Ética y Psicoanálisis: ¿Es el mal una categoría propia del psicoanálisis?
¿Cómo pensamos el mal desde el psicoanálisis?
Rodolfo Moguillansky
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Querido Umberto Eco: “He aquí la pregunta que,
como ya le anticipé en la última carta, tenía intención de hacerle. Se refiere
al fundamento último de la ética para un laico, en el cuadro de la
posmodernidad. Es decir, más en concreto, ¿en que basa la certeza y la imperatividad de su acción moral quien pretende no
remitirse, para cimentar el carácter absoluto de una ética, a principios
metafísicos o en todo caso a valores trascendentes y tampoco a imperativos categóricos
universalmente validos?
Carlo María Martini (Obispo de Milán)
Querido Carlo María Martini: … La dimensión
ética comienza cuando entran en juego los otros. Cualquier ley, por moral o
jurídica que sea, regula siempre relaciones interpersonales, incluyendo las que
se establecen con quien las impone.
… los demás están en nosotros. Pero no se
trata de una vaga inclinación sentimental, sino de una condición básica. Cómo
hasta las más laicas entre las ciencias humanas nos enseñan, son los demás en
su mirada, lo que nos define y nos conforma. Nosotros no somos capaces de
comprender quién somos sin la mirada y respuesta de los demás.
Umberto Eco[1]
0- Ética y Psicoanálisis.
Para
abordar este tema voy a partir de dos preguntas:
-¿Es
el mal – radical - una
categoría del psicoanálisis?
-¿Cómo
pensamos el mal desde el psicoanálisis?
1-La cuestión del “mal
radical” y el sujeto natural.
¿Qué nos faltó para que la utopía venciera
a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por qué con la suficiencia pedante de
los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro lado,..., traicionan la
utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo de efectos y no
describo causas? ¿Escribo de causas y no describo efectos?
Escribo la historia de una carencia, no la
carencia de una historia.
Andrés Rivera[2]
La noción de “mal radical”, incluye a mi juicio, pensar
“el mal” como incluido en la naturaleza humana, o dicho en otras palabras
incluye conjeturar un sujeto natural.
El hombre natural que glorificó Rousseau (1762) para ser
humano tiene que culturalizarse, los humanos no nacemos como tales.
Más allá de cualquier hipotética cura futura de naturaleza biológica, neurológica o
química - si bien son curas que Freud alguna vez profetizó -, la cura
psicoanalítica - sus indicaciones, sus límites y los modelos teóricos en que se
apoya - tiene lugar en un espacio
que se constituye alrededor de un sujeto no natural, el sujeto del inconsciente; más aún, diría que el psicoanálisis - si es que existe ese sujeto
natural - no se ocupa de un sujeto
natural.
Lo inconsciente, en mi
perspectiva, llega a tener existencia en una subjetividad humana que se origina en el cruce que se produce
en el encuentro entre el cuerpo del infans
y los enunciados de fundamento que impone la cultura.
El recién nacido
tiene muchos reflejos neurológicos.
El reflejo más visible y más importante es el reflejo de Moro, que
consiste en lo siguiente: cuando al recién nacido se le mueve bruscamente o
nota alguna alteración del equilibrio, e incluso cuando hay un ruido fuerte,
extiende sus brazos y piernas, dobla el cuello y la espalda hacia atrás para
acabar cerrando los brazos. Si bien al nacer tenemos reacciones de alarma
instintivas como el reflejo de moro, el
recién nacido irá perdiendo los reflejos durante los primeros meses, y con la
desaparición de estos reflejos aparecen los actos y movimientos conscientes. La
conciencia humana y su determinación inconsciente no es algo con lo que el
cachorro humano viene al nacer, surgen en los humanos por este proceso cultural
que nos es impuesto. En ese sentido, los sentimientos que experimentamos, y la
calificación que les adjudicamos, en tanto humanos, no son producto de
reacciones – instintivas - predeterminadas, pre-experienciales.
Sólo es posible ser humano en
lo que construimos con la herencia que recibimos en la relación humanizante con
otros humanos; la cultura organiza un mundo humano con una regla organizativa
central: el “tabu del incesto”.
Coincidiría entonces con
Umberto Eco cuando dice, como cité en el epígrafe, que la dimensión ética comienza cuando entran en juego los otros. Cualquier
ley, por moral o jurídica que sea, regula siempre relaciones interpersonales,
incluyendo las que se establecen con quien las impone.
… los demás están en
nosotros. Pero no se trata de una vaga inclinación sentimental, sino de una
condición básica. Cómo hasta las más laicas entre las ciencias humanas nos
enseñan, son los demás en su mirada, lo que nos define y nos conforma. Nosotros
no somos capaces de comprender quién somos sin la mirada y respuesta de los
demás.
Entran en juego los otros, al
instituirnos como sujetos en el seno de las reglas que rigen en la estructura
de parentesco. Esta imposición nos instaura como sujetos del inconsciente.
Piera Aulagnier, teoriza este problema alrededor de la noción de “Contrato
narcisista (Piera Aulagnier, 1975). Esta coacción, que instituye nuestro modo
de sentir y pensar dentro del pentagrama dado por la estructura de parentesco,
impone renuncias instintivas.
