Los bienestares y malestares (del amor) en la pareja
Queremos en este libro hacer un aporte, a través de una escritura coloquial, desprovista hasta donde podamos de citas, a lo que denominamos los bienestares y malestares (del amor) en la pareja.
El abordaje a este tema inmediatamente remite a preguntas como las siguientes: ¿Qué es una pareja? ¿Cómo se arma, cómo se constituye una pareja?¿En qué reside el bienestar y el malestar (del amor) en la pareja? ¿Cómo caracterizamos el bienestar y el malestar (del amor) en la pareja?
Rodolfo Moguillansky & Silvia Nussbaum
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Los bienestares y malestares (del amor) en la pareja
Rodolfo Moguillansky
[i]
y Silvia Nussbaum
Introducción
¿Qué es lo definimos como el bienestar y el malestar en los
vínculos de pareja y familiares?
Tanto la pareja como la familia son
fenómenos extremadamente complejos y para comprenderlos deben ser estudiados y
considerados desde muy diferentes miradas y vértices: históricos,
antropológicos, filosóficos, económicos, sociales, políticos, emocionales,
pasionales.
Nosotros en este libro vamos a
privilegiar, centrándonos en la pareja occidental de nuestra época, en una de
esas miradas, uno de esos vertices, el emocional, el pasional, en particular,
el papel del amor en el vínculo de pareja y los malestares y
bienestares que se originan a partir del mismo, lo que no implica desestimar las otras miradas pero que no
entrarán centralmente en nuestra consideración.
Queremos en este libro hacer un
aporte, a través de una escritura coloquial, desprovista hasta donde podamos de
citas, a lo que denominamos los bienestares y malestares (del amor) en la pareja.
El abordaje a este tema
inmediatamente remite a preguntas como las siguientes: ¿Qué es una pareja?
¿Cómo se arma, cómo se constituye una pareja?¿En qué reside el bienestar y el malestar (del amor) en la
pareja? ¿Cómo caracterizamos el bienestar y el malestar (del amor) en la
pareja?
Estas preguntas no pueden responderse si no están
planteadas en referencia a cómo es la pareja o lo familia en un determinado espacio geográfico y una
época en el que tiene vigencia un particular imaginario cultural. Esto es las
carácterísticas y el sistema de valores que rigen en
cada imaginario cultural enmarcan
cómo serán las formas predominantes que tomaran las parejas y las familias.
En nuestro espcio gegráfico,
Occidente, y en nuestro tiempo ha ocupado un lugar central en la constitución
de las pareja el amor. Sobre esto nos extenderemos más adelante.
Partir de esta premisa plantea como tarea cómo definimos el amor, en
particular el amor en la pareja en nuestro espacio cultural y en nuestro
tiempo.
La respuesta que demos a estos
interrogantes además de la evidente dificultad de definir, qué es el amor, qué
es la pareja, cómo concebimos la familia, tenemos que considerar que en la mass media en la que
necesariamente participamos, en tanto pertenecemos a una sociedad que nos
instituye con sus creencias y valores, se suele creer, a través de un supuesto
sentido común, que tenemos un saber ostensivo de que se trata
tanto el amor como la pareja y la familia, ¿Qué queremos decir con esto? Esto
lo decimos porque, es moneda corriente que se suele suponer un conocimiento
(intuitivo) acerca de qué es una pareja, qué es una familia, qué es el amor.
Para ejemplificar a que nos referimos
con lo anterior nos vamos a detener, en una primera estación, en cómo solemos
concebir este conocimiento de lo
familiar, conocimiento que afirma cómo son o debieran ser los vínculos de
pareja, los vínculos familiares. Para abordarlo tenemos que tener en cuenta que
no se trata de un conocimiento al que se le suele dar el carácter de
conocimiento sino que se lo concibe cómo una evidencia que no se debiera
discutir en tanto parte del mundo natural.
Capítulo I
El conocimiento de lo familiar
[1]
¿Cómo conocemos lo
familiar o lo atinente a la pareja? o para decirlo en
otras palabras: ¿qué tipo de conocimiento solemos tener de esos vínculos? ¿Cómo solemos concebir la pareja o la familia?
Cómo se las concibe no cabe en una única respuesta. La respuesta que se suele dar tiene una íntima relación con la
mentalidad que rige en un espacio geográfico y en una cierta época. Cada época
concibe con aire de “normalidad” el modo en que se dan las relaciones familiars. Este aire de
normalidad intenta establecer una mentalidad en cada sociedad instituyendo un
“sentido común” que afirma con certezas que así son la cosas.
Por cierto que en
cada momento histórico éste así son las
cosas no está excento de movimientos, cuestionamientos y relativizaciones
que pone en crisis esa mentalidad que va siendo
sustituida por otra que concibe las relaciones de una otra manera.
Si bien en estos
últimos años hemos asistido a un profundo cambio –aunque como dijimos en
cada época se conciba una mentalidad más o menos estable no hay momento
histórico en el que en el que la mentalidad vigente no esté sujeta a
cabios- en el que han
adquirido carta de ciudadania formas de pareja y de familia totalemte
diferentes a las usuales en la modernidad. Estos cambios coexisten en nuestra sociedad
con amplísimos grupos que no ven con buenos ojos estas nuevas formas que van
adquiriendo los vínculos amorosos, en los que se discute incluso si tiene algún
lugar el amor.
Para reflejar
estos modos de pensar que resisten y confrontan que estos cambios se produzcan y poder
dar entonces una posible respuesta
con toda la complejidad que tiene a estos interrogantes, vamos a recurrrir a algunas anécdotas para
ilustrar como suele funcionar este tipo de conocimiento que afirma con enorme
fuerza que hay un “modo de pensar normal lo social y lo familiar” o para ser más precisos la “mentalidad” que da supuestas bases a
ese conocimiento social y familiar.
La primera
anécdota que vamos a relatar, tal como la recordamos,
es de hace unos años y suponemos que da pistas sobre el tipo de conocimiento,
mentalidad,
que se suele tener sobre estos temas.
En el siglo XX, ya parte del
pasado, a mediados de la década de los ochenta, como muchos recordarán, se
instaló en la Argentina un importante y largamente postergado debate: se
discutía si debía sancionarse o no la ley de divorcio.
Parece tan lejano que se
discutiera algo que ya es parte de nuestro acervo cultural pero esa discussion
tuvo lugar hace menos de treinta años.
Hasta ese momento las parejas casadas y desavenidas podían separarse legalmente
amparándose en el entonces renombrado artículo 67 bis (Ley 2393, luego
derogada), pero no quedaban habilitadas para un nuevo matrimonio. La polémica,
fuerte y apasionada, dividió a la sociedad de la época. A su
calor se formaron y salieron a la luz múltiples movimientos en defensa de la
familia "tal como Dios la había instituido". Para ellos la
organización familiar tenía origen en el derecho
natural, alterar su régimen y no asegurar su permanencia era cambiar su esencia
y, por tanto, antinatural. A los dirigentes de esta cruzada
se los veía transitar por diarios, revistas, manifestaciones callejeras y
programas de televisión. Eran los guardianes de lo que "debía
ser" frente a un "modernismo" que amenazaba, con prácticas
leguleyas, destruir un orden que venía desde los orígenes del hombre.
Mientras estaba en un programa
de televisión, a uno de los más conspicuos opositores de que el divorcio
tuviese un tratamiento parlamentario el periodista que lo entrevistaba le hizo
una pregunta: "¿qué solución proponía para dirimir la cuestión?". Sorprendió entonces a quienes lo escuchaban al
responder: "un plebiscito". Era, por cierto,
totalmente inesperado que de su boca saliera algo así. "¿Un plebiscito?", "...sí, un plebiscito, que la ciudadanía a
través del voto decida si el orden impuesto por Dios puede cambiarse o
no".
El
periodista entonces le replicó que las encuestas decían que la mayoría de la
población en la Argentina estaba en favor de sancionar una ley que legitimara
el divorcio conyugal. Este dirigente no
se arredró y contestó, usted sabe como la gente contesta las encuestas, dice lo
que cree que se espera que diga pero luego al votar lo hace de acuerdo a lo que
es sensato, natural y va a votar en contra de algo tan aberrante con una ley
que conciba la disolución de un sacramento divino.
Cuando pudo reponerse de la
respuesta el periodista que lo entrevistaba atinó a decirle: "pero Dr., ¿y
si gana la posición divorcista?". Este, sin inmutarse
siguió: "no es posible que eso suceda, no es posible que la población vote
en favor de la ley de divorvio”. Más decidido, su interlocutor arremetió:
"póngase, aunque sea por un momento, en la situación que el 'sí' gane en
el plebiscito propuesto por Ud.". "Bueno" repuso y, ante el azoramiento del auditorio pero con la
solemnidad que tienen los que se sienten asistidos por la historia, completó:
"se anula". Extrañados le replicaron: "¿Cómo es éso que se
anula?". "Sí, se anula" dijo,
poniéndole punto final a la charla: "una ley humana no puede ir en contra
de la ley de Dios. Luego hay que anularla".
El tiempo pasado desde la
promulgación de la ley de divorcio le ha quitado a la disputa, salvo en algún
grupo reducido, la carga emocional que tuvo entonces. Aunque
esta distancia acentúa los rasgos del personaje de nuestra anécdota casi hasta
la caricatura, no queremos perder de vista el tipo de pensamiento que estuvo en
juego. Vamos a acercarnos al mismo tipo de
fenómenos por otras rutas.
Sin embargo en una segunda
anecdota que ahora vamos a narrar, queremos acentuar que éste modo de pensar
que se basa en un particular modo de conocimiento
sigue vigente en buena parte del imaginario social.
La segunda
involucra a Andrés Serrano, notable artista norteamericano hijo de una cubana y
un hondureño, nacido en la década de los años cincuenta, quien luego de recibir una educación
profundamente religiosa, trató de seguir los pasos del espíritu provocativo de
Duchamp, a través de su peculiar modo de expresarse, la fotografía.
Andrés Serrano elabora fotografías
radiantes y monumentales.
La fotografía más famosa de Serrano
es una representación tridimensional de Cristo en la Cruz, Piss Christ (1987) La controversia
que rodea a su obra no está ligada a sus temas sino al medio que utiliza. La fotografía en sí misma no
plantea el menor conflicto. Lo que causó iritación es que el crucifijo que
fotografía Serrano está sumergido en un medio provocador de conflictos: la
orina del propio artista.
Como una muestra del rechazo que
consigue con su provocativa obra, vale la pena recordar que el 18 de mayo de 1989, el Senador de New York Alphonse D’Amato se
plantó frente al Congreso Norteamericano y denunció su obra exclamando: “Esta
supuesta obra de arte es una deplorable y despreciable exhibición de
vulgaridad”. Luego, frente a toda la cámara, destrozó el catálogo de la muestra
de Serrano. Si uno la mira la fotografía de Cristo de Serrano no contiene
ninguna imagen ofensiva, es radiante como un mosaico medieval, el furor fue causado
por la sustancia que produce esa luz resplandeciente
El proyecto de Serrano había sido financiado por un subsidio del
gobierno a través del National Endowment
for the Arts. Esta actitud de D´Amato ante la obra de Serrano creó una gran
controversia en Estados Unidos. La integración de lo sagrado con lo profano,
por parte de Serrano, puso de su lado a los defensores de la libertad de
expresión en contra de los que denunciaban obscenidad. La discordia aumentó de
presión cuando un grupo cristiano de derecha de Mississipi, denominado American Family Association, presentó una queja a Jesse Helms,
un senador conservador.
Helms, indignado, propuso prohibir que el National Endowment for the Arts financie cualquier obra artística
que “promocione, contenga u origine objetos ofensivos o indecentes”. Helms
concluyó su pronunciamiento gritando “No conozco al señor Andrés Serrano y
espero no conocerlo nunca porque no es un artista sino un cretino... Dejen que
sea un cretino con sus propias fuentes (de financiación) No deshonren al
Señor!”. El crucifijo en la controvertida fotografía flota en una luz dorada
análoga a la visión de esplendor celestial que caracteriza a más de 500 años de
pinturas religiosas, desde los tiempos medievales hasta el Renacimiento. La
miel, la cerveza y muchos otros medios pudieron haber producido tal efecto sin
generar escándalo. Incluso tras haber elegido la orina, Serrano pudo evadir las
acusaciones de sacrilegio, en tanto el medio no puede ser identificado
visualmente. El artista realiza un paso importante al declarar en el título de
la obra el uso de la sustancia estigmatizada. Más aún, para titularla utiliza
una palabra slang cargada
emocionalmente –pis– en lugar de la designación clínica, orina, o
su eufemismo, pi-pi. En inglés, estar “pissed” o ser “pissed upon” significa
estar enojado o ser insultado, respectivamente.
La respuesta de los espectadores a Piss Christ (1987) depende de sí identifican a la orina como una
banal excreción del cuerpo mortal o no. Sin embargo, la orina no se relaciona
siempre con un desecho del organismo. Para Serrano, es una rica fuente de color
y de efectos visuales. El artista relaciona este uso del medio a su temprano
interés por la abstracción, cuando líquidos como la sangre o la leche fueron
utilizados como campos de color para sus fotografías. “Las obras eran
abstractas, pero me sorprendió que los fluidos tuvieran vida por si mismos y
que yo no tuviera el control sobre la imagen final... Como yo ya trabajaba con
imágenes religiosas antes de utilizar los fluídos, fue natural combinar ambas
direcciones de mi obra en una sola imagen. Así surge Piss Christ de 1987. La gente pregunta por qué utilizo fluídos.
Ante todo, siento que estoy pintando con luz; los fluídos, además de ser
símbolos de los fluídos vitales, y estar imbuídos de significado, también
proporcionan una luz maravillosa”.
Eleanor Heartney (1997)
[2]
,
sugiere que el tema persistente de Serrano no es la abyección. Piensa que si
uno ve sus series de trabajos estas revelan un interés en transfigurar lo
mundano, lo bajo y lo profano. En sus fotos de 1986-89, que van desde imágenes
monocromas minimalistas de leche o sangre hasta Piss Christ, usa fluídos
corporales, incluye la imagen del semen en el momento de la eyaculación, para
pintar "con luz". Serrano originariamente pensó estas fotos en
términos de abstracción. Tenía en mente la unión de la que hablaba Barnett
Newman entre lo espiritual y lo abstracto.
Heartney citándolo a Serrano dice: "Los trabajos
sobre fluídos sólo se volvieron Católicos para mí cuando comencé a incluir y
sumergir objetos Católicos en ellos". "Como Católico me enseñaron que
el crucifijo era solo un símbolo. Nunca se me enseñó fetichizarlo, como los
críticos de Pisss Christ hicieron".
Estos trabajos fueron
continuados por una serie de retratos: Nomads de 1990, imágenes fotográficas monumentales de gente
vagabunda y cuadros de jerarcas del Klu Klux Klan en sus vestiduras
ceremoniales. Con influencia de la pintura renacentista en la que "hay más
interés en la luz y en el modo en que cae en la ropa más que en las caras o las
figuras", Serrano apunta al
contenido religioso de las fotografías :"Yo vi al Klan en esas ropas y
quería mostrar cómo ellos se ven a sí mismos como figuras religiosas".
El interés de Serrano en la
transfiguración de lo abyecto se revela más claramente en la serie denominada La
morgue 1992. Este acercamiento extremo de vistas fragmentarias de los
cuerpos de gente en los que se ven finales horribles, ahogamiento,
envenenamiento de ratas, tiros de armas y Sida son tratados con una gran
luminosidad. Muchas evocan la pintura del Renacimiento y todas las imágenes
irradian una belleza que no debe haber existido en la vida de esas personas.
Serrano dice:"Los llamo mis modelos, mis temas. Me interesa el modo en el
que todavía retienen su presencia humana, algo de su alma que todavía queda
intacto".
