz en el elemento esencial de sus obras, cobró
fuerza lo lineal y las escenas teatrales y, en muchos caso violentas.
Rembrandt, en su obra más juvenil resaltaba la alternancia entre las partes
violentamente iluminadas y las que están sumidas en la oscuridad, una pintura
de “luz y de sombra”, produciendo un efecto, en la obra más temprana, un poco
tosco, ya que a causa de esta iluminación tan viva, la acción del cuadro
adquiría una tensión completamente exterior. La luz, en cambio, sobre todo en
sus obras más maduras – las que pintó luego de sus cuarenta años -,
penetra en el espacio oscuro de la escena, sin recortar las figuras y las
cosas, rodeando unas a otras creando una atmósfera envolvente, sin
estridencias.
Influido por las ideas de Baruch
Spinoza - quien vivía antes de su expulsión de la colectividad judía a poca
distancia de la casa de Rembrandt, aunque no se sabe con certeza si lo conoció
-, en su pintura hay un afán, logrado por cierto, de transmutación de la
materia en espíritu. Para este genial holandés todo lo creado en el mundo es
una manifestación fragmentaria de la divinidad. No pretende corregir ni mejorar
las formas creadas, considerando como Spinoza, que los seres y las cosas no son
bellos o feos, ni buenos ni malos, sino de diversa medida o extensión y de variable contenido
espiritual. La extensión siempre, en
la obra de Rembrandt, va unida a una parcela de pensamiento divino y ese
destello espiritual es lo que Rembrandt significa mediante las luces que en sus
cuadros pugnan con las tinieblas.
Si bien reproduce la forma del ser humano, sus atavíos y su entorno,
jamás imita con los recursos de la pintura la textura real de la materia, sino
que las reviste de una sustancia distinta, puramente pictórica. Esto se puede
ver en algunas de sus máximas obras, como en La ronda[36] (1642), en el Buey desollado[37]
(1656), o en la La lección de anatomía del Doctor Juan
Leyman[38]
(1656). Así, por ejemplo, logra que el Buey
desollado no sea un cuadro intolerable; es sin duda una res, es
inconfundible su forma, pero no se presenta a nuestros ojos como hecha de
pellejo, músculos, huesos o sangre, sino hecha de una materia pictórica de
fuertes y exquisitos empastes, de delicados matices de color.
2-9-La representación en la modernidad. La pérdida del criterio de
semejanza.
La configuración basada en la
similitud, es la que cambia definitivamente a partir del siglo XIX; desaparece
en esta época la teoría de la semejanza en la representación como fundamento general de todos los órdenes,
caduca el enlace hasta ese momento indispensable entre la representación y los
seres; la historicidad penetra en el corazón de las cosas, las aísla, y las
define en su coherencia propia, les impone aquellas formas del orden implícitas
en la continuidad del tiempo. Con el advenimiento de la modernidad se abre un
hiato imposible de cubrir entre la representación y la cosa. Me pareció
especialmente ilustrativo de este cambio de la relación entre la representación
y la cosa que vino con la modernidad, el que se establece entre el naufragio de
la fragata La Medusa y el cuadro que
pintó Gericault, un año después, evocando
este accidente.
Es importante saber para
comprender algunas de las claves de este cuadro, que Gericault, al igual que
Goya en España, eran fervorosos adherentes al “liberalismo”; incluso Gericault
se definía como liberal antes de
que existiera en Francia un partido que utilizara ese nombre y su estética
preanuncia cambios que se van a ver luego de la oleada de revoluciones
liberales de mitad de siglo XIX, en especial la de 1848 en París.
Algunas pocas fechas para ubicar
como sucedió lo que luego voy a contar. La expedición de la fragata la Medusa partió el 17 de junio de 1816;
encalló en el arrecife la tarde del 2 de julio de 1816; los supervivientes
fueron rescatados de la balsa el 17 de julio de 1816; Savigny y Correard,
tripulantes de la Medusa, publicaron
su relato de la travesía en noviembre de 1817; en julio de 1819 Géricault
terminó de pintar La balsa de la Medusa.
Gericault pretendió dar una
visión de lo ocurrido, leyó el
relato de Savigny y Correard, dos de los náufragos, los conoció y los
interrogó; buscó al carpintero de la Medusa que había sobrevivido, y lo
convenció que le hiciera una maqueta a escala de la balsa original; colocó en
ella muñecos de cera que representaban a los supervivientes. Finalmente le dio
figuración a la balsa en la que sobrevivieron los marineros luego del naufragio. Gericault en La balsa de la medusa, representó el momento en que los
agotados náufragos descubren en la lejanía las velas del navío salvador.
Pretendía poner en primer plano el tema de la destrucción, sumada a una
fervorosa indagación de las posibilidades de supervivencia del hombre como
fuerza vital creadora dentro de los mecanismos aniquiladores de la sociedad
moderna. En el cuadro, según Donald Drew Egbert[39],
Gericault como reflejo de su liberalismo político intentó un monumento
antimonárquico; quería hostigar la incompetencia del capitán, quien había sido
nombrado por razones políticas; su denuncia la quería hacer con el realismo de
un testigo presencial, aunque en su preocupación por la lucha, la tensión y la
muerte, su tela también posee fuertes insinuaciones románticas; no es la valentía ni la gloria lo que quiere
figurar, sino desesperación y muerte; es una Francia a la deriva tras la caida
de Napoleón; no es triunfo sino el desastre. En el cuadro de Gercault hay un
revoltijo cuerpos apiñados no esforzándose en una acción común, sino sufriendo
la misma angustia. Hay un crescendo que parte de los muertos en primer plano,
luego de los moribundos ya insensibles a todo se pasa, en un segundo plano a
los que languidecen reanimados por la esperanza. Gericault quiere captar en el
mismo rostros, en el mismo cuerpo, en la misma situación los elementos de la
grandeza y la decadencia, en definitiva, la vida en su precariedad. Sin embargo
las figuras en La Medusa de Gericault, siguen siendo las heroicas
de la pintura clásica.
Pero a pesar de sus intenciones,
su tela no creó la denuncia que Gericault aspiraba; para dar cuenta del clima
emocional, de lo que en cambio, este maravilloso cuadro suscitó y suscita
cuando uno lo ve en el Louvre, voy a recordar la siguiente anécdota: el 28 de agosto
de 1819, tres días antes de la inauguración del Salón, Luis XVIII examinó el
cuadro y dirigió al artista lo que el Moniteur
Universel llamó “uno de esos felices comentarios que al mismo tiempo juzgan la obra y estimulan al artista”. El rey dijo: “Monsieur Gericault, su
naufragio no es ciertamente ningún desastre”.
Julián Barnes con un estilo
irónico, en Una historia del mundo en
diez capítulos y medio[40],
narra el revés de la trama, la terrible historia de este naufragio que no
aparece explícitamente representada en la tela. Barnes cuenta, como por egoísmo
o impericia fue dejada la balsa al garete y como tuvieron los náufragos que
soportar no sólo las inclemencias de la naturaleza, que fueron muchas, sino
también las degradadas relaciones entre ellos, por cierto nada épicas, nada
heróicas; Barnes relata que llegaron incluso a la antropofagia, y a una serie
de asesinatos atroces. No se trataba entonces sólo de la impericia del capitán
y su corrupto nombramiento por el Rey, que por cierto no se sintió tocado, y
más aún halagó a Gericault. Surge del relato de Barnes que los náufragos no
eran simples victimas de este capitán incapaz y mal-nombrado, y de un regimen
corrupto, también lo eran de su propia naturaleza humana, cruel, incivilizada,
poco solidaria, desesperada.
Gericault, es obvio, no espeja la
realidad, la transforma, por cierto magistralmente, en algo que va a ser
admirado, no sólo por lo estupendo
de su pincelada, sino por satisfacer los ideales de sus contemporáneos
ocultándoles lo que ellos, en tanto hombres, son capaces de hacer. Gericault
saltó de la antigua energía de Italia – abstracta, mítica, fuera de la
historia – a la moderna energía del joven capitalismo inglés, con su
violencia, desprovisto de alusiones a lo ultraterreno. En ese sentido la historización que
Barnes da a luz, otorgándole otro significado que el que le dio Luis XVIII a la
escenificación pictórica que ejecutó Gericault sobre el naufragio de la Medusa, recuerda al Freud del Traumdeutung revelando una verdad non sancta reprimida, que subyace a la
figuración manifiesta de los sueños; ambos, Barnes respecto de la producción de
Gericault y Freud sobre el sueño de Irma,
recuperan una verdad perdida, deformada por la imagen.
2-10-La representación de los objetos cambian con los cambios de la
luz
Los impresionistas, creían que la
pretensión del arte tradicional de haber descubierto el modo de representar la
naturaleza tal como lo veían los pintores descansaba en una concepción errónea.
Alegaban que los artistas tradicionales representaban a los objetos y al hombre
en condiciones muy artificiales, en un estudio, donde la luz cae a través en
una ventana, y empleaban gradaciones de la luz a la sombra para dar la
impresión de volumen y solidez.
Ellos, los impresionistas, quisieron representar los violentos
contrastes que tienen los objetos y los hombres a la luz del sol. Dieron
expresión a la cambiante impresión
subjetiva que la luz nos da de lo que vemos. Querían abolir el puente
tendido hacia el pasado y así afrontar la realidad, liberando a la sensación
visual de cualquier experiencia o actitud preconcebida que pudiera prejuzgar
sobre su inmediatez. Realizaron un estudio experimental de la realidad,
dedicándose preferentemente al Sena, se propusieron reproducir de la forma más
inmediata posible, con técnica rápida y sin retoques la impresión
luminosa y la transparencia de la atmósfera y del agua con puras notas de color
al margen de cualquier graduación de claroscuro evitando utilizar el negro para
oscurecer los colores en sombra. Al ocuparse exclusivamente de la sensación
visual, rehuyeron la “poeticidad” del motivo.
El motivo y la composición del Dejeneur
sur l´herbe de Edouard Manet, una conversación
entre figuras vestidas y desnudas en un paisaje ya había aparecido en un cuadro
veneciano El concierto campestre atribuido a Tiziano. Lo innovador del Dejeneur
sur l´herbe es la transparencia
del agua en la sombra húmeda del bosque, las figuras incluso vistas en el
escorzo, se presentan como zonas de color plano, sin pasar del claro al oscuro
y sólo varían entre ellas por el distinto modo en que la luz es reabsorbida y
reflejada. La luz no es un rayo que cae sobre los cuerpos, acentuando las
partes sobresalientes y dejando en sombra las interiores: la cantidad de luz se
identifica con la calidad de los colores; la luz se identifica con el color; no hay
distinción entre la luz y la sombra, entre las cosas y el espacio. Manet en el Dejeneur
sur l´herbe recompone una
representación clásica de acuerdo a valores a los que es sensible la conciencia
“moderna”.
Pero este cambio que propusieron
los impresionistas lastimaba el habitual modo de ver y por ende los valores de
la época. Forma parte de la vergonzante historia de la humanidad, el rechazo que recibió El almuerzo sobre la hierba (Dejeuner sur
l´herbe) de Edouard Manet en
el salón de 1863, junto a otras obras.
La historia también recuerda que
el emperador Napoleón II se puso de
parte de Manet y autorizó a los “rechazados” a exponer en salas anexas, el Salón de los rechazados, pero este
reconocimiento del emperador no se vio acompañado por el gusto de los
asistentes. Las crónicas de la época destacan los sarcasmos del público y de la
crítica, alguna de ellas decía “los visitantes más graves se desternillan de
risa”. La crítica elogiaba, en cambio, la producción más tradicional, las Venus
de Cabanel, Baudry y Amaury-Duval, que se exhibían simultáneamente en los
salones oficiales. Cabe destacar que el emperador, que pese a darle un lugar al
cuadro de Manet en la exposición, éste no iba del todo con sus preferencias
estéticas, porque a la hora de comprar, adquirió el Nacimiento de Venus
de Cabanel[41],
y fue este cuadro a completar la colección real del Palacio de Luxemburgo,
mientras que la pintura ejecutada por Manet permaneció veinte años en el
estudio del artista antes de venderse. Lo que quiero acentuar, aunque es obvio,
que aunque hoy, la obra del impresionismo sea devotamente visitada en el Museo
de Orsay[42] no fue nada sencillo para los
impresionistas introducir un cambio en el modo de representar. Hoy felizmente
conviven bajo el hermoso edificio de la reciclada Estación de ferrocarril de
Orsay El nacimiento de Venus de Cabanel y el Desayuno sobre la hierba en
salones contiguos.
Me resulta importante advertir que dejaba de interesar a los
impresionistas crear esa ilusión de realidad que tanto había atraído a los
pintores del renacimiento. La tela que pintaban era el pretexto para expresar
una realidad de luz y color tal como el pintor la percibía. La naturaleza o el motivo cambian a cada
momento, Claude Monet así nos lo
muestra con la serie de telas que pintó sobre las fachadas de la Catedral de
Rouen[43],
en las sucesivas figuraciones que hizo sobre el puente japonés, o en la
nimpheas, expuestas muchas de ellas en la hermosa casa, donde funciona el Museo
Marmotan, ubicada en los bordes de la Bois de Boulogne en París.
John Berger (1985) dice que se podría argumentar que las veinte pinturas
de la Catedral de Rouen, vista a diferentes horas del día y bajo diferentes
condiciones climáticas, fueron la
prueba sistemática de que la pintura nunca volvería a ser la misma; había que admitir desde entonces que cada
apariencia podría considerarse una mutación y que la propia visibilidad debía
considerarse un flujo.
El Impresionismo trataba de realzar el papel de las impresiones. A contrario
sensu de lo que sugería el Impresionismo la gente cree, o suele creer que
no tiene impresiones de las escenas que le resultan profundamente
familiares; el saber popular supone que “Una impresión” es algo más o menos
efímero; es lo que queda atrás cuando la escena ha desaparecido o se ha
modificado. Sobre lo conocido, se suele afirmar, no tenemos “impresiones”,
tenemos conocimiento, así lo diría el saber popular. Sin embargo por intensa o
empírica que haya sido la observación en un momento, posteriormente resulta
imposible de verificar a la impresión; sucede lo mismo con los recuerdos.
El impresionismo creó entonces una nueva relación entre la escena y el
espectador, poniendo en crisis ese supuesto saber popular: la escena no puede
ser conocida en su fijeza, es más fugitiva, más quimérica; dada la vaguedad y
la falta de precisión, nuestra mente se ve compelida para fijarla a acomodar el recuerdo extrayendo del
pasado otros recuerdos ligados a otros sentidos y que resultan apropiados para
la ocasión: un aroma, una tibieza, una humedad, una textura, la duración de una
tarde. Cuando es más intensa es la experiencia, tanto esto más se produce. Esto
lo llevó a decir a Monet: “El motivo es para mí del todo secundario; lo que
quiero representar es que existe enre el motivo y yo”[44]
¿Qué es lo que cambio entonces el impresionismo, al menos desde el punto
de vista privilegiado en este libro? Antes del impresionismo, el espectador
entraba en una pintura, su marco o sus bordes eran un umbral, la pintura en
cuestión creaba su tiempo y espacio propio, y la experiencia con la pintura
mirada era incluso más clara de cómo suele ser en la vida, permanecía
inalterable y podía ser visitada; había una permanencia en el espacio. El Impresionismo
cerró ese tiempo y ese espacio; lo que muestra una pintura impresionista es que
que lo figurado ya no esta allí. El Impresionismo al cerrar el tiempo y el
espacio en los que la pintura anterior había podido preservar la experiencia,
trajo como consecuencia que el
pintor y el espectador se encontraron más sólos que nunca, más agobiados por la
ansiedad de su propia experiencia efímera y carente de sentido.
Con el impresionismo a la par de una disolución de las formas se
privilegiaba la instantaneidad de la
impresión, dejando de jugar un papel tan central la historia. Pronto se
abriría paso una mayor inmersión en el mundo interior del artista.
2-11-La representación y la historia
Querría en este momento señalar
cómo Carl Schorske agrega una nueva
torsión a las propuestas por Foucault, sumando en este tema un punto de
vista muy atrayente. Me parece importante intercalarlo, porque su perspectiva
arroja mayor luz sobre la relación entre la representación y la
cosa.
Schorske en su texto “Pensar con
la historia”[45], hace un racconto sobre como ve, además de los tránsitos anteriores,
otro punto de inflexión, en el pasaje de la modernidad a la post-modernidad (en
rigor con esta última, Schorske, se está refiriendo no a lo que después se llamó
post-modernidad, sino al siglo XX). Comienza para ello apuntando que en la
Europa del siglo XIX, la historia se había convertido en la forma privilegiada
de construcción de significados... práctica que – a su juicio - se
abandonó a favor de una modernidad a-histórica a medida que el siglo llegaba a
su fin. Abonando su postura, luego dice, que “en la mayoría de los campos de la
cultura intelectual y artística, tanto en Europa como en Estados Unidos, se
aprendió a pensar sin la historia en el siglo XX... – la arquitectura, la
música, la ciencia moderna - se
han definido a sí mismas no tanto fuera del pasado, y, desde luego, mucho menos frente al pasado, sino como separadas de
éste dentro de un nuevo espacio cultural autónomo” (p. 18).