El proceso de represión que nos
humaniza, lleva a la emergencia de deseos, y sentimientos determinados por ese
orden inconsciente, e instaura como contrapartida un sistema de ideales, que
configuran una utopía a la que se
dirigirán entonces los anhelos humanos. Los humanos entonces, por su propia
constitución, vivirán inexorablemente la historia de una carencia - como dice Rivera -, frente a su sistema de
ideales.
Postular que el inconsciente
emerge en el ser humano al culturalizarse, implica que los conflictos éticos humanos también surgen en
este cruce. El espacio del psicoanálisis se constituye alrededor de conflictos
éticos: en el enfrentamiento con un conflicto ético soslayado y el
desencadenamiento de una dialéctica ética estancada.
2-Sólo con la adquisición de categorías éticas tiene sentido la noción
de bien y de mal
Volviendo a Freud podríamos
decir, en una apretada síntesis, que la subjetividad que propone el
psicoanálisis se constituye un primer período de inmoralidad infantil en que se
dan los sucesos que constituyen el germen de la neurosis ulterior. Primero sucede la experiencia de seducción
pasiva y luego el acto agresivo
sexual activo que retorna como autorreproche. Este autorreproche se asocia al
recuerdo del acto placentero que se reprime reemplazándose por un síntoma
primario de defensa. Los diques -
la vergüenza, el asco y la desconfianza hacia si mismo - instituyen síntomas de
una clase que permiten que el sujeto se instale en una “salud aparente” que
evita la enfermedad, hasta que en un momento ulterior la defensa fracasa con el
retorno de los recuerdos reprimidos.
Es decir que no hay enfermedad, ni durante la “inmoralidad” infantil, ni durante el período
de salud aparente. Solamente con la inclusión de las categorías éticas se instituye lo reprimido, la defensa y
al fracaso de la misma.
Cuando se enlaza un autorreproche a una primera experiencia de placer
se inscribe un Mal moral en su bien natural y un Bien moral en su mal natural. Esta
paradoja se resuelve porque esta inscripción, que constituye la esencia de lo reprimido, ofrece
satisfacciones sustitutivas a la descarga instintiva con la satisfacción de
ideales. La promesa que trae la satisfacción del ideal sería entonces el
pasaporte privilegiado que permitiría la renuncia a la satisfacción pulsional, en tanto dicha promesa es proveedora de
satisfacciones sustitutivas.
Respecto de este sistema de referencia que adquirimos, evoquemos que Freud
a lo largo de su obra desarrolló la idea que afirma que de la elaboración de la
sexualidad parten las columnas que sostienen los contrafuertes del edificio en
que advienen los paradigmas éticos humanos. Esto da origen a una idea revolucionaria: el imperativo categórico –el referente para calificar nuestras
conductas-, propuesto por Kant (Kant 1797), según el psicoanálisis, tiene origen y
encuentra sus basamentos en la elaboración que cada ser humano hace de su
sexualidad infantil.
Recordemos para enmarcar el tema que Kant
en Metafísica de la ética había descripto su sistema basado en la idea de que la razón
es la autoridad de la moral. Kant
afirmaba que los actos de cualquier clase han de ser emprendidos desde un
sentido del deber que dictase la razón, y que ningún acto realizado por
conveniencia o sólo por obediencia a la ley o costumbre puede considerarse como
moral. Kant describió dos tipos de órdenes dadas por la razón: el imperativo
hipotético que dispone un curso dado de acción para lograr un fin
específico; y el imperativo categórico que dicta una trayectoria de actuación
que debe ser seguida por su exactitud y necesidad. Kant formuló el
imperativo categórico de diversas maneras (no opuestas, sino complementarias).
De ellas cabe destacar dos: «No obres nunca sino de manera que puedas
querer que la máxima que rige tu obrar se transforme en ley universal.» (No
busques privilegios, ley privada, ni excepciones. Piensa qué pasaría si todos
obrasen del mismo modo. No hagas lo que no te gustaría que otros hicieran.)
«Obra de tal modo que uses a la humanidad —tanto en tu propia persona
como en la persona de cualquier otro— siempre como un fin, nunca como un
medio.» El Imperativo Categórico, o imperativo apodíctico es un Mandato con
carácter universal y necesario: prescribe una acción como buena de forma
incondicionada, manda algo por la propia bondad de la acción,
independientemente de lo que con ella se pueda conseguir. Declara la acción
objetivamente necesaria en sí, sin referencia a ningún propósito extrínseco.
Para Kant sólo este tipo de imperativo es propiamente un imperativo de la
moralidad.
Volviendo
a nuestro eje, podemos decir, redundando, que la sexualidad infantil por
exigencias de la cultura está destinada a ser reprimida; un derivado de la represión de la sexualidad es la
emergencia de ideales, que tomarán
más tarde la forma de imperativo categórico.