Mientras que es imposible
denegar el elemento de provocación en la elección de los temas en Serrano, el
poder de su trabajo deriva ampliamente de tomar los temas más bajos, fluidos
corporales, cuerpos abandonados, Klansmen, vagabundos y actuar sobre esto una
transformación estética que los lleva al reino de lo espiritual.
El acento de Serrano, en los “fluídos vitales” y la “luz maravillosa” demuestra que no
comparte nuestro disgusto inscripto culturalmente hacia los desechos
corporales. Y es precisamente esta doctrina la que investiga la obra. La orina
se relaciona con dos temas que crispan los nervios de la mayoría de la gente:
escrupulosidad sobre los propios fluidos corporales y ansiedad sobre los
fluídos corporales como transmisores de enfermedades, especialmente en medio de
la epidemia del SIDA. La combinación de la orina y el crucifijo activa otros
temas sensibles: el rol de la Iglesia en la producción de los estigmas sobre
las funciones normales del cuerpo sano y la relación entre el cuerpo carnal y
las prácticas espirituales.
Serrano tiene entre otras de sus obras una fotografía de una cruz
hecha en latón, coloreada con sangre de vaca, también de enorme belleza formal,
pero cuando uno se entera del modo en que consigue esa luminosidad en el
material fotografiado produce un efecto sorpresivo que va del asco, a la nausea
o el horror.
La provocativa obra de Serrano, nos permite
ver lo que la cultura afirma que no debe figurarse. En ese sentido cumple el
mismo papel que en su tiempo tuvo Perrault. Se trata de una figuración que no
duplica la realidad, o al menos la realidad definida por el establishment como
realidad.
En el año 2004 se exhibió una muestra retrospectiva del artista plástico León Ferrari en
el Centro Cultural Recoleta.
La Iglesia criticó fuertemente la muestra
de León Ferrari, a la que calificó como "una blasfemia que avergüenza a
nuestra ciudad". Convocó para oponerse a la misma a "una jornada de
ayuno y oración" para que "el Señor perdone nuestros pecados y los de
la ciudad", en referencia al gobierno porteño, que propicia la polémica
exhibición.
El entonces arzobispo de Buenos Aires,
cardenal Jorge Bergoglio, fue la voz de la fe católica que se levantó en contra
de la muestra, en cuyas obras se combinan símbolos religiosos con imágenes
eróticas, mientras que Cristos, vírgenes y santos "arden" en la
representación que Ferrari hace del infierno.
"Desde hace algún tiempo se vienen
dando en la Ciudad algunas expresiones públicas de burla y ofensas a las
personas de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen María; así como
también a diversas manifestaciones contra los valores religiosos y morales que
profesamos", dijo Bergoglio en una carta pastoral, dirigida a los sacerdotes,
consagrados fieles de la arquidiócesis, difundida a los medios instalaciones polémicas: Jesucristo se cocina en una
plancha y en una tostadora; los santos se fríen en una sartén.
"Hoy me dirijo a ustedes muy dolido
por la blasfemia que es perpetrada en el Centro Cultural Recoleta con motivo de
una exposición plástica. También me apena que este evento sea realizado en un
Centro Cultural que se sostiene con el dinero que el pueblo cristiano y
personas de buena voluntad aportan con sus impuestos", añadió el
purpurado. Y exhortó a que "frente a esta blasfemia que avergüenza a
nuestra ciudad, todos unidos hagamos un acto de reparación y petición de perdón
el próximo 7 de diciembre", vísperas del Día de la Inmaculada Concepción
Bergoglio invitó, así, a los creyentes a "un día de ayuno y oración"
como desagravio a lo que entiende es una ofensa a los símbolos religiosos más
sagrados.
Con estas palabras el arzobispo quiso
poner punto final a las tensiones y controversias entre la Iglesia y el Centro
Cultural Recoleta, que se habían iniciado con el reclamo del párroco de Nuestra
Señora del Pilar, Rómulo Puiggari.
Alertado por los artesanos de la feria de
Recoleta y por una empleada del propio centro cultural que entre sollozos le
rogó que "hiciera algo para detener esta ofensa", el párroco había
objetado a las autoridades que muchas de las obras agraviaban la fe católica.
Como no obtuvo respuesta, aconsejó a los fieles que enviaran e-mails reclamando
la suspensión de la muestra.
Ante los cuestionamientos de la Iglesia,
Gustavo López, secretario de Cultura porteño, señaló que "la muestra no
expresa la opinión del gobierno de la ciudad y que debe entenderse sólo como un
hecho artístico".
"En ningún momento pensamos que se
tratara de un ataque al cristianismo o que violara alguna ley", señaló
López, en relación con los reclamos ante el Inadi que iniciarían
individualmente los laicos católicos por consejo del Arzobispado.
"La retrospectiva de Ferrari tiene
una parte provocadora, que es propia del arte de hoy", agregó López y
pidió que "la muestra pueda exhibirse en un clima de libertad y
tolerancia". Sin embargo, se dispuso un refuerzo del personal de seguridad
ante los incidentes de anteanoche, cuando el visitante Agustín Durañona y
Vedia, abogado, intentó romper un objeto de una instalación de Ferrari.
Si bien Durañona y Vedia fue retenido una
hora y media por personal de seguridad, ni el artista Ferrari ni el Centro
Recoleta levantaron cargos contra él.
Ferrari respondió al arzobispo: "Más
lamento yo que la religión que Bergoglio profesa castigue a los que piensan
diferente", disparó el artista, que debió exiliarse en San Pablo en 1976 y
que en 1991 volvió al país. "Si algo avergüenza a nuestra ciudad no es
esta muestra, sino que se sostenga que hay que torturar a los otros en el
infierno".
Consultado el curador en jefe del Malba,
que coprodujo el libro-catálogo de Ferrari y que negoció sin éxito para que la
muestra se realizara en el museo de Palermo Chico, Marcelo Pacheco calificó los
dichos de Bergoglio como "una discusión bizantina y absurda".
"Bergoglio opina desde su fe; que
los feligreses católicos no vayan a ver la muestra. Pero la discusión es otra:
Ferrari es un referente del arte local e internacional. Su calidad artística
está fuera de discusión", sentenció Pacheco, que el jueves de la semana
próxima mostrará en la terraza del Malba cuatro esculturas que Ferrari hizo a
fines del 70 durante su exilio en San Pablo.
En esta nueva anécdota nos queremos referir a
la reacción del público ante un espectáculo, reacción que a juicio de este público o al menos de muchos de ellos
no debía ser exhibido.
Para dar con el
contexto de esta reacción necesitamos recordar que en la temporada lírica del Teatro Colón del 2015 se estrenó
en Buenos Aires la opera Quartett de Luca
Francesconi con una puesta por Alex Ollé de la Fura dels Baus.
Algunos datos sobre esta ópera para así comprender lo que queremos
señalar.
Esta ópera está basada en la obra homónima (Quartett) del dramaturgo alemán Heiner Müller. Müler para escribirla se
inspiró libremente en la famosa novela
epistolar Les Liaisons dangereuses (Las amistades peligrosas) escrita por Pierre Choderlos de Laclos,
publicada en 1782.
Müller
cuando escribe Quartett lo hace presuponiendo la presencia del Director de
escena que montará su obra. Pecisamente por ello, en el texto de Müller hay una
ausencia de marcas dramatúrgicas que permiten un pasaje fluido del texto al
escenario.
En Las amistades peligrosas (título a veces traducido con mayor propiedad por Las
relaciones peligrosas) se narran las vicisitudes de una relación perversa, libertina y
seductora de dos miembros de la nobleza francesa a finales del siglo XVIII. En ella Choderlos de Laclos, a través de los cuatro personajes centrales
de la novela (Merteuil, Valmont, Tourvel y Volanges) reflexiona acerca de las
relaciones entre los sexos en la modernidad, ubicando la acción en un período
de tiempo que transcurre en las vísperas de la Revolución Francesa.
Los personajes centrales, la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont, que en otro
tiempo llegaron a ser amantes, se aprovechan del mejor modo que pueden de la
sociedad puritana y privilegiada en la que viven. Estos dos personajes no dejan
de enviarse cartas a lo largo de toda la historia que se narra en el libro en
las que se cuentan sus hazañas. Este intercambio epistolar constituye la trama de la
historia. Sin embargo, a pesar de ser rivales, no están en igualdad. El
vizconde de Valmont, por su condición de hombre, puede hacer alarde de su
comportamiento libertino y gozar incluso por ello de una cierta reputación. Las
cartas que dirige a la marquesa de Merteuil sólo son el relato de sus
aventuras.
Pero
no sucede lo mismo con Mertuil. La marquesa de Merteuil, aunque rival del vizconde en cuanto a
aventuras de alcoba, está obligada a disimular. Su rango social (es marquesa),
matrimonial (es viuda) y su sexo (es mujer en un mundo dominado por los
hombres) obliga a que se comporte con doblez y la fuerza al maquiavelismo.
Es cierto que el vizconde también usa estas armas, pero es para seducir primero
y luego hacer que se pierdan, las mujeres que conquista, al haber sido
deshonradas para los patrones de la época. Sólo sigue su inclinación natural, lo único que transgrede es la moral de
su época.
Para
igualarse con él, la marquesa de Merteuil debe conseguir zafarse del papel
social que se le asigna facilitando la conquista de otras mujeres a Valmont.
La
ópera de Francesconi fue estrenada hace cuatro años en la Scala de Milán. Desde
entonces, la obra no paró de presentarse alrededor del mundo. Ganó el
prestigioso premio Abbiati, y tuvo su estreno americano, en el escenario del
Teatro Colón en 2015.
La ópera de Luca
Francesconi que se presentó en el Colón, asume un considerable desafío, pero no
por lo que el autor ha venido declarando en todas partes acerca de que esta “no
es una ópera para cobardes”. El desafío no radica en su temática sexual y
perversa (aunque hay que decir que esto ahuyentó a más de uno: ver aparte),
sino en su perspectiva dramática. Sin pretender que la
ópera de Francesconi conserve la poderosa intriga y la compleja perspectiva de
esa novela epistolar, su dramaturgia transcurre sobre la base de un texto que,
más allá de su aspecto agonístico, no posee mayor tensión ni suspenso
dramático: un texto exactamente igual a sí mismo, que termina por convertirse
en un friso invariante. Es cierto que a la ópera le viene bien la idea teatral
de un cuarteto representado por dos actores, con el consiguiente intercambio de
identidades y voces, pero esto no alcanza a oxigenar la dramaturgia
general. Por momentos la ópera pareciera querer salir a tomar aire y
ejercer su propia crítica, como cuando en la cuarta escena Valmont exclama: “La
bestialidad de nuestra conversación me aburre”.
En la puesta de Alex
Olle –tal como lo concibió Francesconi- la escena “se
desarrolla únicamente con dos personajes (Marteuil y Valmont), consentidos y
cínicos. Están aburridos, y para matar el tiempo hacen juegos despiadados.
Ambos concretan una especie de acuerdo: seducir y abandonar a las
personas tratando sus cuerpos y sus almas como si se tratase de un juego de
ajedrez”.
“Quartett es un espectáculo voyeurista. La cuestión es dar
vueltas alrededor del miedo.
L
a puesta en escena de Ollé
transcurría dentro de un cubo suspendido. De pronto el cubo se transformaba en
un cuadro; de pronto, en un escenario con volumen, luego en una especie de nave
que en los interludios musicales avanzaba sobre el mar o el desierto pedregoso.
La suspensión del cubo a varios metros del escenario lo volvía más irreal y
sorprendente, como algo que llegaba desde otro mundo y permaneciese altivo y
enigmático, sin aterrizar del todo. A esa belleza formal se agregaba que en la sexta escena la marquesa de Merteuil actuaba como si fuese Valmont
seduciendo a otro personaje (la madame Trouvel de la novela) y prodigando
alabanzas algo brutales a los distintos orificios del cuerpo femenino a la par
que se desarrollaban escenas de sexo explícito. En ese momento la escena se
traslado a fuera del escenario, se comenzó a producir una
deserción del público. Una multitud de personas se encaminó casi al mismo
tiempo hacia la puerta de salida. No todos los que se disgustaban con lo
desarrollado en la escena, muchos se quedaron para mostrar con más énfasis su
desagrado. Al finalizar la función
se estableció un contrapunto entre grupo de personas que abucheaban mientras
que la mayoría aplaudía. Este contrapunto duró algunos minutos.
Narramos esta anécdota para ilustrar que si bien hay cambios en el
imaginario social que acompañan
Relatamos estas anécdotas y es
obvio que podríamos multiplicarlas porque en el tema del papel de la sexualidad
y en particular en lo atinente a “la moral” una parte importante de la sociedad suele pensar que es un tema en el que
todos somos expertos
¿De dónde surge esta creencia de
que poseemos ese saber?. Este saber es independiente del estudio o
de la práctica específica que puedan haber tenido con familias. Más aún, no pueden no conocer sobre familias.
Todos, al menos, nacemos y
crecemos en una familia; nos separamos en algún momento de una familia, o
creemos hacerlo; aspiramos, según nuestras preferencias, a constituir otra o a
darle continuidad a la de nuestros orígenes; y por cierto que una parte
importante del sentido de nuestra vida y de nuestros esfuerzos está dado por
nuestras inserciones e ideales familiares. Y todo ésto nos proporciona un conocimiento muy especial.
Cuando decimos que todos
conocemos sobre familias, no nos referimos sólo a que tenemos teorías
implícitas ‑por eso que dicen los epistemólogos de que no se puede dejar
de tener hipótesis y teorías al aproximarnos a cualquier observación‑,
sino a que, debido a que vivimos inmersos en familias, todos somos, en un
peculiar sentido que trataremos de aclarar, expertos en relaciones familiares.
Por supuesto que ésto es independiente de cómo nos vaya con nuestras familias,
porque lo de "expertos" no alude a lo positivo de ese conocimiento,
sino al hecho ‑no siempre consciente en nosotros‑, de que en lo que
se refiere a relaciones familiares parece que desarrollamos algo más que
opiniones, un tipo de conocimiento muy emparentado con el del antidivorcista de
la anécdota que recordamos.
Insistamos
en ésto. Es posible pensar que algún
tipo de progreso en el conocimiento el que éste se vuelva cada vez menos
dogmático, que las certidumbres se nos vuelvan
provisorias, que se acepten disparidad de perspectivas y que coexistan puntos
de vista diferentes, a veces en conflicto, en espera de una síntesis, que será
nuevamente provisoria. Permitiéndonos la licencia de extender el uso de los
términos, diríamos que es éste el conocimiento más democrático, y en nuestras
mentes el más próximo a la normalidad y a la neurosis. En contraste con ésto,
todos conocemos socialmente como pensamiento
autoritario, y también todos padecemos individualmente ‑porque son parte
constituyente de nuestros estados mentales‑, áreas del conocimiento donde
sólo es permitida una versión, donde las cosas "son así" y punto.
Areas donde nos produce horror y rechazo que alguien se nos acerque con otra
versión. Es un tipo de conocimiento que nos aproxima a
la certeza del delirio o del fanatismo.
Queremos subrayar el hecho que
de este particular tipo es el conocimiento que, sin
reflexión previa, solemos tener sobre la pareja, sobre los órdenes familiares.
Estos comentarios iniciales
vienen a cuento de llamar la atención sobre las poderosas fuerzas emocionales
que actúan en las familias y en las ideas que tenemos sobre ellas. Aluden a las peculiares resistencias que encuentra el
conocimiento sobre las familias, quizás más que para ser adquirido, para
hacerse lugar entre estos otros que inicialmente nos constituyen. Para desaprenderlos, diríamos. Razón por
la cual es dable esperar que frente a cualquier aproximación tengamos una
fuerte participación emocional. También ésto nos permite empezar a
aludir a algunas de las razones por las que hace tan pocos años que se nos ha
empezado a ocurrir que la familia podía merecer un encuadre propio para ser
objeto de observación, de reflexión y de conocimiento.
