Harold Pinter y la encantadora ilusión de tener el mismo recuerdo


Tener iguales recuerdos suele ser inconfundiblemente apreciado. Cuando se logra, el Cielo parece más azul... Es importante también advertir, para completar el cuadro, que suele ser decepcionante, que el Cielo se nubla.

Rodolfo Moguillansky

Harold Pinter and Psychoanalysis
La encantadora ilusión de tener el  mismo recuerdo. ¡Vaya ilusión! 
 
1-.¡Te acordás hermano qué tiempos aquellos!
Nos emocionamos, nos conmovemos cuando nos encontramos con un viejo conocido y nos contamos lo que hemos vivido en otras épocas. 
Es de observación cotidiana que una actividad que a la gente le resulta divertida, entretenida, atractiva, por qué no decir fascinante, es relatar historias que se sienten compartidas. 
Admitamos que con las personas  que  tenemos, o consideramos que tenemos, una historia en común, nos suele unir un lazo muy especial. En esa línea valoramos, con afable estima, tener similares, o más aun, idénticas resonancias de lo vivido con los que hemos convivido. 
Esto es particularmente cierto en las parejas, sobre todo cuando se trata de aquellos eventos que se conjetura fueron fundadores de la relación.
 
2- El discreto encanto de evocar el mismo recuerdo 
No ignoramos  que en una pareja provoca un incomparable encanto repasar situaciones que se supone significativas para ambos, tener iguales recuerdos suele ser  inconfundiblemente apreciado. Cuando se logra, el Cielo parece más azul.
Redundando, es un lugar común que en las parejas despierta una profunda pasión sentir que tienen las mismas evocaciones de viejos tiempos,  sobre todo de los que se suponen originarios, aquellos en los que se produjo “el encuentro” que “los juntó”. En los vínculos amorosos la reminiscencia de ese “hecho”, que se cree fundador de la relación, tiene un alto valor. Se lo festeja, y es frecuente que, en las ocasiones  en que se lo conmemora, parte del festejo consista en que se vuelva a narrar como fue, ¡cómo se produjo!. 
 
3-¿No te acordás? ¡Qué decepción!
Es importante también advertir, para completar el cuadro, que suele ser decepcionante, que el Cielo se nubla, cuando, como generalmente sucede, se reconstruyen  vivencias distintas de “eso” que “los juntó”. Escuchamos decir ¡Ni se acuerda! 
Es por todos conocido que es vivida como dolorosa la no-conjunción en  “versiones únicas sobre lo compartido en el pasado”. ¡Desilusiona, separa!. Se suele creer que, si no hay un “recuerdo compartido”, “el encuentro amoroso” que fundó la relación puede haber sido una moneda falsa. En cambio, ilusoriamente recuperar ese recuerdo compartido en la pareja, vuelve a encandilar que ahí, donde “eso pasó”, en ese momento fundador estuvieron de verdad juntos.  
Cuando se descubre que ese “único recuerdo” es sólo una encantadora ilusión, una encantadora ilusión que sostiene  que tuvimos la ilusión de tener la misma ilusión, nos desilusionamos . 
4-¡Oh el humor!
La desilusión suele acarrear desencanto en el ámbito de las relaciones amorosas, sobre todo si no se logra procesar el dolor de ese desengaño con humor. El humor es un excepcional rendimiento del vínculo para digerir el mal trago. 
No siempre en la pareja se accede al logro vincular del humor. Cuando no se alcanza el Cielo de la coincidencia no suele ser el humor lo que inicialmente prima sino la molestia lo que acompaña a este rememorar desencontrado. Admitamos que a veces, en tren de no desencantar, más que al humor se recurre a un recurso más pobre, una piadosa hipocresía para seguir con el celeste Cielo que promete la  coincidencia en el recuerdo.
El desencuentro memorioso suele  precipitar a los miembros de la pareja en enojosos contrapuntos reclamando cada uno ser el poseedor de la “verdad material” de lo que se ha vivido. Incluso en ocasiones, vehementemente, se intenta convencer al otro que la propia, es la única verdad existente para relatar lo sucedido. 
 