2-12-Una bisagra en la cuestión de la representación entre dos siglos:
La Secesión.
En la Viena de fines de
siglo XIX, se produjo uno de los procesos más atrayentes y sugestivos en la
historia de la humanidad y especialmente para los interesados en los orígenes
del psicoanálisis.
William Johnston[46]
- en su The Austrian Mind, An
intellectual and social history 1848-1938 -, hace surgir el origen de su
reflexión sobre lo que ocurrió en Viena a finales del siglo XIX, a partir de la
oleada de revoluciones liberales en Europa de mediados del siglo XIX, y cree
que este momento privilegiado que se dio en Viena, es en alguna medida
consecuencia de ellas; un papel privilegiado es el relevante papel político de
la burguesía liberal después de 1860, una derivación de esas revoluciones.
Las revoluciones liberales de 1848
en Europa, requerirían un estudio detallado por los efectos que produjeron en pueblos y regiones, pero no dispongo de lugar aquí para
ello. Digamos, no obstante, que tuvieron en común que ocurrieron casi
simultáneamente y que todas ella estaban imbuidas de una misma atmósfera
romántico-utópica y una retórica similar. Esta “primavera de los pueblos”
– así se las llamó - no perduró, pero dejó como resto la consolidación de
la burguesía en el viejo continente. Debieron haber sido revoluciones
burguesas, pero la burguesía no participó de ellas, pero supo aparecer como la
opción moderada, que a la vez que estabilizaba el régimen, y así abrieron la
posibilidad de innovaciones liberales[47].
Esta
consolidación política de la burguesía liberal tuvo una de sus expresiones más
álgidas en la reforma urbana en Viena, en la que - luego de un arduo debate -, se derribó la muralla que cercaba el casco antiguo de la
ciudad y se construyó en su lugar el complejo arquitectónico alrededor del
espacio dejado por la muralla derribada.
Las nuevas construcciones que se
hicieron en torno a la moderna avenida que después de la reforma, circunvala el viejo casco histórico de
Viena, la Ringsatrasse, no estuvieron
dominadas por el utilitarismo.
Carl Shorske lo destaca en su monumental Viena fin de siecle[48]
- con el que obtuvo el premio Pulitzer – sino por la autoproyección
cultural de este nueva e influyente burguesía, que quería una ciudad que la
reflejase: “En conjunto, los monumentales edificios de la Ringstrasse expresaban acertadamente los valores más elevados de la
cultura liberal reinante... estas contribuyeron a forjar el vínculo con la
cultura anterior y la tradición imperial, a reforzar esa ´segunda sociedad´,
donde los burgueses en ascenso se encontraban con los aristócratas dispuestos a
adaptarse a nuevas formas de poder
social y económico, un entresuelo en el que la victoria y la derrota pasaran a
ser compromiso social y síntesis cultural”[49].
En ese entresuelo hirvieron
la música dodecafónica con Shöenberg; la arquitectura moderna de la mano de Loos y Otto Wagner; el
positivismo lógico con Wittgenstein[50];
el sionismo de T. Herzl, el
pangermanismo Schönerer y Lueger, inspiradores y modelos políticos de Hitler;
la Secesión con Klimt; el
psicoanálisis con Freud.
En los finales del siglo XIX, en
los setenta, se inició una amplia
sublevación en la Viena liberal, Die
Jungen fue el nombre elegido por los rebeldes de los más variados campos de
actividad. La nueva izquierda que apareció en los noventa en el seno del
partido constitucional tomó por nombre die
Jungen. Jungen-Wien fue el
movimiento literario alrededor de 1890 en el que sobresalían Schnitzler y
Hofmansthal. A mediados de la década del noventa, la subversión contra la
tradición se extendió al arte y a la arquitectura. En los noventa se retiraron
de la tradicional Casa de los artistas vienesa, un grupo de jóvenes
artistas que tomando el nombre de die Jungen, se organizaron para romper
con los imperativos académicos dominantes, en beneficio de una actitud abierta
y experimental. Para ellos el arte era un espejo de la realidad, pero
independiente de ella. Fundaron en
1897 la Secesión presidida por Klimt[51].
Todo esto movimiento, a juicio de Schorske es una suerte de “revolución
edípica”, “son productos de la disolución de la confianza de los hijos en las
perspectivas de los padres”[52];
Schorske interpreta esta revuelta artística no como una sublevación de artistas marginales, sino más
bien como producto de un conflicto generacional, una revuelta de Edipo, una revuelta de hijos contra los
padres y su tradición.
Klimt[53]
presentó en la primera exposición de la Secesión un cartel que proclamaba la
rebelión generacional. Escogió como vehículo el mito de Teseo, que asesinó al
brutal Minotauro para liberar la juventud de Atenea.
Cuando se consolidó la Secesión, la exploración de nuevas formas se
orientaba hacia una indagación de la vida pulsional; la mujer emergió como el símbolo por excelencia de esta
alegoría instintiva; Nuda veritas, hoy
expuesta en el Historisches Museum de Viena, muestra una verdad de carne y
hueso, una verdad que se identifica con el seductor erotismo femenino. En esta
obra Klimt presenta por primera vez a la mujer, no encarnando tan sólo un
significado abstracto, sino además se exhibe a sí misma y a su erotismo. En Serpientes bajo el agua (1904-07), expuesta hoy en la Galería Weltz, de
Salzburgo, la sensualidad femenina adquiere nueva concreción y se torna más
amenazadora. En la semisomnolencia de la satisfacción sexual, las lúbricas
jóvenes retozonas de la profundidad están totalmente de acuerdo con su medio
viscoso. Sin duda estas mujeres son serpientes de agua y sus cabellos
firmemente sujetos producen un contraste amenazador con la suavidad de la carne
y la sensibilidad de las manos. Las mujeres serpientes de Klimt abruman al
hombre con un sentimiento de inadecuación frente a su capacidad aparentemente
inagotable de éxtasis carnal. En su exploración de lo erótico, Klimt desterró
el sentido moral del pecado que había atormentado a sus padres, pero en su
lugar representó el temor al sexo que acosó a muchos hijos sensibles. Al igual
que la esfinge, la mujer amenaza al hombre. El
beso, también hoy en la Galería Weltz de Salzburgo, es la obra más popular
de Klimt.
Con la Secesión se acrecienta
la intensidad del efecto sensual expandiendo lo simbólico en detrimento del
campo realista. Esta amenazadora sensualidad femenina es lo que Klimt quería representar.
Siguiendo esta línea algunas
de las mejores obras de Klimt abordan el tema de la castración como
decapitación, su disfraz invertido.
2-13-La representación moderna, una ruptura con la tradición
greco-latina. De la pretensión de la semejanza a la aspiración de
simultaneidad.
Como una clara manifestación de la
estética que se inaugura con el siglo XX,
comentaré el vuelco que da en 1907 Pablo Picasso. Él en ese año pega,
con alguna herencia importante del fauvismo,
descendiente a su vez del neo-impresionismo de Cézanne, Van Gogh y Gauguin, un fuerte viraje en su obra
– y también, como se verá, en todo el campo del arte, inventando un nuevo
modo de representar - cuando pinta Las
señoritas de la calle Avinyó, (que André Salmón convertiría en Las demoiselles d´Avignon)[54].
Con este cuadro rompe con lo
más característico del arte, el culto a la belleza femenina. Las señoritas de
Avinyo sí bien esta basado en el
recuerdo de Picasso de un prostíbulo
de la calle Avinyo en Barcelona, es claro que no intenta dar una visión
icónica de él. La representación que Picasso hizo de este recuerdo es uno de
los momentos más revulsivos del arte moderno, en tanto la figuración que logra destruye la tradición
grecolatina del arte, idea sobre
la que se apoyaba la concepción occidental de la belleza. Picasso mediante un
golpe de mano produce un cambio evidente. A la izquierda de la composición
representa una serie de figuras erectas que comprometen el espacio en un ritmo
tenso, estrechamente vinculado; a la derecha, la composición se turba, los
rostros de las dos últimas mujeres son máscaras horribles, ha entrado en juego
el interés de Picasso por la escultura negra. No se trata de un encuentro
ocasional, son el anticipo de la forma en que él, mediante la representación
plástica excluye la distinción entre forma y espacio: los grandes planos
oblicuos que deforman los dos rostros pertenecen tanto a la figura como al
espacio
Esta aventura de Picasso encontró una furibunda crítica, no sólo en el
público, sino en sus amigos que le recriminan esta temeridad, en ese momento en
que las cosas le empezaban a ir bien, quizás con la única excepción de D. H.
Kanhweiler, marchante y crítico de arte.
Con Las señoritas de Avinyo,
Picasso, inicia un movimiento en donde por primera vez la pintura logra
representar mediante imágenes, no sólo la apariencia de la realidad y, dentro
de la realidad, los sentimientos, sino también los contenidos intelectuales
relativos a la percepción de la realidad misma: de esta forma, la
representación se hace relato; la pintura no es ya un ideal abstracto de
belleza formal o una configuración de las apariencias visibles; es el intento
de manifestar la idea y la emoción que un artista tiene de una
cosa, de un hecho. El parecido entre la realidad visible y las imágenes
pintadas no tiene ya valor. La realidad representada resulta de una experiencia
individual: las intervenciones afectivas, morales, o sociales – tanto
conscientes como inconscientes -, que la deforman bajo el impulso de deseos de
posesión o de furiosos resentimientos, a través de impulsos de piedad o de
amor, de angustia o de miedo, de justicia o de rebeldía, tal es la misión que
Picasso confía a la pintura. No lo anima el mero anhelo de cuestionar las
convenciones representativas tradicionales, él aspira a establecer las bases de
una nueva convención formal narrativa valida para la expresión de sus
propósitos y contenidos.
Esto se profundiza en el Cubismo, en donde Picasso tendrá un
papel protagónico. Las señoritas de
Avinyo aunque no es todavía el Cubismo, contiene
en estado latente lo que va a ser el Cubismo luego de 1910, es un gesto de
revuelta que se abre al proceso revolucionario del cubismo..
El Cubismo, especialmente
el Cubismo analítico y el Futurismo, son parte de una
aspiración de ese tiempo en donde se buscaban nuevas modalidades de
representación. Una de las claves para comprender este anhelo es el concepto de
simultaneidad; con ella se pretendía
dar una respuesta a la convicción de que los modos secuenciales de pensar y
expresarse eran inadecuados para representar la unidad (destaco en cursiva lo de unidad) de todos aquellos
objetos, acontecimientos mentales y sentimientos que la mente aunaba, aunque pudieran encontrarse muy
separados en el tiempo y en el espacio. También son parte de esta aspiración en
el campo de la música, compositores como Bela Bartok, Claude Debussy y Richard
Strauss que crearon simultaneidades
musicales superponiendo tonalidades totalmente distintas.
El Cubismo incorporaba la
simultaneidad yuxtaponiendo múltiples vistas de un objeto en una única imagen, como si el artista hubiese
dado una vuelta completa alrededor
y hubiese reconstruido todas esas vistas en una sola sobre el plano aplastado del cuadro. Una de las mejores
expresiones de la simultaneidad se pueden ver en el poeta, pintado por Picasso en 1911, expuesto en la actualidad en el Guggenheim de New York; en él
representó el personaje dividido en pequeñas facetas planas a fin de definir de
forma más vívida el volumen.
En el discurso de la época, que
tuvo en Apollinaire uno de sus voceros más distinguidos, se decía que el Cubismo era un arte figurativo de una
nueva realidad, y que el cambio, más que lo permanente, constituía el elemento
más vital de la realidad. Se alcanzaría a través del Cubismo una verdad trascendental que subsiste más allá del ámbito natural; de vuelta la
búsqueda de un orden que se supone que subyace al mundo visible. Incluso
Apollinaire subía más la apuesta en esa supuesta verdad que se podía alcanzar con el Cubismo, sugería que “el pintor debe abarcar con una sola mirada el pasado, el presente y
el futuro”.
Quienes mejor plasmaron la
búsqueda de una representación, de una expresión pictórica de la simultaneidad
fueron los Futuristas - cuyo primer
manifiesto sé público en 1909 en Le
Figaro por Filippo Marinetti[55]
-, que ampliaron la idea a lo temporal, representando sucesivas etapas del
movimiento a la vez o mostrando una sucesión de acontecimientos en una única
imagen. Boccioni, uno de los pintores más representativos del futurismo,
explicaba la forma de representar de este movimiento en la introducción al
catálogo de la exposición futurista que tuvo lugar en 1912 en la Galerie
Bernheim-Jeune de París: Simultanear
estados anímicos en la obra artística; tal es el objetivo embriagador de
nuestro arte... Para que el espectador viva en el centro de la imagen, como
expresamos en nuestro manifiesto, la imagen deba ser la síntesis de lo que se
recuerda y de lo que se ve. En Velocíta
astratta+rumore, pintado en 1913, expuesto
hoy en el Guggenheim, Giacomo Balla,
nos muestra muy bellamente una representación simultanea de la velocidad y el
sonido.
2-14-La representación como búsqueda de abstracción subjetiva
Es contemporáneo a las señoritas de Avinyo - compartiendo los
rasgos básicos de la sensibilidad del nuevo siglo, este subjetivismo tan nietzcheano, junto a
la mezcla de eficacia visual, abstracción y extrañamiento afectivo - los
comienzos del Expresionismo alemán, heredero
de la Secesión de Berlín y de la
vienesa. Este adviene de la mano, por un lado de Kirchner y sus amigos de esa
época, Pechstein, Heckel y Schmidt-Rottluff - que conformaban el movimiento Die Brücke (el Puente) en Dresden. La
elección del nombre Die Brücke
(el Puente), fue porque se trataba de una palabra muy sugerente que si bien no
implicaba ningún programa, si
contenía la idea de conducir de una orilla a la otra. Los integrantes de Die Brücke se mudaron más
tarde a Berlín donde el
grupo, de un modo un tanto tormentoso se disolvió.
Una figura capital dentro del
expresionismo alemán fue
Kandinsky, sobre todo en su estadía en Munich entre 1906 y 1914, con un
grupo más inorgánico, que se cobijo bajo el nombre de Blaue Reiter (jinete
azul), por el jinete azul que había pintado Kandinsky para un “almanaque”, pero
prefiero, a los efectos de lo que quiero acentuar en este libro, centrarme en
su contribución a la abstracción en el próximo apartado.
Paul Fechter, un prestigioso
crítico de arte dijo, respecto de la exposición de Die Brücke de 1908, que se organizó en el Kunstsalon Emil Richter
en Dresden: Kirchner ha traído la mejor
pintura de la exposición... se aprecian con más pureza los principios del
grupo, la aspiración a una pintura cuyo trasfondo siguen siendo las cosas de la
naturaleza, pero sólo como material de una síntesis más o menos consciente
simplificadora y constructiva que, apartándose de todo “naturalismo”,
simplemente configura lo esencial de la impresión de la manera más intensa.
Reproduje este comentario porque refleja este fuerte apartamiento de la
“semejanza” con la naturaleza, en aras de la búsqueda de nuevas formas que
reflejen un proceso de abstracción subjetiva.
La obra de Kirchner, en especial en la que
pintó en Dresden y en Berlín, previo a la primera guerra mundial, reconoce una
fuerte herencia de los fauvistas franceses, Derain, Dufy, van Dongens, pero
luego se independizo de ellos con la aplicación de colores puros, no mezclados,
no supeditados a los modelos naturalistas, sino a las posibilidades expresivas.
Lograba así una pintura fuertemente adjetivada, incorporando el recurso formal
de que el contorno abarca varios objetos o figuras, rompiendo la gradación en
perspectiva de la composición, acentuando el efecto de paralelismo de las áreas
cromáticas. Mediante el uso de colores muy vivos, a los que intensifica con el
uso de contrastes con colores complementarios, las figuras están concebidas
esquemáticamente, como esbozos, casi como meros signos – a estas reducciones Kirchner las llamó jeroglíficos - que preanuncian las formas abstractas.
En el pequeño, pero magnífico museo Die
Brücke[56],
se puede asistir hoy en Berlín a una gran muestra de lo que produjo en su
momento el expresionismo alemán; allí se pueden ver tanto las espigadas mujeres
de Kirchner, como el estallido de color de Schmidt-Rottluff, Heckel, Pechstein
o Nolde,o sus grabados.
2-15-La
representación se descentra de la percepción. De la reflexión sobre la
representación emerge la abstracción.
Las figuras pioneras del arte abstracto fueron sin duda Mondrian, Malevich
y Kandinsky. La abstracción, de la mano de ellos, tuvo el mérito de descentrar
el objeto de la representación de la percepción para expresar en cambio una
reflexión sobre la representación.
¡París 1912, seguramente era la marca de una carrera predestinada. El año
1912 quizás sea el más glorioso de toda la historia de la pintura en Francia.