Sabemos sobradamente, y la
historia nos ha dado ‑lamentablemente- contundentes y trágicas pruebas,
que el anhelo de conocimiento ha chocado con importantes resistencias en casi
todos los campos. Todo intento de buscar explicaciones o
determinaciones más allá de una aprehensión inmediata de la realidad, cuestiona
desde el inicio una dimensión de la causalidad supuestamente evidente.
Sin embargo, mientras que sobre
la naturaleza, sobre el individuo y el grupo no familiar, aún cayéndole éstas
"generales de la ley" hemos ido conquistando permisos para pensar e
indagar, el tema de las relaciones familiares ha tenido un notable retraso con
respecto a otros saberes. Ha sido siempre algo dictaminado, en general por el
pensamiento religioso, que ha cumplido con esa función social de normativizar
"lo privado". Y ésto es independiente tanto de la disparidad de
órdenes familiares que existan como de la disparidad
de religiones; siempre ha sido un tema sancionado e inamovible, con sus reglas,
prohibiciones y tabúes, que ahuyentaban el conocimiento. No sólo los
antidivorcistas como el que recién citamos, sino toda
la humanidad parece haberse manejado con reglas y normas con respecto a las
cuales instalaba un sentimiento por el cual contradecirlas era profanar lo más
elemental de los principios humanos; siempre parecen venir del más allá, de los
ancestros, de los orígenes. Esto que parece una característica del tipo de
reflexión ‑o de falta de reflexión‑ individual y social que
promueven las organizaciones familiares, ha demorado en mucho el que nos
permitamos pensar que haya algo que averiguar en relación a la familia.
Por supuesto que nos excede
evaluar como ha evolucionado el pensamiento, la cultura y sus reglas, y los
pasos previos que puedan haberse necesitado para que en un momento hayamos
podido empezar a preguntarnos sobre la familia, dedicarnos a observarla, y aún
abrirnos a reconocer que existe un sufrimiento familiar o vincular.
No sólo hubo que arrebatarles un
espacio al consenso social y al pensamiento religioso, y que violar los
intensos sentimientos de privacidad e intimidad que resguardan con pudor a la
interacción familiar (piensen por ejemplo, en la tremenda fuerza que tienen los
"secretos" familiares o en la experiencia que todos seguramente
compartimos, de lo que es "de puertas para adentro" en cada familia).
Hubo además que concretar una tremenda ofensa narcisista a nuestro
individualismo, no mucho menor que la que realizó Freud al postular el
determinismo inconciente -por el que uno no es concientemente dueño de todo lo
que actúa ni de lo que dice-, cuando se comenzó a sostener que las fuerzas que
nos determinan ni siquiera están todas dentro de nosotros como individuos. Que
parte de nuestra salud o nuestra enfermedad depende de un espacio psíquico
interpersonal, entre los sujetos, o peor aún, de un espacio transgeneracional,
que nos atraviesa con significados y sentidos de historias que no
protagonizamos.
Preguntarnos acerca de las familias,
admitir un desconocimiento que pueda ser respondido
por el discurso de nuestras ciencias, es bastante reciente. Quizás comience
desde el siglo pasado para los antropólogos y en realidad recién en este último siglo para el pensamiento más cuestionador. Es llamativo que el psicoanálisis sólo se haya ocupado de la
familia en los últimos treinta o cuarenta años.
Decíamos antes, que esta actitud
social hacia las familias se refleja en la que solemos encontrar también en
cada uno de nosotros. Cada familia como grupo, y también los miembros que la
componen, comparten una serie de creencias acerca de sí y del mundo, al modo de
una cosmovisión, pero esto es particularmente evidente en el modo en que
comparten "verdades" tan intransigentes acerca de cómo deben ser las
mismas relaciones familiares. Es previsible entonces que, con un ilusorio sentido común, se presuponga que toda la gente
piensa así.
Capítulo II
¿Cómo se arma una pareja en nuestra sociedad y en
nuestro tiempo?
- ¿Las parejas, las familias se fundan?
Solemos decir
en nuestro medio y en nuestra época que una pareja se crea que una familia se
funda. Por cierto que plantearlo así
sólo acentua un punto de vista, porque también se
podrían enfatizar las continuidades, por ejemplo la generacional, la genética o
la de los apellidos. Sin embargo, coloquialmente se suele
decir que alguien fundó una familia, y tiene algo de cierto. Aunque una
familia lleve el mismo apellido que la generación anterior, y aunque se le
parezca, vamos a insistir en que no es sólo el orden
social el que reconoce una discontinuidad, que hay un hecho nuevo, que aparece
algo que antes no existía.
Al formarse una pareja se juntan
dos personas de sexo diferente o del mismo sexo, de familias diferentes, y crean
un lazo que, en su mayor desarrollo, será un fenómeno social, económico,
jurídico, simbólico, emocional, de significación. Aunque
veremos que es artificioso aislar estas dimensiones, comenzaremos enfatizando
las últimas.
No suele resultar del todo visible
que pensarlo de este modo, que las familias se fundan,
que la pareja se funda, es muy reciente. Sobre esto nos
extenderemos más adelante. Por ahora solo señalaremos que éste modo de
concebirlo es el rpoducto de un profundo cambio que ha
ocurrido en la sociedad.
Podemos señalar en esa línea que
en Occidente en la era preindustrial la familia era concebida como “una
comunidad de intereses” en la que hombres y mujeres, adultos y jovenes, cada
uno ocupaba un lugar y tenía asignados sus propios cometidos. Al mismo tiempo las actividades estaban estrechamente coordinadas
entre sí y subordinadas al objetivo común de mantener en pie la hacienda o el
taller. En la mentalidad que regía en esa época ños miembros de la
familia estaban expuestos a experiencias y presiones similares, ritmos
estacionales, cosechas, mal tiempo y se mantenían unidos merced a esfuerzos
comunes constituyendo una comunidad perfectamente ensamblada en la que había
poco margen para las inclinaciones, sentimentalidades y motivaciones personales.
Estaban privilegiados los objetivos y metas comunes sin espacio para lo
imdividual. En ese sentido se define la familia
preindustrial como una comunidad de
intereses. En esa red de dependencias no se daba proridad
a la libertad individual sino a los intereses materiales de la familia,
hacienda y aldea propia. Quien no estaba integrado a la familia era
practicamente nadie, desdeñado por la sociedad.. Los miembros de la familia no estaban unidos entre sí por el amor y
el afecto. Lo usual era la tension y la desconfianza incluso el odio y
la violencia.
Con la individualización que
sobrevino con la revolución industrial y la idealización del amor como motor de la formación del vínculo de pareja se produjo
una ruptura decisiva e histórica con el modelo previo. Volveremos sobre esto
con mas detenimiento
Sobre el
fondo de la anterior queremos subrayar que en el siglo XX en Occidente se
acentua que la pareja se funda ya que al armar una pareja, se atenuan los
vínculos familiares que hasta entonces tenían cada uno, ya venían dados. Como cada persona nace y crece en
ellos, también suele decirse que son "naturales". Este
vínculo, en cambio, que desde la antropología se llama "alianza",
nomenclatura que vamos a seguir, hay que crearlo, hay que inventarlo, hay que
fundarlo. Es importante diferenciar en el origen de cada familia (la
constitución de la pareja) el establecimiento socialmente ritualizado acorde a
variables ceremonias culturales, como lo es el casamiento, de la operación
simbólica, en la que se da comienzo a una nueva pareja para la que reservamos
el nombre de alianza, que marca un corte, el inicio de un nuevo órden a partir
del cual se inicia para los que dan inicio a la misma una nueva
"legalidad" vincular. Legalidad vincular (no sólo social) sustentada, como esperamos mostrar, sobre una compleja trama
emocional.
Capítulo III
¿Los modos actuales de instituir pareja es un fenómeno global? ¿Desde qué mentalidad se instituye?
Para revisar este tema, aunque parezca una obviedad, redundando sobre lo que expusimos en el
capítulo anterior nos parece imprescindible decir que el modo en que se instituye una pareja, en que
se da comienzo a una pareja no es un fenómeno global. Esto es así porque en Occidente más allá de la singularidad
con que lo hacen, los que la constituyen, lo que llamamos la pareja de la
modernidad -la que habitualmente concebimos en
nuestro tiempo y en nuestra sociedad occidental- elijen con libertad instituirla o disolverla.
La pareja en los diferentes espacios geográficos no tiene los mismos
modos de constituirse, no funcionan sus relaciones de la misma manera. Tampoco
la pareja ha sido la misma, no se ha instituido del mismo modo, no ha
funcionado con iguales parámetros con el transcurrir del tiempo, de hecho no se encuentran similitudes en
como se ha constituido y ha sido la pareja a lo largo del devenir de la
humanidad.
Es importante entonces dejar sentado que no hay una uniformidad en las
formas de aparearse, en las formas en que se conciben, en el modo en como se
constituyen, en quienes la integran, en como se arman en todo el mundo.
La existencia de formas de constitución de parejas, diferentes de las que solemos concebir como usuales
en Occidente, no es algo que sólo sucede en los países del cuarto mundo, en el mundo
musulmán, en la India o en Pakistan, etc. –diversidad estas últimas
dada porqué en esas sociedades las conformación de las parejas se realizan de acuerdo con paradigmas
culturales diferentes de los de Occidente- esta diversidad también es
parte de las sociedades occidentales y de las que aparentemente se han
incorporado a las costumbres occidentales, en especial con el advenimiento de
los lineamientos de la posmodernidad.
La pareja contemporánea
en Occidente
Para delimitar el tema, nos vamos a ocupar centralmente de las
diversas formas de parejas en esta época y en Occidente. En nuestra
exposición no pretendemos abarcar las diferentes configuraciones
familiares que se dan en el mundo con el que convivimos -con la evidente
ambigüedad y vaguedad que supone demarcar a qué nos referimos
cuando recortamos esa parte de la población a la que llamamos Occidente-,
sólo queremos plantear la existencia de esa diversidad en el mundo urbano
occidental.
De hecho en las sociedades urbanas de Occidente a finales del siglo XX
y comienzos del XXI, hay una gran diversidad de familias. Conviven parejas
premodernas, modernas, posmodernas, parejas que responden a otros paradigmas
culturales y configuraciones marginales al sistema y al aparato jurídico
socialmente establecido.
¿Qué es la modernidad?
Es necesario dado que
hablamos de pareja modernas aclarar qué se entiende por modernidad.
La modernidad es una
noción polisémica, su significado depende del contexto en que la
entendamos.
El sentido que a nosotros nos interesa es aquel que alude a un momento de la
historia de la humanidad en que cambia la mentalidad que rige en la
sociedad y emerge la mentalidad moderna.
Una primera
consideración a tener en cuenta es que la emergencia de la mentalidad
moderna no es fenómeno universal, no se refiere a un cambio de
mentalidad que ocurrió
en todo el planeta, sólo tiene como referente un cambio en los modos de
pensar que se produjo en Europa y que, con el descubrimiento de América,
también abarcó luego a este continente.
La modernidad es un cambio de
mentalidad que se da en lo que se suele llamar Occidente.
Este cambio de mentalidad es
solidario con el inicio de lo que se ha dado en llamar “Edad Moderna”.
La modernidad -el comienzo de
la Edad Moderna- que tuvo como epicentro a Italia, incluyó como uno de sus
prolegómenos el llamado humanismo italiano.
El humanismo italiano con el
énfasis que puso en el antropocentrismo cambió
el paradigma vigente previo, el paradigma teocéntrico que había
regido el modo de pensar en la cosmovisión, en la Weltanshauung medieval.
El comienzo de la modernidad
tiene un importante mojón en el Quatrocento en Italia, más
precisamente en Florencia.
A comienzos del siglo XV tiene lugar en Florencia una
transformación radical en la subjetividad, en la relación que
tienen los hombres con la naturaleza, la sociedad y la historia. Esta nueva mentalidad
renacentista es hija dilecta de un cambio que había empezado un par
de siglos antes con el comienzo del ascenso de la burguesía en Europa.
Este ascenso se acompañó con un cambio de mentalidad, que los
historiadores llaman la mentalidad burguesa.
La mentalidad burguesa relevó
en el imaginario social a la mentalidad cristiano- feudal previa que
reinaba en el medioevo. Este proceso fue gradual, la mentalidad burguesa logró
coherencia en el Renacimiento.
En este cambio de mentalidad juega un papel central cómo se concibió la
realidad y la idea de causalidad asociada a ella.
Advirtamos, para valorar el
cambio que introdujo la mentalidad burguesa, que en la mentalidad
cristiano-feudal se daba una interpenetración entre la realidad y la
irrealidad.
Para comprender este punto de
vista se suele dar el siguiente ejemplo: las
nubes forman parte de la realidad sensible, puede vérselas y
eventualmente tocarlas; los ángeles que están en ella no son parte
de la realidad sensible, no se los ve ni se los siente pero en la mentalidad
cristiano-feudal se afirmaba que
estaban allí.
En el contexto de la mentalidad cristiano-feudal lo mismo es la
nube que el ángel, están tan compenetradas que no hay nube sin
ángel: llueve cuando se ruega y una falta o un exceso de lluvia en el
seno de esta mentalidad es señal de castigo divino.
En la mentalidad
cristiano-feudal la experiencia humana con la naturaleza estaba mediada por
un sistema interpretativo que se apoyaba en un elemento carismático o
mágico. La experiencia, en esa mentalidad, estaba sumida en un sistema de
pensamiento en el que la causalidad era sobrenatural.
La mentalidad cristiano-feudal, que se sustentaba en una causalidad sobrenatural, se cimentaba en la peana
dada por la vigorosa tradición romana.
Los romanos habían
introducido en su tiempo, mediante una imposición autoritaria, un esquema
que enseñaba a pensar en contra de lo que dicen los sentidos y
favorecía suponer causas metafísicas para aprehender el mundo.
Al cristianismo,
apoyándose en esa tradición, le cupo una larga y paciente labor
pedagógica que difundía una cosmovisión que explicaba el
mundo mediante causas metafísicas.
Ese modo de pensar
empezó a cambiar con el comienzo de la aparición en la escena
social de la burguesía en siglo XI y XII, aparición que se
consolidó en el Renacimiento.
La emergencia de la
burguesía -apoyada en una economía monetaria y en el empirismo
práctico del mercader-, implicó una serie de experiencias sociales
inéditas que disociaron la relación entre realidad e irrealidad y a
partir de ellas se elaboró un nuevo principio de explicación
causal: una causalidad que se la concebía como natural, una causalidad
humana. Esa mentalidad implicaba el triunfo de lo profano, conllevaba una
secularización de la realidad, comenzaba a regir una realidad operativa.
La comprensión de la
realidad como profana y no sagrada se logró mediante un esfuerzo
intelectual consistente en suprimir la causalidad sobrenatural para aprehender
el mundo y comprenderlo, en cambio, como un campo en el que funcionan
sólo las causas naturales, humanas.
Con la aparición de la
mentalidad burguesa se supone que la realidad sólo alude a la realidad
sensible, cognoscible por los órganos de los sentidos.
Como ejemplo de este cambio de mentalidad, la sociedad en la que florece el
Renacimiento no tiene en su vértice al soberano designado por Dios sino
al burgués que ha conquistado la Signoria con la fuerza, el
ingenio, e incluso el fraude; la sociedad del Quatrocento es una sociedad que
cree en el valor de los fenómenos reales presentes, es una sociedad
activa en la que cada uno vale por lo que hace y no por misteriosas
investiduras transmitidas. La burguesía en esa sociedad empieza a tomar
poder, está interesada en conocer objetivamente la naturaleza, y
congruente con esta actitud, construye una historia de los movimientos
humanos y de las consecuencias de la acción humana.
