El amor moderno y el amor pasional en la clínica vincular.
Una contribución a la cuestión del amor y el odio en la vida amorosa.
Rodolfo Moguillansky y Silvia Nussbaum
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Pablo Picasso, 1925, El beso[i],
Museo Picasso de París
Introducción.
Desde hace algún tiempo se insiste en las
vicisitudes del “amor pasional” en el seno de un vínculo amoroso – un
amor en el que se desplegaría en toda su amplitud el amor y el odio -,
intentando diferenciarlo del “amor
moderado” que presuntamente reina en el vínculo constituido por la pareja
moderna. Estamos introduciendo dos frases para diferenciar dos modos de amar en
el vínculo:
a-el amor en la pareja moderna, y
b-el amor que da lugar a un vínculo pasional.
Dos palabras para discutir qué es lo que
estamos nombrando con esos términos, qué es lo que incluimos en cada uno de
ellos, así como sus continuidades y discontinuidades.
En tren de enmarcar
históricamente estos temas digamos que el mundo occidental es un mundo en
transición, y esa transición también abarca las cuestiones del amor.
Seguramente no hay lugar en el
mundo que no esté en transición, ni
época histórica que no lo haya estado, pero a cada transición se la
suele vivir como excepcional y se conjetura que hubo un orden en el que eso, en
movimiento, era estable.
Cada época concibe de un modo
particular “su modelo estable”, lo que supone es “su normalidad”.
Detengámonos un momento, y
señalemos entonces, aunque parezca una obviedad, que no siempre se amó del mismo modo. En esa línea, es
importante no perder de vista que el
amor recíproco es un sentimiento que recién se concibió como parte de las relaciones de pareja
heterosexuales en el medioevo[ii].
Posteriormente fue glorificado por el romanticismo en el siglo XIX[iii],
mientras todavía regía un matrimonio concertado, aunque había fuertes muestras
de la insatisfacción que éste traía[iv].
Más tarde, en Occidente el amor
recíproco, en el siglo XX, dio las bases emocionales de una pareja que tuvo su
generalizada realización social después de la primera guerra mundial[v].
Esa es la pareja - que provocativamente llamó Denis de Rougemont[vi] “un invento de Occidente”: una pareja
en la que se suponía se articulaba el amor con la sexualidad - que se convirtió
en modelo de vínculo en la primera
parte del siglo pasado en esta parte del mundo. Ese “vínculo de pareja”, “la pareja moderna”, era una pareja
instituida por el enamoramiento - fundada sobre la base de la ilusión de amor
recíproco - que daba lugar a la familia nuclear, separada de la familia
extensa.
También sabemos que la solución alcanzada por la pareja
moderna no instituyó una forma de relación definitiva. Con el andar del siglo
XX se exploraron nuevas formas de intercambio sexual y pasional. Hoy en día, en
los comienzos del siglo XXI, esa pareja y la familia moderna conviven con otros
conjuntos vinculares, las conformaciones familiares de la pos-modernidad[vii]:
las familias ensambladas, las familias reconstituidas,
las familias homoparentales, las familias monoparentales, los que eligen vivir
solos, etc, y…, los vínculos pasionales.
Sin embargo, pese a esta
ampliación del espectro de las configuraciones vinculares en el campo del amor,
los especialistas coinciden que la pareja moderna es un modelo aún existente, al menos en los ideales del imaginario social.
En la
pareja moderna, algunos plantean que hay una – a nuestro juicio discutible - transición del
enamoramiento al amor, tratando de ubicar en el enamoramiento una pasión que
con el tiempo se acalla para cursar más tarde por un “moderado amor”. Aunque no
se puede negar una fenomenología diferencial entre la pasión que se despliega
en la pareja moderna y en el vínculo que se da en el “amor pasional. Vamos a
discutir metapsicológicamente esta distinción.
En lo que sigue, por un lado
vamos a dar cuenta de algunas de las diferencias fenomenológicas entre
estas producciones del amor. Por
otra parte, en el camino de mostrar sus
similitudes metapsicológicas, postularemos que la pasión que se suele jugar en la pareja moderna
no es moderada.
Más aún, en la pareja moderna,
cuando hay pasión en juego, al igual que en el “amor
pasional”, hay incidencias que van
del amor al odio.
Si bien es parte de la vida de las parejas,
que se transformen en instituciones en las que no se da cabida
a los vaivenes inmoderados del amor, cuando así ocurre el vínculo sólo conserva
sus aspectos contractuales, pierde su vitalidad y se convierte en una pura
cáscara emocional. Pero aún en esas parejas, suele subsistir la añoranza por
los comienzos pasionales que tuvo.
Para extendernos sobre el tema necesitamos antes hacer algunas
consideraciones previas. Estas apuntan a que, desde nuestro punto de vista, las
categorías clásicas del psicoanálisis son insuficientes cuando queremos abordar
estos problemas.
La necesidad de nuevos términos
Sugerimos
que, para comprender lo que se despliega en la pareja moderna y en el amor pasional, es necesario
incorporar nuevas nociones en nuestro arsenal conceptual, tal como la de
vínculo, y distinguirla, de los más usuales, como la de relación de objeto.