Se produjo entonces el apogeo del cubismo y el cubismo se identifica con París,
es París mismo, el París verdadero, París sin artificios¡. Estas palabras las
escribió el historiador de arte y crítico francés Michel Seuphor en París en
1912 ¿Qué podía haber más maravilloso para un
pintor? Alguien que creyera en los signos podría decir Michel Seuphor[57]
para describir la llegada a París de Piet Mondrian procedente de Ámsterdam en
los comienzos del mismo año que, resultaría un hito en la historia del arte
moderno. El encuentro de Mondrian con Braque y Picasso hizo cristalizar el
anhelo de crear “un arte puramente plástico” mediante el descubrimiento del
orden y la armonía subyacentes en el cubismo analítico en su etapa más
hermética. Mondrian emprendería el camino de la abstracción pura; para
Mondrian, la geometría interna del cubismo, la cuadrícula lineal funcionaría no
sólo como herramienta analítica sino también como motivo y como estructura
pictórica. Como se puede ver en El
mar (1914), en el Guggenheim de New York, utilizando breves segmentos de líneas
diseminados sobre el lienzo a intervalos más o menos regulares, Mondrian ha
abstraído en esencia la cuadrícula cubista, convirtiéndola por sí sola en tema
del cuadro. El mar expuesto en el Guggenheim, es una de las estaciones finales
de una estilización y abstracción, de progresivas composiciones sobre el mar
que fue pintando desde mucho antes de que Mondrian viniera a París. Esta
progresión también se puede apreciar en las sucesivas versiones que hizo del
árbol de manzanas, en donde Mondrían va logrando una abstracción cada vez
mayor, hasta que el manzano queda reducido a una serie de marcas ortogonales.
En estas marcas ortogonales, Mondrian pretendía dar cuenta de una relación
esencial entre la horizontal y la vertical, la mujer y el hombre. Esta búsqueda
de la abstracción por parte de Mondrian tenía como trasfondo su filiación en la
Teosofía[58];
Mondrían pretendía con la pintura abrir un camino que lo apartara de la vil
naturaleza y le permitiera un mayor acercamiento a la espiritualidad, a un
logro que lo haría partícipe de una nueva raza humana sublimada[59].
En el segundo ensayo escrito por Mondrian en su libro Realidad natural y
realidad abstracta[60], procura
hacernos comprender como el arte abstracto destruye el orden natural y lo
reconstruye según criterios de pensamiento.
En la última obra de Mondrian, la de sus últimos años que
transcurrieron en Estados Unidos antes de su muerte en 1944, su pintura se hace
más formal, predomina una cuadrícula que está rellenada de colores primarios (azul, rojo y
amarillo), alternados con blancos y negros (la luz y su ausencia), separados
cuidadosamente por rayas negras horizontales y verticales, apunta a una
reflexión sobre el orden, la cantidad (diferentes proporciones de colores y de
luz), la simetría; en ese sentido la obra de Mondrían es una muy sofisticada
conjetura conceptual sobre la representación; el hecho pictórico es el resultado de esa meditación, su objeto
es la reflexión y eso es lo que este holandés trata de figurar. En similar
sentido debe ubicarse la producción de Malevich, cuando ansió liberar el arte
del lastre figurativo y entonces buscó refugio en el cuadrado, dando lugar al
cuadro más radicalmente abstracto surgido hasta entonces Cuadrado negro sobre
fondo blanco en 1913; “un ícono de nuestra época, desnudo y sin marco” diría
Malevich. Con él se marcó el comienzo de lo que en 1915 tomaría el nombre de
suprematismo, un lenguaje formal puramente abstracto, basado en la geometría,
que pretendía expresar un orden cósmico universal, en donde se expresaba la
supremacía de la sensibilidad respecto de la forma, del tema. Con este cuadro
se considera que se ha alcanzado el “grado cero” de la pintura.Kandinsky, un
gigante en el campo de la abstracción, se inició en la pintura después de los
cuarenta años, luego de dejar en Moscú, su bufete de abogado. En su viaje a
París recaló en Munich, ciudad en la que llevó adelante los comienzos de su
incursión en la abstracción[61].
Se instaló a finales de la primera década del siglo XX, junto a una serie de
jóvenes veintiañeros, entre los que estaban von Werefkin, Franz Marc, Alexej
von Jawlensky, en una casa en los
alrededores de Munich, en Murnau. La pintura que hace en Murnau es un pretexto
para el juego de contrastes de brillante colorido reduciendo las formas, con
amplias superficies de color. Mientras vivía en Murnau, en los comienzos de
1910, luego de una noche de borrachera, llegó a su casa y relata que vio en un
cuadro cuya figurabilidad no terminaba de entender, un rato después se dio
cuenta que el cuadro que estaba mirando estaba dado vuelta. Bajo esa impresión,
esa noche pintó, lo que ha quedado en la historia registrado bajo el nombre de
la Primera acuarela abstracta, una tela sin ningún rastro figurativo,
atravesado por diagonales que se configuran, no en la tela sino en la mente del
observador. Esta acuarela, que abre el ciclo histórico del arte no-figurativo,
es intencionalmente un garabato. El no pretende analizar y descubrir el
comportamiento de un niño, lo que se propone, es a través del garabato
descubrir la estructura primaria de la operación estética. Kandinsky piensa que
el comportamiento estético desaparece cuando el niño crece y aprende a razonar:
esa primera sensación del mundo, su experiencia estética, es olvidada y entra
en el inconsciente. Sólo los artistas la desarrollan. Kandinsky se pregunta
¿porqué es eliminada y sustituida por otra experiencia racional o intelectual?
Esa es la razón de ser del arte en la sociedad.
La Primera acuarela abstracta al
observarla, se le impone a quien la mira, un imponente trabajo, resaltan de
inicio los rojos, que aparecen entre líneas que se cruzan y puntos, que están
enmarcados, y por fin el azul, que a juicio de Kandinsky es el color de la
espiritualidad. Todo el cuadro está en tensión, con líneas de fuerza que se
amortiguan, se complementan, se articulan. Siguiendo esta línea, presenta en la Tercera Exposición de
Munich su Composición 5, la que fue rechazada por motivos formales. La obra
abstracta de Kandinsky, tuvo luego un interregno, plasmándose su producción
expresionista que tuvo como figura emblemática el Blaue Reiter (jinete azul)
pintada en 1912.
A la Primera acuarela abstracta,
Kandinsky, no lo expuso de inmediato pero fue el inicio de su reflexión
sobre la representación como campo de fuerzas, exploración que prosiguió
y adquirió su mayor vigor en la revulsiva producción que llevó adelante en su estadía en la Bauhaus en la
década del veinte.
Esta exploración sobre la abstracción se potenció notablemente, en su
relación con Klee, y poco más tarde Moholy-Nagy en la Bauhaus. En esta búsqueda
de abstracción, Kandinsky y Klee hicieron caminos muy distintos; Klee era
“inasible en este mundo”, según sus palabras vivía tanto entre los muertos como entre los no nacidos, en
tanto a su juicio algo más cercano a lo que entraña la creación; partía de las
cosas mínimas, de lo primigenio y de allí generaba su obra por inducción. Kandinsky en cambio, en
quien “el corazón se halla dentro del dominio de la cabeza”, estaba por el
orden cósmico y sus leyes, por la necesidad interior; su creación partía de lo
universal, que para él estaba en los colores puros y desde ellos creaba.
En síntesis, este movimiento, en pos de una mayor abstracción, que tuvo
como primeras espadas a Mondrían, Malevich y Kandinsky, tiene en su base el principio
fundamental de economía: reflejar solamente con la superficie plana la fuerza
de la estática o bien la del reposo dinámico visible; Malevich decía en su
manifiesto “una vez que nos hayamos desacostumbrado a ver en la pintura la
representación de trozos de la naturaleza, de madonnas y desnudos impúdicos,...
veremos en ella composiciones puras. Yo he descubierto la nulidad de las formas
y he salido del círculo vicioso en el que están prisioneros el artista y las
formas de la naturaleza”[62].
Quiero destacar que en esta creciente perdida de la búsqueda de la
semejanza con “la realidad”, hay un fuerte intento de capturar “un orden”,
aquel que decía que, siguiendo a Foucault, nuestra mente supone que existe, más
allá de lo marcado por el lenguaje y la cultura. Desde una perspectiva
sincrónica, quizás la abstracción pueda ser explicada, como la renuncia a
pintar un entorno, como el del la Gran Guerra, y que a través de la abstracción estos artistas intentaban
un llamado al orden, recuperando así al hombre frente a un mundo
destrozado.
Siguiendo con lo que venía planteando, la abstracción lleva en su seno una
enorme reflexión sobre el hecho pictórico, tratando de representar una
espiritualidad que lo aleje de la vil naturaleza como lo intentaba Mondrian o
despejar la sensibilidad artística de la narrativa, como quería hacerlo
Malevich.
Esta meditación que ubica el foco del problema no en la percepción, sino
en como se la piensa, luego será continuada por artistas tanto del
expresionismo abstracto, como del arte conceptual o la transvanguardia
italiana. A modo de ejemplo se puede ver una mirada sobre Mondrian, Malevich y
Kandinsky en la obra pictórica de David Smith[63],
en los tejidos de Alighero Boetti[64],
en las paredes pintadas por Sol LeWitt[65]
o en los lienzos puntiformes de
Damien Hirst[66], o en las
telas de Rothko[67], entre
otros.
2-16-Un paso atrás: la representación que trae el arte es una
peligrosa deserción de la realidad.
don´t
know how radical you are or how radical I am. I am certainly not radical
enough; that is, one must always try to be as radical reality itself.
Lenin[68]
Quiero destacar que en esta creciente perdida de la búsqueda de la
semejanza con “la realidad”, hay un fuerte intento de capturar “un orden”,
aquel que decía que, siguiendo a Foucault, nuestra mente supone que existe, más
allá del marcado por el lenguaje y la cultura.
La vanguardia rusa post-revolución
de octubre heredera de Malevich y de Tatlín, creyeron tener la utopía al alcance
de la mano; quizás quedaría para siempre como un símbolo de la distancia entre
la utopía y la realidad el proyecto de Tatlin para un monumento a la III
Internacional.
El Constructivismo Ruso[69],
en rigor, se separó de la búsqueda
de esa sensibilidad pura que intentaba Malevich solitariamente; es
mas bien hija de los ideales de la
revolución de octubre. Este movimiento que había mostrado en los primeros años una vitalidad y una
creatividad notable bajo la influencia de Tatlin, con la obra de la Rozanova,
la Popova, la Stepanova, Vesnin, Lissistzky comenzó a fracturarse hacia 1920. Rodchenko, que había hecho
suyas las ideas de Tatlin sobre la “cultura de los materiales”, proclamó la
muerte de la pintura del caballete y propuso en cambio un arte utilitario. Gan
en su libro “El constructivismo” escrito en 1922, proclamó “El arte ha
muerto... el arte es como la religión, una debilidad peligrosa, una deserción
de la realidad... abandonemos nuestra actividad especulativa y apliquemos las
bases sanas al campo de la realidad, la construcción práctica”. Conservaría con todo parte de su
creatividad hasta los comienzos de la década del treinta. El golpe de muerte a este movimiento que había despertado grandes
expectativas sobrevendría en el Primer Congreso de Escritores socialistas de 1934; en él tomaría la forma de
doctrina el Realismo socialista como
fuente de inspiración única de los creadores socialistas, creando un callejón
sin salida.
Un
ejemplo conmovedor de este callejón sin salida, en la que cayó el arte
post-revolución de octubre, es la obra de Naum Gabo. La morfología de Gabo
tiene su origen en la teoría suprematista de Malevich: se trata de una
geometría fenomenizada, para la cual las figuras no simbolizan conceptos, sino
que son formas concretas cuya estructura y comportamiento pueden ser
estudiados. En la concepción de Naum Gabo, del punto nace la línea; de las
líneas los planos, los volúmenes; no se trata de verdades dadas, sino de un
proceso continuo. La geometría que prefiere Gabo no es la euclidea (que implica
la prioridad de las ideas sobre los fenómenos, que él descarta, por que a su
juicio es jerarquica), y se inclina en cambio por la topología;
es decir, la ciencia que aborda las formas geométricas como fenómenos que, al
tener un desarrollo en el tiempo, definen el devenir y no ya el ser en el
espacio. Desarrolla así el principio según la cual la geometría no es la
representación del espacio tal y como es, sino como podría ser, y
por tanto no se desprende de una noción, sino de una imaginación o invención
del espacio.
Las construcciones de Gabo no son propiamente esculturas,
sino que llevan consigo la intención de anular el concepto mismo de escultura;
niega la escultura como forma cerrada que colocándose en el espacio, interrumpe
su continuidad y la define en relación consigo misma, como el vacío respecto
del lleno. Esto se puede apreciar en La constitución del espacio: El cristal
(1937) en la Malborough Gallery en Londres o en el imponente Monumento
de Bjenkorf en Rótterdam (1954).
El punto de vista de Gabo al
fenomenizar o realizar lo imaginario, supera, a su juicio, el prejuicio
autoritario de una jerarquía de valores real, no-real, en el orden del
pensamiento. Esta poética geométrica de Gabo (y su compañero en esta aventura y
hermano, Antón Pevsner y en algún sentido también Malevich) intentaba la unidad
entre la ciencia y el arte, y esta sólo podría producirse en una situación
revolucionaria, pero en otro sentido, fue juzgada herética a nivel político por
sus contemporaneos. El establishment revolucionario calificó su punto de vista
acerca de la estética, idealista y que en tanto desestimaba la jerarquía
impuesta por la oposición real-no real, se desprendía en el razonamiento de sus
críticos, que Gabo no tenía vínculo con la realidad, que creía la revolución
como algo terminado y que entonces desalentaba el compromiso revolucionario.
Gabo y Prevsner fueron
considerados burgueses progresistas, lo que determinó su emigración.
La invstigación de Gabo y de
Prevsner, con la emigración no se modificó desde el punto de vista formal, pero
perdió todo impulso ideológico.
2-17-La representación
sin objeto.
La representación que había perdido su pretensión de duplicar al mundo
con el advenimiento de la modernidad,
se convierte en consigna en la frase de Hilda Rebay: “La no-objetividad
será la religión del futuro”. Hilda Rebay fue la principal asesora de Salomón Guggenheim en la
compra de obras que conformaron su colección, y primera directora del Museum of
Non-Objective Painting, primera denominación del Museo Guggenheim. Ella
escribía en 1937, “sintonizarán
con ella – la no-objetividad - en pensamiento y en sentir y desarrollarán
capacidades intuitivas que la conducirán a la armonía”. La baronesa alemana
Hilda Rebay tuvo una enorme gravitación en la difusión del arte no-objetivo;
no-objetivo, traducía según la baronesa, la palabra alemana gegensandslos,
literalmente “sin objeto”.
En 1929 los Guggenheim
acompañaron a Hilda Rebay en un recorrido por Europa y Salomón
Guggenheim le compró a Vasily Kandinsky
Composición 8[70], que había
pintado en 1923. A Kandinsky se lo asocia, con justicia, con ser parte de las primeras formulaciones de una
pintura pura no mimética. Su Composición 8, expuesta en el Museo Guggenheim de
New York, infundidos de color y con formas dinámicas, demuestran su filosofía
de la abstracción, tal como se define en sus escritos teóricos más leídos:
tanto De lo espiritual en el arte[71]
y Punto y línea[72],
la continuación orgánica del texto anterior. En el primero de los textos, De lo
espiritual en el arte, libro de cabecera de los pintores del siglo XX, al menos de la primera mitad, es
muy hermético, en él resalta que
una “obra de arte está integrada por dos elementos: el interno y el externo. El
interno es la emoción en el espíritu del artista: esta emoción tiene capacidad
de evocar una emoción similar en el observador..., el elemento vital y
determinante es el interno, que gobierna la forma externa, del mismo modo que
una idea en la mente determina las palabras que usamos y no a la inversa”(página
12).
Kandinsky advierte que toda
teoría sistemática o visión del mundo puede sucumbir presa del peligro que
entraña el dominar los materiales; dice textualmente también en la página 12:
“el artista debe tener algo que decir, pues no es su objetivo el dominio de la
forma sino, antes bien, el adecuar la forma a su significado interno”.
El tema del arte no objetivo de
Kandinsky es el ser interior que se pone de manifiesto en el misterioso proceso
de inspiración subjetiva mediante un conocimiento íntimo del color y la forma
pura en la pintura.
2-18-El intento de representar el deseo
reprimido.
Breton en su Manifeste du surrealisme[73]
(Manifiesto del Surrealismo) de 1924, planteaba como objetivo liberarse de
todo tipo de represión: social, política, psicológica y sexual. En teoría, la
transgresión que los surrealistas hacían de las normas burguesas establecidas,
que provenía de las prácticas dadaístas resultantes del desencanto que siguió a
la primera guerra mundial, permitía expresar de manera espontánea cualquier
deseo reprimido o cualquier
apetencia. Con el surrealismo, advino el deseo de integrar opuestos, intentando
alcanzar esta falta de contradicción que Freud postulaba en Lo inconsciente;
proponían para ello una nueva representación de la realidad, que visualizaban
como una múltiple Gesamtkunstwerk (obra
de arte total). Un buen modo de ejemplificar esta perspectiva se evidencia en
la “canonización” que hicieron los surrealistas de la imagen literaria que
escribió el Conde de Lautremont a finales del siglo XIX en Los cantos de
Maldoror: “Es tan bello... como el
encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de
disección”[74]. A esta
frase la convirtieron en lema, era parte de su producción usar yuxtaposiciones
provocadoras y absurdas para el sentido común, revestidas generalmente de
connotaciones sexuales. Imbuido de este espíritu, aparecía en Anemic Cinema, una película de Marcel
Duchamp, inscripta en un disco la siguiente frase: “¿Avez vous déjà mis la
moelle de l´épée dans le poêle de l´aimée?” (¿ha puesto ya el tuétano de la espada en el sartén de la
amada?).