La
sexualidad reprimida encuentra en los
ideales las vías para encontrar satisfacciones sustitutivas. Los humanos desde esta concepción
transitarán en su vida entre una satisfacción de la pulsión, nunca lograda
– origen de un omnipresente malestar
cultural -, y un
sustitutivo cumplimiento de
ideales. Al erigir un
ideal, desde el cual quedamos
marcados como humanos, la vida no vale la
pena de ser vivida por ella misma si no tiene un sentido, sentido que
como tal, paradójicamente está fuera de la vida misma.
La represión en la que nos humanizamos, es
la que permite diferenciar un yo ideal donde el bebé queda predicado por el
otro como objeto de amor y de
perfección, “hys majesty the baby”, de un ideal del yo donde el bebé queda a expensas del amor
del otro devenido ideal y
subordinado a un deseo para siempre asintótico, donde se hace imposible hacer
coincidir, unificar haciendo uno al yo con el ideal, para recuperar al supuesto
yo ideal perdido. El sujeto en la humillación que siente frente a
la perfección del ideal tiene la medida de lo que perdió, sin haberla tenido
nunca antes y sin poder tenerla jamás en después.
3- El mal, el juicio de atribución y el juicio de existencia
Partiendo de la
anterior peana, sugiero que en la obra de Freud, a los efectos de este tema, se
pueden distinguir dos versiones distintas de lo que se considera “mal”: lo
considerado - teniendo al ideal
como sistema de referencia - por el juicio de atribución y lo implicado por el
juicio de existencia.
El juicio de atribución comprende lo que
produce desagrado y sus variantes, la
culpa, el asco, la vergüenza, el miedo.
El juicio de existencia abarca lo
no-significado: la falta de significado,
la destrucción de significado, lo que nunca va a ser significado, más ligado al
horror, lo ominoso, lo extraño.
3-1-El
juicio de atribución
Freud en la primera tópica privilegió lo
que sobrevenía con el juicio de atribución. Para esta versión la realidad
(psíquica) con la que trata el psicoanálisis es la que resulta de la incorporación
de las significaciones en el yo asociadas a lo desagradable que surge
ante el levantamiento de la represión.
3-2-El juicio de existencia
En Más allá..., el yo ya no sólo tiene que lidiar con
lo negativo, en tanto desagradable que proviene de los significados que emergen
por el levantamiento de la represión, sino con lo negativo de lo no-significado. Se agrega así a
lo negativo, tributario del juicio de atribución, lo negativo del juicio de
existencia; se suma entonces a lo que trae culpa o vergüenza en el territorio
del heimlich, lo no representado, lo irrepresentable
que se nos muestra con el ropaje de lo extraño y horroroso del unheimlich.
Freud hizo este planteo porque
percibió que en las neurosis de guerra, en donde a contrario sensu de lo esperado por su
ensayo sobre los sueños, no aparecía
deformación de aquello que desagradaba a la conciencia. Se encontraba en cambio
con una machacona reproducción de lo igual, lo traumático sucedido no dejaba de
reiterarse sobre un fondo de intensa angustia. Concluyó que en la constitución
de la realidad psíquica además de descartar por el desagrado que nos producen
ideas y sentimientos semantizados como prohibidos o
pecaminosos, tenemos horror al vacío,
nos suele espantar lo inesperado, la falta de sentido que acompaña a lo traumático, al accidente.
Pero Freud mostró que no necesitamos tener
accidentes – sin dejar de ver la importancia que estos tienen - para que
nos topemos con el unheimlich.
Nuestro aparato psíquico es insuficiente respecto de la pulsión. Esta es la
innovación central en este punto que trae Mas allá del... La novedad que
incluye la postulación de la pulsión de muerte es que tenemos permanentes accidentes,
desde que nacemos. O para decirlo de otro modo, padecemos de un imposible, no
podemos terminar de representar, todo nuestro saber tendrá en su origen un
inconmovible punto de indeterminación. Habrá un “ombligo” que nunca podremos
atravesar y significar.
Es en este lugar donde aparece una nueva clínica
que tiene como paradigma la compulsión de repetición, la alucinación negativa,
la reacción terapéutica negativa. Esta nueva clínica no proviene de lo
desagradable, sino de lo incognoscible, lo imposible, lo indeterminable, no
está dado sólo por la insuficiencia del aparato para proveer significación a
una pulsión que se resiste a ser significada.
3-3-El goce es un mal
Respecto de esto, Lacan, al incorporar la
categoría de lo real plantea - leyendo a Freud en "El
malestar en la cultura" -
que el goce es un
mal (Seminario 7, La ética.., Pág. 223). En ese seminario (Seminario 7, La ética) tiene muchas referencias
para pensar el tema y sus figuras, aborda la figura de Sade y busca establecer
su lógica, que luego retoma en su escrito "Kant con Sade“ (Escritos 2).
En Kant con Sade (Escritos 2, pág. 752) hay una
mención de Sade quien habla del "Ser-supremo-en-maldad"; el Otro del goce que hace consistir el
perverso en su posición de instrumento de goce del Otro. Si el goce es un mal,
para Lacan las figuras clínicas donde se muestra más nítidamente son
las de las perversiones y las psicosis.