También el arte nacido
en esa época da cuenta de ese movimiento. El cambio de actitud subjetiva
que emerge en el campo del arte en el Quatrocento, puede ser planteado
del siguiente modo: el artista renacentista pasa a ocuparse de lo que se ve y
no de lo que se oculta detrás de las apariencias, el valor para él
reside en lo que el intelecto construye sobre el fenómeno.
En el Renacimiento emerge un
modo de pensar en que todo formaba parte de un todo coherente que fundamentaba
un modo de pensar basado en una causalidad humana.
Para el hombre del
Renacimiento, el mundo es naturaleza y humanidad, perspectiva e historia se
integran y juntas arman una concepción unitaria del mundo; todos los
fenómenos se manifiestan en un lugar unitario y universal: un espacio
humano; se ordenan los acontecimientos en un tiempo humano.
En una apretada
síntesis podríamos decir que en el renacimiento todo parece
tender a la racionalidad y la unidad.
En el Renacimiento mediante
la perspectiva el espacio adquirió representación, figuración
racional. Lo mismo ocurrió con el tiempo, la historia proporcionaba
forma o representación a la sucesión de los acontecimientos en un
tiempo humano. Adviene una nueva concepción de la naturaleza y de la historia,
se produce un cambio de mentalidad que se ha llamado la conquista de
la realidad.
Conquistar la realidad quiere
decir que la noción de espacio a la que accedían los hombres del
Renacimiento mediante los órganos de los sentidos coincidía con lo
que sus artistas representaban. Se unificaba así la noción de
espacio, el espacio se hacía racional; con hacerse
racional quería decirse que no había diferencia entre
cómo se concebía el espacio en la mente y cómo se lo
veía a través de lo que los artistas producían. Se
accedía desde esta mentalidad a lo que era sentido como un verdadero
espacio y un verdadero tiempo. Con verdadero se quería decir
concebible en dimensiones humanas.
Mediante la perspectiva, la
representación plástica que vemos coincide con lo que en nuestra
mente concebimos como realidad. Es importante advertir que en este cambio la
perspectiva no fenomeniza la realidad, es la mente humana la que la fenomeniza.
Es la perspectiva la que hace pensar la realidad como si fuese una unidad.
El orden que entonces propuso
la modernidad no es un orden que está en el mundo, es un orden que
encuentra su fundamento en la razón humana que lo piensa. La nueva
concepción del espacio y del tiempo es parte de esa razón humana; la perspectiva dio acceso a la mente renacentista a un espacio en el
que transcurre una realidad en la que se ha eliminado lo que es casual,
irrelevante o contradictorio; en la misma línea la historia dio cuenta de un tiempo humano.
La autonomía de la
capacidad de juicio se convirtió en la plataforma mental que sostuvo
esta nueva postura. Este hombre autónomo en su religiosidad no obedece a
una autoridad sino que elige y en esta elección tiene una responsabilidad
ante Dios.
Esta representación antropocéntrica en la que se conquista la realidad, encuentra sus máximas realizaciones en
el “Hombre de Vitruvio” de Leonardo y en la razón cartesiana que colocan al
hombre como la medida de todas las cosas y a su razón como principio para dar
cuenta del mundo.
Este movimiento trajo consigo
el marco intelectual del iluminismo y la Ilustración en el que se
producirían las revoluciones que consagraron la independencia de EEUU y
la Revolución Francesa, así como el auge del capitalismo y el
nacimiento del socialismo.
Esto dio marco además a
las poéticas y la representación gráfica del barroco que si
bien cuestionó el primado de la razón que había reivindicado el Renacimiento no
lo excluyó, agregó en esa etica y estética el papel de la pasión. Con la
aparición del barroco se desarrolla un total desarraigo de la
tradición metafísica y anticipó un fenómeno
característico de la cultura moderna: la liberación del arte de las
propuestas miméticas. Con el barroco la creación artística es
un producto del capricho humano, del deseo humano. La configuración basada
en la similitud, a partir del barroco cambia definitivamente.
A partir del siglo XIX se da
un paso más en el pensamiento moderno:
·
desaparece la teoría de la semejanza en
la representación como fundamento general de todos los órdenes,
·
caduca el enlace hasta ese momento
indispensable entre la representación y los seres;
·
la historicidad penetra en el corazón de
las cosas, las aísla, y las define
en su coherencia propia, les
impone aquellas formas del orden implícitas en la continuidad del tiempo.
Hubo un enorme cambio en el
imaginario occidental a posteriori de las revoluciones liberales de 1848. El
cambio de mentalidad que había comenzado en el Renacimiento, en el que se
concebía un hombre que pensaba desde razones humanas y decidía desde ellas, que
tuvo un enorme empuje en el iluminismo y la ilustración que culminó en la
Revolución Francesa tomó un rumbo definitivo después de estas revoluciones.
Las revoluciones liberales de
1848 en Europa, abrieron un definitivo paso a esa
modernidad. Todas ellas -
aunque requerirían un estudio detallado por los efectos que produjeron en
pueblos y regiones - tuvieron en común que ocurrieron casi
simultáneamente y que estaban imbuidas de una misma atmósfera
romántico-utópica y una retórica similar. Esta “primavera de
los pueblos” – así se las llamó - no perduró, pero
dejó como resto la consolidación de la burguesía en Europa.
Aunque no fueron revoluciones burguesas -la burguesía no participó
de ellas-, la burguesía supo aparecer como la opción moderada, que
a la vez que estabilizaba el régimen abría la posibilidad de
innovaciones liberales y de una nueva
concepción de la razón.
Este cambio de mentalidad
tuvo como tarea reflexionar sobre las relaciones de semejanza o de equivalencia
entre las cosas para fundamentar y justificar el discurso de la modernidad.
Para la modernidad la razón es el orden y para lograr ese orden lo
disperso tiene que ser ordenado en identidades. En esta línea de
pensamiento el orden debe excluir lo que lo amenaza. Si la ratio es el
corazón del orden, la locura es lo que debe excluirse o encerrarse.
Tengan en cuenta que esta
reflexión del hombre sobre si mismo, es una invención reciente, una
figura que no tiene ni dos siglos y probablemente desaparecerá cuando
este pliegue, este desgarrón encuentre una nueva forma.
Ante la insuficiencia de esa
razón que reivindicaba la modernidad, en sus desgarrones, han nacido las
quimeras de los nuevos humanismos.
Entre esos desgarrones le damos especial importancia que con el siglo XX,
surgiría un nuevo humanismo, en reemplazo del previo que no había
dado lugar a la autonomía de los hombres y las mujeres para elegir por
sí mismos sus relaciones familiares.
En el siglo XX con la vuelta
de tuerca de la modernidad se puso en el centro a las mujeres y a las
relaciones que tenían hombres y mujeres.
La modernidad y las parejas
Todo el recorrido anterior
tiene el sentido de mostrarles como el cambio de paradigma en la mentalidad que
vino con la modernidad no cambió el modo en que se concebía la pareja,
tardó mucho en alcanzar esta mutación en el modo de pensar a las mujeres y a las formas de
aparearse.
Los hombres y las mujeres
tardaron mucho tiempo para apoderarse de su destino, de adueñarse de sus
vidas, especialmente en el campo de las relaciones familiares.
Destacamos que en los comienzos de la Edad Moderna, en el Quatrocento, el
Cinquecento, en pleno auge del antropocentrismo, siguió vigente el modelo
patriarcal que restringía a la mujer a un papel subordinado y a la vez no
se le daba visibililidad a las mujeres en la historia; la historia la
hacían los hombres y las mujeres tenían un papel secundario.
La mudanza del lugar de la mujer y la aparición, solidaria con la mentalidad
moderna, de “una pareja entre iguales” fue un fenómeno muy posterior
al cambio de mentalidad que se inició con los comienzos de la modernidad.
Esto llevó mucho tiempo y esfuerzo.
La emergencia de cambios en los modos de constituir una pareja y en su
tratamiento jurídico - en el marco de la mentalidad moderna - implicaron
el lento paso de la familia extensa patriarcal a la familia nuclear que
recién tomó forma en el siglo XX con la llamada familia moderna.
Capítulo V
¿Qué es e amor?
Hacia una teoría moderna del amor.
Hemos encontrado enormes
coincidencias entre nuestro modo de pensar el amor y como lo Irving Singer su
monumental texto “La naturaleza del amor”.
Acordamos con Singer que el
amor es un tema que tiene que ver con la “naturaleza humana” aunque nosotros
acentuaríamos mas que se relaciona con lo que tenemos de humano en aquello “no
natural”, en lo que nos diferencia del orden animal.
Singer quiere sacar ala amor
de una tradición que trata al amor como algo que tiene su origen en una esfera
trascendente. Postula, en la misma linea que nosotros, que el significado del
amor hay que buscarlo en nuestra tendencia a crear ideales que nos liberan de
la realidad al mismo tiempo que manifiestan nuestra dhesion a ella.
Capítulo IV
¿Cómo se concibió el amor en la pareja a lo largo de la historia?
Para dar cuenta de los
cambios en las modalidades de constituir una pareja daremos - sobre el fondo de lo que describimos sobre la
mentalidad moderna - una breve reseña sobre cómo se concibió
el amor en la pareja y en la familia:
·
entre el Renacimiento y la Revolución
Francesa, luego
·
desde la Revolución Francesa ésta
hasta comienzos del siglo XX, para
·
por último ocuparnos de la
aparición de la pareja moderna que emerge
después de la Primera
Guerra Mundial.
Cómo se concibió el amor en la pareja y en la
familia entre el Renacimiento y la Revolución Francesa.
Nos resulta útil -para
comenzar a situar este tema en el Renacimiento y dar una imagen vívida de
cómo se presentaba en esa época-, reproducir el diálogo entre
Dominique Simmonnet y Jacques Solé en el libro “La más bella
historia de amor”.
En el capítulo “Acto
II, El antiguo régimen” de “La más bella historia de amor”
precediendo al diálogo entre Dominique Simmonnet y Jacques Solé se
dice:
“En el Renacimiento no hubo
un renacimiento del amor, ni del placer sexual. Entre 1500 y 1789, la iglesia y
el estado colaboraron para imponer un orden moral extraordinario, al tiempo que
los Don Juan, Casanova y otros marqueses poco divinos se aprovechan entre
bambalinas. La sexualidad se considera abyecta, sucia, como flirtear con el
diablo. (Las mujeres) Se visten hasta el cuello para meterse en la cama,
languidecen, lloran... Romeo y Julieta mueren por su pasión imposible”
(página 67).
En la página siguiente
el diálogo entre ellos comienza:
Dominique Simmonnet:
Sería lindo pensar que los tres siglos llamados modernos, del
Renacimiento a la Revolución, donde brillan Shakespeare, Rembrandt,
Moliere, Racine, fueron un poco más tiernos, mas sensuales...
Jacques Solé: Hay que
desconfiar de la mitología liberal del Renacimiento, que es tan excesiva.
La sociedad del Antiguo Régimen trató de encontrar un compromiso
entre la necesidad social de la reproducción y el control del placer y el
sentimiento. En algunos aspectos, el siglo XVI es todavía medieval: sigue
reinando el matrimonio cristiano de la Edad Media..., el matrimonio no es el
lugar de la pasión ni el del placer..., una chica es como una cabeza de
ganado, que se vende en el mercado conyugal. El amor está excluido de la
transacción. A mediados del siglo XVII se establece una “tabla de
matrimonios”, que fija el partido para desposar: según el monto de la
dote se tiene derecho a un comerciante, un dependiente o un marqués... El
Bosco con sus desnudos, en el Jardín de la delicias, no quiere magnificar
el acto sexual, sino, por el contrario condenarlo. En la sexualidad él ve
las raíces del mal absoluto. La carne es el peligro supremo y los seres
humanos que se entregan a la lujuria están destinados a los peores
tormentos del infierno.
Cómo se concibió el amor desde la Revolución
Francesa hasta comienzos del siglo XX:
Algo cambió en la
situación de la mujer y de la familia en 1789 con La Revolución
Francesa. Esta trajo un corto soplo al derogar el antiguo régimen
conyugal que, desde los comienzos de nuestra historia, había reprimido la
sexualidad y los sentimientos, permitió soñar con un mundo donde
las hombres y las mujeres entablarían relaciones más tiernas,
más equitativas... se creó entonces una situación más
favorable para el protagonismo femenino y un cambio en cómo concebir la
familia pero... luego vinieron los años del terror (1793-1795), el
bonapartismo (1800-1815), y la restauración del antiguo régimen,
tras la caída de Napoleón en 1815, perdiéndose hasta mediados
del siglo XIX, el protagonismo de la mujer alcanzado en la Revolución
Francesa.
El protagonismo femenino tuvo
un nuevo empuje con las revoluciones liberales de 1848 pero recién iba a
haber cambios significativos en el lugar de la mujer después de la
primera guerra mundial.
En ese complejo proceso se fue dando un cambio en la concepción que se
tenía del amor.
La glorificación que se
hizo del amor mutuo con el romanticismo en el siglo XIX tuvo un papel relevante
para que se diera ese cambio.
Fue muy importante lo que escribieron los autores románticos en sus
novelas ya que estos escritos dieron una enorme fuerza al amor en el imaginario
social.
Marquemos como antecedente de
este auge del romanticismo del siglo XIX, el Romeo y Julieta de
Shakespeare (1595) o el Werther de Goethe, en las postrimerías del
siglo XVIII.
Goethe narra a través de las cartas de Werther, el sufrimiento del
protagonista enamorado de Lotte, y como éste termina suicidándose
al comprobar la imposibilidad de su amor.
Este nuevo género - de
amores deseados aunque imposibles -, tuvo un enorme desarrollo en la literatura
del siglo XIX.
La novela - en la que la cuestión del amor era central -, se
convirtió en el gran fenómeno literario de la época.
Así lo vemos en Rojo y Negro de Stendhal, en Orgullo y
prejuicio de Jane Austen, en Cumbres borrascosas de Emily
Brontë y especialmente en la Madame Bovary de
Flaubert.
También la ópera,
que encuentra su apogeo en esos tiempos, se ocupó de este amor anhelado e
imposible de alcanzar. Lo refleja Verdi con Tosca y Cavaradosi o Wagner con
Tristán e Isolda.
A la par que se glorificaba e idealizaba el amor en los libros y en la escena,
en la sociedad todavía reinaba el matrimonio concertado, aunque - ese
matrimonio concertado - concitaba ya en esa época una fuerte
insatisfacción.
Es importante marcar que a
mediados del siglo XIX que el matrimonio tal como era en ese momento concebido,
institución acartonada y falta de pasión, fue denunciado por
Gustave Flaubert (1821-1880) al publicar en 1857 Madame Bovary.
Flaubert con Madame Bovary
escandalizó a sus contemporáneos al describir la
insatisfacción amorosa que campeaba en la vida marital de esos tiempos.
En esta novela se reclamaba un lugar para la sensualidad y el erotismo que el
matrimonio no parecía brindar. Madame Bovary fue probablemente la novela
francesa más influyente del siglo diecinueve.
La Emma Bovary dibujada por
Flaubert, es una aburrida ama de casa de provincia, con una sexualidad
encorsetada en un contrato matrimonial desprovisto de vitalidad, de
sensualidad, que tratando de vivir un desesperado amor, abandona a su marido
para seguir a Rodolphe. Esta búsqueda del amor era inadmisible para la
sociedad de la época, era escandaloso como Emma hacía caso omiso de
sus deberes de esposa y madre para perseguir ideales
románticos. Flaubert
fue condenado por el establishment social por describir lo que para su tiempo
era un comportamiento inmoral de la protagonista.