Los surrealistas, añadieron a la
ironía sexual y la ambigüedad con respecto a las máquinas y las mujeres
del Dadaísmo, una dimensión
psicoanalítica al uso de las metáforas sexuales.
En
la Aurora de Delvaux (1937) y en Sin título pintado por Dalí en 1931,
ambos expuestos en el Guggenheim de New York, se mantiene una extraña sensación
de lo real mediante un convencional retroceso al espacio y la presencia de formas
familiares que se yuxtaponen de forma nada familiar; en ambos lienzos, el
objeto de deseo es una mujer que se equipara con la naturaleza.
2-19-Representar lo imposible
Dentro
del surrealismo, René Magritte, es, a mi juicio, quien logró con más talento
representaciones de lo “imposible”. Su pintura parece en principio de “ideas”, sólo que como ha descrito el
propio Magritte: “la idea no es visible
en el cuadro; una idea no puede verse con los ojos”[75]. Magritte parece lograr el milagro de
visualizar lo imposible, tomándonos por sorpresa, dando vuelta con humor el
mundo conocido, haciéndonos dudar de cual es nuestra identidad y nuestra
situación.
Magritte acepta y empea un
lenguaje pictórico que tiene más de quinientos años, que presupone que la verdad
se ha de buscar en las apariencias y que por este mérito deben ser conservada
mediante su representación. Quizás el antecedente de este modo de pensar hay
que buscarlo en van Eyck.
El
lenguaje pictórico que utiliza es
apropiado para expresar una experiencia espiritual, pero siempre en un
escenario concreto, circunscripto,
con cierta materialidad estética.
Cuando
Magritte pintó una pipa y debajo en la misma tela, escribió Ceci n´est pas une pipe, hizo que los dos
lenguajes se anularan mutuamente. Pese a las advertencias de Magritte, los
críticos no han cesado en interpretar la obra simbólicamente. Sin embargo a
despecho de ellos, Magritte decía que sus cuadros debían considerarse “signos
materiales de la libertad de pensamiento”, para luego definir lo que él
entendía por tal libertad: La vida, el Universo, el vacío, no tienen
valor alguno para el pensamiento cuando este es verdaderamente libre. Lo único
que tiene valor para el pensamiento es el Significado, que es el concepto moral
de lo Imposible.
Curiosa e inteligente definición de significado.
El imperio de las luces, es probablemente la obra más famosa de Magritte; pintó no menos de
diez versiones de ella, la última quedó inacabada por su muerte; la de 1950
está expuesta en el MOMA de New York. A diferencia de otros lienzos de
Magritte, en los que se advierte inmediatamente la imposibilidad de que lo
representado ocurra, en tanto transgrede las más elementales leyes físicas, en El imperio de las luces, lo que produce
impresión en el espectador no es que se vulneren de modo tan ostensible tales
leyes. De hecho, buena parte de los espectadores, aunque si percibe algo
inquietante en la tela, no llega a percibir la radical incongruencia entre la oscuridad que envuelve la casa y el
farol en la parte inferior del cuadro - que no puede corresponder a otra cosa
que a una escena nocturna -, con
la luminosa parte superior donde están figuradas nubes livianas y algodonosas flotando en un cielo azul
diáfano, un pleno y resplandeciente día.
En el cuadro no aparece ninguna figura humana,
ningún ser viviente, sin embargo no es una pintura estática o carente de
movimiento, éste, el movimiento, es evocado por las nubes en la parte superior;
sin embargo no es lo atrae la mirada del espectador, quien queda cautivado por la parte inferior,
con casas con ventanas iluminadas desde dentro de los edificios sin nada que
revele vida, totalmente inmóvil, fijo, incluso en alguna de las versiones
fueron omitidos los faroles.
Magritte dice respecto de este
cuadro: “lo representado en el cuadro El
imperio de las luces son las cosas cuya idea he tenido, es decir, exactamente,
un paisaje nocturno y un cielo tal como lo vemos en pleno día”[76].
En Las relaciones peligrosas, pintado por Magritte en 1936, la mayoría
de los espectadores experimenta una vaga desazón, pero no podrá precisar a que
se debe sino se hace un análisis detenido de la tela. En el cuadro esta pintada
una mujer desnuda y delante de ella esta pintado un espejo. El espejo en lugar
de reflejar es transparente y lo que se ve a través de él está en una posición inversa a la parte
del cuerpo no enmarcada por el espejo; hay además otras discontinuidades y
peculiaridades: tamaño proporcional de cada cuerpo, posición de las manos,
sombra en la pared, pero ninguna descripción suplanta la eficacia plástica de
Magritte; para darse cuenta del efecto, hay que verlo.
Magritte no aspira a “una representación objetiva de los objetos”, se apropia en cambio
de “cierta ausencia de cualidades plásticas”[77], renuncia a pintar de acuerdo al cliché del espectador,
quiere en cambio vulnerarlo; “así obtengo
unos cuadros en los que la mirada ´tiene que pensar´ de un modo distinto al
habitual...”[78].
Para los estandares de Magritte, un cuadro
suyo es un fracaso cuando confirma la experiencia vivida hasta entonces por el
espectador; sin embargo, si el cuadro en cuestión destruye temporalmente esa
experiencia, ha logrado su objetivo. La paradoja del arte de Magritte y de
sus ideas es que para destruir la experiencia conocida necesitaba utilizar un lenguaje
familiar. Este último parrafo, sobre le pensamiento de Magritte, no se muy
bien como destacarlo, y necesitaría alguna argucia para hacerlo, porque
refleja, del modo más acabado como concibo la experiencia analítica, que podría
explicitarla en la siguiente frase: la introducción de lo negativo, dentro
de lo conocido. Creo que nunca me encontre con un texto, como el de
Magritte, que reflejara tan bien lo que pienso.
Escher es un artista relativamente
inclasificable, y es a la vez un invitado ineludible en este tema de la
relación entre la representación y la cosa, sobre todo en el intento de darle
figuración a lo imposible.
La obra de Escher[79]
es muy amplia; la que en este
punto me atañe es la que produjo después de 1937. A Escher le interesan temas
como la proporción la estructura, la continuidad; trata de dar forma a lo
inefable y pueda ser comunicado con imágenes; ideas que no podían ser
expresadas con palabras pero él si
podía ser figurarlas en un plano; su obra en ese sentido es intelectual, pero
no literaria.
En 1937 pinta Metamorfosis I, en donde ilustra la transformación paulatina de una
pequeña ciudad, primero en unos cubos y luego en una muñeca china. Pero es
después de 1945 cuando nos prueba nuevas posibilidades de la perspectiva, por
ejemplo en Otro mundo (1946), aparece en él un punto que es simultáneamente cenit, nadir y
punto de fuga. Esto toma toda su fuerza en Arriba
abajo (1947)[80] en donde
además de demostrar la relatividad de los puntos de fuga, muestra líneas
paralelas que convergen
En su obra posterior explora posibilidades de representar mundos
imposibles, pero no es la imposibilidad que había pintado Magritte, lo
imposible de Escher es de otra índole: es como algo puede ser cóncavo y convexo
a la vez; como sus figuras en el mismo punto y al mismo tiempo suben y bajan la
escalera; como algo puede estar al mismo tiempo dentro y fuera. En ese sentido
no es un surrealista que pretende encantarnos con espejismos, sino que es un
figurador, en el sentido más lato de mundos imposibles.
El gran
teórico de la noción de “imposible”, en el campo de la literatura y del ensayo
fue Georges Bataille[81], de ellas
extraería buena parte de sus intuiciones para construir la noción de Lo Real
Lacan.
2-20-La representación, un acontecimiento.
Diversas razones hicieron que el
ecuador del arte contemporáneo luego de la segunda guerra mundial se desplazara
de París a New York; los críticos de arte dirán que la abstracción se muda a New York. Entre estas razones hay que contar
la inauguración de la Galería de Peggy Guggenheim sumado a la presencia en New
York de pintores y poetas legendarios que habían huido de Europa a causa de la
guerra, entre ellos Breton, Ernst, Matta, Masson, Mondrian – que estuvo
en New York desde 1940 hasta que falleció en 1944 - lo que permitió a los
jóvenes artistas norteamericanos participar de un ambiente que remedaba al de
París antes de la guerra. Aunque inicialmente fueron las imágenes surrealistas
cargadas de sexualidad y con contenidos ambiguos las que impregnaron la obra de
Willem de Kooning, Motherwell, Pollock y otros, fue el automatismo – de
los surrealistas – lo que marco
el arte norteamericano de la post-guerra. Como una muestra de la
importancia que tenía el automatismo Arshile Gorky refiriéndose a Sin titulo (1944) decía: “en cuanto me sentía preparado para trazar
una línea en un sitio, la trazaba en otro. Y siempre era mejor”[82].
Sin título es una obra difícil y
exigente en la que Gorky comienza a explorar las líneas adelantándose en varios
años a Pollock.
En 1946 el crítico Robert Coates,
en el New Yorker, llamó Expresionismo
abstracto, para referirse a este movimiento y esta palabra término
denominándolo. En 1952 otro crítico, Harold Rosemberg lo llamó Action painting. Más allá de sus
nombres, el Expresionismo Abstracto
norteamericano se liberó del mundo externo de la realidad objetiva,
permitiéndoles explorar en su propia obra lo irracional, lo casual, lo
accidental, dando lugar a la formación de ideas abstractas radicalmente nuevas.
¡Que lejos había quedado la semejanza que anhelaban los clásicos, o la
aspiración a la simultaneidad del cubismo o el futurismo!
Esta
pintura de acción formaba parte de
una experiencia existencial conducente a una lucha por la autocreación; el
lienzo era un escenario en donde se iba a plasmar con la pintura un acontecimiento.
Un hito importante en esta pintura de acción, fue cuando
en el invierno de 1946 Jackson Pollock, figura emblemática del
Expresionismo abstracto norteamericano, empezó a verter gotas y chorros de
esmalte y pintura de aluminio sobre grandes lienzos que extendía en el piso.
Una de sus obras más importantes de esa época es Alquimia (1946), expuesto hoy en el Guggenheim; en ella creó una sensación de movimiento continuo y la
ilusión de un espacio de poca profundidad que se extiende hasta detrás del
plano de la imagen y muchas veces más allá del plano de la composición.
A juicio de J. Rafols[83],
la “Action Painting y la música de
jazz son dos de las aportaciones más importantes que ha dado Norte-América a la
civilización moderna. Es interesante establecer una comparación entre ambas. El
jazz es una música sin proyecto, que se compone al interpretarla, rompe con
todos los esquemas melódicos y sinfónicos, y cada proyecto desarrolla un ritmo
propio; la excitación colectiva de los interpretes enlaza estos ritmos, y más
que una orquesta se trata de un conjunto de solistas” (p. 544). Para los que
amamos el jazz, lo que dice Rafols, resulta particularmente evocativo, al
recordar como Miles Davis, grabó
en abril de 1959 junto a Julian Adderly, John Coltrane, Bill Evans, Wyn Kelly,
Paul Chambers y James Cobb, quizás su placa más famosa, Kind of blue improvisándola y ejecutándola en un solo día; So what, su primer tema en esta placa,
es una de las grabaciones más hipnóticas y memorables de la historia del Jazz,
donde se ve a grandes solistas sin un guión previo explorando un nuevo
territorio.
Rafols[84]
sigue diciendo: “La Action Painting
es pintura sin proyecto
- recordemos[85] como
ejemplo contrapuesto lo que intenta Bergman, no lo que realiza -, es una acción que se desarrolla,
rompe todos los esquemas espaciales y cada color desarrolla su propio ritmo; la
tensión descargada por el artista enlaza los distintos ritmos, y cada color
responde y potencia a los otros... La Action
Painting americana no representa ni expresa ninguna realidad, ni subjetiva,
ni objetiva, sino descarga una tensión que se ha acumulado en el artista. Es
una acción no-proyectada” (p. 544 ) ante un mundo donde casi todo está
proyectado, es una reacción violenta del artista-intelectual contra el
artista-técnico (el diseñador industrial); es la expresión del malestar en una
sociedad del bienestar; Pollock desahoga su ira contra una sociedad
proyectista, haciendo de su pintura una acción
no planeada. Al compás de este movimiento generado por Pollock, surgió la
llamada “generación quemada” (Jack Kerouac; Allen Ginsberg;
William Burroughs; Hibert Selby; Lawrence Ferlinghetti; Gregory Corso), the beat generation, que en el campo de
la literatura expresarían (lo puse en
cursiva por el significado expresivo, que Lyons diferenciaba del referencial)
también este sentimiento de malestar.
En
el seno del Expresionismo abstracto
surgieron dos grupos cuyas obras son definitorias de la época: Uno de ellos
integrado por Willem De Kooning, Franz Kline y Jackson Pollock para quienes el gesto resultaba esencial; el otro
integrado por Barnett Newman, Rothko y Still que utilizaban el color como
metáfora, rechazando los rasgos seductores de la pintura y liberando sus lienzos
de complejas relaciones de color, forma y estructura. Al vaciar sus cuadros de
lo superfluo, conseguían expresar tanto la realidad material de la pintura
abstracta como la realidad incorpórea de lo sublime. Rothko muestra esto
claramente en Sin título N· 18 (1963)
y Sin título, negro sobre gris (1970), ambos expuestos en el Guggenheim de New
York, en ellos se ve la tendencia a reducir el color a su esencia y convertirlo
en volumen, forma, espacio y luz.
2-21-Los orígenes del lugar de la
representación en el proyecto
post-moderno, la representación como instrumento intelectual.
A
partir de la revolución que trajo Marcel Duchamp es donde se puede
ver con mayor nitidez, el hiato entre la representación y la cosa, y como esto
marcó los caminos que tomó el lenguaje plástico.
Es
reconocido que Duchamp es una figura que, en el campo del arte, divide el
tiempo en un antes y un después; es considerado – con justicia - el
verdadero padre del proyecto post-moderno que se inició en los sesenta. Con su
obra, especialmente con sus ready made
dio el puntapié inicial, mucho antes que se presentara en sociedad, a lo que se dio en llamar “la muerte de la pintura de caballete”.
Duchamp ya en 1912, cinco décadas antes de que se condenara a muerte la pintura de caballete, parecía tener
claro que la pintura le interesaba sólo como instrumento intelectual; su fin
era rebasarla, trascender lo que con aguda precisión llamó tantas veces pintura
“retiniana”, es decir subordinada a la representación e interpretación de los
datos perceptivos. Duchamp en rigor, más que interesado en producir una obra
artística, quiere hacer una reflexión sobre el hecho artístico; esta reflexión
la provoca a través de un gesto, como el que realiza cuando pone la rueda de
bicicleta sobre un cubo.
Es
importante darse cuenta del cambio de énfasis que hay entre los plásticos de la
abstracción como Mondrian, Malevich o Kandinsky, quienes procuran una
meditación sobre la representación, descentrándola de la percepción, pero que
sigue siendo una meditación sobre la representación, de lo que propone Duchamp.
Duchamp no está interesado en seguir cavilando sobre la representación; él
quiere poner la mirada sobre el
hecho artístico en sí mismo y no en el producto del arte.
Este
cambio de actitud, y de objeto, también es evidente en Joseph Beuys. Joseph
Beuys, uno de los más importantes creadores del siglo XX, algunas décadas
después, aunque escribió en una tela, a la que llamó una Action tool en 1964: DAS SCHWEIGEN VON MARCEL DUCHAMP WIRD
ÜBERBEWERTET - el silencio de
Marcel Duchamp se ha sobreestimado -, siguió sus pasos; incluso le rindió
innumerables homenajes realizando “apropiaciones” de obras de Duchamp, como por
ejemplo la bañera, a la que titulo sin título en 1960, que recuerda el urinario
de Duchamp. Beuys, estaba preocupado por realizar “intervenciones”. Fue
un artista comprometido, consagró su vida a la difusión de sus convicciones;
realizó “intervenciones,” entre 1963 y 1985 llevó a cabo más de treinta acciones,
sin contar sus infatigables intervenciones en entrevistas y debates que tenían
como fin la introducción de prácticas políticas en las que se dieran formas de
democracia directa y también expresaran sus preocupaciones ecológicas,
cambiando de este modo los habituales confines del arte, formulando el dictum:
“Everyone is an artist”. Esta frase de Beuys, va a mi gusto en la misma línea
del gesto de Duchamp con los ready made.
Joseph
Beuys, es un artista sumamente interesante, si bien participó en el espíritu de
Fluxus, su postura fue muy distinta a
la de los otros integrantes del fenómeno Fluxus. Su actitud, como se
desprende de lo decía más arriba iba en la dirección contraria a la de George
Maciunas quien se auto-proclamó jefe coordinador de Fluxus. Es claro el
contraste entre Bueys, artista comprometido, e interesado en “intervenciones”
que modificaran la posición de la gente ante la política y Maciunas que
caracterizaba el movimiento Fluxus
como “arte-diversión que debe ser simple, entretenido y sin
pretensiones, tratar de temas triviales, sin necesidad de dominar técnicas
especiales ni realizar múltiples ensayos y sin aspirar a tener ningún valor
comercial o institucional”.