Para tener referentes comunes - dada la
polisemia que tienen entre nosotros estos términos -, anticipo que con “relación de
objeto” aludimos al “término utilizado con gran frecuencia en el psicoanálisis
contemporáneo para designar el modo de relación del sujeto con su mundo,
relación que es el resultado complejo y total de una determinada organización
de la personalidad, de una aprehensión fantasmática de los objetos y de unos
tipos de defensa predominantes” (J. Laplanche, 1971[viii]).
La noción de relación de objeto se
refiere entonces, a los efectos de este escrito, a la relación que el yo tiene
con un objeto, más precisamente con un objeto interno. Esta relación del yo o
del self - según distintos marcos teóricos -, con el objeto interno,
condiciona, media, colorea la relación con el objeto externo. La noción de “relación de objeto” está indisolublemente
ligada a la de “mundo interno”. Con mundo interno estamos mentando un mundo de
objetos, no sólo de instancias psíquicas organizadas, impulsos o funciones. En
esta perspectiva el sujeto con estos objetos internos vive relaciones intensas (inconscientes en su mayor
parte) relaciones personales; los
“ciudadanos”[ix]
de este mundo interno mantienen relaciones muy complejas entre si y con el
sujeto.
Nos interesa destacar entonces, para valorar la diferencia heurística de
la noción de relación de objeto y la de vínculo, cómo desde estas dos
nociones se concibe de modo
diferente la relación del sujeto con el objeto externo, más precisamente con
otro sujeto.
Breve preludio teórico sobre
lo que implica incorporar la noción de vínculo.
Inicialmente para referirnos a la noción de vínculo recurriremos a la
clásica definición acuñada por Bateson[x]. Bateson nos enseñó que vínculo es una
pauta que conecta a dos o más personas... la pauta que conecta es una
metapauta. El vínculo entonces es una pauta de pautas intersubjetiva. Esta
pauta de pautas es una estructura
cuya producción consciente son las relaciones entre un sujeto y otro u otros,
pero a la que subyace una organización inconsciente, a la que se pertenece, y
desde la cual su subjetividad es modificada. Estamos sugiriendo entonces que la
pertenencia a un vínculo produce efectos inconscientes para los que están
incluidos en él.
Esto implica cambios en cómo pensamos los psicoanalistas. Para decirlo en palabras de Käes[xi]
diríamos que con la noción de vínculo se incorporan dentro del
psicoanálisis los procesos y formaciones de la realidad psíquica que se revelan
en sus dimensiones trans-subjetivas. Con esta dimensión se alude no sólo a formaciones o procesos psíquicos
compartidos o comunes a varios sujetos, como identificaciones compartidas o
comunidad de síntomas, ni se agota en las formaciones bifase como el ideal del
yo. También se incorpora a los
procesos que atraviesan los espacios y los tiempos psíquicos de cada sujeto por
pertenecer a un conjunto. Estos procesos determinan, al menos en parte, en cada
sujeto de un conjunto, su organización tópica, dinámica, económica y
estructural y explican las solidaridades que sustentan tales organizaciones
subjetivas, tanto lo que mantiene junto en lo conjunto, como la realidad
psíquica que en ese conjunto se forma.
Como
ven, la introducción de nuevos términos como el de vínculo, no implica sólo
sumarlos al modo en que clásicamente pensamos, replantea todo nuestro bagaje
conceptual. Queremos indicarles, en esa dirección, que incluir la noción de
vínculo en el universo teórico del psicoanálisis nos pone en el compromiso de
redefinir las ideas que tenemos respecto del narcisismo y de lo inconsciente.
Con la
incorporación de la noción de vínculo hay que reconsiderar la noción de
inconsciente.
Con la aparición de la noción de vínculo nada quedó igual, fue necesario por ejemplo reconsiderar al
sujeto del inconsciente, había que
pensar al sujeto del psicoanálisis además de como “sujeto de la pulsión”, como “sujeto de herencia”, como “sujeto del vínculo”, como “sujeto de grupo”, como “sujeto
de lo conjunto”. No dejemos de ver que al incorporar la idea de vínculo se puso en crisis:
·
la noción de un
inconsciente cerrado por la represión de la sexualidad infantil. Se hizo
ineludible la suposición de un inconsciente abierto a nuevas inscripciones, y
·
la direccionalidad con
la que concebimos lo inconsciente. Lo inconsciente que nos determina no es sólo
interno, también somos determinados por lo conjunto en que estamos incluidos.
Al incorporar la noción de vínculo consideramos entonces al sujeto del
inconsciente instituido según dos determinaciones convergentes:
·
una primera tributaria
del funcionamiento propio del inconsciente en el espacio intra-psíquico y
·
una segunda: por la
exigencia de trabajo psíquico impuesta a la psique por el hecho de su ligazón
con lo inter-subjetivo, por el hecho de su sujeción a los conjuntos de los que
procede, los conjuntos a los que pertenece, los conjuntos con los que convive,
los conjuntos que instituye, los conjuntos que lo instituyen, en fin los
vínculos que tiene con la familia, con grupos, con instituciones.