3-4-La contribución de Green: Decir que el
mal es sin por qué no exime de la pregunta ¿por qué?
Green
(1988) de un paso más en este camino - paso que suscribo -, cuando siguiendo
las trazas de Freud, distingue dos
formas de expresión de la pulsión de muerte entre las causas que obstaculizan
la curación:
1-la
ligada, atribuible al Superyo: que suele ser comprendida en términos de
culpabilidad y afán de autocastigo y
2-la
libre, flotante, difusa que sería responsable del aferramiento más obstinado a
la enfermedad.
A
partir de esta distinción plantea dos formas de relación con el mal (en el
sentido de enfermedad):
1-una
comprensible y
2-otra
incomprensible (sin por qué)
Para
él, el mal moral, en parte se encuentran causas que se analizan, se comprenden,
se explican y hay otra parte que escapa a toda causalidad.
Sin
embargo, remarca Green que decir que el mal es sin por qué no exime de la
pregunta ¿por qué?
Para
él hay dos respuestas a esta pregunta:
1-El
primer origen del mal moral es fruto de una desmentida: “todo mal está en el
otro, por lo tanto si elimino al otro, responsable del mal, elimino el mal”.
Esta posición paranoica descansa en una idealización de sí. El mal es en
consecuencia un factor de mantenimiento de la cohesión narcisista.
2-El
mal es sin por qué porque su razón de ser, consiste en proclamar que todo lo
que es carece de sentido, no obedece a orden alguno, no persigue ningún fin,
depende sólo del poder que se pueda ejercer para imponer su voluntad a los
objetos de sus apetitos: no dice de sus deseos, porque el término sería
demasiado civilizado. El mal es sin por qué porque no existe un porqué.
Para
Green el mal es sin por qué es porqué es pura desligazón, es no sentido total,
fuerza bruta. Tal es el sentido de esta destrucción del sentido que afirma que
el bien es un no-sentido.
3-4-¿Qué es la pulsión de muerte?
Tuve la impresión entonces, en el silencio que
siguió al relato del superviviente de Auschwitz, cuyo horror viscoso todavía
nos impedía respirar con soltura, que una extraña continuidad, una coherencia
misteriosa pero radiante gobernaba el devenir de las cosas. De nuestras
discusiones sobre la novela de Malraux
y el ensayo de Kant donde se elabora la teoría del Mal radical, das
radikal Böse, hasta el relato del judío polaco del Sondercommando de Auschwitz
–pasando por las conversaciones dominicales del Bloque 56 del Campo
Pequeño, alrededor de mi maestro Maurice Halbwachs-, se trataba siempre de la
misma meditación que se articulaba imperiosamente. Una meditación, por decirlo
con palabras que Andre Malraux no escribiría hasta treinta años más tarde, sobre “la región crucial del alma
donde el Mal absoluto se opone a la fraternidad”.
Jorge Semprun[3]
Para
contestar sucintamente esta pregunta que propongo, me voy a apoyar en un
comentario, que suscribo, de un texto de un libro que estoy escribiendo en
conjunto con Jaime Szpilka (R. Moguillansky y Jaime Szpilka, 2008): la
pulsión de muerte es lo que se resiste e insiste como pulsión –efecto de
una diferencia y búsqueda de una anulación de la diferencia- en función de la
represión establecida por la estructura hominizadora del Edipo Y si quisiéramos referirnos aún a la relación entre
ligazón y desligazón , podríamos proponer que la pulsión de muerte da cuenta de
lo desligado que insiste y se resiste a ligarse en función de la ligazón que
insiste en efectuarse. No es así lo puro desligado sin más, sino lo que apunta
a desligarse en función de una ligazón que perpetúa la diferencia para siempre
jamás entre la satisfacción
esperada y la hallada por obra de la represión. Por eso la muerte de la pulsión
de muerte podríamos definirla como una más de las figuras del imposible incesto
como intento de solución de la irreductible diferencia. Así se entiende que el sujeto humano
viva por algo distinto que la vida misma…, la pulsión de muerte… , no es la
tendencia al cero sin más sino la búsqueda de un cero imposible, de allí que
sea difícil concebirla fuera de la
trasgresión ligada a lo incestuoso, donde es una de sus figuras.
La pulsión de muerte es el lugar en donde inevitablemente
fracasa la estructura
hominizadora del Edipo, es el lugar, donde Semprún dice que el Mal absoluto se opone a la fraternidad
4-Lo imposible; Lo absurdo.
Para
redondear mi comentario final necesito incorporar las categorías de lo imposible (Georges Bataille, 1962) y lo absurdo (Albert Camus, 1953).
4-1-lo
imposible
La noción de lo imposible fue
trabajada por Georges Bataille en su texto “Lo imposible”; también en “El abad
C.”, “Madame Edwarda”, “Historia del ojo”, “Mi madre” y en especial en “La
parte maldita”.