Beuys se servía de los medios de comunicación como vehículo
de difusión de su concepto de “escultura social”. En junio de 1977, con motivo
de la inauguración de la Documenta de Kassel VI, se le ofreció la oportunidad
de hacer uso del medio televisivo
con total libertad durante una retransmisión en directo vía satélite y decidió
simplemente pronunciar un
discurso, con el objetivo de propagar su concepto del “arte extenso”, que
sobrepasaría el mero fin estético y englobara todos los ámbitos de la vida.
Una obra paradigmática de la postura de
Bueys son los 7000 trozos de basalto que deposito en 1982, en la Friedrichplatz
en Kassel, a raíz de la siguiente Documenta de Kassel, la “Documenta de Kassel
VII”, llamándola 7000 oaks. Bueys entregaba un trozo de basalto a
cada persona que se comprometiera a plantar un roble.
Algunos
de los bloques de basalto se
pueden ver al pie de los robles plantados en la vereda de la Dia Center de la
Dia Foundation en New York. Estas intervenciones, obviamente se alejaban del
sentido descriptivo, e incluso expresivo, intentando en cambio en ellas una
acción que involucraran a los otros.
Retomando
a Marcel Duchamp, es evidente
mirado desde hoy, que su inicial pintura cubista, dadaísta y futurista eran
tanteos y trabajos preparatorios del Gran
Vidrio, que centró toda su atención entre 1913 y 1923, a la que llamó La marée mise à un par ses célibataires,
même (La novia desnudada por sus solteros, incluso). La impresión que se
tiene al ver el Gran vidrio, hoy en
día expuesto en el Philadelphia
Museum of Art es impactante por lo enigmática[86].
Se trata, en parte, de una pintura sobre vidrio y, en parte, de una máquina
fantástica cuyos mecanismos
obedecen a una lógica subvertida y paródica: un grupo de nueve
arquetipos masculinos – “moldes málicos” los llama Duchamp –
provoca, a través de estrambóticos mecanismos en los que intervienen un trineo
y un molinillo de chocolate, la caída del vestido de un extraño ente maquinal y
femenino – la novia -, en el que el proceso suscita una inescrutable
alteración lúbrica y bulliciosa. Obviamente la máquina no produce nada, y la
cómica desproporción entre semejante despliegue y tan magros resultados forma
parte de su significado. La obra,
además, no es exactamente la máquina, sino una improbable representación de la
misma: por ejemplo, de los nueve tiros de los solteros – uno de los
elementos que aparecen en el Gran vidrio
-, Duchamp dijo que eran la proyección de los puntos de un cuerpo en tres
dimensiones. Algunos críticos han sugerido que el Gran vidrio vendría a ser como los esquemas explicativos que
acompañan a las instrucciones de uso de máquinas. Duchamp tuvo el proyecto de
acompañarlo de algún tipo de texto “de literatura” lo más amorfo posible; ambos
debían completarse “y sobre todo, impedirse mutuamente la posibilidad de cobrar
una forma estética-plástica-literaria.
El
Gran vidrio es así un artilugio humorístico, pero también una reflexión sobre
el erotismo, el conocimiento y el espacio n-dimensional. Para apreciarlo hay
que tener en cuenta que la transparencia permite que dos acciones se solapen, o
que convivan interpretaciones y caminos aparentemente excluyentes. El Gran
vidrio es una obra inacabada; la in-conclusión forma parte de su naturaleza y
descarta toda interpretación concluyente.
Dentro
del papel que jugo Duchamp, en este desarraigo entre la representación y la
cosa son centrales, como ya anticipé, sus ready made. Con ellos utiliza críticamente en el dominio
artístico objetos de uso común, activando con él significados insólitos. Un ejemplo privilegiado de ellos es el
urinario, que con el nombre Fuente,
presentó en los independientes neoyorquinos en 1917. La intervención del artista es meramente
intelectual, el objeto ya está hecho.
La
representación de la mano de Duchamp o de Bueys no tiene un mero fin
comunicativo, ellos quieren con lo que producen, con los “ready mades” o las “intervenciones” provocar sentimientos, actitudes en la
mente de su público.
Lo
que se produjo después del sesenta, reconoce una fuerte deuda con Duchamp. Lo
que se creó a partir de la “muerte de la pintura”, es todavía fuente de
meditación y conceptualización en el campo teórico de las artes plásticas; se
pueden recortar algunos movimientos, algunas personas, algunas producciones en
las que se acentúa la desaparición el “significado referencial”. Por ejemplo en la obra de Daniel Dezeuse, activo miembro del
colectivo “soporte y superficie” se
pide una reflexión innovadora no sólo sobre el objeto del arte, sino en aquello
que da soporte al objeto artístico. Dezeuse aventura una reflexión muy
interesante no sobre la producción pictórica, sino sobre lo que en esta se
apoya; Chasis plastic tendu (Streched plastic on chasis)[87],
un armazón de madera, que corresponde a una tela, sólo recubierto con un
plástico transparente, es ejemplar respecto de lo que Daniel Dezeuse quiere
hacer meditar. Esto también puede catarse en la obra de Daniel Buren, Mosset,
Parmentier o Toroni del colectivo
BMPT, otro de los muchos movimientos surgidos al calor del mayo del 68
parisino. La serie de columnas rayados de distinta altura que hizo Daniel Buren
para el patio del Palais Royal en París, o la Cabane éclate N 6 expuesta (1986),
también de Buren, en el Pompidou, contrastan con la escultura pre-revolución-de-los-sesenta.
Tenemos que advertir, para entender lo
que significó lo que vino después de los sesenta, que aunque había propuestas
distintas en las esculturas que hicieron Henry Moore, Picasso cuando modela,
Brancusi o Giacometti - y que es indudable que cada uno de ellos introdujo perspectivas renovadoras que
produjeron nuevos y distintos significados -, la innovación que trajeron las
vanguardias post-sesenta es de otro orden, no es una nueva figuración o una
nueva modalidad de la abstracción. En el “minimalismo”,
en el “arte de la povera”, o en el “arte conceptual”, en el “Land art”, entre otros, intentan otra
cosa y esto incluso fue mucho más drástico con la aparición del “Happening” o en movimientos como “Fluxus”..
Es
interesante en este punto, para advertir el viraje que en ese momento se
produce, lo que dice Donald Judd, uno
de los mejores escultores que produjo el minimalismo; Donald Judd
expresando el punto de vista de este movimiento plástico – de los
más interesantes movimientos post-sesenta -, afirma que “el objeto específico
tiene la capacidad de no decir nada y, por lo tanto, de ser insignificante (la cursiva es mía). En
otro texto de Judd, este artista afirma que “la popular dicotomía que se
establece entre pensamiento y sentimiento no aporta información alguna y
ocasiona muchos problemas. No existe una clara división. Los sentimientos son
inteligentes porque han desarrollado a través del pensamiento y el pensamiento
se siente porque se ha simplificado, recordado y creído a través del
sentimiento.”
En la misma línea el “arte de la povera”[88]
renuncia a objetos iconográficos, rechaza tanto los procesos narrativos de las
tendencias de la imagen como los fenómenos perceptivos del neo-constructivismo;
reduce en ocasiones la actividad humana a fenómenos de simple amontonamiento de
materiales, o a una reflexión con materiales pobres sobre ciertos
conceptos.
Esta
ausencia de “significado referencial” toma ribetes aún más radicales en el
“arte conceptual”, en tanto agrupa una serie de prácticas y manifestaciones que
han conllevado un desplazamiento del objeto hacia la idea; Joseph Kosuth[89],
exponente muy prestigioso del arte conceptual, ha acentuado la eliminación del objeto, y le ha otorgado una
primacía casi absoluta a la idea sobre la realización. En esta prioridad de la
idea proclama la construcción teórica como la única obra de arte, y en ese
sentido investiga como el lenguaje puede ser usado como material artístico,
abogando por una separación radical entre percepción y concepto.
2-22-La representación en las
neovanguardias después de los ochenta: la pintura muerta todavía goza de algo
de salud.
Es
importante dentro de estos hitos que estoy tratando de marcar que se reabrió
con las neo-vanguardias
luego de los ochenta la cuestión de la muerte de la pintura.
Beuys,
a contrapelo de las neo-vanguardias de los ochenta, quizás fue el último
utópico del arte contemporáneo, al menos hasta fines del siglo XX. Su
pensamiento visionario reflejó un idealismo imperturbable. Profetizaba un
futuro determinado por la sensibilidad artística.
Luego
de los ochenta, convivieron con los nuevos medios de expresión, el cine, el
video, y la perfomance, con una nueva generación de pintores, sin que sea
posible todavía definir tendencias. Los críticos tienden a destacar personas,
sin describir algún movimiento más
o menos hegemónico.
Entre
los personajes que se destacan en estas neo-vanguardias está Baselitz, un
pionero de la pintura gestual alemana, ya en 1961 publicó un manifiesto Pandamonium en donde se rebelaba frente a una abstracción, que era
para su gusto estéril. En esta época pintó telas provocativas, con un estilo
semirrealista expresivo, intentando además satirizar el orgullo y el
puritanismo de los alemanes del “milagro económico”, con La gran noche encendida (1961), una representación grotesca y
deformada de un adolescente con una cabeza enorme y un pene monumental, que en
su momento fue confiscada por la policía, y sólo fue devuelta dos años después,
gracias a un largo proceso judicial. Hoy se exhibe en el Museo Ludwig de Köln[90].
Uno
de los artistas más interesantes
de estas últimas décadas es Anselm Kiefer. Su obra, en sus palabras “es
un proceso de dar vueltas y más vueltas a algo inexpresable, alrededor de un
agujero negro o un cráter cuyo centro no se deja penetrar. Y uno utiliza estas
cosas como tema; tienen meramente el carácter de guijarros al pie del cráter; constituyen
un círculo a partir del cual uno espera irse acercando más al centro”. Su obra
es inmensa, dominada por la piedad, el arrepentimiento, junto al poder del mito
y de lo irracional. Kiefer es un aguijón clavado en la conciencia alemana,
instándolos a una reflexión sobre el pasado.
Sin
embargo, no es este espíritu piadoso, como el de Kiefer, inclinado a la
retrospección histórica el que ha dominado la representación plástica de los
últimos años. Como ejemplo de líneas contrapuestas a lo de Kiefer, en el Arte Cifra italiano predomina una
afirmación del sentimiento
subjetivo, un desagrado por el excesivo intelecto y un rechazo de un estilo
consistente; el eclecticismo pasa a ser un principio; el mensaje moral del arte de la povera se considera represivo
o masoquista; la experiencia interior y una interpretación subjetiva de la
historia se convierten en el tema central de la transvanguardia. Francesco Clemente es un buen exponente de este
espíritu, respondiendo ante el entorno que contamina al artista no de un modo
riguroso sino con una imaginería de una naturaleza altamente personal y
enigmática. Clemente dice respecto de su actitud: “como todo en la naturaleza,
la cultura se basa en la diversidad. Soy un partisano de la diversidad”. En Cuadro sin título (1984), a juicio de
Ingo Walter “no busca conectar con el mundo exterior; más bien refleja las
realidades interiores del artista”.
Esto
último altamente individualista, desprovisto de utopías refleja lo que se ha
dado en llamar espíritu
post-moderno.
2-23-La
no-cohesión entre la representación y la cosa no siguió un camino lineal
He ido mostrando hasta aquí como desde el
renacimiento fue perdiendo cohesión la relación entre la representación y la
cosa; pero esta no-cohesión entre
la representación y la cosa no siguió un camino lineal. Dejando de lado los
ejemplos más dramáticos - el realismo
socialista impuesto por el estalinismo por vía del Primer Congreso de Escritores socialistas de 1934, o la persecución y destrucción que se hizo
del arte abstracto, calificándolo de arte
degenerado en el Tercer Reich -, recordemos como ejemplos de un camino
inverso, algunos de los temas a los que se refieren algunos de los burlones
relatos de Umberto Ecco; por ejemplo los
deliciosos ensayos periodísticos, redactados a finales de los setenta,
recopilados en “La estrategia de la ilusión” (1977). En esos escritos, Ecco,
con fina ironía, abordaba el hiperrealismo, en especial la obsesión que tenía – a su juicio - el
norteamericano medio por el realismo. Para abundar sobre estas cuestiones, Ecco
comentaba, en uno de esos textos, las impresiones que le habían dejado los
hologramas luego de sus visitas a la Escuela de Holografía de Nueva York y al
Museo de la Brujería de San Francisco. Los hologramas eran en ese momento
relativamente novedosos. Ecco decía, a propósito de ellos, que “para que una
reevocación sea creíble, tiene que ser absolutamente icónica, una copia
verosímil, ilusoriamente verdadera, de
una realidad representada”. Incluso para ser connotadas como verdaderas esas cosas debían parecer verdaderas. El todo verdadero si bien padece de una irrealidad absoluta se ofrece
como presencia real, aspira a ser la cosa y abolir la diferencia de la
remisión. En la ilusión creada por el
hiperrealismo desaparecía la idea de que es una imagen necesariamente deformada, se la suponía
en cambio, un calco, un doble perfecto, más aún no es que reproduce, no remite,
es.
Los
jóvenes turcos de Cahiers du Cinéma
en cambio, siguiendo otro camino, abrieron todavía más la brecha entre la
representación y la cosa cuando abandonaron la crítica cinematográfica y
desembarcaron en aquella aventura que se dio en llamar la Nouvelle Vague. Ellos propusieron una ruptura narrativa en el cine;
esta nueva ola en el cine, no
reproducía “naturalmente” lo que representaba. Siguiendo los pasos del
neorrealismo italiano, dice Gilles
Deleuze (1985) - los jóvenes de la Nouvelle
Vague -, intentaban expresar “una nueva forma de la realidad, dispersiva,
elíptica, errante u oscilante, que operaba por bloques y con nexos
deliberadamente débiles y acontecimientos flotantes... En vez de representar un
real ya descifrado, ellos, al igual que el neorrealismo italiano, apuntaban a
un real a descifrar”. Pero éste no era el nudo del problema, ellos además no quisieron hacer el “cine transparente”, con tradición
en Hollywood. En el llamado “cine transparente”, se había pretendido un
“naturalismo”, un verismo, una ilusión de realidad, en el que se
disimulaba la presencia de un director, de una edición, de un estudio que
contrastaba claramente con lo que Jean Luc Godard intentó con genialidad desde
“Sin aliento”. En este nuevo cine se había perdido la pretendida transparencia,
se perdía la ilusión de que lo
filmado coincidía con los hechos, no los reproducía icónicamente.
Si
la Nouvelle Vague fue innovadora es,
entre otras cosas, porque cuestionó la ilusión
icónica de la representación; cuestionó la ilusión
a la que inercialmente tiende la mirada humana, alérgica a soportar opacidades,
discontinuidades o faltas de sentido. Soportarlas permite pensarlas, un logro
simbólico que presupone un notable esfuerzo emocional: soportar la claudicación
de la ilusión. Soportar una mirada
como la que proponen los cineastas de la Nouvelle Vague implica que la realidad
representada no es la realidad; ver la
realidad es del orden de la ilusión.
Retomando lo que más arriba citaba de Ecco, ver la realidad, es lo que
– ilusoriamente - nos
proponen también los medios globalizados de información a fines del siglo XX y
en los comienzos del XXI. Un ejemplo privilegiado de ello es la CNN, quien nos
muestra imágenes filmadas en tiempo real en donde “vemos lo que está
sucediendo”. Este “ver lo que está sucediendo” tuvo una suerte de nacimiento con la “guerra del golfo”, y
más recientemente asistimos, en vivo y en
directo, al horror de los
atentados que destruyeron las Twin Towers en New
York y parte del Pentágono en Washington el martes 11 de septiembre del 2001.
Ian McEwan – uno de los más sutiles novelistas ingleses
post Bloomsbury – escribió en Radar[91]
una nota luego de los atentados, algunos de cuyos párrafos quiero reproducir
porque aluden a lo que vemos y que no vemos. McEwan decía en ella que si bien
“Hollywood ha estado imaginando esta clase de eventos desde hace décadas en sus
peores películas... Nada pudo prepararnos para esto”. Según McEwan “lo más aterrador fue lo que no pudimos ver.
Vimos los edificios, el avión, el horrible impacto, el hongo de polvo comiéndose
las calles. Pero quedó para nuestra imaginación el terror humano dentro de la
aeronave, en los pasillos y en los ascensores de los edificios, o en las calles
cuando las torres se derrumbaron sobre la multitud mañanera y los equipos de
rescate. Testigos oculares hablaban de oficinistas saltando de altura
espeluznantes, pero no lo vimos, no por lo menos hasta horas después. Los
gritos, el heroísmo y el pánico... Los griegos, en sus tragedias, sabiamente
mantenían los peores momentos fuera de la escena. De ahí la palabra: obsceno.
Esto fue una obscenidad. Veíamos la muerte a una escala increíble, pero no
vimos morir a nadie. La pesadilla era para nuestra imaginación. El horror
estaba a la distancia”.