Lo
conjunto creado por los sujetos sujeta y establece lugares inconscientes
generando una nueva fuente de significaciones inconscientes.
La noción de vínculo lleva a
reconsiderar el narcisismo y postular “nuevos momentos de constitución
subjetiva”
La
noción de vínculo también lleva a postular “nuevos momentos de constitución
subjetiva”, lo que conlleva “nuevos momentos de constitución narcisista”.
Cómo
concebir estos “nuevos momentos de constitución subjetiva” que se crean al
instituir nuevos conjuntos o lo que es lo mismo, cómo pensar los “nuevos
momentos de constitución narcisista” que se dan al adquirir nuevas
pertenencias.
Proponemos
que todo vínculo inter-subjetivo estable se instituye apoyado en el cimiento,
en la peana de una experiencia fusional amasada con la argamasa del encuentro – ilusorio –
con otro sujeto que “es” lo idéntico o lo complementario. Este “encuentro”
presupone haber constituido entre ambos - desde un observador,
ilusoriamente - “Lo Uno”.
No
por ilusoria esta construcción vincular, ese “Uno” instituido por la pareja
deja de ser estructurante de un “nuevo conjunto”, encontrando el vínculo en esa construcción de lo
“Uno” consistencia narcisista; el nuevo vínculo instituido, a la vez instituye
a los sujetos del vínculo, son por eficacia del poder instituyente del vínculo
“sujetos del vínculo”. La pertenencia a lo conjunto da una otra marca de
división subjetiva, agrega una nueva herida narcisista a las tres descriptas
por Freud.
Redundando, la
construcción de un nuevo conjunto instituye un nuevo momento de constitución
narcisista, sobre la premisa – ilusoria - de tener la misma ilusión,
desmintiéndose las diferencias, a lo heterogéneo se lo vuelve homogéneo y de
ese modo, se aproxima lo diverso.
La pareja moderna y la ilusión del amor
Probablemente la mayoría de nosotros hayamos sido criados en la convicción
moderna que afirma que la búsqueda
de felicidad podía ser una meta a alcanzar en nuestras vidas.
Forma parte de esa convicción moderna que
supone un objetivo sensato la búsqueda de la felicidad la suposición que en el
altar en que se unen las parejas debiera ocupar un lugar central el amor. No
perdamos de vista que esa versión moderna de la felicidad es consustancial con
la convicción que asegura que en el vínculo de pareja “el amor puede
consumarse”, que hay reciprocidad en el amor y que en el seno de esa
reciprocidad el amor encuentre su realización plena.
A despecho de la provocativa, y quizás
acertada frase de Lacan “Il n´y a pas de
raport sexuel” (que puede traducirse como que no hay relación sexual, o no
hay proporción sexual en la pareja, o no hay reciprocidad en el amor[xii]),
la subjetividad de la pareja moderna ha estado marcada, y en algún sentido lo
sigue estando, por la convicción que esto no es así. Las parejas en la
modernidad se han formado sobre la premisa que dice, que es posible consumar el
amor en la pareja, que es posible una reciprocidad en el territorio del
amor. Aunque esta convicción sea disparatada,
aún hoy en día, nuestra experiencia, en particular la que tiene que ver con la
vida en pareja y la vida familiar suelen fundamentarse en esa ilusoria
convicción.
El amor, un “himno conjunto”.
Con este amor, que anhela y presupone la
reciprocidad, no nos referimos entonces a la aspiración individual, ni a lo que se juega con la asimétrica
relación entre amado y amante, sino
a ese “himno conjunto”, en el que los amantes se ilusionan que han
creado un producto nuevo, un producto vincular, un todo. En este himno se
volvía a unir el cuerpo y el espíritu pero esta unión tenía una dimensión
dramática.
La pareja moderna suele tener como referencia
inicial ese momento en que se han sentido tocados por la varita del amor y
asistieron a un “estado conjunto de verdad, de eternidad”. Se han ilusionado de
haber participado de un “estado conjunto de verdad” que en el que se colapsó el
sentido que eran dos amores esencialmente individuales y por lo tanto
inconmensurables lo que podría
condenarlos a no encontrarse más que en el infinito. Con esta descripción
nos referimos entonces a ese momento en que “sienten que se han encontrado”, se
han ilusionado que tienen la misma ilusión, la ilusión de un todo, de haber
hecho “Lo Uno”; creen, en esa ilusión de tener la misma ilusión haber asistido
a un re-encantamiento con el mundo, sienten que sus cuerpos se reinsuflan la
vida y que el paisaje que los
rodea ha adquirido la perfección de una postal[xiii].
Esta ilusión idealizada del amor de pareja
perdura en los “enunciados del fundamento” de nuestra cultura y que, aunque
para algunos grupos pueda resultarle hoy desvaída, sigue teniendo pregnancia
para una parte importante de la sociedad.
La ilusión del amor, una aleación de contradicciones.
Sin embargo lo que se une en la ilusión del
amor resulta de una aleación de contradicciones y equívocos por que en ese
crisol donde se templa el amor, el acero que resulta es a la vez depositario
tanto del sentimiento de un “infinito sentido”, como del “colapso del sentido”.