Me resultó muy interesante y
esclarecedor el comentario que hace Julia Kristeva sobre la obra de Bataille; ella afirma que la
ficción soberana – noción central de Bataille - es precisamente la
representación de las operaciones concretas (sexuales, morales, sociales) que
exceden la especularización y su sujeto, el sujeto del saber. Es una condición
necesaria para mantener y atravesar el conocimiento, y para que se represente,
en el tema meditado, el proceso de la significancia captada por la
representación y por el conocimiento: lo desconocido. La ficción
soberana representa un espectáculo cuya economía contradice la representación y
el espectáculo: la ficción soberana es la representación de un no-saber
desconocido.
En el prefacio de Lo imposible
Bataille dice: “El realismo me da la impresión de un error. Sólo la violencia
escapa al sentimiento de pobreza de esas experiencias realistas; la muerte y el
deseo son los únicos que poseen la fuerza que oprime, que corta la respiración;
sólo el exceso del deseo y el de la muerte permiten alcanzar la verdad” (Pág.
13).
Bataille, en sus comentarios
finales de “Lo imposible” afirma que “la categoría de lo imposible...
sirvió de pretexto para subrayar que lo posible es el único objeto de
constantes investigaciones. En verdad, la sabiduría y la reflexión se desviaron
de lo imposible, entonces
enfatiza que “lo esencial es vivir y lo imposible está directamente
ligado con la muerte. Sólo cuando está abocado a un destino trágico un hombre
llega a escoger lo imposible... Lo imposible es un desorden, una
aberración... que trae la pasión” (Pág. 169)
4-2-Lo absurdo:
Es un mérito de Albert Camus,
haber llamado la atención, sobre “una sensibilidad absurda que puede
encontrarse dispersa en el siglo” (Albert Camus, 1953, El mito de Sísifo, Pág.12), que encuentra modelizada en el
mito de Sísifo. El sentimiento de lo absurdo subyace, tanto en su obra de
ficción “El extranjero”, como en su ensayo “El mito de Sísifo”[4].
Camus lo describe como “una
sensación”, inherente a lo humano: “quizás podamos alcanzar esta sensación
inapreciable de lo absurdo en dos mundos diferentes pero fraternos en la
inteligencia, del arte de vivir,..., el clima del absurdo está al comienzo.
El final es el universo absurdo
y la actitud espiritual que lo ilumina con una luz que le es propia... Todas
las grandes acciones y todos los grandes pensamientos tienen un comienzo
irrisorio” (Ibid, Pág. 22).
En ciertas situaciones responder
“nada” a una pregunta sobre la naturaleza de sus pensamientos puede ser una
ficción en un hombre... pero si esa respuesta es sincera, si describe ese
singular estado del alma en el cual el vacío se hace elocuente, en que la
cadena de los gestos cotidianos se rompe, en el cuál el corazón busca en vano
el eslabón que la reanuda, entonces es el primer signo de la absurdidad. Desde
el momento en que se la reconoce – dice Camus -, el absurdo se convierte
en una pasión, en la más desgarradora de todas.
Camus hace una fuerte
exhortación a darle carta de ciudadanía a estos sentimientos irracionales, que
entran en conflicto con la tendencia humana “hacia la unidad y la visión clara” (Ibid, Pág. 33.
5-Mal, individuo e imaginario social
La verdad, tan simple como aterrorizante, es que las
personas que, en condiciones normales, hubieran podido quizás soñar crímenes
sin jamás nutrir la intención de cometerlos, adoptaron en condiciones de
tolerancia completa de la ley y la sociedad un comportamiento escandalosamente
criminal.
Hanna Arendt[5],
No quisiera dejar de lado, en las
relaciones entre la ética y el psicoanálisis, las complejas relaciones entre el
mal, el individuo y el imaginario social. Para ello, y dar una breve pincelada
sobre el tema, voy a recurrir a dos nociones: la de imaginario social (Cornelius Castoriadis, 1975)[6]
y la de mentalidad (José luis Romero,
1987)
En cuanto al imaginario social recordemos que Castoriadis
(Castoriadis, 1975) le ha otorgado centralidad a la articulación del sujeto
psíquico, social, biológico y político.
A partir de esta imbricación conceptual Castoriadis desarrolló lo que
implica "el descubrimiento, o el redescubrimiento, de la imaginación y de
lo imaginario, de la imaginación en el plano de la persona humana singular y
del imaginario en el plano social e histórico como fundador, creador de las
instituciones sociales".
Por otro lado diría que en el imaginario de cada sociedad rige lo que
José Luis Romero llama una mentalidad. Romero
define mentalidad, como el “conjunto
de costumbres, formas concretas de la vida, ideas operativas que funcionan
efectivamente en una sociedad, que no han sido nunca expuestas de manera
expresa y sistemática, que no han sido ordenadas ni han sido motivo de un
tratado, pero que sin embargo nutren el sistema de pensamiento y rigen el
sistema de conducta del grupo social” (ibid). La mentalidad de la época cumple un papel central en las condiciones
en que un sujeto humano se subjetiva.