5-Una mujer y un hombre.
Hace un tiempo, en un golpe de suerte, cayó en mis manos una versión de la obra de Harold Pinter “Noche”, que me viene muy bien para ilustrar lo que intento transmitir. Esta obra de teatro es una corta y cariñosa conversación  (todo el texto cabe en siete páginas) entre una “mujer” y un “hombre” de cuarenta años, sentados en el estar de su casa, tomando café, hablando acerca de la vida en común. 
En Noche, Harold Pinter  nos hace recorrer los laberintos, los desencuentros que entraña la indigencia memoriosa - en un diálogo impregnado por la pasión amorosa -, cuando, por lo contrario sabemos que en el campo del amor aspiramos a un recuerdo macizo, pleno, que dé evidencias de una coincidencia sin fisuras.
Transcribo algunos pasajes de “esta pequeña joya” escrita por Pinter:
 
Hombre: Estoy hablando de esa vez junto al río.
Mujer: ¿Qué vez? 
Hombre: La primera vez. En el puente. Al ir a cruzar el puente.
                       Pausa
Mujer: No consigo acordarme.
Hombre: En el puente. Nos paramos y miramos el río que pasaba. Era de noche. Había faroles alumbrando el camino que bordeaba la orilla. Estábamos solos. Miramos el río que llegaba. Puse la mano en la parte más estrecha de tu cintura. ¿No te acordás?. Puse la mano bajo tu abrigo.
                                   Pausa
Mujer: ¿Era invierno?
Hombre: Claro que era invierno. Fue cuando nos conocimos. Fue en nuestro paseo. Tenés que acordarte de eso.
Mujer: Me acuerdo que paseaba. Me acuerdo que paseaba con vos.
Hombre: ¿La primera vez? ¿Nuestro primer paseo?
Mujer: Si me acuerdo de eso..., bajábamos por un sendero en medio de un parque, atravesando las rejas. Llegamos a la esquina del parque y entonces nos detuvimos por la reja.
Hombre: No. Fue en el puente donde nos detuvimos.
Mujer: Sería otra.
Hombre: Que tontería.
Mujer: Sería otra chica.
Hombre: Fue hace años. Te olvidaste.
...
Hombre: Estás de acuerdo en que nos conocimos en una fiesta. ¿Estás de acuerdo con eso?
Mujer: ¿Qué fue eso?
Hombre: ¿El qué?
Mujer: Creí que había oído llorar a uno de los chicos.
Hombre: No hubo ningún ruido.
Mujer: Me pareció que estaba llorando, despertándose.
Hombre: la casa está en silencio.
... 
Hombre: Toqué tus pechos.
Mujer: ¿Dónde?
Hombre: En el puente. Palpe tus pechos.
Mujer: ¿De verdad?
...
Hombre: Metí las manos bajo tu suéter, te desabroche el corpiño, palpé tus pechos.
Mujer: Otra noche quizás. Otra chica.
Hombre: ¿No recordás tus dedos sobre mi piel?
Mujer: ¿Estaban en tus manos? ¿Mis pechos? ¿Metidos en tus manos?
...
Mujer: Y me hiciste el amor y me dijiste que te habías enamorado de mí, y decías que siempre te ocuparías de mí, y me dijiste que mi  voz y mis ojos, y mis muslos, mis pechos eran incomparables, y que siempre  me adorarías.
Hombre: Si que lo dije
Mujer: Y siempre me adorás
Hombre: Si que te adoro.
Mujer: y después tuvimos hijos y nos sentamos y hablamos... y hablándome suavemente
Hombre: Y tu suave voz. Hablándole suavemente a la noche.
Mujer:Y ellos decían siempre te adoraré
Hombre: Diciendo te adoraré siempre
 
6- Un anhelo vincular: el Cielo de la coincidencia, una relación siempre consistente.
Harold Pinter describe con frescura y ternura como, el hombre y la mujer en “Noche”, tratan, en la conversación que sostienen concordar en un recuerdo, y no en cualquier recuerdo, sino aquel en que ellos se conocieron, dónde coincidieron, dónde se encontraron, dónde creyeron descubrirse que eran uno para el otro,  ¡y no lo consiguen!. No consiguen  ponerse de acuerdo sobre un mismo recuerdo, y sin embargo el diálogo está impregnado por la necesidad mutua de construir ese único recuerdo compartido. No parecen tolerar no encontrar este  imposible, pero para ellos imprescindible recuerdo compartido. Daría la impresión que es imperioso  desentrañarlo para que le dé “consistencia” a un vínculo que ellos quieren, necesitan - ¿quién no? - recordarlo  ilusoriamente sólido, seguro y estable, sólido, seguro y estable desde sus orígenes.
Esta necesidad no es una necesidad sólo de los personajes de Pinter. Lo que Pinter pinta es una necesidad humana. Los humanos usualmente demandamos fantasías comunes, idénticas en los orígenes de nuestras relaciones amorosas, sobre todo cuando nos enamoramos, y no sólo eso, aspiramos que se  mantengan a través del tiempo. Convengamos que el amor suele nacer sobre la peana hormigonada por la ilusión de tener ilusiones comunes. Tener recuerdos idénticos, una ilusión,  nos lleva a suponer que se ha llegado al Cielo de la coincidencia. 
 