El amor, eso tan vivificante, en su combustión siempre quema. De esto luego hay que hablar, pero sólo
es posible hablar a partir de las marcas de esa ignición, de esa piel escaldada
por la quemadura, de lo que el
fuego dejó.
La ilusión del amor, una ilusión insostenible, pero irrenunciable
prefigura el conflicto vincular.
No solemos renunciar fácilmente a la
idealización que nos trae la ilusión. Pese a la experiencia -subestimándola o
aún contradiciéndola, y en cualquier caso ignorándola-, la esperanza en que el
amor de pareja sea una perdurable realización de felicidad está tan encarnada
en nosotros que le damos verosimilitud a ese tipo de ilusión. La fuerza de la
representación idealizada del estar juntos en un vínculo de pareja, su
generalizado arraigo entre los hombres (aún entre los que participan con el
papel de escépticos), instala esta ilusión al modo de una religión: es cuestión
de fe, “tiene que ser”. Así, por ejemplo, se “cree” en el amor, es “necesario”,
que es posible que se consume.
Todo vínculo amoroso tiene que
lidiar, a poco andar, con una desilusión de estructura que no se la suele
admitir como parte del mismo. En la lucha por no darle existencia se producen
estallidos pasionales, una combustión de reproches por no poder sostener ese
idílico estar juntos.
En término más formales digamos
que un efecto de cualquier idealización, y de ésta también, es instalar de por
sí una lógica binaria que sólo admite estar dentro o fuera de la representación
idealizada, en este caso de la institución pareja. Surge entonces, por su
efecto, junto a la representación idealizada el valor contrapuesto.
Por efecto de la lógica binaria
el conflicto de pareja o la separación suelen ser vividos como un deterioro,
los integrantes del vínculo con frecuencia sienten que si tienen conflictos o se separan, se
quedan por fuera del preciado circuito de la ilusión. En consecuencia es lógica
la expresión, ante la desilusión
“fracasamos como pareja”, dado que el malestar no es una alternativa
aceptable al ser la referencia una institución sin conflicto.
Como producto de esta lógica
binaria solemos reconocer en las consultas un sufrimiento agregado por esta
imperfección, la imposibilidad de sostener la ilusión de tener la
misma ilusión. Por no poder sostener lo insostenible de su sustento, se
reprochan, se odian. Vemos que se odian, porque ya no
son lo que creyeron ser.
¿Qué se menta con el amor pasional?
Postularemos, para empezar a ubicarlo que en
el amor pasional no se quiere perder lo que el enamoramiento parece brindar.
Plantearlo así impone entonces la
pregunta: ¿qué es lo que no se quiere perder?
Para empezar a responder digamos que en el
enamoramiento - que da comienzo a la pareja moderna -, como ya comenzamos a enunciar más arriba, la ilusión del
amor provoca en los que participan una apoteosis inexpresable, incontrolable,
un vértigo de identidad, cuya
llave sólo la poseen los amados.
Esto es así porque en la extravagancia de ese
movimiento desorbitado, que arroja a los que participan tanto a expansiones
inmoderadas, como a humildades sublimes, en esos desfallecimientos desmesurados
está la miga de la experiencia que explica la pasión que las parejas no quieren
perder, y que en su desfallecer encuentra uno sus nichos el odio[xiv].
Tengamos en cuenta, para darle toda su
estatura, que esta pasión encuentra su fundamento en que el enamoramiento es el
tiempo y el espacio en el que cada persona, ó, para ser más precisos diríamos
que las personas –que se
enamoran - se conceden el derecho de ser extraordinarias.
Tampoco perdamos de vista que en el
encuentro del amor, en el enamoramiento, se trastorna la temporalidad, se
transforma ese instante en eternidad, se condensa pasado, presente y futuro
suponiendo una esperanza que promete un futuro perfecto. El odio, en parte nace
en los vínculos, ante el incumplimiento de esa promesa, ante esa temporalidad
que en su transcurrir amenaza con arruinar la alcanzado en el acmé del
enamoramiento.
También es parte de lo que no se
quiere perder que en el
enamoramiento los enamorados sienten, tienen la certeza, que “es cierto lo que les está
ocurriendo”[xv].
Para
discriminar las proximidades y las diferencias entre el amor recíproco y el
amor pasional, necesito incluir la dificultad de construir un discurso sobre el
amor, en tanto sugeriré que en el amor pasional se ven las consecuencias tanto
de la imposibilidad de renunciar a la ilusión del enamoramiento como de no poder procesarlo en un discurso.
No hay un discurso amoroso, no
hay un discurso del amor.
Por un lado convengamos que del
enamoramiento, de ese momento sublime, intensamente ético, desmesuradamente
verdadero, en el que se está generosamente dispuesto a hacerlo todo por el
otro, encerrara a la vez la limitación de su condición y la impotencia de
prolongarlo en el lenguaje.
De ese cataclismo del amor sólo se puede
hablar después, pero eso ya es otra cosa. En el momento del amor no se habla
de… Es un momento en que se tiene
la impresión, la convicción de participar de una alquimia en la que se ha hecho cierta una nueva amalgama
en la que sobran las palabras. Sienten que en el amor “han sido otros”, han
dejado de ser indivisibles, se ha perdido cada uno en el otro, se ha sido para
el otro, se ha sido otro junto con el otro.