Sartre ha hecho, en su ensayo sobre Genet (Sartre, 1952), una notable contribución a la noción de
mentalidad. En este punto opina que
para la buena gente la bondad es equivalente al ser, a lo que ya es, y
la maldad a lo que pone en juicio al ser, a la negación, al no ser, a la alteridad[7]; el hombre malvado entonces es
una necesaria invención del hombre bueno, es la encarnación de la alteridad
de lo que él es, su propio momento negativo; el mal, para Sartre es una
proyección[8];
el hombre bueno niega perpetuamente el momento negativo de sus acciones;
las acciones permitidas del hombre bueno consisten en mantener,
conservar, restablecer, renovar; todas ellas son categorías de repetición,
opuestas al cambio. El cambio, al hombre bueno le causa inquietud y la inquietud le causa horror, y no la
considera parte de sí.
En el ensayo sobre Genet, Jean
Paul Sartre anticipa la línea de pensamiento que va a llevar adelante en Crítica de la Razón Dialéctica (J. P.
Sartre, 1960), cuando conceptualiza la libertad, como la posibilidad de
desasirse de la serie, desasirse de las condiciones en que somos instituidos
por la sociedad.
Sartre, con enorme lucidez, nos
dice que en la cuestión del mal es central la posibilidad que tiene un sujeto
de pensar por su cuenta, más allá de los ejes axiológicos que marca la
mentalidad que instituye el imaginario social en cada momento histórico.
Una contribución central del
psicoanálisis es a evitar la pérdida de la conciencia de que somos sujetos
históricos, y ayudarnos a discutir
dentro nuestro las categorías con que fuimos instituidos.
En ese punto decíamos con
Rogelio Rimoldi (Moguillansky Rodolfo y Rimoldi Rogelio, 2007) que: lo que lo incita -según Safransky-, el
auténtico mal para Leibniz, es la posibilidad de que se imponga una
weltanshauung (originada en las ciencias naturales) de un mundo carente de sentido:
un mundo en el que todo sucede con necesidad explicable, pero sin sentido ni
fin, como “necesidad ciega”. Así es el Dios de la necesidad como lo concibió
Spinoza, un Dios de la “omnipotencia ciega, del cual brota todo con necesidad”.
En este punto, en las
relaciones que el individuo tiene con la mentalidad en que vive - cuando esta
toma la forma de mundo carente de
sentido: un mundo en el que todo sucede con necesidad explicable, pero sin
sentido ni fin, como “necesidad ciega - nos ha estremecido Hannah Arendt
describiendo que durante el
juicio, Adolf Eichman no mostró ningún remordimiento por sus acciones. Enfaticemos
que el principal lamento Adolf Eichman al ser juzgado fue su incapacidad para
seguir en el Tercer Reich su carrera.
En otra perspectiva, también ha
sido conmovedor como Gunther Grass (2006), en Pelando la cebolla, se pregunta, sin autocomplacencia y con
absoluta sinceridad, por su participación en su juventud en la SS. Grass para
hacerlo recurre “al más dudoso de todos
los testigos, Madame Memoria, una aparición caprichosa, a menudo con dolor de
cabeza, que además tiene fama de venderse según la situación de mercado” (pagina
62), para preguntarse cómo era ese joven, que él fue, ese joven que sin ningún
conflicto en ese momento integró las juventudes hitlerianas.
En Pelando la cebolla Grass pone en
escena un drama moral en el cuál él mismo encarna dos personajes: el del
pecador y el del redentor. El uno se defiende y el otro acusa. Esta dualidad le
inyecta mucha de la fuerza que posee la última obra de Grass. En efecto, Grass
no oculta, no se oculta. Grass no tiene pelos en la lengua ahora como nunca los
ha tenido, cree en la fuerza
liberadora de su obra literaria. Los frutos de su inspiración deben ser también
un catalizador de los recuerdos.
Grass,
fiscal de la adormecida conciencia occidental, cuenta
con notable franqueza que no fue consciente de esos crímenes hasta después de
la guerra. Crea con este libro una metáfora en la que él mismo se acusa
y se eleva a una instancia en donde levita más allá del bien y el mal.
Pelando la cebolla es en definitiva un
drama del recuerdo que adquiere un valor metafórico cuando parece replicarle al
lector: ¡Yo también necesité mucho tiempo. Pero por todas las cebollas de este
mundo, no me he ocultado nada. Vea como lagrimean mis ojos! Debiéramos
reconocer que, como Grass, todos
tenemos uno que otro “cadáver en el sótano”
Geográficamente, más cerca
nuestro, Beatriz Sarlo (2003) en La
pasión y la excepción, se interroga acerca de su modo de pensar en los
sesenta y setenta, en particular cómo ella pensó y caracterizó en su momento la
muerte de Aramburu, la muerte de Evita y la producción literaria de Borges.
Sarlo, con notable valentía,
discute como ella se posicionó de acuerdo a la mentalidad de la época ante
estos episodios excepcionales, pero ilustrativos y que piensa hoy de esa que
fue y como pensaba en esa época.
Resaltaría
que encontrarse sin certezas, sin una verdad absoluta, no es algo a lo que
tiende habitualmente nuestro pensar, ni es parte del sentido común que impregna
el imaginario social, como nos enseñó Castoriadis (1975) con lo que él llama
“lógica identitaria”, que aunque absurda, esta lógica identitaria,
separada de la posibilidad de pensar, “crea la ilusión de la posibilidad de un discurso a la vez
identitario y pleno” (página 263).