Ian McEwan describe la insuficiencia de estas imágenes para
“ver lo que sucedía”, hay algo infigurable en lo que ocurre. Algo similar
describe Jorge Semprún en “La escritura o la vida” sobre su experiencia en Buchenwald, que le era
imposible semantizar.
2-24-¿Vemos
lo que no vemos? ¿Es posible representar lo que no vemos?
¿Vemos lo que no vemos? No es un problema
menor para cualquier reflexión sobre este tema. Heinz von Foerster en su
artículo “Visión y conocimiento: disfunciones de segundo orden”[92],
nos enseña que en la visión monocular hay
un punto ciego, el que corresponde a lo que debiera ser visto con los
receptores que tendrían que estar
ubicados en la salida del nervio óptico. Foerster enfatiza que no sólo no vemos
esto que no vemos, sino que además no vemos que no vemos. Llama a esto una
disfunción de segundo orden. Foerster correlaciona estos con los diferentes
niveles de lenguaje como estos
permiten acceder a distintas visiones del mundo, Foerster diría más
enfáticamente distintos mundos. La realidad es entonces una construcción del
lenguaje que nos permite acceder a un mundo no accesible por los órganos de los
sentidos. Lo teorizado por Foerster da un mazaso a la pretensión de semejanza
dada por la percepción.
2-25-La razón, una representación del orden
También, no podía ser de otro
modo, con el cambio en la representación se da una diferente concepción de la ratio, y en consecuencia cambia la
noción de locura. Este cambio guarda un estrecho parentesco con las condiciones
en que se ha reflexionado sobre las relaciones de semejanza o de equivalencia
entre las cosas que fundamentan y justifican las palabras. Schorske[93]
en este punto se pregunta: “¿a partir de que a priori histórico ha sido posible definir el gran tablero de las
identidades claras y distintas que se establece sobre el fondo revuelto,
indefinido, sin rostro, y como indiferente, de las diferencias?” (p. 9). Si la ratio es el orden, la locura es lo que
debe excluirse - si es interior y extraño
tomando la forma de peligro interior -, o encerrarse – para
reducir su alteridad -, es entonces lo disperso y debe distinguirse de lo que
puede recogerse en identidades. Reparemos que en estos desgarrones en el orden
de las cosas, en las identidades, han nacido las “quimeras de los nuevos
humanismos”. Esta reflexión del hombre sobre si mismo, es según Foucault, “una
invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos” y nos advierte que
probablemente “desaparecerá cuando este pliegue, este desgarrón “encuentre una
nueva forma”.
2-26-La representación del
arte de fines del siglo XX y el espectador medio.
Hace un tiempo cayó en mis manos un
pequeño libro que llevaba por título A la
zaga, Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX de Eric Hobsbawm
[94],
en el que este historiador inglés discute el papel que tuvieron las artes
visuales durante el pasado siglo (en el ya pasado siglo XX) en el modo de
pensar de la humanidad. La línea de pensamiento de Hobsbawm en esta cuestión,
sigue las trazas que tiempo atrás había empezado a marcar acerca del tema
Walter Benjamín, sobre la obra unica y
la obra múltiple que se podía reproducir mecánicamente.
Muchos de los argumentos de Hobsbawm
ya los conocía, los había leído en su Historia
del siglo XX, o por haber hojeado
previamente lo de Benjamín, pero igual me sacudieron. Tengo gran admiración y respeto por Hobsbawm, aunque no estoy
seguro de compartir su pesimismo sobre el papel de las vanguardias artísticas
en las cambiantes Weltanshuung. Hobsbawm afirma que las vanguardias
suponían que los viejos modos de mirar el mundo eran inadecuados y que debían
encontrarse nuevos, que el arte
tendría un primordial papel en esta producción, que a su vez permitirían
aprehenderlo de nuevas maneras.
Hobsbawm opina que el sueño de las
vanguardias fracasó y que su fracaso viene de lejos, por lo menos desde el
abandonó del proyecto de repensar el arte revolucionariamente que abarcó el
período que va de 1905 a 1960, dentro del marco de la pintura de caballete; a
su juicio las vanguardias
posteriores “olían a muerte inminente”.
Esta opinión de Hobsbawm va a
contrapelo de afirmaciones como las que en su momento sostenían los paladines
de la modernidad, que el “arte es una
expresión de los tiempos”[95]
o que “cada época necesita su arte, el Arte necesita libertad”[96],
frase que fue el “grito de guerra” de la Secesión
vienesa. La modernidad pretendía libertad para que los artistas pudieran
hacer lo que quisieran y no necesariamente lo que querían los demás, suponían
que con esta libertad serían la vanguardia
que crearía nuevas formas de figuración. Uno de los objetivos del arte del
siglo XX, fue lograr formas de abstracción
que superasen las previas. Sin embargo para Hobsbawm en tanto el siglo XX era
esencialmente una máquina, los
intentos de crear representaciones acordes con él no pudieron hacerlo por una
incapacidad del instrumento. Esta insuficiencia, a juicio de este historiador,
residía en que la obra plástica era una obra única, en una época en la
que cuenta la repetición, la producción en serie. Esta dificultad no la
han tenido, a su juicio, ni la literatura, ni las artes escénicas, que sí
cuentan con la posibilidad de reproducirse. Evidentemente a Hobsbawm no lo
convencen ni los intentos de
seriación de Andy Warhol, o la repetición a la que tanto acudió el minimalismo.
El modo en que Hobsbawm termina su razonamiento es
implacable, afirma que “la verdadera revolución en el arte del siglo XX no la
llevaron a cabo las vanguardias del modernismo, sino que se dio fuera del
ámbito de lo que se reconoce como arte. Esa revolución fue obra – a su
juicio - de la lógica combinada de la tecnología y el mercado de masas...
(sigue diciendo Hobsbawm) El guernica de Picasso es, como obra de arte,
incomparablemente más impresionante que Lo
que el viento se llevó, de Selznuck, pero desde un punto de vista técnico
ésta obra es más revolucionaria; los dibujos de Disney, bien que inferiores a
la austera belleza de Mondrian, fueron más revolucionarios que la pintura al
óleo y más eficaces para transmitir el mensaje que querían... una cámara sobre
raíles puede comunicar mejor la sensación de velocidad que un lienzo futurista
de Balla” (ibid, p. 34-36).
Pienso que lo que postula Hobsbawm
es algo a tener en cuenta, y que lo que dice toca un punto de verdad; es
evidente que las representaciones, los niveles de abstracción y sofisticación
que han creado las vanguardias, no
se han visto acompañadas de modificaciones masivas en los puntos de vista de la
gente, como lo esperaba Hilda Rebay cuando vaticinaba que el arte no-objetivo
sería la religión del futuro. Pero también me parece que hay que discutir
tomando un ejemplo que podría haber traido Hobsbawm, si la difusión que intenta
Walt Disney en su film Fantasía, mostrandonós simultáneamente con la
música, una narración en imágenes del Aprendiz
de brujo de Paul Dukas no produce
un efecto, en donde la abstracción implícita en esta pieza musical se pierde y
el espectador queda atrapado por una imagen simplificadora.
***
Con el fin de añadir más elementos a
la discusión que traía Eric Hobsbawm relataré tres experiencias que tuve. El agregado de mi observación
personal en el tema es un intento de reflejar qué ocurre con la visión del
espectador medio que va a un museo de arte contemporáneo. Este añadido no
pretende dirimir la cuestión sobre el papel del arte contemporáneo en las
cambiantes Weltanshauung, sino sólo
arrimar un grano de arena en el problema singular que abordo desde una mirada
no especializada, la relación o
no-relación entre la representación y la cosa, o dicho de otro modo cuánto
representa la representación o cuánto se expulsa de la representación.
***
En el invierno europeo del 2001,
mientras estaba unos días en Londres, fui a ver en la Hayward Gallery, dentro
del South Bank Centre, la exposición: ¡Warte Mal! Prostitution After
the Velvet Revolutión, una
serie de materiales fotográficos, filmaciones, reportajes filmados realizados
por la sueca Ann-Sofi Sidén en la ruta que va de Dresden a Praga.
La exposición tenía para mí el
atractivo adicional que yo había hecho ese recorrido en auto – de Praga a
Dresden – unos años antes, después de la caida del muro de Berlín.
Dos palabras sobre el estado de
ánimo que tenía cuando hice ese viaje. Venía junto a mi mujer, desde Praga, y habíamos parado en el camino
en la ciudad de Teresin, en sus vecindades está el campo de concentración
modelo que construyeron los nazis para
ostentar ante los organismos internacionales – en especial la Cruz
Roja – lo bien que atendían a los que allí recluían. La historia del
“buen trato que se brindaba en ese campo” es una de las más aberrantes y
cínicas que acaecieron durante los horrores de la segunda guerra mundial; la
propaganda nazi, que aseguraba que
- en este campo - se trataría con dignidad y cortesía a los internados resultó tan convincente,
que el anecdotario cuenta, que hubo gente que pagó para residir allí. Sin embargo
esta parodia, no se sostuvo y todos los habitantes de este “campo de
concentración modelo” fueron exterminados en 1944. En el museo que está en el
cementerio judio en la ciudad vieja de Praga, se exhiben los dibujos de los
chicos que vivían en Teresin antes de ser asesinados.
Venía además muy impresionado por la
belleza de Praga, y por los nuevos aires que se respiraban en la República Checa luego de la Revolución
de Terciopelo (the Velvet Revolutión), aunque quedaban “restos” del
periodo stalinista y de la ocupación nazi.
Personalmente le tenía, le tengo,
mucha simpatía a Vaclac Havel, el presidente de la República Checa, no sólo por
haber orientado la Velvet
Revolutión, sino también por su progresista actividad política, a lo que se
sumaba su calidad intelectual, había disfrutado mucho su obra escrita, pero
también tenía el sabor amargo de presenciar los “restos” que había dejado el
stalinismo y los que había producido la glamorosa Revolución de Terciopelo.
Luego de dejar Teresín, cerca de la
frontera alemana, el camino es excepcionalmente hermoso, transcurre entre
montañas boscosas, que en esa época del año estaban totalmente nevadas, lo que
le daba al paisaje un aspecto aún más agradable, nuevamente nos reencontrábamos
con la armonía y la belleza. De pronto, a los costados del camino, cada
cincuenta metros, empezaron a aparecer pequeñas construcciones que cuando las
vimos desde lejos, presumimos que eran vendedores de productos del lugar lo que
a nuestro juicio le agregaba glamour al entorno. Al acercarnos, se veía
otra cosa, al lado de estas pequeñas casitas, paradas en medio de la nieve,
semidesnudas estaban prostitutas ofreciéndose. El espectáculo era dantesco,
viejas, jóvenes, con varios grados bajo cero, estaban ahí paradas en medio de
la nieve, casi sin ropa.
Ann-Sofi Sidén, en
su muestra exhibia a través de films, lo que nosotros habíamos visto en la ruta
y además otras tomadas en un pueblo, Dubi, lugar de alta concentración de
burdeles y bares donde se ofrece la prostitución. Las filmaciones de Sidén que
se exhibían en pequeños boxes, incluían reportajes a las prostitutas, los
dueños y dueñas de los bares y prostíbulos, los visitantes de esos lugares, y
en pantallas más grandes se agregaban escenas que transcurrían en Dubi y en la ruta próxima a la
frontera alemana.
Lo documentado por Ann-Sofi Sidén,
es uno de los “restos” que dejó la “racionalidad” que advino con la Revolución
de Terciopelo y,... la Comunidad Europea. Dubi y ese trozo de ruta es uno de
esos depósitos basurero - de los que habla Kaës en el pacto denegativo
-, no sólo de la República Checa sino de la Comunidad Europea. Son los
ciudadanos comunitarios los consumidores de este mundo sórdido filmado por Sidén. Este depósito
basurero está afuera, afuera de la Comunidad y afuera de la culta y
refinada Praga. No intento hacer comparaciones de los diversos horrores, si
unos son más horrorosos que los otros, ¡son todos horrorosos!; cada época
histórica tiene sus basureros, sus “restos” y cada sociedad y cada individuo
tiene que hacerse cargo de ellos. Ann-Sofi Sidén tuvo el coraje y el ingenio
para que ese basurero, sea incorporado a la reflexión de la ilustrada,
elegante y distinguida comunidad.
La obra de Sidén provoca
interrogantes acerca de la naturaleza de la obra de arte. Si bien Degas,
Tolouse-Lautrec, Picasso o Dubuffet entre otros han pintado prostitutas lo de
Anne-sofi Sidén es otra cosa, documenta un basurero. Que lo que Sidén
produce pueda transformarse en una “obra de arte”, y sea expuesta en la Hayward
Gallery me pareció un gesto de madurez de esa sociedad; con la exposición de
Sidén, hay un intento de mirarse a sí misma, y mirar lo destinado a no ser
mirado.
***
En febrero de 1998, seis meses luego
de su inauguración visité el Museo Guggenheim de Bilbao. Tengo un relativo
tránsito por los museos de arte contemporáneo, pero en el Guggenheim de Bilbao
tuve un sentimiento que antes no había
experimentado, quizás por la conjunción brindada por la espléndida arquitectura del edificio diseñado por Frank Gehry, junto al tan amplio
panorama de la producción de fines de siglo XX que había en su interior, con el
agregado del efecto que tenía sobre el público que asistía.
Lo que estaba expuesto en el Museo
era deslumbrante, apenas uno entraba se encontraba con una pared virtual, un
holograma por el que bajaban desde
el techo una catarata de frases de Jenny Holzer, textos por cierto muy
inteligentes y sugerentes de esta artista conceptual. Caminando unos pasos se veía en una gran sala dos inmensas
chapas de hierro puestas en paralelo sobre el piso, La serpiente de Richard Serra, que invitaban a que uno transitara
en el estrecho pasadizo que dejaban
entre ellas; sobre una de las paredes una serie de cubos de cobre
sólido, relucientes, con acabado de espejo, impecablemente iguales de Donald
Judd; en otra de las paredes una serie de cinturones colgados, uno de ellos con
un tubo de luz muy atractivo, también de Richard Serra; pasando las chapas de
Serra, un enorme cortaplumas rojo con
remos a los costados que se movían coordinadamente con las hojas de la
navaja, La barca navaja (The knife
ship) de Oldemburg, Van Bruggen y Gehry; a un costado una habitación despojada,
que tenía en su fondo tres tubos fluorescentes (The nominal three) de Dan Flavin; en otro costado, en el suelo, un
cuadrado de planchas de acero de Carl André, La compuerta de acero de la
Haya y también un círculo de piedras (Chalk
circle) de Richard Long; una de las paredes era un Wall Drawing de
Sol LeWitt con todas las combinaciones bipartitas de arcos azules, que iban
desde las esquinas a los costados y líneas azules rectas, no rectas y cortadas
(Wall Drawing # 146); en el medio un
iglú de Mario Merz, la Ciudad irreal, mil
novecientos ochenta y nueve; más allá
la Expansión expandida (Explaned Expansion) de Eva Hesse; en una
habitación lateral El pasillo de dos ventiladores (Two Fans Corridor) de
Bruce Nauman; unos pasos más allá
oleos de Robert Ryman (Impex) y una tela con acrílicos y lápices negros y rojos sobre
lienzo de Robert Mangold; encima de una mesa había una serie de botellones muy
bellos de Tony Cragg; en los rincones instalaciones. En el primer piso unas
inmensas y conmovedoras telas de Amsel Kiefer y en los pisos superiores buena
parte de la exposición permanente del Guggenheim de New York que en esos días
estaba cerrado porque estaban preparando una mega-exposición sobre China. En
fin lo más granado del arte de las últimas décadas, mucho de esto ya lo había
visto, pero todo junto, y en ese ámbito sentía que tenía la prerrogativa de ser
un espectador privilegiado de esta “platea de la humanidad”[97], pero eso no era todo, a esta muestra maravillosa se aunaba la
presencia del público, lo que constituía un espectáculo en sí mismo.
Fui en una tarde soleada de febrero,
en medio de la semana y era evidente que había alguna franquicia para los
jubilados bilbaínos. Era conmovedor como estos viejos vascos con manos callosas
y rostros en los que se adivinaba una vida de duro trabajo, iban a ver que era
eso que habían instalado en su ciudad, ¿qué era ese edificio tan raro, tan
atípico para los estándares habituales de los edificios de Bilbao a los que
ellos estaban acostumbrados?.
El aspecto del Guggenheim era
impactante: un edificio construido con titanio, vidrio y acero que uno divisaba
desde lejos, al acercarse se veía el sol reflejándose en sus paredes exteriores
redondeadas, era en verdad una estampa impresionante; completando el cuadro un
inmenso y hermoso perro de cuatro metros de alto, tapizado con flores,
instalado en el lugar de acceso al museo, con el que uno se tropezaba y
deleitaba antes de entrar.
Mientras transitaba por el museo
caminaba delante mío una pareja mayor, con aspecto de muy
buena gente, yo tenía la impresión que era una de las primeras veces que entraban
a un museo; se los veía caminar
con unción religiosa, estaban desconcertados, perdidos ante instalaciones que
no entendían, cubos repetidos que parecían salidos de una fábrica, unas piedras en el piso,
pasadizos que hacían pensar más que en un museo en un parque de diversiones.