En esa
línea, el intento de un discurso amoroso – del mismo modo en que quizás
todo discurso en donde se juegue algo íntimo, no contractual -, es un discurso
esencialmente metafórico, que da lugar a interpretaciones provisionales. Provisional, en este contexto, quiere
decir que es un discurso del momento,
es el discurso del absoluto,
reflejando ilusoriamente que no hay un absoluto exterior a ese amor; ni ninguna
historia, ni cualquier otra referencia a la significación que se despliega en
ese discurso amoroso; es un sentido palpitante, único, que tiene esa consistencia absoluta sólo aquí y ahora y se vuelve absurdo en
otra coyuntura, incluso ridículo. En el amor el discurso es desontologizado, y el sujeto no es más que un
accidente provisional; el amor es algo de lo que no se habla[xvi].
Esta
imposibilidad de construir un discurso sobre el amor hace, que en el intento de
prolongarlo, encontremos algunas de las claves del amor pasional.
La
clínica de una “pareja moderna” y el “amor pasional”
Sobre la base de las premisas anteriores, tomaremos
como punto de partida una primera entrevista de una pareja que podemos
denominar una “pareja moderna”. Intercalaremos en ese material viñetas en las
que se produce “amor pasional”.
Agregaremos a esos materiales comentarios para mostrar similitudes y
diferencias entre estos dos modos de amar.
Para mayor comodidad del lector pondremos en cursiva
el material y nuestros comentarios estarán en letras regulares.
Primera entrevista
Alejandra y Marcelo luego de concertar
telefónicamente una cita acuden a esta primera entrevista, son muy agradables,
tienen una apariencia de profesionales acomodados, cultos. Bordean los
cincuenta años.
Les pido que me cuenten por
que me han venido a ver
-Alejandra: empezá vos. La
idea de venir fue tuya.
-Marcelo: yo empezaría, no
tengo problemas para comenzar, pero tengo temor que empezar, me ponga a mí en
el lugar del quejoso, del que armó el lío, cuando yo creo que el lío por el que
venimos lo armaste vos.
-Alejandra: (con enojo) a mi
me parece que el lío lo armaste vos. ¿Ud. no debe entender nada Dr.?
En la clínica vincular
este inicio es un motivo habitual
de consulta: un malestar al que llaman “lío”. El “malestar/lío”, como es usual, “no” es concebido por
ellos como algo que los ha acompañado en su vida, no es supuesto como inherente al vínculo. Pareciera
que piensan que “el malestar/lío”
es algo que se agregó, es aparentemente pensado como ectópico, como una
malformación, y hay una discusión sobre quién lo causó. Seguramente tienen una
teoría, no coincidente, que
explica su aparición y la responsabilidad (¿individual?) para que ese malestar
ocurra y correlativamente hay
además lugares evitados: “el quejoso”, en tanto, en ese vinculo, quien lo ocupa
puede ser responsabilizado de originar el “malestar”. El analista como vemos es
invitado a participar en el diálogo.
-Analista[xvii]: “La verdad es que no, pero
no hay apuro, en la medida que los escuche iré comprendiendo. Por ahora, con lo
que me han ido diciendo, me parece que parte de eso que ustedes llaman lío, es
determinar quién armó el lío y se nota que cada uno cree que lo armó el otro”.
En
su intervención el analista señala, destaca a “lío” como un significante y a la
vez no lo satura de significado;
lo ubica en el campo vincular – por lo que me han ido contando (en conjunto) eso que ustedes llaman lío
- desarraigándolo de la mente de cada uno, lugar en que era puesto por las
acusaciones mutuas; semantiza
entonces al “malestar” por el que lo consultan, como “un malestar vincular”.
-Marcelo: andamos mal Dr., este último tiempo nos llevamos muy mal, peleamos por todo, me doy cuenta que todo me
molesta, y también que Alejandra está molesta por lo que siente como mis malas
actitudes, las malas contestaciones que recibe de mi, y a mí me pasa lo mismo.
-Alejandra: la relación desde
hace un tiempo ya no es la misma, Marcelo (afirma con vehemencia), con quien
siempre me entendí, no me entiende, me malentiende, no puedo entrar en su
mundo. Me doy cuenta que yo también además de no entenderlo lo escucho con
“mala leche”. Se ha creado un clima pesado, no tenemos la alegría que había en
otra época.
En las locuciones de Marcelo y Alejandra, luego de la interpretación,
hay un cambio, hay una descripción que incluye cómo creen que participan en el
vínculo, y en el “malestar vincular”[xviii]: qué lugar tienen en el vínculo, cómo significan las relaciones. Describen
una interacción entre ellos y a la vez esbozan las oposiciones que va tomando
el discurso sobre el “malestar
vincular”. Subrayamos esto, porque esta violencia, que
en este tramo de esta entrevista es verbalizada, hace a una de las diferencias
que hay entre este “amor” y el “amor pasional”, en donde en lugar de originar
un discurso, la violencia es actuada.