6-Un tema psicoanalítico: ética y perversión
“Este mal es radical porque corrompe el
fundamento de todas las máximas; más aún, es una propensión natural que la
fuerza humana no puede extirpar, pues tal extirpación solo podría darse a
través de máximas buenas y no puede tener lugar cuando se postula que el
fundamento subjetivo y último de todas las máximas es corrupto”
Emmanuel Kant
(De La religión dentro de los límites
de la mera razón).
Ya dijimos que la represión constitutiva de lo humando
conlleva a un sujeto dividido, que anhela recuperar su coincidencia con el yo
ideal, y que ya no puede coincidir
más. Esto crea las condiciones de posibilidad de la experiencia del misterio,
un misterio que subyace a todo pensar y por extensión a toda
empresa artística y científica seria. Esto es captar que
detrás de cada experiencia de la vida hay algo que escapa a nuestro entendimiento, lo que implica
decir que de este modo, en tanto hay algo que no entendemos y que buscamos sin
alcanzar, somos en última instancia religiosos. No experimentar ese sentido,
lleva a perder buena parte de la sal de la vida.
Desde esta perspectiva podemos
afirmar que el neurótico es un creyente que se hizo agnóstico para volver a ser
creyente, un sostenedor del misterio del sentido y del sentido del misterio, un
buscador ambivalente de significados, que le permitan suturar la herida que se
abre en el fracaso de la represión y en el retorno de lo reprimido. En ese acto de creencia del neurótico,
que implica creer en el orden dado por la prescripción que instaura el tabú del
incesto, lo lleva sentirse
determinado por un aparato psíquico con diferenciaciones entre lo preconsciente y lo inconsciente,
entre el Yo y lo reprimido.
El perverso, en cambio, intenta
desautorizar los fundamentos éticos de esta organización. En la perversión el
sujeto se coloca en una situación que podríamos calificar como ateo del
inconsciente. Es por estas razones que lo podemos seguir a Freud cuando insistía
que la neurosis era el negativo de la perversión.
El
perverso suele vanagloriarse de un presunto “naturalismo” y con ese discurso se
autoriza a deshacerse en el acto perverso de las interdicciones del tabú del
incesto. El perverso, en la actuación perversa, denuncia lo no natural que hay
en lo que el universo común califica como natural (Moguillansky, 2004). En
rigor no hay nada menos natural
que la norma, aunque el sentido común la califique como tal. Los actos perversos implican marcas y signos que buscan
deshacer las marcas y signos del
universo común, y devienen
contrasignificados o contrasentidos.
Foucault (1976) nos ha ayudado en este punto en su
texto Historia de la sexualidad dando las bases para comprender el complejo entramado de las relaciones
de poder en el dominio de la sexualidad realzando las teorías que apuntaban a
la represión como motor necesario del proceso.
La tesis fundamental de Foucault en este texto es
que en la historia se han acumulado discursos acerca del sexo, “...discursos
diversos pero todos, cada uno a su manera, coactivos”. La aparentemente
inocente “voluntad de saber” que subtitula el libro, carácter básico de la
actitud ilustrada queda desenmascarada por Foucault como verdadero ejercicio de
poder y dominación: cuando el saber penetra un ámbito aún virgen para el
análisis y la comprensión (como el sexo), genera – según Foucault - un
nuevo sistema de relaciones que se disparan y se autodefinen al margen del
sujeto cognoscente, siguiendo su propio dinamismo que es la lógica del poder.
En la perspectiva propuesta por Foucault el
lenguaje habla a través nuestro. Foucault señala al lenguaje como instituyente
del sujeto del discurso con la
famosa frase de “no hablamos el lenguaje sino que él nos habla”. Con este punto
de vista se inaugura una nueva teoría de la comprensión, mucho más explicativa
que la romántica, que se basaba, en la perspectiva de Foucault, en principios
cuasi místicos.
Foucault explica, en ese sentido la “aparición” de
la sexualidad por la tematización que el lenguaje de la modernidad hace de la
realidad del sexo. El discurso, según Foucault, no lo debemos pensar como el
estrictamente escrito o puesto en palabra oral, “el propio mutismo, las cosas
que se rehúsa decir o se prohíben nombrar, la discreción que se requiere entre
determinados locutores, son menos el límite absoluto del discurso que elementos
que funcionan junto a las cosas dichas, con ellas y a ellas vinculadas en
estrategias de conjunto” (ibid).
Como vemos el término clave de
Foucault es el de poder, término
con el que explica como la
lógica de las estructuras impersonales resulta deducible a partir de la manera
en que chocan en el espacio social; las nuevas instancias impersonales son
decididas, para Foucault, por los
paradigmas epocales. Foucault por eso dice “Si la sexualidad se constituyó como
dominio por conocer, tal cosa sucedió a partir de relaciones de poder que la
instituyeron como objeto posible” (ibid).