Iban de sorpresa en sorpresa, se miraban entre ellos, nos miraban a nosotros, a
los otros espectadores para ver si en sus caras encontraban alguna clave de eso
que se decía que era importante pero que a sus ojos era incomprensible, y hasta
en algunos momentos ridículo; cuando entraron a una habitación vacía en la que
tan sólo había tres tubos fluorescentes, dos en las esquinas y uno en el medio
de la pared, tuvieron un angustiado ataque de risa. La escena por momentos era
patética.
Sin embargo, esto que podría configurar
una experiencia traumática, tengo la presunción que a poco andar se
transformaba en algo tan ajeno a ellos, que una vez traspuesto el umbral de
salida del museo sería, lo visto adentro, parte de un afuera indiferente; sería
un afuera del afuera, seguramente lo descartarían y no volverían más por ese
extraño lugar. Yo pensaba que no tenían la menor posibilidad de engranar con lo
que ocurría dentro del Museo en lo que Witggenstein llama un mismo juego de
lenguaje. Estas personas, imaginaba que quizás nunca habían ido al Prado; si
hubiesen ido, aunque no se emocionaran con el fusilamiento de 1812 de Goya, e
incluso no les pareciera atractiva
su pintura negra, sentirían que la obra de Goya era parte del arte y
pensarían que hay en ella una buena artesanía; pero ante esto del Guggenheim
suponía que dirían ¡no se que le ven! y automáticamente entraría a formar parte
de un afuera loco, que no participaba de gente con sentido común.
***
En el invierno europeo de 1999,
estuve en Berlín y allí visité una estación de ferrocarril que habían reciclado
y convertido en un Museo de arte contemporáneo, La Hamburger Banhof. Había una enorme sala, que debía corresponder al
lobby de la estación de trenes, de sus paredes colgaban una serie de telas de
Kiefer y en el medio instalaciones, también de él; en salas contiguas una gran
muestra de Joseph Bueys; y en el resto del Museo una exposición temporaria de
la que mucho me habían hablado Sensation,
que inicialmente se había exhibido en la Royal Academy of Arts en Londres a
fines de 1997. Esta exposición curada
por Charles Saatchi, pretendía recoger la producción de jóvenes artistas
británicos de la última década del siglo XX; tomaba como referencia Freeze,
una muestra organizada por Damien
Hirst en los Docklands de Londres en 1988; nueve de los artistas participantes
en Freeze, también lo hacían en Sensation.
En esta muestra, participaban más de
veinte artistas. Entre ellos Richard Patterson con telas con un cierto aire Pop
como Culture Station – Dirty
Picture, oleos muy hermosos
como Spaceshit, y Popcorns Tits de
Chris Ofili, pero esto no era lo que a mi más me sorprendió; era muy lindo,
pero se parecía a lo que yo esperaba ver en una muestra; hasta ahí iba bien.
En cambio me resultaron pasmosas las
telas de Jenny Saville, Trace (1993), Plan (1993), Hybrid (1997) y sobre todo Shift
(1997) con sus grotescas mujeres
desnudas, con pieles laceradas con horrorosos cambios de coloración, pintadas
como si se las mirara desde abajo como en Plan,
con pieles dibujadas como si fuesen un mapa, o con trozos de piel distintas no
coincidentes adosadas unas con otras como en Hybrid, o un grupo de mujeres dando la sensación de reses colgadas
en un matadero, algunas patas abajo y otras patas arriba en Shift. No alcance a reponerme cuando estuvo frente a mis ojos una
escultura, bueno, era tal el nivel de “naturalidad” que irradiaba el Dead Dad de Ron Mueck, que quedé
demudado. Mueck, juega
simultáneamente con la verosimilitud de lo que produce y con las proporciones,
agregando con lo último un elemento más de sorpresa: este Padre muerto
tenía sólo un metro de estatura. Una digresión, Ron Mueck obtuvo el primer
premio en la bienal de Venecia en el 2001 con su enorme Boy[98],
un enorme muchacho arrodillado.
Igualmente impactante me resultaron las
obras de Jake y Dinos Chapman: Great Deeds against the Dead (1994), en la que aparece
un hombre castrado atado a un árbol, teniendo al lado, también atado al árbol,
el tronco de otra persona, patas abajo, también castrado, decapitado y con los
brazos arrancados, y completando la obra una cabeza humana clavada en una
astilla y dos brazos cortados que colgaban; Zigotic
aceleration, biogenetic, de-sublimated libidinal model (1995), un conjunto de más de diez nenas
con sus cuerpos unidos, al modo de un sincicio, algunas patas arriba otras
patas abajo, con falta de extremidades, había nenas con narices que eran penes
y en lugar de bocas tenían anos. Completando la muestra de los Chapman Tragic Anatomies, una instalación kitsch,
un pequeño parque en el que retozaban nenas con dos troncos y dos cabezas; de
esta instalación emergía a la par
algo muy grotesco y a la vez muy sexual. Una
antología del horror.
Damien
Hirst, presentaba en esta muestra Some
Comfort Gained from the Acceptance of the Inherent Lies in Everything (1996),
una serie de doce paralelepípedos con paredes transparentes, conteniendo en su
interior uno de los doce cortes en que había sido seccionada una vaca; y This little piggy went to market, this
little piggy stayed at home, dos enormes exhibidores: cada uno contenía la
mitad del corte sagital de un cerdo, que merced a un mecanismo de relojería se
adosaban o se separaban y dejaban ver el interior del cuerpo del chancho.
También me
resultó muy atrapante Wrecked de Sam
Taylor-Wood, un remake de la última cena, muy provocativa.
Esta
muestra exploraba, al menos en la producción de los Chapman un campo habitualmente no representado
por el arte.
Rembrandt
nos había mostrado una res colgada de un gancho[99],
que luego utilizó como fondo enmarcando una figura humana bajo un paraguas en Pintura[100]
(1946) Francis Bacon, o también
Rembrandt nos presentaba el interior de un cuerpo humano en su tela La lección de anatomía del Doctor Joan Dyman[101]
(1656), esto era otra cosa.
Estos
artistas se adentraban en una “realidad”, difícilmente pensable e imaginable
sin que apareciera un sentimiento de “nausea”. Aunque no compartía para nada su
actitud, comprendí por que una mente estrecha y puritana como la del Alcalde de
New York, Giuliani, en el 2001, se opuso a su exhibición en la isla de
Manhattan.
2-27-Dar figurabilidad a
aquello que desde “lo establecido” se descarta.
Siguiendo con lo que había
planteado respecto de Sensation, merece una amplia reflexión el intento de dar figurabilidad a
aquello que desde “lo establecido” se descarta. En ese sendero, ha hecho marca, pese a su juventud, Andrés
Serrano, este notable artista norteamericano hijo de una cubana y un hondureño,
nacido en la década del cincuenta, quien luego de recibir una educación profundamente
religiosa, trató de seguir los pasos del espíritu provocativo de Duchamp, a
través de su peculiar modo de expresarse, la fotografía.
Andrés Serrano[102]
elabora fotografías radiantes y monumentales.
La fotografía
más famosa de Serrano es una representación tridimensional de Cristo en la
Cruz, Piss Christ (1987) La controversia que rodea a su obra no está ligada a sus temas sino al medio que utiliza.
La fotografía en sí misma no plantea el menor conflicto. Lo que causó iritación
es que el crucifijo que fotografía Serrano está sumergido en un medio
provocador de conflictos: la orina del propio artista.
Como una muestra
del rechazo que consigue con su provocativa obra, vale la pena recordar que el 18 de mayo de 1989, el Senador de New York Alphonse D’Amato
se plantó frente al Congreso y denunció su obra exclamando “Esta supuesta obra
de arte es una deplorable y despreciable exhibición de vulgaridad”. Luego,
frente a toda la cámara, destrozó el catálogo de la muestra de Serrano. Si uno
la mira la fotografía de Cristo de Serrano no contiene ninguna imagen ofensiva,
es radiante como un mosaico medieval, el furor fue causado por la sustancia que
produce esa luz resplandeciente
El proyecto de Serrano había sido
financiado por un subsidio del gobierno a través del National Endowment for the Arts. Esta actitud de D´Amato ante la
obra de Serrano creó una gran controversia en Estados Unidos. La integración de
lo sagrado con lo profano, por parte de Serrano, puso de su lado a los
defensores de la libertad de expresión en contra de los que denunciaban
obscenidad. La discordia aumentó de presión cuando un grupo cristiano de
derecha de Mississipi, denominado American
Family Association,
presentó una queja a Jesse Helms, un senador conservador.
Helms, indignado, propuso prohibir que el National Endowment for the Arts financie
cualquier obra artística que “promocione, contenga u origine objetos ofensivos
o indecentes”. Helms concluyó su pronunciamiento gritando “No conozco al señor
Andrés Serrano y espero no conocerlo nunca porque no es un artista sino un
cretino... Dejen que sea un cretino con sus propias fuentes (de financiación)
No deshonren al Señor!”. El crucifijo en la controvertida fotografía flota en
una luz dorada análoga a la visión de esplendor celestial que caracteriza a más
de 500 años de pinturas religiosas, desde los tiempos medievales hasta el
Renacimiento. La miel, la cerveza y muchos otros medios pudieron haber
producido tal efecto sin generar escándalo. Incluso tras haber elegido la
orina, Serrano pudo evadir las acusaciones de sacrilegio, en tanto el medio no
puede ser identificado visualmente. El artista realiza un paso importante al
declarar en el título de la obra el uso de la sustancia estigmatizada. Más aún,
para titularla utiliza una palabra slang
cargada emocionalmente –pis– en lugar de la designación clínica,
orina, o su eufemismo, pi-pi. En inglés, estar “pissed” o ser “pissed upon”
significa estar enojado o ser insultado, respectivamente.
La respuesta de los espectadores a Piss Christ (1987) depende de sí
identifican a la orina como una banal excreción del cuerpo mortal o no. Sin
embargo, la orina no se relaciona siempre con un desecho del organismo. Para
Serrano, es una rica fuente de color y de efectos visuales. El artista
relaciona este uso del medio a su temprano interés por la abstracción, cuando
líquidos como la sangre o la leche fueron utilizados como campos de color para
sus fotografías. “Las obras eran abstractas, pero me sorprendió que los fluidos
tuvieran vida por si mismos y que yo no tuviera el control sobre la imagen
final... Como yo ya trabajaba con imágenes religiosas antes de utilizar los
fluídos, fue natural combinar ambas direcciones de mi obra en una sola imagen.
Así surge Piss Christ de 1987.
La gente pregunta por qué utilizo fluídos. Ante todo, siento que estoy pintando
con luz; los fluídos, además de ser símbolos de los fluídos vitales, y estar
imbuídos de significado, también proporcionan una luz maravillosa”.
Eleanor Heartney (1997)[103],
sugiere que el tema persistente de Serrano no es la abyección. Piensa que si
uno ve sus series de trabajos estas revelan un interés en transfigurar lo
mundano, lo bajo y lo profano. En sus fotos de 1986-89, que van desde imágenes
monocromas minimalistas de leche o sangre hasta Piss Christ, usa fluídos
corporales, incluye la imagen del semen en el momento de la eyaculación, para
pintar "con luz". Serrano originariamente pensó estas fotos en
términos de abstracción. Tenía en mente la unión de la que hablaba Barnett
Newman entre lo espiritual y lo abstracto.
Heartney citándolo a Serrano dice: "Los trabajos
sobre fluídos sólo se volvieron Católicos para mí cuando comencé a incluir y
sumergir objetos Católicos en ellos". "Como Católico me enseñaron que
el crucifijo era solo un símbolo. Nunca se me enseñó fetichizarlo, como los
críticos de Pisss Christ hicieron".
Estos trabajos fueron continuados por una
serie de retratos: Nomads de
1990, imágenes fotográficas monumentales de gente vagabunda y cuadros de
jerarcas del Klu Klux Klan en sus vestiduras ceremoniales. Con influencia de la
pintura renacentista en la que "hay más interés en la luz y en el modo en
que cae en la ropa más que en las caras o las figuras", Serrano apunta al contenido religioso de las
fotografías :"Yo vi al Klan en esas ropas y quería mostrar cómo ellos se
ven a sí mismos como figuras religiosas".
El interés de Serrano en la transfiguración
de lo abyecto se revela más claramente en la serie denominada La morgue 1992.
Este acercamiento extremo de vistas fragmentarias de los cuerpos de gente en
los que se ven finales horribles, ahogamiento, envenenamiento de ratas, tiros
de armas y Sida son tratados con una gran luminosidad. Muchas evocan la pintura
del Renacimiento y todas las imágenes irradian una belleza que no debe haber
existido en la vida de esas personas. Serrano dice:"Los llamo mis modelos,
mis temas. Me interesa el modo en el que todavía retienen su presencia humana,
algo de su alma que todavía queda intacto".
Mientras que es imposible denegar el
elemento de provocación en la elección de los temas en Serrano, el poder de su
trabajo deriva ampliamente de tomar los temas más bajos, fluidos corporales,
cuerpos abandonados, Klansmen, vagabundos y actuar sobre esto una
transformación estética que los lleva al reino de lo espiritual.
El acento de Serrano, en los “fluídos vitales” y la “luz
maravillosa” demuestra que no comparte nuestro disgusto inscripto culturalmente
hacia los desechos corporales. Y es precisamente esta doctrina la que investiga
la obra. La orina se relaciona con dos temas que crispan los nervios de la
mayoría de la gente: escrupulosidad sobre los propios fluidos corporales y
ansiedad sobre los fluídos corporales como transmisores de enfermedades,
especialmente en medio de la epidemia del SIDA. La combinación de la orina y el
crucifijo activa otros temas sensibles: el rol de la Iglesia en la producción
de los estigmas sobre las funciones normales del cuerpo sano y la relación
entre el cuerpo carnal y las prácticas espirituales.
Serrano tiene entre otras de sus obras una fotografía de una cruz
hecha en latón, coloreada con sangre de vaca, también de enorme belleza formal,
pero cuando uno se entera del modo en que consigue esa luminosidad en el
material fotografiado produce un efecto sorpresivo que va del asco, a la nausea
o el horror.
Quizás esta provocativa obra de Serrano, del mismo modo que Sensation,
nos permita volver pensable lo impensable, dar figuración a lo que la cultura
afirma que no debe figurarse. En ese sentido cumple el mismo papel que en su
tiempo tuvo Perrault. Se trata de una figuración que no duplica la realidad, o
al menos la realidad definida por el establishment como realidad.
2-28-Algunas
consideraciones finales.
He
intentado mostrar, en este itinerario un tanto moroso, como el proyecto
renacentista de duplicar la realidad a través de la representación se fue
modificando, pero también he tratado de dar cuenta como esta no-coincidencia
entre la representación y lo representado suscita un fuerte rechazo en la mente
de los hombres. Los hombres, o al menos una buena parte de ellos, aspiran a
vivir en un mundo donde la representación coincida con sus buenos pensamientos,
si no veamos la actitud de representantes del establishment como la American Family
Association, el senador
D´Amato o Jesse Helms.
Aunque el
hiato entre la representación y la cosa, merced a la creatividad de los
artistas se ha hecho cada vez mayor,
todavía hay mucho terreno que ganar en el espíritu de los hombres
reacios a aceptar una solución de continuidad que va a contrapelo del canonizado
“sentido común”. También hay mucho terreno por ganar en darle representación a
lo que expulsa el “sentido común”.
[1] Ernst Gombrich, 1950, ibid
[2] S. Freud, 1911, Dos principios del suceder psíquico. Obras Completas, Amorrortu
[3] Tengo, por lo que he escrito en este capítulo, una enorme gratitud con Julián Moguillansky, Alejo Moguillansky y Hugo Petruschansky, por lo que me enseñaron, por como me orientaron, por los textos que muchas veces me sugirieron.
[4] De Ingmar Bergman, 1987, Linterna mágica (p. 84), Tusquets, Bs. As., 1988.
[5] John Lyons, 1981, Lenguaje, significado y contexto, Paidos, Barcelona, 1983
[6] Arnold Hauser, Teorías del Arte. Tendencias y métodos de la crítica moderna, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1975
[7] Michel Foucault, 1966, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, México, 1999
[8] Borges cuenta que en cierta enciclopedia china se dice que los animales se dividen en a) los que pertenecen al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechugones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas. De El idioma analítico de John Wilkins, Otras inquisiciones, Obras Completas, Emecé editores, Bs. As. 1960, p. 142.
[9] Tomás Moro, 1516, Utopía, Tecnos, Madrid, 1996
[10] ibid
[11] E. H. Gombrich, 1950, La historia del arte, Sudamericana, Bs. As., 1995.
[12] Ruggiero Romano y Alberto Tenenti, 1967, Los fundamentos del mundo Moderno, Edad media tardía, reforma, renacimiento, Historia universal Siglo XXI, Tomo 12, Siglo XXI, Madrid, 1974, página 152..
[13] Maquiavelo, El príncipe,
[14] Giulio Carlo Argan, 1987, Renacimiento y Barroco, I El arte italiano de Giotto a Leonardo da Vinci, Alkal, Madrid, 1996.