De la lógica binaria del amor/odio, instituida por el malestar vincular, a
un clima construido por ambos
Marcelo: Yo coincido en esto con
Alejandra, se respira en casa un
clima en el que, pareciera que todo lo que se diga o se haga puede tener el
efecto de poner la gota que derrame el vaso y se produzca el desastre. Nos
malentendemos, yo estoy susceptible y Alejandra está casi siempre irritada.
Nada de lo que digo le cae bien, y entonces me callo la boca, no hablo. Conservamos sin embargo cierto cuidado
para que esto no sea la guerra de los Roses, pero, también me doy cuenta que
nos hemos alejado para no
desbordarnos. Parecemos dos desconocidos.
Destacaríamos - al salir de la lógica binaria
– los cambios que se produjeron en el discurso,
usan “nosotros” y emplean además el significante “clima” que, mas allá de la
significación particular que tenga para ellos, alude a una atmósfera que los
envuelve a ambos. Suponemos entonces que, en tanto cambian de pronombre, y
hablan de clima, proponen
“hipótesis vinculares”: esto es como el modo de ser de cada uno es influido por
el otro. En esta posibilidad de concebir “hipótesis vinculares” está una de las
llaves que saca a la “pareja moderna” del pantano de la violencia inmoderada.
El malestar vincular. La lógica binaria del amor al odio.
A diferencia de lo que ocurre en esta
entrevista, en el film “La guerra de los Roses”[xix],
se ve como, por eficacia de una lógica binaria, emerge un feroz pasaje del amor al odio. “La guerra de los Roses” tiene valor
evocativo, porque sus exabruptos, aunque no con ese nivel de violencia, no
suelen ser ajenos a la vida conyugal y familiar. Marcelo y Alejandra, también
“se odian”, pero a diferencia de “Los Roses” hablan y por momentos pueden pensar como entre ambos lo producen.
Una solución. Se
alejan para no agredirse
Analista: Sin embargo hay una
coincidencia. Los dos coinciden en que algo cambio. Me cuentan que no es el mismo clima el que se respira entre ustedes,
y además que se han alejado para evitar un intercambio violento.
El analista describe un
“clima”, y las variaciones “climáticas” se van dando, que se van creando, que
es lo que ellos van creando y qué están haciendo con ese clima. Les dice,
siguiendo con la metáfora del clima, que para evitar “la tormenta”, para que
“no se cree un anticiclón”, se alejan, que eligen que el vínculo tenga menos
complejidad para que sea mas calmo.
Marcelo: le voy a explicar Dr.
Hace poco más de un año, comenzó a aparecer en mí, y también en Alejandra un
sentimiento de malestar, estábamos muy alejados, siempre tuvimos la necesidad
de tener cosas compartidas.
Alejandra. Sí, sentíamos que
nos habíamos distanciado, quizás influía que los chicos ya habían crecido. Era
un momento muy especial, disfrutábamos de cierta holgura económica, la casa no
tenía el ruido de antes, los
chicos se abrían camino solos.
Marcelo y Alejandra, como es habitual en las parejas
dan explicaciones[xx]
y estas remiten a “un origen”. Importa que es lo que los miembros del vínculo
definen como “origen” porque hace al modo en que ellos piensan, hace al modo
particular de historizar el comienzo del malestar: Era un momento muy especial, disfrutábamos de cierta holgura económica,
la casa no tenía el ruido de antes,
los chicos se abrían camino solos
Les
pediríamos fijar la atención en como se estructura el “conflicto vincular” del
que emerge el “malestar vincular”. Para ellos es valioso tener cosas
compartidas, para ellos distanciarse trae sufrimiento porque para esta pareja
tener cosas compartidas es un valor axiológico. Desde este eje toman valor las oposiciones “compartido,
distanciarse”, es el modo singular que toma el “conflicto vincular” en esta
pareja.
Concebir
un “conflicto vincular” - si con él aludimos a suponer que tienen un logro no
alcanzado en el “amor pasional”.
El intento de preservar una
pasión sin conflicto, por fuera de las historias personales
En casi todas las parejas, no se suele admitir que el fuego pasional se
aquiete, se anhela conservarlo. Perderlo se lo vive dramáticamente. Ha sido un
tema reiterado en la literatura y en el cine preservar la pasión sin conflicto
que se despierta en el enamoramiento, y para ello, se cree encontrar remedio,
aislándolo a este momento de la vida cotidiana. Todos recordamos en ese intento
al film de Bernardo Bertolucci y
Franco Arcalli, Ultimo Tango a Parigi[xxi].
En la plenitud pasional, atemporal, ahistórica, se pretende preservarse del
supuesto “amor moderado” que circula, luego de que se apagan los fragores del
enamoramiento, en las llamadas las
parejas modernas.
Sabemos el final, no lo pueden sostener.
Ninguna pareja lo puede sostener, aunque todos anhelan conservarlo. La
diferencia está dada por como se procesa eso insostenible.
El proyecto
El modo en que se suele
intentar preservar en la pareja moderna la pasión del enamoramiento es a través
de “el proyecto”, en tanto con él se desplaza al futuro la ilusión que los unió en el pasado.