En la perversión lo que
estructura el poder se trastoca, en lugar de marca de la imposible
articulación adquiere referencia a
una plenitud y la actuación
destaca el triunfo de una supuesta naturalidad en la que se desautoriza la
determinación de lo inconsciente. El perverso cree en una ética “natural”, en
donde el más allá del principio de placer estalla en lo placentero, se goza
sufriendo y haciendo sufrir y se sufre gozando, hay un Bien en el Mal y un placer en el displacer: el
sadomasoquismo.
7-Epílogo
El
mal humano - al menos desde la perspectiva en que yo pienso del psicoanálisis
-, sólo es concebible desde las referencias que otorgan las relaciones que el
yo tiene con el sistema de ideales con el que convive. Freud (S. Freud, 1923)
nos enseñó que el yo, desde lo inconsciente del yo, se encarga de reprimir lo
que no coincide con la red asociativa del mismo. En esa línea, el yo, sabemos
que con frecuencia, no sólo reprime, sino que también repudia lo que amenaza su
coherencia o su distancia con el ideal y además suele renegar del repudio que hace.
El
mal tiene entonces algunos de sus orígenes en las inevitables insuficiencias
del yo ante el ideal, en lo intolerable que le son al yo estas insuficiencias,
en las heridas narcisistas que lo humillan por no poder sostener su ficcional
unidad, su coherencia, su incapacidad para prever y anticipar, en lo difícil
que es renunciar a un yo con un
discurso a la vez identitario y pleno.
Renovaría entonces la fuerte
exhortación de Camus, tomándola como una misión del psicoanálisis, dar carta de
ciudadanía a estos sentimientos irracionales que entran en conflicto con la
tendencia humana “hacia la unidad y la
visión clara”, y - parafraseando a Hegel - amenazan con colapsar el anhelo
del yo de ser un “alma bella”.
Recordaría que Hegel, respecto
del alma bella dice: “El mundo creado
por cada humano es su discurso, que ha escuchado también de un modo inmediato y
del que solamente retorna a ella el eco. Este retorno no tiene, pues, la
significación de que en ese acto la conciencia sea en sí, sino que es ella
misma; ni tiene tampoco existencia, pues lo objetivo no logra llegar a ser un
negativo del sí mismo real, del mismo modo que este no alcanza realidad... El
objeto hueco que se produce lo llena, pues, ahora, con la conciencia de la
vaciedad; su obrar es anhelar que no hace otra cosa que perderse en su hacerse
objeto carente de esencia y que recayendo
en sí mismo más allá de esta pérdida, se encuentra solamente como
perdido; - en esta pureza transparente de sus elementos, un alma bella desventurada, como la que suele llamar, arde
consumiéndose en sí misma y se evapora como una nube uniforme que se disuelve
en el aire” [9].
El yo se violenta porqué es un alma
bella desventurada, y sus desventuras tienen uno de sus orígenes en que el ideal al nombrar todos los atributos que
cree que tiene el Yo inicialmente,
funciona como un ideal de perfección frente al cual el Yo siempre tiene
un problema de minusvalía.
Convengamos
que el yo humano no tolera fácilmente no comprender.
Un buen ejemplo de esto lo
encontramos en el film de Joe Wright[10],
sobre
un guión basado en la novela de Ian McEwan. Ian
McEwan en Expiación (2002) había dado una maravillosa descripción de las maldades en que puede incurrir el Yo
para edificar una realidad que le sea comprensible.
En
síntesis para terminar diría que el yo no es amigo de las perplejidades y
extrañezas y es capaz de las mayores crueldades, ya sea sosteniendo que todo mal está en el otro, y que por lo tanto
si elimino al otro, responsable del mal, elimino el mal, o para evitarse la
herida narcisista que plantea lo imposible, o para no confrontarse con el obstáculo que le trae la imposibilidad de sustraerse al sentimiento
de lo absurdo o por no poder seguir sintiéndose un alma bella.
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Palabras clave: ética, sujeto, juicio de
atribución, juicio de existencia
Resumen
de Ética y Psicoanálisis.
Rodolfo
Moguillansky
Este texto aborda el
tema de la ética y el psicoanálisis
a partir de dos preguntas:
-¿Es el mal –
radical - una categoría del
psicoanálisis?
-¿Cómo pensamos el mal
desde el psicoanálisis?
Se postula que la cura psicoanalítica - sus
indicaciones, sus límites y los modelos teóricos en que se apoya - tiene lugar en un espacio que se
constituye alrededor de un sujeto no natural, el sujeto del inconsciente.
Se plantea que sólo con la adquisición de
categorías éticas, de un sujeto instituido por la cultura tienen sentido la
noción de bien y de mal.
Se distinguen dos versiones distintas
de lo que se considera “mal”: lo considerado - teniendo al ideal como sistema de referencia - por
el juicio de atribución y lo implicado por el juicio de existencia.
Se exploran
las relaciones entre el mal, el individuo y el imaginario social.
Se concluye que el mal humano sólo es concebible desde las referencias
que otorgan las relaciones que el yo tiene con el sistema de ideales con el que
convive.