[15] Caterina Caneva, et al., 1987, Los Oficios, Scala, Florencia, 1990
[16] Giulio Argan ibid
[17] John Berger,1985, El sentido de la vista, Alianza editorial, Madrid, 1990
[18] Levey, Michael, 1964, Guide to the
National Gallery, Publishedby order of tht trustees, Publications Departament
of National Gallery, London, 1972
[19] Manfred Windram, Thomas Pape y Paolo Marton, Andrea Palladio, Arquitecto entre el Renacimiento y el Barroco, Taschen Verlag, Koln, 1999.
[20] Este libro fue editado en Venecia en 1570.
[21] Ibid, citado en la página 186.
[22] Palladio en dos ocasiones llevá adelante edificios con una construcción central pura: La Villa Rotonda y el Tempieto de la Villa Bárbaro.
[23] Juan 20, 27: (Cristo le dice a Tomás) “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”.
[24] ibid
[25] ibid
[26] De Vassari, en sus Vite, citado por Giulio Carlo Argan, 1987, Renacimiento y Barroco, II El arte italiano de Giotto a Leonardo da Vinci, Alkal, Madrid, 1996.
[27] Giulio Argan , 1987, Renacimiento y Barroco, Tomo II, El arte italiano de Miguel Angel a Tiépolo, Alkal, Madrid 1999
[28] Ver capítulo I, apartado 1-5.
[29] David Hockney (2001) Secret
Knowledge “The thesis I am putting forward here is that from early fifteenth
century many Western artists used optics – by which I mean mirrors and
lenses (or a combination of the two) – to create living projections. Some
artists used these projected images directly to produce drawings and paintings,
and before long this new way of depicting the world –this new way of
seeing – had become widespread” (página 12) (La tesis que estoy
presentando es que los artistas occidentales de los comienzos del siglo XV
usaron la óptica – con esto quiero decir espejos y lentes, o una
combinación de los dos - para crear proyecciones vivientes. Algunos artistas usaron estas imágenes
proyectadas directamente para producir dibujos y pinturas y antes de que pasara
mucho tiempo esta nueva manera de descibir el mundo – esta nueva manera
de ver – se hizo muy difundida.)
[30] David Hockney (2001) dice respecto de este cuadro: “I have
admire the picture longer than any other in this book, and have gone back to
look at the real one again and again. (mostrando el espejo concavo que está encima de este texto que muestra
la imagen reflejada que Hockney propone, sigue) There is the convex mirror
again. If you were to
reverse the silvering, and then turn it round, this would be all the optical
equipment you would need for the meticulous and natural-looking detail in the
picture. The chandelier has always fascinated me. It was done without any
detailed underdrawing or corrections (it´s the only object in the picture to
have been painted like that), amazing for such a complicated foreshortened form.
Van Eyck could have hung the panel upside down next to the viewing hole and
painted it directly, follownig the forms he could see on the surface. Notice
how the chandelier is seen head on (not from belows, as you expect). This is
the effect you would expect with a mirror-lens, wich must be level with the
objects you want to draw or paint. It would have been a superb subject to show
off his skills. Artists think of thesse things. (He admirado este cuadro durante mas tiempo que a cualquier otro de
este libro y vuelto a mirar el original una y otra vez. El espejo convexo otra
vez. Si diera vuelta el espejo y
después lo girará este sería todo el equipamiento óptico que necesitaría para un mirar-natural meticuloso y
detallado. El candelabro siempre me ha fascinado. Fue hecho sin ningún dibujo
detallado ni correcciones (es el único objeto del cuadro pintado de esa
manera). Sorprendente por una tan complicada forma. Van Eyck podría haber
colgado el panel mirando hacia abajo, próximo al espejo y pintado directamente,
siguiendo las formas que él podía ver en la superficie. Fíjense como el
candelabro es visto en la parte superior (no desde abajo, como podría haberse
esperado). Este es el efecto que se hubiese esperado con una lente espejo, que debiera estar a
nivel con los objetos que se quiere dibujar o pintar. Habría sido un objeto
maravilloso para mostrar sus habilidades. Los artistas piensan acerca de estas
cosas.
[31] Hoy expuesto en El Prado en Madrid
[32] John Berger, 1972, Ways of Seeing,
Modos de ver.
[33] Michel Foucault, las palabras y las cosas,
[34] En La Galería Dell´Accademia di Venecia pueden verse, como ejemplos privilegiados de este movimiento, la “Traslación de la Santa Casa de Loreto” o los “Antepechos con orantes” de Tiépolo.
[35] Bruno Bettelheim (1979), recogió en un volumen “Los cuentos de Perrault”, Editorial Crítica, Barcelona, 1980. En el prólogo de ellos, Bettelheim les da una extraordinaria importancia pedagógica, en tanto puede dar figurabilidad, además de brindar placer estético, a la vida emocional.
[36] En el Rijksmuseum de Amsterdam.
[37] En el Louvre, París. Este cuadro fue fuente de inspiración y de él hicieron una apropiación entre otros Francis Bacon. En Pintura (1946) de Bacon, expuesta en el MOMA de New York, esta como fondo una apropiación del buey de Rembrandt.
[38] En el Rijksmuseum de Amsterdam
[39] Donald Drew Egbert (1970) El arte y la izquierda en Europa, De la revolución Francesa a Mayo de 1968, Editorial Gustavo Gili, Arte, Barcelona 1981
[40]Julian Barnes Una historia del mundo en diez capítulos y medio Anagrama, Barcelona, 1989
[41] Hoy este cuadro está expuesto, junto a los
rechazados impresionistas en el Museo de Orsay en París.
[42] Michel Laclotte, et al. 1986, La pintura en el Museo deOrsay, Ediciones Scala, Paris, 1991
[43] Un par de ellas están expuestas en el Museo
Marmotan de París y hay otras dos versiones en el Orsay.
[44] Citado por John Berger (1985), quien a su
vez extrajo la cita de “Los ojos de Calude Monet” publicado por el New York
Society el 8 de julio de 1976.
[45] Carl E. Schorske, 1998, Thinking
with History. Explorations in the passage to modernism, Princenton University
Press; Pensar con la historia, Taurus, España, 2001
[46] William Johnston, 1972, The Austrian Mind, an intellectual and
social history 1848-1938, University of California Press, 1984
[47] Eric Hobsbaum, 1975, La era del Capital, 1848-1875. Grijalbo, Barcelona, 1998
[48] Carl Shorske, 1961, Viena fin de siecle, Editorial Gustavo Gilli, Barcelona, 1981.
[49] Schorske, (ibid), p. 67.
[50] Allan Janik y Stephen Toulmin, 1973, La viena de Wittgenstein, Taurus, España, 1998.
[51] En los paises de europa central los artistas
modernistas formaron grupos que tomaron el nombre de Secesión, alusivo a su
radical separación de la tradición académica: en 1892 se funda la Secesión en Munich, encabezada por Fran von
Stuck; en 1893 la Secesión de Berlín, dirigida por Max Liebermann. Se
configura así, y en paralelo con la corriente francesa que depende del
impresionismo, una cultura figurativa de la Europa central.
[52] Schorske, (ibid), p.223.
[53] Gottrieb Fliedl, Gustav Klimt, El mundo en forma de mujer, Benedikt Taschen Verlag, Koln, 1998
[54] Hoy expuesto en el MOMA de New York.
[55] F. T. Marinetti, Manifiestos y textos futuristas, Ediciones del Cotal, Barcelona, 1978
[56] Die Brücke, Konzeption von
Austellung und Katalog, Madgalena Moeller, Mitarbeit, Evmarie Schmitt, Verlag
Gerd Hatje und Autorinnen, Berlin, 1992
[57] En El arte de este siglo, El
museo Guggenheim y su coloección, Editado por la Salomón Guggenheim
Foundation, New York, 1997.
[58] Mondrian, era un ferviente feligrés de la Teosofía. La Sociedad de Teosofía había sido fundada en 1875 en New York por Helena Blavatsky (1831-1891), una inmigrante rusa, intentando llevar a la práctica un programa que abogaba por la unidad de “la ciencia, la religión y la filosofía”, superando las divisiones entre religiones diversas. Esta Sociedad se convirtió en precursora del movimiento New Age de las postrmerías del siglo XX. Según la doctrina de la Sociedad el objetivo de la humanidad es la evolución ascendente que va del cuerpo material y sexuado al cuerpo etereo de la luz.
La amalgama de espiritualidad oriental y ocultismo occidental contribuyó decisivamente al desarrollo de la pintura abstrcta, entre cuyos seguidores más ilustres estaban Mondrian y Kandinsky. Rudolf Steiner sería luego con su Sociedad Antroposófica el principal referente de esta búsqueda espiritual.
[59] Es obvio que la semilla de tales doctrinas, totalmente compatibles con las teorías racistas de Gido von List o Lanz-Liebenfelds, le dio letra, más adelante, a la elaboración de la ideología nacional-socialista
[60] Piet Mondrian, 1919-20, Realidad Natural y realidad abstracta
(recoge en este libro tres ensayos, publicados en doce entregas en la revista
De Siijl), Editorial Debate, Madrid, 1989.
[61] La búsqueda de la abstracción por parte de V. Kandinsky, tomó los últimos treinta años de su vida. Se pueden reconocer en su obra los siguientes períodos:
a)el que va desde la acuarela abstracta (1910) hasta que se va de Munich en 1914;
b)el período ruso, donde después del 17, tomará más contacto con el constructivismo, hasta 1919;
c)el período de la Bauhaus hasta comienzos de la década del treinta y
d)su ultima obra en Paris hasta que muere en 1944.
[62] Walter Hess,
1956, Documentos para la comprensión del arte moderno, Ediciones Nueva Visión,
Buenos Aires, 2000.
[63] David Smith, es considerado, como el escultor norteamericano más influyente de este siglo. Fue un maestro en la técnica de la soldadura del metal. Tanto su pintura como su obra escultórica, no ha ido en la misma dirección que la que imprimieron los artistas norteamericanos, sobre todo después de la posguerra. A David Smith, le ha interesado una figuración bidimensional, casi caligráfica. Sus primeras construcciones estuvieron influidas por Julio Gonzalez y las esculturas de hierro de Picasso. Las obras de inspiración paisajista de Smith de los cuarenta y cincuenta eran “dibujos de metal”. Las esculturas de los últimos quince años se caracterizó por obras monumentales. Becca, es una hermosa obra que está expuesta en la terraza del Metropolitan Museum of art de New York; En Throwback, expuesta en los jardines exteriores del Museo Hirshhorn de Washington, Smith organiza en metal una serie de tetrahedros asimétricos de enorme belleza; hay una hermosa obra de Smith en el jardín del Museo Luisiana, en Dinamarca, en las cercanías de Helsingor, al norte de Copenhagen; he visto una encantadora en la los jardines del Rijksmuseum de la Fundación Kroller-Müller en el Parc National de la Haute Veluwe, en el extremo este de Holanda, cerca de la frontera con Alemania; también hay obra de él en los parques de la Fondation Maeght, en las cercanías de Saint Paul de Vence, en la Provenza francesa, etc
[64] Boetti, es uno de los más interesantes artistas de “La Povera”. Entre sus obras, se me destaca Mapa, un enorme planisferio político, que él tejió en Afganistán en 1972, en donde cada estado esta representado por los colores de su bandera de cada país; ilustra con él la fragmentación de identidades en la humanidad. Es un hermoso tapiz exhibido en el Dia Center of the arts en New York.
[65] Sol LeWitt es unanimente considerado uno de los padres del arte conceptual. El año pasado (2001) tuvimos la suerte de ver algunos de sus walls drawings en el Museo Proa en Buenos Aires.
[66] Uno de los niños mimados de las nuevas generaciones de artistas
ingleses. Fue entre otras cosas el curador de Freeze, muestra que
antecedió a Sensation, en la que tembién participó. En la New Tate Modern, hay una enorme
sala dedicada a una instalación suya: Pharmacy.
[67] Rothko, uno de los “grandes” del expresionismo abstracto americano, crea una obra muy sugestiva profundamente influida por una suerte de “renacimiento religioso”.
[68] De Krens, Thomas; Govan, Michael et al. The Great Utopia, The Russian and Soviet Avant-Garde, 1915-1932, (1992), Guggenheim Museum
Publications, New York, 1994. p. 1 (the politics of the avant-garde).
[69] Ibid.
[70] V. Kandinsky, pinto a lo largo de su vida 10 composiciones; estas, las composiciones, son el resultado de una intensa exploración previa y de algún modo expresa el final de un desarrollo.
[71] V. Kandinsky (1910) Uber das Geistige in der Kunst; De lo espiritual en el arte, Galatea y Nueva Vision, Bs. As.1957. Pude hacerme de una vieja edición de él gracias a Hugo Petruschansky.
[72] Kandinsky, 1926, Punto y línea sobre el plano. Contribución al análisis de los elementos pictóricos, Ediciones Paidos Ibérica, Barcelona, 1996
[73] Walter Hess, 1956, Documentos para la comprensión del arte moderno, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2000.
[74] Conde de Lautremont (Isidore Duchase), 1868, Los cantos de Maldoror, Obras completas, Editorial Argonauta, Barcelona, 1986.
[75] René Magritte, “L´empire des lumieres, en Ecrits complets, Flamarion, París 1979, p. 422.
[76] Ibid, p. 422.
[77] De La ligne de vie I,
conferencia pronunciada el 20 de noviembre de 1938 en el Musée Royal de des
Beaux Arts de Amberes, en Ecrits
Complets, Flamarion, París 1979, p. 107
[78] ibid, p.108.
[79] M. C. Escher, his life and complete
graphic work, by F. H. Bool et al, Harry Abrams inc. Publishers, Amsterdam, 1992 y el Espejo
Mágico de Escher de Bruno Ernst,
Taschen, 1990
[80] Estas obras las vi en el seno de una retrospectiva sobre Escher en la National Gallery de Washington en los primeros meses de 1998.
[81] Georges Bataille, Lo imposible, Premia, México, 1989; La parte maldita, qu incluye: La noción del Gasto (1933) y La Parte Maldita (1949), Icaria, Barcelona 1987.
[82] Cita en Jerry Tallmer, Whatch the paint, New York Post, el 7 de junio de 1980, p. 13,
citado en El arte de este siglo,
editado por Salomon Guggenheim Foundation, New York, 1993
[83]J. Rafols, Historia del Arete, Ed. Optima, Barcelona, 2000
[84]J. Rafols, ibid
[85] Ver el epígrafe de este capítulo
[86] En este punto quiero dejar testimonio de mi agradecimiento a mi hijo mayor, Julián, quien me introdujo en la obra de Duchamp, y quien me instó a que lo acompañara a Philadelphia para visitar el museo que recoge, gracias a la generosidad del matrimonio Arensberg, quienes la donaron, casi toda la obra de Duchamp, entre ellas el Gran vidrio.
[87] Esta obra de 1985 está expuesta en el Centro Pompidou en Paris
[88] El arte de la povera surgió en Italia, simultanemente con el minimal, el land art y el arte conceptual.
El arte de la povera quería usar pobres
gestos, y materiales a diferencia del arte tradicional. Exploraron la relación
entre el arte y la vida como manifestaciones en procesos naturales o
culturales. Anselmo, Boetti, Calzolari, Kounellis, los Merz, Penone, Pistoleto
produjeron un muy interesante impacto, que llevaba en su seno pensar de otro
modo el hecho artístico. De
Christov-Bakariev, Carolyn, 1999, Arte Povera, Phaidon, London .
Tuve – tuvimos - la suerte de ver una exposición inmensa de Kounellis en el Museo de Bellas Artes en Bs. As. en el 2001 y una de Mario Merz en Proa en el 2002, tambien en Bs. As.
[89] Hay una sala dedicada a él en el Museo de bellas Artes de Bs. As.
[90] Siegfried Gohr, Museum Ludwig Köln,
Prestel Verlag, Munich, 1986
[91] Suplemento Radar del diario Página 12, Bs. As., del 16 de septiembre de 2001.
[92] en Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad, compilado por Dora Fried-Schnitman, Paidos, Bs. As. 1994
[93] Carl E. Schorske, 1998, Thinking
with History. Explorations in the passage to modernism, Princenton University
Press; Pensar con la historia, Taurus, España, 2001.
[94] Eric Hobsbawm, 1998, A la zaga, Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX, Critica, Barcelona, 1999.
[95] La frase pertenece a Proudhon, respecto a
como debía ser el papel del arte (citado por Hobsbawm 1998)
[96] Der Zeit ihre Kunst ihre Freiheit.
[97] Esta frase “platea de la humanidad”, fue el tema elegido por la bienal de Venecia en el 2001.
[98] Tuve la suerte de ver fotografías de Boy de Ron Muek gracias a la generosidad de Hugo Petruschansky.
[99] Buey desollado (1656)
[100] Hoy expuesta en el MOMA de New York
[101] Hoy en el Rijkmuseum de Amsterdam
[102] Muchos de los párrafos e ideas sobre Serrano
están extraídos de una clase Dr. Hugo
Petruschansky sobre Andrés
Serrano en la Cátedra de Historia de las Artes Plásticas VI, Facultad de Filosofía y
Letras, UBA, a quien estoy muy agradecido por habermela acercado.
[103]Eleanor Heartney, Herejes
postmodernos, Revista: Art in América -1997