Marcelo: recuerdo que lo
charlamos, nos preocupó. Siempre habíamos sido muy compañeros, y entonces pensamos qué hacer,
cómo seguir.
Alejandra: le estuvimos dando
vueltas y se nos ocurrió encarar
un proyecto en común. Rápidamente surgió como posibilidad instalar una galería
de arte, en tanto abarcaba algo que a los dos nos apasiona. Bueno además, Ud no
tiene por que saberlo, la pintura
ha sido algo que nos juntó, qué marcó nuestro encuentro inicial, y sigue siendo
algo a lo que dedicamos mucha atención.
Analista: Entonces, ustedes
creen, que esto que llaman “lio”, comenzó intentando arreglar algo que se había
desarreglado al volver a estar solos como al comienzo de la relación. Si les
entiendo bien, en ese intento querían volver a las fuentes.
Las
ilusiones, a poco andar se naturalizan, se las piensa y se las siente como si
fuesen hechos de la naturaleza, y congruentemente con esta visión, se supone
que su ruptura es un accidente. En la clínica vincular es parte de nuestra
tarea llevar adelante lo que el
analista intenta con su interpretación: en tanto describe que “lío” es
algo que ellos llaman “lío” lo cuestiona como un evento natural, Lo describe
como una creencia, y al hacerlo saca el malestar, “lío”, del orden de algo
causado, determinado por una peripecia del orden de lo natural, o ajeno a
ellos. “Lío”, les dice tiene que ver con creencias, con las creencias que
tienen. Recoge además en la interpretación la teoría que ellos han hecho acerca
de cómo esto se causó. Incluye en esta “teoría causal vincular” la idea que
“lío” es algo que vino a desarreglar un orden previo y la par enuncia la
solución que proponen ante el “lío”: volver a las fuentes, hacer un proyecto en donde se reencuentren con los orígenes.
La apasionada búsqueda de la pasión.
En la
pareja del siglo XX, a pesar de haber encontrado su fundamento en el amor
reciproco, no dejó de tener una aureola apasional. Sin simplificar la
complicada clínica del amor ocasional, convengamos que se ha supuesto que la pasión renacía fuera del “acartonado
matrimonio”, en la relación ocasional o en la transgresión. Esto lo encontramos
en la clínica y fue narrado una y mil veces en la literatura y en el cine del
siglo XX.
Así nos
lo contó Scola en "Una giornatta
particolare" a través de los personajes encarnados por Sophia Loren y Marcello Mastroianni. En
un contexto de excepcionalidad parece poder aflorar la pasión entre ellos, en
la fugacidad de esa tarde[xxii]. Una versión norteamericana de este
tema, que retrata la pasión que surge con frescura en el encuentro extramarital
se pinta en “Los puentes de Madison County” dirigida por Clint Eastwood[xxiii].
Estos relatos cinematográficos nos dicen que la pasión es perecedera, no
es para ser vivida en el seno de la institución del matrimonio, que guarda su
vigor en el recuerdo, no es para ser parte de la vida. Hay innumerables relatos
que han explorado la pasión que parece encontrarse transponiendo los límites
que propuso la cultura burguesa. Entre los ejemplos más notables de este amor transgresivo podemos citar
a “Lolita”[xxiv]
de Vladimir Nabokov publicada en 1955 o lo filmado por Liliana Cavani en Il Portiere di notte (1974)[xxv].
El proyecto en cambio, como el de Alejandra y Marcelo intenta
reencontrar la pasión en el
interior de la pareja.
El proyecto tiene sus bemoles.
Con él renace la desilusión que por no alcanzar el absoluto de “Lo Uno”
Marcelo: Bueno, nos conocimos
en una galería de arte. Eso fue hace casi treinta años, éramos dos pibes, en
ese momento Alejandra estudiaba ingeniería y yo arquitectura.
Alejandra: La galería de arte
pintaba bárbaro. Empezó como tan lindo, pero se fue endemoniando. Le cuento un poco más para que entienda
como es. Tenemos, pese a los vaivenes de la Argentina, una buena situación económica, tenemos
una muy linda casa y hemos guardado dinero con la idea de tener una reserva o,
de hacer un negocio, alguna inversión, como la galería…
Marcelo: (interrumpiendo)
bueno esa no era la idea. Vivimos tranquilos y yo quiero que ese dinero sirva
para que sigamos viviendo tranquilos.
Alejandra: ¡Marcelo vivimos
tranquilos! y vamos a seguir viviendo tranquilos ¡Marcelo, no nos podemos
manejar como si fuésemos jubilados!
Le cuento Dr. Con este asunto
de la galería de arte, era, es un
proyecto muy importante para los dos. Yo quería, pensé que los dos
queríamos montar una importante
galería. Siempre yo fui “la organizada” en esta pareja, y él el “divertido”, y
esto hasta no hace mucho resultó. No se por que Marcelo ahora se emperra y no
nos deja seguir adelante con esto.
Marcelo: yo también quiero que
sea una galería importante, y estoy seguro que con lo que sabemos y con los
contactos que tenemos podemos hacerlo, pero lo que no quiero es
que este proyecto complique o arriesgue el buen pasar nuestro, ni en lo
económico ni en el tiempo que nos podría insumir.