7-Rayuela
Pero ese Cielo al que presumimos arribar no es el de la coincidencia, es en cambio como el de  Rayuela de Julio Cortazar. Recordemos que en esa maravillosa novela Cortazar dice a propósito de esto: A la rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedrita sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar.
En la obra de Pinter, el hombre y la mujer, aunque lo desean no alcanzan el Cielo del recuerdo único. Sin embargo no se arredran, perseveran, vuelven a tirar la piedrita para remontarla desde la tierra hasta el Cielo, y la coincidencia que no pudieron lograr con el recuerdo la creen armar a través de mutuas declaraciones de amor recíproco, que si tanto es declamado..., es porque quizás se duda de él. 
Sobre el final cada uno insiste que siente lo mismo, recalco lo mismo que el otro, un nuevo Cielo, que como el de la Rayuela de Cortazar, pronto se va a nublar y van a tener que buscar otro Cielo despejado en el que ilusoriamente  van a coincidir. 
Los vínculos se sostienen en esta lucha en donde nunca se alcanza el Cielo, pero no se pierde el anhelo de llegar a él y pueden con humor transitar este inevitable desajuste.
 
8-Un lugar donde nunca se pone el sol
La maraña, entonces, en que están incluidos el hombre y la mujer en “Noche”, al igual que todos los humanos cuando estamos en un vínculo amoroso,  se debe a que aspiramos a la coincidencia, a la consistencia en el vínculo, a un Cielo siempre despejado. 
La búsqueda del ilusorio y encantador recuerdo compartido que todos hacemos en nuestras parejas es un intento de despejar una falta de solidez esencial, conquistar una coincidencia. Queremos lograr que el Sol nunca se ponga. 
Sin embargo en ese Cielo de la coincidencia, de la consistencia, uno no se puede instalar, al menos en esta vida, sólo modesta y trabajosamente podemos alejar una y otra vez sus nubes que tercamente vuelven a oscurecer el vínculo. Las nubes, lo que no se sostiene consistente pese al reclamo de coincidencia, sombrean empecinadamente los  vínculos que apeteciendo ser consistentes, siempre soleados, no lo consiguen. 
 
9-¿Cómo, no sólo no tenemos los mismos recuerdos, además no somos el uno para el otro?
Este desajuste que nubla la vida en común no es sólo una cuestión que se juega en torno al escorbuto que parece aquejar a los recuerdos. El escorbuto es más generalizado, en un vínculo, los que lo integran, no sólo no tienen recuerdos idénticos, el otro está casi siempre demasiado tarde o demasiado pronto, estar con otro suele causar un retardo, constituir un estorbo y en ocasiones interrumpe un determinado devenir o suele ser considerado fuente de una imposibilidad; con reiterada frecuencia en un vínculo no suele armase lo que se esperaba o no se da  lo que se anhela que se debiera dar. En esa línea produce irritación la reiterada experiencia de no participar de un sentimiento de gemelaridad o complementariedad que daría un ajuste perfecto entre ambos. 
Cada vínculo suele fundarse en fantasías de gemelaridad o de complementariedad instituyendo en la subjetividad de los que lo integran una ilusión de unificación, exigiéndose por ejemplo tener recuerdos idénticos.  
 
 La ilusión de unificación es sólo una ilusión; ilusión necesaria para crear un vinculo, pero luego cada vínculo deberá lidiar con la decepción que no son ni idénticos, ni complementarios y con el trabajo para procesar esa decepción.   
 
 La consistencia dada por la fantasía de unificación en los vínculos que establecemos siempre está amenazada con disiparse, nublarse en un santiamén. Sin embargo pasear por la vereda del sol suele ser más agradable haciéndolo acompañado aunque el otro no sea un gemelo y no tengamos idénticas reminiscencias, pero para que eso sea posible, sin que se nuble rápidamente, hay que dejar de lado las exigencias o demandas de gemelaridad o complementariedad y... no irritarse si no recordamos lo mismo.  
 
 No es un logro sencillo dentro de un vínculo amoroso concebir que pertenecer a él no asegura la complementariedad ni la igualdad. Una evidencia de esta dificultad es que la no existencia de la igualdad o la complementariedad suele ser pensada como un fracaso de la pareja y no precisamente lo que hace a la esencia de lo vincular.
 
Rodolfo Moguillansky