Cómo se concibió el amor en la pareja moderna que
emerge
después de la Primera Guerra Mundial
Como hemos ido describiendo,
la modernidad, que ponía, con su antropocentrismo en el centro al hombre,
no lo hizo con la mujer hasta muy entrado el siglo XX.
En ese proclamado antropocentrismo fue necesaria una fuerte lucha para
equiparar a las mujeres con el lugar que la sociedad le daba a los hombres. Esa
lucha tuvo varios frentes. Uno muy importante fue el que llevaron adelante las
organizaciones sufragistas. A esto se sumó la entrada de la mujer en el
mercado laboral y en los ámbitos académicos y universitarios.
Lo que estamos remarcando es
que la mentalidad de la modernidad tuvo un enorme retraso a la hora de penetrar
en la conformación de las familias y en poder concebir que esa
conformación podía y debía ser decidida por los que
instituían el vínculo.
El antropocentrismo que
dictaminaba que el hombre – y por extensión la mujer –
podían decidir acerca de cómo manejar sus vidas tardó mucho
en germinar en el campo de las relaciones amorosas.
Un capítulo central lo tiene
el debate acerca de las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo.
Este, adquirió carta de ciudadanía en la opinión pública en y mayor visibilidad
en los últimos cien años. Alrededor de este tema hubo un complejo debate en el
siglo XX que tuvo uno de sus polos en una opinión pública que
fundamentaba sus argumentos en la herencia de la moralidad victoriana del siglo
XIX. Como uno de los ejemplos de su poder recordemos el juicio que se le hizo
en Londres a Oscar Wilde a fines del siglo XIX. Lo que
ocurrió con Wilde fue el resultado y la puesta en acto de la concepción
victoriana sobre el amor en la que el amor estaba claramente separado del
cuerpo, del erotismo y que proponía que el asco por los placeres
conducía al bien, a la religión, a Dios.
Recordemos que Oscar Wilde,
en 1895, en la cima de su carrera, se convirtió en la figura central del
más sonado proceso judicial del siglo. Este proceso escandalizó a
toda la mojigata clase media de la Inglaterra victoriana. Wilde, que
había mantenido una íntima amistad con lord Alfred Douglas, fue
acusado por el padre de éste, el marqués de Queensberry, de
sodomía. Se lo declaró culpable en el juicio celebrado en mayo de
1895, y fue condenado a dos años de trabajos forzados. Salió de la
prisión arruinado material y espiritualmente. Pasó el resto de su
vida en París, bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth.
Como un otro ejemplo de estos
cambios en los modos de concebir una pareja es público lo que llevaron
adelante Simone de Beauvoir y Jean
Paul Sartre. Ellos dos intentaron
llevar hasta sus últimas consecuencias el ideal de la pareja moderna, y
simultáneamente dieron muestras de las complicaciones que trae un
vínculo sólo sustentado en el amor.
Recordemos que Sartre, un
escéptico respecto de las relaciones con otros, quizás un
adelantado del posmodernismo, había escrito “El infierno son los otros”
en Puertas cerradas. Simone, en cambio, dando evidencias de un mayor compromiso
con los ideales amorosos de la modernidad, el otro que encontró en Sartre
se convirtió en su mayor bendición.
Simone de Beauvoir -en
palabras con sabor a modernidad-, dice en sus memorias (1981): “Una gran suerte
acaba de dárseme. Bruscamente, ya no estaba sola. Hasta entonces, los
hombres que me habían interesado eran de una especie diferente a la
mía. Me era imposible comunicarme con ellos sin reserva. Sartre
respondía exactamente a mi voto de los quince años: era el doble
en quien reencontraba (la cursiva es nuestra), llevadas a la
incandescencia, todas mis manías. Con él, podría simplemente
compartirlo todo. Cuando lo conocí, supe que nunca más
saldría de mi vida”.
Para Simone de Beauvoir, lo
esencial en su concepción del amor entre un hombre y una mujer era
alcanzar una unión radical, donde la comunicación fuese casi
absoluta, una formulación acabada de lo que aspiraba la concepción
moderna del amor.
Sartre y el Castor
–Jean Paul Sartre llamaba a Simone el Castor- encontraban en su
relación la mejor excusa para compartir y nutrir sus genialidades
individuales. Sin embargo, sus vocaciones no coincidían exactamente.
Sartre ponía el valor supremo en la literatura, Simone en la vida.
“Sartre vivía para escribir. Yo asignaba a la vida un papel supremo”
(Simone de Beauvoir, 1981).
Simone señala en sus
memorias “Éramos de la misma especie, y nuestra unión duraría
tanto como nosotros”. Esta idea le permitirá superar los celos que le
producía la inexorable necesidad de Sartre de tener muchísimas
amantes. Durante toda su existencia, Sartre mantuvo romances con mujeres cada
vez más jóvenes. Simone lo entendía como una incapacidad para
aceptar la edad adulta, mientras ella mantenía esporádicas
relaciones con otros hombres y otras mujeres, algunas de las cuales eran a la
vez amantes de Sartre.
Esta historia no estuvo
exenta de sufrimiento: “Lo que nos ligaba nos desligaba; y por ese
desligamiento nos reencontrábamos ligados en lo más profundo de
nosotros” (Simone de Beauvoir, 1981).
Capítulo VI
La pareja moderna es una construcción cultural reciente,
es una producción social del siglo XX
Enfatizamos entonces que la familia moderna es una construcción cultural
reciente, es una producción social del siglo XX. El nuevo modo de
vincularse, imaginado por el romanticismo, tuvo recién una generalizada
realización social después de la primera guerra mundial,
después de 1920, como producto de los cambios que se estaban dando en los
modos de pensar, los cambios sociales, el nuevo lugar de la mujer.
En esa época, de a
poco, dejó de ser hegemónico el matrimonio concertado y
emergió entonces esta idea innovadora que atravesó todas las clases
sociales en Occidente. Se afirmó que los lazos matrimoniales debían
estar asentados en un sentimiento recíproco, en un lazo decidido por los
que lo iban a integrar. Esto es la médula de lo que constituye la pareja
moderna, una pareja y una familia decidida por los que la instituyen.
Es conmovedor como relata
Anne-Marie Sohn la aparición de este nuevo modo de relación en “La
más bella historia de amor”.
Anne-Marie Sohn, profesora de historia contemporánea en la Universidad de
Ruan, dice “después de siglos de
inhibiciones, frustraciones, represiones aparece entonces esa cosa tan
inconfesable, tan ocultada, tan deseada, que surge tímidamente de la
penumbra: el placer... La revolución amorosa que se desarrolla de 1860 a
1960 es discreta pero ineludible. ¡Basta de ese recato hipócrita de esa
vergüenza de su propio cuerpo, de esa sexualidad culpable que consolida
la infamia de los hombres y la desdicha de las mujeres! ¡Nada de matrimonio sin
amor! ¡Nada de amor sin placer!”
Capítulo VI.
La ilusión de un amor recíproco
Lo novedoso de esta nueva
institución es que se trata de una pareja y una familia que encuentra su
fundamento en la ilusión de un amor recíproco. Nos estamos refiriendo
con esto - la pareja moderna - a lo que provocativamente llamó Denis de
Rougemont “un invento de Occidente”: una pareja
sustentada y nacida de la apasionada ilusión del amor recíproco. Un
elemento más a destacar es que se suponía que en esa “nueva pareja”
se articulaba el amor con la sexualidad.
Esa novedosa pareja moderna,
basada en la ilusión del amor recíproco, dio las bases emocionales
a la pareja occidental de nuestros días.
Es central darse cuenta, que
con este invento, apoyarse en la ilusión del amor recíproco, se
modifican las bases en las que se había sustentado la pareja y se
cambiaban sus fines. El matrimonio nunca antes había sido considerado
por la sociedad como asunto exclusivo de los contrayentes. Por el
contrario, siempre había estado ordenado ética y religiosamente en
el contexto supraindividual de la comunidad humana y de la familia. Se
habían establecido leyes, normas morales que imponían su
primacía sobre las necesidades del matrimonio en cuanto tal.
Para situar lo que
implicó esta innovación hay que advertir que las instituciones
religiosas y el derecho habían construido a lo largo de la historia al
matrimonio como una institución social que creaba y daba sustento
a un vínculo conyugal entre sus miembros, aunque también es cierto
que en esta construcción hubo idas y vueltas.
Este lazo institucional,
reconocido socialmente, ya sea por medio de sacramentos religiosos o
disposiciones jurídicas establecía entre los cónyuges
—y en muchos casos también entre las familias de origen de
éstos— una serie de obligaciones y derechos, que aunque variables
en cada sociedad permitía legitimar la filiación de los hijos
procreados por sus miembros, según las reglas del sistema de parentesco
vigente. Este lazo había sido concebido para “la contención de la
concupiscencia” y proteger la procreación y asegurar la educación
religiosa de los hijos. Ese era su fin.
La constitución de la pareja que funda la familia moderna, a diferencia
de las formas previas, se establece mediante la creación por parte de los
que la fundan de un tejido imaginario que encuentra su “materialidad” en el
enamoramiento, el que debe dar sustento a una compleja trama emocional. Esto
último es lo que sustantiva a la pareja moderna, en la apoyatura en ese
tejido radica lo novedoso que caracteriza a este “invento de Occidente”, este
invento de la modernidad.
Esta nueva pareja, origen de
una nueva familia, ha creado una nueva racionalidad. En este nuevo paradigma,
es razonable que los hombres y mujeres decidan acerca de su vida amorosa y
junto con esta nueva razonabilidad se ha creído que era posible alcanzar
la felicidad.
Es central comprender que
desde esta pareja se legitima la aspiración a la felicidad. La
aspiración a la felicidad es una aspiración moderna.
En este momento queremos resaltar que no siempre se anhelo la felicidad, en el
medioevo se aspiraba a la salvación. La aspiración de la felicidad
es un anhelo moderno y se supuso que se alcanzaba a través del amor
recíproco.
La modernidad introdujo
entonces la suposición que en esa pareja, que encontraba su fundamento en
la reciprocidad amorosa, se podría constituir la felicidad y se
alcanzaría una pareja y familia en la que reinaría la
armonía.
¡Oh el amor! Si hay amor, contigo pan y cebolla.
Esta nueva concepción
tuvo enormes consecuencias: como producto de la aparición de la pareja
moderna, la forma de concebir la familia fue cambiando. La familia moderna se
fue autonomizando cada vez más de la familia extendida, conformando un
conjunto cada vez más separado aunque todavía conserva importantes
relaciones tanto con los ascendentes como con los familiares de la misma
generación.
Se supuso que sobre estas
bases, una pareja decidida por los que la integran y sustentada en el amor, se
alcanzaría una solución eterna.
Aunque es obvio, desde nuestra mirada actual, no podemos dejar de señalar
que la solución alcanzada por la pareja moderna no instituyó una
forma definitiva.
Con el andar del siglo XX se
exploraron nuevas formas de intercambio sexual y
pasional. Si bien
podríamos coincidir que la pareja moderna es un modelo aún
existente, debiéramos conceder que la pareja heterosexual estable vive
más en el imaginario social y cultural que en la realidad.
Capítulo VII
¿Qué modalidades de pareja conviven en Occidente en este último
siglo?
Hoy en día, en los comienzos del siglo XXI, esa pareja, convive con otros
conjuntos vinculares, conformaciones premodernas y de la posmodernidad.
Premodernidad, modernidad y posmodernidad
en las parejas
A modo de ejemplo de esta convivencia de parejas premodernas, modernas y
posmodernas citemos que en Japón -una de las economías mas importantes y una de
las culturas más sofisticadas del mundo-, algunos de los relatos de Kenzaburo Oe - un escritor nacido
en 1935, formado en el Japón de preguerra -, cuando nos cuenta en su
autobiográfica Cartas a los años de nostalgia (Kenzaburo Oe,
1997)
[3]
su vida en la posguerra, en un Japón que simultáneamente
mantenía formas familiares instituidas por la concertación armada
por las familias de origen y formas familiares nuevas, basadas en la libre
elección, sustentadas en la creencia en la reciprocidad amorosa. Estas
últimas habían sido introducidas por los ocupantes norteamericanos
en un intento de occidentalizar la sociedad japonesa.
También digamos que esto está en un proceso de cambio en
Japón. Es diferente el modo en que narra Huraki Murakami – un
escritor japonés nacido en 1949, en la posguerra - en Tokio ́s
blues, madera noruega su iniciación amorosa en los años sesenta en el
ámbito universitario. Los avatares amorosos en esos años de
Murakami, contados en esa novela, no parecen diferenciarse de los usuales en
Occidente en la misma época.
Hoy en día, en la India, conviven formas familiares premodernas,
en las que la elección de pareja está a cargo de los padres con
formas modernas de algunos jóvenes que se revelan ante las costumbres
ancestrales. Otro factor fundamental suele ser que los astrólogos realicen una
predicción sobre la compatibilidad entre los dos posibles desposables al
escrutar fechas y horas de nacimiento sin importar el deseo de los que van a
instituir la futura pareja.
En general en la India
el armado de las futuras parejas es una tarea familiar. Es moneda corriente en
la India que el matrimonio no es tanto
una relación entre individuos como entre familias. Esto es corroborado
por las directivas de las usuales
agencias matrimoniales indias que afirman: "Aunque los tiempos están
cambiando, el 80% de los jóvenes todavía prefieren que sus padres les
encuentren una pareja, frente al 20% que lo hace por amor".
Este modo de pensar
incluso es racionalizado desde una perspectiva utilitarista afirmando que no se
debe contradecir a la familia porque la India es un país donde el Estado no puede cubrir las necesidades
de sus ciudadanos, por lo tanto los lazos familiares se erigen como el único
subsidio de desempleo, seguro médico o modo de encontrar trabajo. Sin embargo
contradiciendo este punto de vista suelen decir en sus informes que los
aspectos más tradicionales a la hora de buscar un candidato, como que sean de
la misma casta, están cediendo terreno en la actualidad a matices más mundanos
como el empleo, la educación o pedir simplemente que "la chica sea
bonita".
El 2 de julio de 2009, en un
fallo sorprendente, la Corte Suprema de Nueva Delhi derogó la sección del
Código Penal que consideraba ilegal a todo acto homosexual. Según la Corte, las
relaciones homosexuales consentidas entre dos adultos ya no pueden ser
consideradas ilegales en la India. En el fallo pronunciado, los jueces dijeron
que se debía integrar a las personas homosexuales y que se les debía de
respetar su calidad como personas y dignidad. También, hablaron de una nueva
visión de la sociedad india hacia la homosexualidad, más tolerante y abierta.
Pese a esto, no se puede aún decir que la homosexualidad es legal en la India,
ya que el fallo, si bien sienta un precedente para acciones similares en toda
la nación, es sólo aplicable en la jurisdicción de Delhi. Tras la apelación, la
Corte Suprema de la India ha revertido en diciembre de 2013 el fallo de la
Corte Suprema de Nueva Delhi, volviendo a dar vigencia a la sección 377 del
Código Penal indio, que castiga la homosexualidad con hasta 10 años de cárcel
Sin
embargo esta diversidad también se da en las sociedades occidentales y así
podemos observar tanto la existencia de formas premodernas como discursos que
la avalan. Para dar una nota de color reproducimos algunas frases de Ana Botella, la esposa de Aznar: si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una
manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son
componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos
hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta.". "Las
reivindicaciones a favor de la igualdad de la mujer hoy ya son
innecesarias". El texto proviene del cuento 'El conejito burlón', que la
propia Ana Botella escribió y publicó en el libro 'Cuentos de Navidad. Los
mejores clásicos para leer en familia'. Vio la luz en 2009.
Capítulo VIII
¿Cómo ha sido la pareja
a lo largo de la historia?
Cómo es la pareja, como se instituye, cómo se conforma es algo que
tenido enormes variaciones en la historia humana.