Quiero que sea un
"divertimento". Se que lo podemos hacer, pensé que lo podríamos
hacer.
Los
miembros de la pareja nos explican - siempre intentamos dar explicaciones
y cuando explicamos solemos
recurrir a los comienzos – que en el comienzo fue…, como suele ser: “el
paraíso” y “el proyecto” intentaba reinstalar el paraíso. Luego, con el
proyecto vino el infierno: “el desacuerdo”, “el malestar”.
Analista: Hasta donde me doy
cuenta, en este proyecto común, “una importante galería” contaban con la
complementación, la cooperación de “la organizada” y “el divertido”. El “lio”
surgió por lo que me dicen, por que
empezaron a emerger criterios “no complementarios”, que los podía
arrastrar a “ser dos jubilados”, o
a “que no sea un divertimento”. No
se que quieren decir estas frases para ustedes, pero intuyo que son
importantes, que hay en estas frases algo del malentendido del que me hablaban
al comienzo de esta entrevista.
El
analista arma su interpretación alrededor de tres ejes: el proyecto, el
malestar y el conflicto. El proyecto: “una importante galería”, que presupone
la ilusoria complementariedad de organizada y divertido. El malestar, el lío, dado por el fracaso
de la ilusión de complementariedad dada por la supuesta conjunción entre la “organizada” y “el divertido”,
del que resulta, el conflicto. Les dice
que ellos afirman las frases “ser dos jubilados”, y “que no sea un
divertimento” como “significantes” que organizan el conflicto que ocasiona “el
malestar vincular”, evidencia que la complementariedad que ellos sentían que
tenían ha colapsado.
La pasión
por el acoplamiento absoluto.
Se cuenta
que por las calles de Tokio, hacia finales de la primera década del siglo
pasado, una mujer deambulaba arrastrada por el desvarío llevando en la mano el
pene cercenado del amante. Retomando esta historia, inquietó en los años setenta el film Ai no corida/ L' Empire des sens1976,
dirigido por Nagisa Oshima[xxvi],
y protagonizado por Tatsuya
Fuji, Eiko Matsuda.
Oshima,
en este film traspuso los límites, condujo el acoplamiento pasional de la
pareja a un nivel absoluto y pocas veces franqueable: lleva al erotismo a su
última dimensión que es la muerte, el deleite alcanza su mayor plenitud en la
agonía y la pareja[xxvii].
Este
film, es en la historia del cine, uno de los máximos ejemplos en donde se cree
alcanzar el absoluto.
El absoluto y la discrepancia. Los aspectos organizados del vínculo y el
procesamiento de la desilusión.
Alejandra
y Marcelo contaban sobre la exitosa complementariedad entre ellos con evidente
satisfacción y orgullo. Decían que los primeros años de vida familiar fueron
"de lucha", expresión usada para dar cuenta de las contingencias
habituales en una joven pareja de escasos medios. Como luego se estabilizaron
y, al fin, lograron un buen pasar económico, en buena medida merced a los muy
buenos ingresos que aportaba Alejandra. Los de Marcelo eran menores y, sobre
todo, más irregulares. La holgura económica la disfrutaban todos, sintiéndose
entre todos dueños y partícipes por igual. Sin embargo resaltaba en sus relatos
cierta discrepancia: lo que era valorado por Marcelo como actitud de
"laxitud poética", era considerado por Alejandra, en ocasiones, como que Marcelo era
"un tiro al aire".
Los
aspectos organizados del vínculo se suelen estabilizar alrededor de una
regularidad de intercambios, un establishment,
que da orden y previsibilidad. El establishment vincular se condensa en
historias compartidas y de él surge lo que llamamos "seguridad"; de
esta seguridad deriva una de las fuentes del sentimiento de pertenencia.
Cada
vínculo estable, y esta también tiene que lidiar en algún momento con la
desilusión: un malentendido, una falta, una ausencia, un estorbo, un retardo,
una interrupción por referencia a una ilusoria continuidad, identidad o
complementariedad entre ellos.
Ante la fractura que sienten se ha dado
en “la complementariedad que ocasiona “el lio”, Marcelo, abandonando su
habitual bonhomia se crispaba, y afirmaba
que el “lio” había desnudado, para él, que la pareja no funcionaba bien, que quizás todo en
este matrimonio fue una mentira. Corría peligro de derrumbarse todo lo
construido juntos. Este peligro de derrumbe encontraba asidero en que si bien
la desilusión en el vínculo es
inevitable no se la concibe como parte de la relación, se la vive como un
fracaso, y en este fracaso “se
suele creer que se accede a una verdad” que estaba velada, perdiéndose
la esperanza que el otro sea fuente de una disposición bondadosa. Se suele imaginar que se ha accedido
a “la verdadera naturaleza del otro”, a la mala naturaleza que había quedado
oculta por un barniz que lo había velado. Incluso se cree asistir a un momento de la verdad: ahora si
lo conozco. Tanto tiempo al lado de él (ó ella) y no me había dado cuenta como
era.
El
mito del Edén, según el cual fuimos expulsados del paraíso por cometer el
pecado original, es una creación social que da forma a esa creencia.