La pareja que conocemos que existe en Occidente urbano en el último siglo ha tenido una aparición
relativamente reciente. Su emergencia ha sido el resultado de los enormes cambios que produjo el
cambio de mentalidad que trajo la modernidad. Llamamos pareja moderna a la que
se forma sólo con el acuerdo de los que la van a formar.
José
luis Romero (1987) define mentalidad,
como el “conjunto de costumbres, formas concretas de la vida, ideas operativas
que funcionan efectivamente en una sociedad que no han sido nunca expuestas de
manera expresa y sistemática, que no han sido ordenadas ni han sido motivo de
un tratado, pero que sin embargo nutren el sistema de pensamiento y rigen el
sistema de conducta del grupo social (y nosotros agregaríamos en la pareja y la
familia)”.
La modernidad no ha instituido un cambio de mentalidad en todo el
planeta. A pesar de lo que se dice sobre la globalización, la
posmodernidad tampoco ha instituido un cambio de mentalidad a escala planetaria
en el modo en que se arman, organizan o se constituyen las pareja ni en el modo
en que estas una vez instituidas funcionan.
Aunque encontramos antes del siglo
XX formas de apareamiento con apariencia moderna como en el Otelo de William
Shakespeare (1604) también el autor nos muestra con sutileza las tremendas
resistencias que tenían estas elecciones sin participación de los padres.
Veamos que en la escena III el
primer acto, se produce el siguiente diálogo:
Entran Brabancio (padre de Desdémona), Otelo, Yago,
Rodrigo y oficiales
Dux: valeroso Otelo, es menester que os empleemos inmediatamente
contra el otomano, nuestro común enemigo. (A Brabancio) No os veía. Sed
bienvenido, noble signior; necesitamos de vuestro consejo y de vuestra ayuda
esta noche.
Brabancio: Y yo de los vuestros. Que nuestra virtuosa
Gracia me perdone. No son mis funciones, ni todo lo he oído de los asuntos de
Estado, lo que me ha levantado del lecho; ni el interés público tiene
influencias en mí. Porque mi dolor particular es de una naturaleza tan
desbordante, tan impetuosa y parecida a las aguas de una esclusa, que engulle y
sumerge las demás en penas y el queda siempre igual.
Luego de una airada discusión entre Brabancio, quien le
hace airados reclamos al Dux,
afirmando que su hija ha sido seducida por Otelo y se ha casado con él
desobediéndole, lo que implica de por sí una grave afrenta, configurando una
ruptura con el modo en que desde siempre se han manejado las cosas de este
orden entre ellos, en el Véneto, y
que esta ruptura sólo es posible
mediante “sortilegios”.
El Dux entonces ordena que venga Desdémona.
Desdémona viene y entonces en la
escena se da el siguiente diálogo:
Brabancio: ¿Descubrís entre esta noble compañía a quien
debéis sobre todo obediencia.
Desdémona: Mi noble padre, noto aquí un deber
compartido. Os estoy obligada por mi vida y mi educación; mi vida y mi
educación me enseñan que respeto os debo. Sois el dueño de mi obediencia, ya
que hasta aquí he sido vuestra hija. Más he aquí mi esposo; y la misma
obediencia que os mostró mi madre, prefiriéndoos a su padre, reconozco y
declaro debería al moro, mi marido.
Este texto muestra como los modos de pensar, los modos
de ser, de elegir una pareja estaban condicionados por las lealtades que
imponen las pertenencias familiares. Es interesante como Brabancio le exige al
Dux - como si ese fuese el más
importante bien - que proteja los usos y costumbres de la sociedad civil, de la
cual el Dux debiera ser su máximo sacerdote.
La modernidad cambió las modalidades vigentes acerca de cómo instituir
una pareja, lo que implicó un cambio de mentalidad que tuvo su epicentro
en Occidente y luego se derramó sin penetrar totalmente en otras
sociedades, aunque, desde Occidente se ha intentado difundir, imponer, este
credo por la persuasión o por la fuerza en todo el mundo no ha atravesado
todas las sociedades. El colonialismo, que siguió vigente hasta ya pasada
la segunda guerra mundial, fue un intento de “civilizar o evangelizar salvajes”
para que tomaran como propios los modos de funcionamiento establecidos en la
sociedad occidental.
Capítulo IX
Bienestares y
malestares de la pareja
La idea de bienestar y malestar es
muy amplia. En este texto queremos acotarla a los bienestares y malestares que
tienen como trasfondo la cuestión del amor, en especial a los bienestares y
malestares ocasionados por el amor en la pareja.
La ilusión del amor recíproco, una construcción, un invento de
la modernidad.
Desde
hace algún tiempo se insiste en las vicisitudes del “amor pasional” en el seno
de un vínculo amoroso – un amor en el que se desplegaría en toda su
amplitud el amor y el odio -, intentando diferenciarlo del “amor moderado” que presuntamente
debiera reinar en el vínculo constituido por la pareja moderna.
Estamos
introduciendo dos frases para diferenciar dos modos de amar en el vínculo: el
amor en la pareja moderna, y el amor que da lugar a un vínculo pasional.
Dos
palabras para discutir qué es lo que estamos nombrando con esos términos, qué
es lo que incluimos en cada uno de ellos, así como sus continuidades y
discontinuidades.
En
tren de enmarcar históricamente estos temas digamos que el mundo occidental es
un mundo en transición, y esa transición también abarca las cuestiones del amor.
Seguramente
no hay lugar en el mundo que no esté en transición, ni época histórica que no lo haya estado,
pero a cada transición se la suele vivir como excepcional y se conjetura que
hubo un orden en el que eso, en movimiento, era estable.
Cada
época concibe de un modo particular “su modelo estable”, lo que supone es “su
normalidad”.
Detengámonos
un momento, y señalemos entonces, aunque parezca una obviedad, que no siempre se amó del mismo modo.
En esa línea, es importante no perder de vista que el amor recíproco es un sentimiento que
recién se concibió como parte de
las relaciones de pareja heterosexuales en el medioevo.
La ilusión del amor recíproco como fundamento de la pareja
surge como realización más o menos generalizada con la llamada pareja moderna.
La pareja moderna es la que
provocativamente llamó Denis de Rougemont
[4]
“un
invento de Occidente”: una pareja sustentada y nacida de la apasionada
ilusión del amor recíproco que tiene realización social después de
la primera guerra mundial en Occidente. Un elemento más a destacar es que
se suponía que en esa “nueva pareja” se articulaba el amor con la
sexualidad y en ella se podría lograr “arribar a la felicidad”.
Se suele coincidir que la
historia de amor de “Tristán e Isolda” es el primer relato de “amor
recíproco” en la historia de Occidente.
Los relatos sobre Tristán y su historia - al igual que la de
otros caballeros de la mesa redonda - varían de poeta en poeta.
Las primeras versiones sobre Tristán hacen su aparición
hacia 1120 siendo las más famosas las del poeta anglo-normando Thomas y
la del poeta francés Béroul.
En la de Béroul, Tristán viaja a Irlanda con la misión de
traer a Isolda para que se case con su tío, el Rey Mark. En el camino
ingieren accidentalmente una poción de amor que provoca que Tristán
e Isolda se enamoren. Si bien Isolda se casa con Mark, la poción que han
tomado los fuerza a encontrarse. Aun cuando ambos debieran estar avergonzados
del amor que sienten de acuerdo a los ideales de la época, la poción
del amor los libera de esta responsabilidad. Béroul los representa como
víctimas.
La versión de Thomas se la ha tildado frecuentemente de
"amor cortés" porque privilegia la queja lírica y el
análisis del sentimiento amoroso.
Otro de los relatos paradigmáticos del inicio del “amor recíporco”
es el de Abelardo y Eloisa. La relación de Abelardo (Pierre Abélard
o Pierre Abailard, Pedro Abelardo en español 1079 –1142) con
Eloísa, sobrina de Fulberto, canónigo de la Catedral de
París, comienza alrededor de 1115 cuando Fulberto confía la
educación de Eloísa a Abelardo.
Abelardo y Eloisa se enamoran y la relación entre ellos explota
en un escándalo al saberse que Eloísa espera un hijo, que
sería llamado Astrolabio. Eloisa luego del nacimiento de
Astrolabio se recluye en un convento y mantiene con Abelardo una relación
epistolar secreta durante años.
Las arrebatadas cartas entre ellos reflejan el amor recíproco al
que por más de veinte años permanecieron aferrados.
Reproducimos algunos de sus párrafos:
......Para hacer la fortuna de mí la más miserable de las
mujeres, me hizo primero la más feliz, de manera que al pensar lo mucho
que había perdido fuera presa de tantos y tan graves lamentos cuanto
mayores eran mis daños [...]
.......Si la tormenta actual se calma un poco, apresúrate a
escribirnos; ¡la noticia nos causará tanta alegría! Pero sea cual
sea el objeto de tus cartas, siempre nos serán dulces, al menos para
testimoniar que tú no nos olvidas [...]
¡Ay, Abelardo!, tan fuerte frente a los hombres y tan tierno conmigo.
Nunca me he arrepentido de mi pasión, solo me angustia pensar que mi
negativa a hacer pública nuestra unión haya podido ser la causa de
tu desgracia A pesar de ser el más brillante dialéctico de Paris, o
lo que es igual, de toda la Cristiandad, nunca entendiste mi actitud; iba
más allá de la pura conveniencia. ¡Me negaba, y me niego, a que
nuestro amor fuera forzado en ningún sentido! ¡No puedo admitir que tanta
pasión cambiase de rumbo! Tú, por el contrario, en aras de lo que
creías mi tranquilidad, estuviste dispuesto a renunciar a las dignidades
que te correspondían por méritos propios.
Tú pudiste resignarte a la cruel desgracia, incluso llegaste a
considerarla un castigo al que te habías hecho acreedor por transgredir
las normas. ¡Yo, no!, ¡No he pecado! solo amo con ardor desesperado; cada
día aumenta mi rebeldía contra el mundo y crece más mi
angustia. ¡Nunca dejaré de amarte!. ¡Jamás perdonaré a mi
tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que nos ha
robado la felicidad!
Pero, ¿qué puedo esperar yo, si te pierdo a ti? ¿Qué ganas
voy a tener yo de seguir en esta peregrinación en que no tengo más
remedio que tú mismo y en ti mismo nada más que saber que vives,
prescindiendo de los demás placeres en ti -de cuya presencia no me es
dado gozar- y que de alguna forma pudiera devolverme a mí misma? [...]
Mas, yo te prometo que he de procurarte el descanso que no conseguiste
en vida. Ni siquiera aquella Iglesia que tanto amaste ha sido justa contigo, se
han condenado tus escritos, has sido perseguido y sufrido un sinfín de
injusticias, solo por la valentía de expresar lo que piensas, sin
importarte el desacuerdo con los poderosos, sean obispos reyes, papas, santos o
concilios.
Abelardo y Eloísa, a través de sus cartas revelan una
pasión y devoción absoluta y recíproca. La relación
amorosa de Abelardo y Eloísa - en rigor las cartas que intercambiaron -
es considerada como el primer ejemplo documentado de amor en clave
"moderna".
Estos relatos precedieron a la aparición del “amor cortés”.
Se llamó “amor cortés” a un nuevo modo de concebir el
amor, un amor recíproco que admitía la unión del amor con el
erotismo en el seno de la pareja.
Emergió en el seno de la aristocracia feudal en la Provenza de
fines del siglo XI, al abrigo de los mitos, la poesía, y la novela
romántica.
Este amor, que concebía la reciprocidad asociada al erotismo, encontraba
un relato fundante en el mito de Tristán e Isolda, en las cartas de
Abelardo y Eloísa y más tarde esto se prolongó en la narrativa
ejemplar de Shakespeare en Romeo y Julieta.
En la Edad Media tiene lugar un esfuerzo sin precedentes para dar
respuesta a los grandes interrogantes del momento, planteados, sobre todo, por
la prédica que traían las doctrinas gnósticas (valdenses,
cátaros, albigenses), y también por el permisivismo sexual a que
llevaba el ideal del amor puro y romántico —con exclusión de
la procreación— que cantaban los trovadores.
En este esfuerzo, la teología de la época justificaba las
relaciones conyugales cuando se buscan con la intención de la
procreación, y en cambio afirmaba que habría pecado venial en el
caso de que se pretendiera tan sólo evitar la fornicación.
La consideración del matrimonio como sacramento no
aparece de forma expresa en la enseñanza de la Iglesia hasta el siglo XII
y se introduce como signo de la unión de Cristo y de la Iglesia. Se
concibe que por el Sacramento del Matrimonio Dios llama a los esposos
cristianos a participar y manifestar el misterio de unión y amor fecundo
de Cristo y de su Iglesia. Este sacramento concede la gracia para santificar la
unión conyugal y para cumplir bien los deberes matrimoniales, como son:
la armonía conyugal, la fidelidad del corazón, el control de la
concupiscencia, el dominio de carácter, ayuda y consuelo mutuos, la
educación de los hijos, el sostenimiento del hogar, etc. (Decreto pro
armeniis del Concilio de Lyon).
El cambio de paradigma en la mentalidad que vino con la modernidad,
tardó mucho en alcanzar a las mujeres y a las formas de relación
familiar.
Los hombres y las mujeres tardaron mucho tiempo para apoderarse de su
destino, de adueñarse de sus vidas, especialmente en el campo de las
relaciones familiares.
En los comienzos de la Edad Moderna, en pleno auge del antropocentrismo,
siguió vigente el modelo patriarcal que restringía a la mujer a un
papel subordinado y a la vez no le daba visibililidad en la historia; la
historia la hacían los hombres y las mujeres tenían un papel
secundario.
La mudanza del lugar de la mujer y la aparición, solidaria con
la mentalidad moderna, de “una pareja entre iguales” fue un
fenómeno muy posterior al cambio de mentalidad que se inició con
los comienzos de la modernidad. Esto llevó mucho tiempo y esfuerzo.
La emergencia de cambios en la familia y en su tratamiento jurídico - en
el marco de la mentalidad moderna - implicaron el lento paso de la familia
extensa patriarcal a la familia nuclear que recién tomó forma en el
siglo XX con la llamada familia moderna.
Para dar cuenta de los cambios en las modalidades familiares daremos - sobre el
fondo de lo que describimos sobre la mentalidad moderna - una breve
reseña sobre cómo se concibió el amor en la pareja y en la
familia:
·
entre el Renacimiento y
la Revolución Francesa, luego
·
desde la
Revolución Francesa ésta hasta comienzos del siglo XX, para
·
por último
ocuparnos de la aparición de la pareja moderna que emerge
después de la Primera Guerra Mundial.
Nos resulta útil para comenzar a situar este tema en el
Renacimiento y dar una imagen vívida de cómo se presentaba en esa
época, reproducir el diálogo entre Dominique Simmonnet y Jacques
Solé en el libro “La más bella historia de amor”.
En el capítulo “Acto II, El antiguo régimen” de “La
más bella historia de amor” precediendo al diálogo entre Dominique
Simmonnet y Jacques Solé se dice:
“En el Renacimiento no hubo un renacimiento del amor, ni del placer
sexual. Entre 1500 y 1789, la iglesia y el estado colaboraron para imponer un
orden moral extraordinario, al tiempo que los Don Juan, Casanova y otros
marqueses poco divinos se aprovechan entre bambalinas. La sexualidad se
considera abyecta, sucia, como flirtear con el diablo. (Las mujeres) Se visten
hasta el cuello para meterse en la cama, languidecen, lloran... Romeo y Julieta
mueren por su
pasión imposible” (página 67).
En la página siguiente el diálogo entre ellos comienza:
Dominique Simmonnet: Sería lindo pensar que los tres siglos
llamados modernos, del Renacimiento a la Revolución, donde brillan
Shakespeare, Rembrandt, Moliere, Racine, fueron un poco más tiernos, mas
sensuales...
Jacques Solé: Hay que desconfiar de la mitología liberal
del Renacimiento, que es tan excesiva. La sociedad del Antiguo Régimen
trató de encontrar un compromiso entre la necesidad social de la reproducción
y el control del placer y el sentimiento. En algunos aspectos, el siglo XVI es
todavía medieval: sigue reinando el matrimonio cristiano de la Edad
Media..., el matrimonio no es el lugar de la pasión ni el del placer...,
una chica es como una cabeza de ganado, que se vende en el mercado conyugal. El
amor está excluido de la transacción. A mediados del siglo XVII se
establece una “tabla de matrimonios”, que fija el partido para desposar:
según el monto de la dote se tiene derecho a un comerciante, un
dependiente o un marqués... El Bosco con sus desnudos, en el Jardín
de la delicias, no quiere magnificar el acto sexual, sino, por el contrario
condenarlo. En la sexualidad él ve las raíces del mal absoluto. La
carne es el peligro supremo y los seres humanos que se entregan a la lujuria
están destinados a los peores tormentos del infierno.
Algo cambió en la situación de la mujer y de la familia en
1789 con La Revolución Francesa. Esta trajo un corto soplo al derogar el
antiguo régimen conyugal que, desde los comienzos de nuestra historia,
había reprimido la sexualidad y los sentimientos, permitió
soñar con un mundo donde las hombres y las mujeres entablarían
relaciones más tiernas, más equitativas... se creó entonces
una situación más favorable para el protagonismo femenino y un
cambio en cómo concebir la familia pero... luego vinieron los años
del terror (1793-1795), el bonapartismo (1800-1815), y la restauración
del antiguo régimen, tras la caída de Napoleón en 1815,
perdiéndose hasta mediados del siglo XIX, el protagonismo de la mujer
alcanzado en la Revolución Francesa.
El protagonismo femenino tuvo un nuevo empuje con las revoluciones
liberales de 1848 pero recién iba a haber cambios significativos en el
lugar de la mujer después de la primera guerra mundial.
En ese complejo proceso se fue dando un cambio en la concepción que se
tenía del amor.
La glorificación que se hizo del amor mutuo con el romanticismo
en el siglo XIX tuvo un papel relevante para que se diera ese cambio.
Fue muy importante lo que escribieron los autores románticos en sus
novelas ya que estos escritos dieron una enorme fuerza al amor en el imaginario
social.
Marquemos como antecedente de este auge del romanticismo del siglo
XIX, el Romeo y Julieta de Shakespeare (1595) o el Werther de
Goethe, en las postrimerías del siglo XVIII.
Goethe narra a través de las cartas de Werther, el sufrimiento del
protagonista enamorado de Lotte, y como éste termina suicidándose
al comprobar la imposibilidad de su amor.
Este nuevo género - de amores deseados aunque imposibles -, tuvo
un enorme desarrollo en la literatura del siglo XIX.
La novela - en la que la cuestión del amor era central -, se
convirtió en el gran fenómeno literario de la época.
Así lo vemos en Rojo y Negro de Stendhal, en Orgullo y
prejuicio de Jane Austen, en Cumbres borrascosas de Emily
Brontë y especialmente en la Madame Bovary de Flaubert.
El amor mutuo recíproco, finalmente tomó toda su fuerza en
el imaginario social del siglo XIX con la influencia de los románticos
que descubrieron simultáneamente el lirismo de los trovadores y el hecho
religioso. La novela, el gran fenómeno de la literatura del siglo XIX, y
la ópera, que encuentra su apogeo también en esos tiempos, abrevan
en esa fuente; a modo de ejemplo, esta pasión la sienten, de la mano de
Verdi, Tosca y Cavaradosi, Tristán e Isolda con Wagner, sin embargo, pese
a esa expresiones, no se convirtió en una práctica social
generalizada hasta el siglo XX.
El
redescubrimiento de la poesía germánica medieval tuvo un gran impacto en los movimientos románticos en Alemania a mediados del siglo XIX. La
historia de Tristán e Isolda es la quintaesencia del romance de la Edad Media y el Renacimiento. Los compositores románticos
encontraron en los romances medievales una gran fuente de inspiración para los
argumentos de sus óperas. Muchos críticos wagnerianos de la época consideraban
que esta ópera representaba el cenit de la música occidental.
Según su autobiografía, Mein Leben, Wagner decidió
dramatizar la leyenda de Tristán después de que lo intentara su amigo Karl
Ritter, escribiendo:
Se había esforzado, de
hecho, en dar prominencia a las fases más ligeras del romance mientras que era
su tragedia que todo lo domina es lo que me impresionó tan hondamente que me
convencí de que debe destacar con grueso relieve, independientemente de los
detalles menores.4
Este impacto, junto con
su descubrimiento de la filosofía de Arthur
Schopenhauer en octubre de 1854,
llevó a Wagner a encontrarse en un «estado de ánimo serio creado por
Schopenhauer, que estaba intentando encontrar una expresión extática. Con tal
ánimo me inspiró la concepción de unaTristán
e Isolda».
Wagner escribió que sus
preocupaciones con Schopenhauer y Tristán en una carta a Franz Liszt (16 de diciembre de
1854): Nunca en mi vida había disfrutado
de la verdadera felicidad del amor erigiré un monumento a este el más
encantador de todos los sueños en el que, desde el principio hasta el final, el
amor, por una vez, encontrará una total realización. He diseñado en mi mente un Tristán e Isolda, la más simple, y aun así la
concepción musical más llena de sangre que pueda imaginarse, y con la «bandera
negra» que se agita en el final yo me cubriré — para morir
Este movimiento
romántico, criticando una pareja desapasionada, hija de la concertación que se
practicaba en esa época, reivindicando a la vez la pasión tiene en la Madame Bovary de Flaubert
uno de los textos más ejemplares.
El matrimonio, en tanto institución acartonada y falta de
pasión, fue denunciado a mediados del siglo XIX por Gustave Flaubert
(1821-1880) al publicar Madame Bovary en 1857.
Flaubert con Madame Bovary escandalizó a sus contemporáneos, al
denunciar la insatisfacción amorosa que campeaba en la vida marital de
esos tiempos. En esta novela se reclamaba un lugar para la sensualidad y el
erotismo que el matrimonio no parecía brindar. Madame Bovary fue
probablemente la novela francesa más influyente del siglo diecinueve.
La Emma Bovary dibujada por Flaubert, es una aburrida ama de casa de
provincia, con una sexualidad encorsetada en un contrato matrimonial
desprovisto de vitalidad, de sensualidad, que tratando de vivir un desesperado
amor, abandona a su marido para seguir a Rodolphe. Esta búsqueda del amor
era inadmisible para la sociedad de la época, era escandaloso como Emma
hacía caso omiso de sus deberes de esposa y madre para perseguir ideales
románticos. Flaubert fue condenado por el establishment social por describir
lo que para su tiempo era un comportamiento inmoral de la protagonista.
La pareja moderna, imaginada por el romanticismo, tiene recién
una generalizada realización social después de 1920. Esta
realización surge como producto de los cambios en los modos de concebir
el lugar de la mujer en la sociedad.
Hubo un complejo debate en el siglo XX que tuvo uno de sus polos en
una opinión pública que fundamentaba sus argumentos en la herencia
de la moralidad victoriana del siglo XIX. Como uno de los ejemplos de su poder
recordemos el juicio que se le hizo en Londres a Oscar Wilde a fines
del siglo XIX. Lo que ocurrió con Wilde fue el resultado y la puesta en
acto de la concepción victoriana sobre el amor en la que el amor estaba
claramente
separado del cuerpo, del erotismo y que proponía que el asco por
los placeres conducía al bien, a la religión, a Dios.
Los comienzos de la modernidad estuvieron atravesados por los valores
premodernos en el campo de la sexualidad y de las relaciones familiares. La
modernidad tardó mucho en penetrar en este terreno. La separación
entre cuerpo y espíritu, entre amor y erotismo, en los albores de la
modernidad, tenía incluso un correlato con criterios estéticos de
la época. En esos tiempos la sexualidad era fea.
En contraposición con ese espíritu premoderno, en la
sociedad occidental se produjeron movimientos que llevaron a un cambio radical
en el lugar de la mujer y en el modo de concebir la relación amorosa
entre hombres y mujeres. Para ilustrar esos cambios pongamos el foco en la
Viena en que nace el psicoanálisis hacia la finalización del siglo
XIX y comienzos del XX.
Sabemos que en esa sociedad se da, con el aporte del
psicoanálisis, una profunda y novedosa exploración de la
sexualidad.
Para dar una nota de color de la Viena de esa época nos vamos a detener
en Klimt, lo que nos permitirá ilustrar como se dieron esos cambios. En
esa línea enfatizaremos que Klimt, en su indagación de lo
erótico, desterró el sentido moral de pecado que había atormentado
a sus padres. La generación previa pensaba con una mentalidad victoriana.
Klimt, rompiendo con esa mentalidad, enmarcó la primera exposición
de la Secesión con un sugerente cartel que ilustraba el mito de Teseo
asesinando al brutal Minotauro para liberar la juventud de Atenea. En el
asesinato del Minotauro se mataba a los padres que no le habían dado un
lugar a la mujer, a la sensualidad de la mujer. Proclamaba la rebelión
generacional con esa figuración,.
La modernidad, que ponía, con su antropocentrismo en el centro
al hombre, no lo hizo con la mujer hasta muy entrado el siglo XX.
En ese proclamado antropocentrismo fue necesaria una fuerte lucha para
equiparar a las mujeres con el lugar que la sociedad le daba a los hombres. Esa
lucha tuvo varios frentes. Uno muy importante fue el que llevaron adelante las
organizaciones sufragistas. A esto se sumó la entrada de la mujer en el
mercado laboral y en los ámbitos académicos y universitarios.
Lo que estamos remarcando es que la mentalidad de la modernidad tuvo
un enorme retraso a la hora de penetrar en la conformación de las
familias y en poder concebir que esa conformación podía y
debía ser decidida por los que instituían el vínculo.
El antropocentrismo que dictaminaba que el hombre – y por
extensión la mujer – podían decidir acerca de cómo
manejar sus vidas tardó mucho en germinar en el campo de las relaciones
familiares.
Enfatizamos entonces que la familia moderna es una construcción cultural
reciente, es una producción social del siglo XX. El nuevo modo de
vincularse, imaginado por el romanticismo, tuvo recién una generalizada
realización social después de la primera guerra mundial,
después de 1920, como producto de los cambios que se estaban dando en los
modos de pensar, los cambios sociales, el nuevo lugar de la mujer.
En esa época, de a poco, dejó de ser hegemónico el
matrimonio concertado y emergió entonces esta idea innovadora que
atravesó todas las clases sociales en Occidente. Se afirmó que los
lazos matrimoniales debían estar asentados en un sentimiento
recíproco, en un lazo decidido por los que lo iban a integrar. Esto es la
médula de lo que constituye la pareja moderna, una pareja y una familia
decidida por los que la instituyen.
Después de la primera guerra mundial dejó de ser
hegemónico el matrimonio concertado que había regido hasta fines
del siglo XIX y emergió entonces una idea innovadora que en Occidente
atravesó todas las clases sociales. En adelante se afirmó que los
lazos matrimoniales debían estar asentados en un sentimiento
recíproco.
Es
conmovedor como relata Anne-Marie Sohn en “La más bella historia de amor”
la aparición de este nuevo modo de relación. Anne-Marie Sohn,
profesora de historia contemporánea en la Universidad de Ruan, dice
“después de siglos de inhibiciones, frustraciones, represiones aparece
entonces esa cosa tan inconfesable, tan ocultada, tan deseada, que surge
tímidamente de la penumbra: el placer... La revolución amorosa que
se desarrolla de 1860 a 1960 es discreta pero ineludible. ¡Basta de ese recato
hipócrita, de esa vergüenza de su propio cuerpo, de esa sexualidad
culpable que consolida la infamia de los hombres y la desdicha de las mujeres!
¡Nada de matrimonio sin amor! ¡Nada de amor sin placer!” (de Dominique Simonet,
2003, La más bella historia de amor, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 2005).
Es central darse cuenta, que con este invento, apoyarse en la
ilusión del amor recíproco, se modifican las bases en las que se
había sustentado la pareja y se cambiaban sus fines. El matrimonio nunca
antes había sido considerado por la sociedad como asunto exclusivo de los
contrayentes. Por el contrario, siempre había estado ordenado
ética y religiosamente en el contexto supraindividual de la comunidad
humana y de la familia. Se habían establecido leyes, normas morales que
imponían su primacía sobre las necesidades del matrimonio en cuanto
tal.
Para situar lo que implicó esta innovación hay que
advertir que las instituciones religiosas y el derecho habían construido
a lo largo de la historia al matrimonio como una institución social que
creaba y daba sustento a un vínculo conyugal entre sus miembros, aunque
también es cierto que en esta construcción hubo idas y vueltasxxvii .
Este lazo institucional, reconocido socialmente, ya sea por medio de
sacramentos religiososxxviii o disposiciones jurídicas establecía entre los
cónyuges —y en muchos casos también entre las familias de
origen de éstos— una serie de obligaciones y derechos, que aunque
variables en cada sociedad permitía legitimar la filiación de los
hijos procreados por sus miembros, según las reglas del sistema de
parentesco vigente. Este lazo había sido concebido
para “la contención de la concupiscencia” y proteger la procreación
y asegurar la educación religiosa de los hijos. Ese era su fin.
La constitución de la pareja que funda la familia moderna, a diferencia
de las formas previas, se establece mediante la creación por parte de los
que la fundan de un tejido imaginario que encuentra su “materialidad” en el
enamoramiento, el que debe dar sustento a una compleja trama emocional. Esto
último es lo que sustantiva a la pareja moderna, en la apoyatura en ese
tejido radica lo novedoso que caracteriza a este “invento de Occidente”, este
invento de la modernidad.
Esta nueva pareja, origen de una nueva familia, ha creado una nueva
racionalidad. En este nuevo paradigma, es razonable que los hombres y mujeres
decidan acerca de su vida amorosa y junto con esta nueva razonabilidad se ha
creído que era posible alcanzar la felicidad.
Es central comprender que desde esta pareja se legitima la
aspiración a la felicidad. La aspiración a la felicidad es una
aspiración moderna.
En este momento queremos resaltar que no siempre se anhelo la felicidad, en el
medioevo se aspiraba a la salvación. La aspiración de la felicidad
es un anhelo moderno y se supuso que se alcanzaba a través del amor
recíproco.
La modernidad introdujo entonces la suposición que en esa
pareja, que encontraba su fundamento en la reciprocidad amorosa, se
podría constituir la felicidad y se alcanzaría una pareja y familia
en la que reinaría la armonía.
¡Oh el amor! Si hay amor, contigo pan y cebolla.
Esta nueva concepción tuvo enormes consecuencias: como producto
de la aparición de la familia moderna, la forma de concebir la familia
fue cambiando. La familia moderna se fue autonomizando cada vez más de la
familia extendida, conformando un conjunto cada vez más separado aunque
todavía conserva importantes relaciones tanto con los ascendentes como
con los familiares de la misma generación.
Se supuso que sobre estas bases, una pareja decidida por los que la
integran y sustentada en el amor, se alcanzaría una solución
eterna.
Aunque es obvio, desde nuestra mirada actual, no podemos dejar de señalar
que la solución alcanzada por la pareja moderna no instituyó una
forma definitiva.
Con el andar del siglo XX se exploraron nuevas formas de intercambio
sexual y
pasional. Si bien podríamos coincidir que la pareja moderna es
un modelo aún existente, debiéramos conceder que la pareja
heterosexual estable vive más en el imaginario social y cultural que en
la realidad.
Hoy en día, en los comienzos del siglo XXI, esa pareja y la
familia moderna, conviven con otros conjuntos vinculares, las conformaciones
familiares de la pos-modernidad.
La
solución alcanzada por la pareja moderna no instituyó una forma de relación
definitiva. Con el andar del siglo XX se exploraron nuevas formas de
intercambio sexual y pasional.
La pos-modernidad se ha acompañado de una pérdida de la
hegemonía de la familia moderna como modelo. En un movimiento que, para
situarlo históricamente, ha abarcado todo el siglo XX y con más acento desde
los sesenta en adelante, se produjo un enorme cambio en los modos de relación y
en el modo en que se instituían los vínculos de parentesco. Las conformaciones
familiares de la pos-modernidad se han ido haciendo lugar, incluso han logrado
un lugar de reconocimiento social y una juridicidad dentro del aparato legal
del estado.
En tren de enumerar algunos factores que han contribuido
a la formación e institucionalización de estas formaciones familiares de la
posmodernidad, sin por eso pretender ser exhaustivo, diría que la familia tipo de la modernidad empezó a perder hegemonía en el
siglo XX, sobre todo en su segunda mitad:
a-En primer término, con
la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral.
b-En segundo lugar por la revolución que
implicó la aparición de métodos anticonceptivos, en particular las
píldoras anticonceptivas
c-En tercer lugar la generalización de una legalidad que le dio existencia a la
disolución del vínculo conyugal, mediante la legislación en torno al divorcio.
En los últimos cincuenta años se ha instalado definitivamente el divorcio
conyugal en nuestras sociedades, tanto desde el imaginario social, como desde
el marco legal. Hoy
cerca del cincuenta por ciento de los matrimonios se divorcia y se habla de un aumento del treinta por ciento en las uniones de
hecho.
d-En cuarto término la profunda transformación
que ya traído la aparición de nuevas técnicas de fertilización. De la mano de
ellas está implícita la no articulación
entre sexualidad y reproducción, incluso es avizorable en un futuro no
demasiado lejano la eventual
radical desarticulación entre
sexualidad y reproducción.
e-En quinto lugar la discusión que se ha activado en la mitad del
siglo XX, en torno a la cuestión de género. En las últimas décadas, esta
discusión ha tenido un lugar relevante en la agenda de lo que se discute.
Hay cambios notables respecto de esta cuestión, tanto en lo
“socialmente aceptado”, como en “la legislación” sobre el tema. El
mayor hiato entre sexualidad y reproducción ha traído como inevitable
consecuencia nuevos modos de relación. La polaridad masculino-femenino se ha
atenuado y asistimos a la emergencia de prácticas y sentires en torno a la
sexualidad impensables para nuestra época.
Hoy
en día, en los comienzos del siglo XXI, esa pareja y la familia moderna
conviven con otros conjuntos vinculares, las conformaciones familiares de la
pos-modernidad: las familias
ensambladas, las familias reconstituidas, las familias homoparentales, las
familias monoparentales, los que eligen vivir solos, etc, y…, los vínculos
pasionales.
Sin
embargo, pese a esta ampliación del espectro de las configuraciones vinculares
en el campo del amor, los especialistas coinciden que la pareja moderna es un modelo aún existente, al menos en los ideales
del imaginario social.
En la pareja moderna, algunos plantean que hay una
– a nuestro juicio
discutible - transición del enamoramiento al amor, tratando de ubicar en el
enamoramiento una pasión que con el tiempo se acalla para cursar más tarde por
un “moderado amor”. Aunque no se puede negar una fenomenología diferencial
entre la pasión que se despliega en la pareja moderna y en el vínculo que se da
en el “amor pasional. Vamos a discutir metapsicológicamente esta distinción.
En
lo que sigue, por un lado vamos a dar cuenta de algunas de las diferencias
fenomenológicas entre estas producciones del amor. Por otra parte, en el camino de mostrar sus similitudes metapsicológicas,
postularemos que la pasión
que se suele jugar en la pareja moderna no es moderada.
Más
aún, en la pareja moderna, cuando hay pasión en juego, al igual que en el “amor
pasional”, hay incidencias que van
del amor al odio.
Si
bien es parte de la vida de las parejas, que se transformen en instituciones en
las que no se da cabida a los vaivenes inmoderados del amor,
cuando así ocurre el vínculo sólo conserva sus aspectos contractuales, pierde
su vitalidad y se convierte en una pura cáscara emocional. Pero aún en esas
parejas, suele subsistir la añoranza por los comienzos pasionales que
tuvo.
La pos-modernidad se ha acompañado de una pérdida de la
hegemonía de la familia moderna como modelo. En un movimiento que, para
situarlo históricamente, ha abarcado todo el siglo XX y con más
acento desde los sesenta en adelante, se produjo un enorme cambio en los modos
de relación. Las conformaciones familiares de la pos-modernidad se han
ido haciendo lugar, incluso ha logrado reconocimiento social y juridicidad
dentro del aparato legal del estado.
En tren de enumerar algunos factores que han contribuido a la formación e
institucionalización de estas formaciones familiares de la posmodernidad,
sin por eso pretender ser exhaustivos, diríamos que la familia tipo de la
modernidad empezó a perder hegemonía en el siglo XX, sobre todo en
su segunda mitad: con la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral;
por la revolución que implicó la aparición de métodos
anticonceptivos, en particular las píldoras anticonceptivas; por la
generalización de una legalidad que dio existencia a la disolución
del vínculo conyugal, mediante la legislación en torno al divorcio.
En los últimos cincuenta años se ha instalado definitivamente el
divorcio conyugal en nuestras sociedades, tanto en el imaginario social como en
el marco legal. Hoy cerca del cincuenta por ciento de los matrimonios se
divorcia y se habla de un aumento del treinta por ciento de las uniones de
hecho.
d-por la profunda transformación que ha traído la aparición
de nuevas técnicas de fertilización. En ellas es avizorable la
desarticulación entre sexualidad y reproducción.
e-por la discusión que se ha activado en la mitad del siglo XX, en torno
a la cuestión de género.
En las últimas décadas, esta discusión ha tenido un lugar
relevante en la agenda social: hay cambios notables respecto de esta
cuestión, tanto en lo “socialmente aceptado”, como en “la
legislación” sobre el tema.
El mayor hiato entre sexualidad y reproducción ha traído como
inevitable consecuencia nuevos modos de relación.
La polaridad masculino-femenino se ha atenuado y asistimos a la
emergencia de prácticas y modos de sentir en torno a la sexualidad
impensables en otro momento.
La constitución de esta pareja que funda la familia moderna - a
diferencia de las formas previas en las que la pareja era concertada por las familias
de origen -, se establece mediante una elección amorosa libre como
resultado del enamoramiento al que se lo concibe como la consumación del
“amor recíproco”. A partir del enamoramiento, en esta nueva pareja, se
crea un tejido imaginario que encuentra en él su “materialidad” y
sustento; el enamoramiento da apoyo a la construcción de una compleja
trama emocional que toma la forma de un “imaginario” al que se lo siente
común. Esta construcción imaginaria, dadora de pertenencia,
sustentada en la ilusión del amor recíproco, es la que sustantiva a
la pareja moderna.
Lo novedoso que caracteriza a este “invento de Occidente” radica en la
apoyatura de la pareja y la posterior familia en ese amoroso tejido imaginario.
Señalemos entonces que este nuevo fundamento sobre el que se
constituyó la pareja en el siglo pasado, basado en “el amor
recíproco”, indica que no siempre se amó del mismo modo.
Hagamos una breve historia. El apasionado amor recíproco en el
seno de una pareja es un sentimiento que recién se empezó a
concebir en el medioevoiv, fue posteriormente
glorificado por el romanticismo en el siglo XIXv mientras
todavía reinaba el matrimonio concertado, aunque - ese matrimonio
concertado - concitaba ya en esa época una fuerte insatisfacciónvi.
Más tarde, la ilusión de un amor recíproco, en el siglo XX,
dio las bases emocionales a la pareja occidental forjándose una
generalizada realización social de este modo de vincularse después
de la primera guerra mundialvii. También
señalemos que la familia moderna ha ido cambiando en las últimas
décadas. En los últimos años, la familia moderna – la
pareja nuclear y sus hijos - se ha ido autonomizando de la familia extendida,
conformando un conjunto separado que conserva relaciones más tenues con
los ascendentes y los familiares de la misma generación que las que
tenían en el siglo XIX.
Es importante indicar que la solución alcanzada por la pareja moderna no
instituyó una forma definitiva. Con el andar del siglo XX se exploraron
nuevas formas de intercambio sexual y pasional. Si bien la pareja moderna es un
modelo presente y existente, debiéramos conceder que la pareja
heterosexual estable vive más en el imaginario social y cultural que en
la realidad. En el final del siglo XX y comienzos del XXI, la pareja y la
familia moderna, conviven con otros conjuntos vinculares, las conformaciones
familiares de la pos- modernidadviii.
Estamos diciendo entonces que a lo largo de la historia los vínculos
familiares se concibieron de modo diferente.
Hemos sido criados, la mayoría de
nosotros, en la convicción moderna de que la búsqueda de felicidad puede ser un
objetivo sensato para nuestras vidas.
Esta convicción se apoya en que se
puede acceder a la felicidad mediante la “consumación del amor recíproco”.
Esta ilusión idealizada del amor de
pareja perdura en los “enunciados del fundamento” de nuestra cultura y, aunque
para algunos grupos pueda resultarle hoy desvaída, sigue teniendo pregnancia
para una parte importante de la sociedad. De hecho nuestro modo de pensar y de sentir suele partir de esta
convicción. Una prueba de ello es que pese a la experiencia, que suele contradecir esta convicción, la
esperanza que el amor de pareja sea una realización perdurable de felicidad
tiene un enorme arraigo individual
y social.
La fuerza de la representación
idealizada del estar juntos en un
vínculo de pareja, su generalizado arraigo entre los hombres y mujeres (aún
entre los que participan con el papel de escépticos), parece instalar la
supervivencia de esta ilusión al modo de una religión: es cuestión de fe,
“tiene que ser”. Así, por ejemplo, se “cree” en el amor, es “necesario” que
exista.
Toda idealización,
y ésta también, instala una lógica binaria que solo admite estar dentro o fuera
de la representación idealizada, en este caso de la institución pareja. Surge entonces, junto al bienestar dado por ser
parte de la representación idealizada el malestar cuando se sienten fuera de la
misma.
Por efecto de esa
lógica binaria el conflicto de pareja o la separación suelen ser vividos
como un deterioro, los integrantes del vínculo con frecuencia sienten que si tienen conflictos o se separan se
quedan por fuera del preciado circuito de la ilusión. En consecuencia es lógica
la expresión “fracasamos como pareja”, dado que el malestar no suele ser una
alternativa aceptable al ser la pareja concebida como una institución en la que
si hay “suficiente amor” no debiera haber conflicto. Como producto de esta
lógica binaria solemos ver en las consultas vinculares un sufrimiento agregado
al malestar por el que consultan en tanto este malestar es evidencia de una imperfección. Esta vivencia da lugar a
una colusión en tanto desde
esta idealización sólo se acepta
que el otro se comporte de acuerdo a las propias expectativas, no aceptándose
formas distintas que no confirmen esta modalidad de la pareja. Se suele
requerir un apoyo sin reservas.
Probablemente
la mayoría de nosotros hayamos
sido criados en la convicción moderna que afirma que la búsqueda de felicidad podía ser una meta a alcanzar
en nuestras vidas.
Forma
parte de esa convicción moderna que supone un objetivo sensato la búsqueda de
la felicidad la suposición que en el altar en que se unen las parejas debiera
ocupar un lugar central el amor. No perdamos de vista que esa versión moderna
de la felicidad es consustancial con la convicción que asegura que en el
vínculo de pareja “el amor puede consumarse”, que hay reciprocidad en el amor y
que en el seno de esa reciprocidad el amor encuentre su realización plena.
A
despecho de la provocativa, y quizás acertada frase de Lacan “Il n´y a pas de raport sexuel” (que
puede traducirse como que no hay relación sexual, o no hay proporción sexual en
la pareja, o no hay reciprocidad en el amor), la subjetividad de la pareja moderna
ha estado marcada, y en algún sentido lo sigue estando, por la convicción que
esto no es así.
Las
parejas en la modernidad se han formado sobre la premisa que dice, que es
posible consumar el amor en la pareja, que es posible una reciprocidad en el
territorio del amor. Aunque esta
convicción sea disparatada, aún hoy en día, nuestra experiencia, en particular
la que tiene que ver con la vida en pareja y la vida familiar suelen
fundamentarse en esa ilusoria convicción.
Con
este amor, que anhela y presupone la reciprocidad, no me refiero entonces a la
aspiración individual, ni a lo que
se juega con la asimétrica relación entre amado y amante, sino a ese “himno conjunto”, en el que los
amantes se ilusionan que han creado un producto nuevo, un producto vincular, un
todo. En este himno se volvía a unir el cuerpo y el espíritu pero esta unión
tenía una dimensión dramática.
La
pareja moderna suele tener como referencia inicial ese momento en que se han
sentido tocados por la varita del amor y asistieron a un “estado conjunto de
verdad, de eternidad”. Se han ilusionado de haber participado de un “estado
conjunto de verdad” que en el que se colapsó el sentido que eran dos amores
esencialmente individuales y por lo tanto inconmensurables lo que podría condenarlos a no encontrarse más que en
el infinito. Con esta descripción me refiero entonces a ese momento en que
“sienten que se han encontrado”, se han ilusionado que tienen la misma ilusión,
la ilusión de un todo, de haber hecho “Lo Uno”; creen, en esa ilusión de tener
la misma ilusión haber asistido a un re-encantamiento con el mundo, sienten que
sus cuerpos se reinsuflan la vida y que el paisaje que los rodea ha adquirido la perfección de una
postal
[5]
.
Esta
ilusión idealizada del amor de pareja perdura en los “enunciados del
fundamento” de nuestra cultura y que, aunque para algunos grupos pueda
resultarle hoy desvaída, sigue teniendo pregnancia para una parte importante de
la sociedad.
Sin
embargo lo que se une en la ilusión del amor resulta de una aleación de
contradicciones y equívocos por que en ese crisol donde se templa el amor, el
acero que resulta es a la vez depositario tanto del sentimiento de un “infinito
sentido”, como del “colapso del sentido”.
El
amor, eso tan vivificante, en su
combustión siempre quema. De esto
luego hay que hablar, pero sólo es posible hablar a partir de las marcas de esa
ignición, de esa piel escaldada por la quemadura, de lo que el fuego dejó.
La ilusión del amor, una ilusión
insostenible, pero irrenunciable prefigura el conflicto vincular.
No
solemos renunciar fácilmente a la idealización que nos trae la ilusión. Pese a
la experiencia -subestimándola o aún contradiciéndola, y en cualquier caso
ignorándola-, la esperanza en que el amor de pareja sea una perdurable realización
de felicidad está tan encarnada en nosotros que le damos verosimilitud a ese
tipo de ilusión. La fuerza de la representación idealizada del estar juntos en
un vínculo de pareja, su generalizado arraigo entre los hombres (aún entre los
que participan con el papel de escépticos), instala esta ilusión al modo de una
religión: es cuestión de fe, “tiene que ser”. Así, por ejemplo, se “cree” en el
amor, es “necesario”, que es posible que se consume.
Todo vínculo amoroso tiene que lidiar, a poco andar, con una
desilusión de estructura que no se la suele admitir como parte del mismo. En la
lucha por no darle existencia se producen estallidos pasionales, una combustión
de reproches por no poder sostener ese idílico estar juntos.
En término más formales digamos que un efecto de cualquier
idealización, y de ésta también, es instalar de por sí una lógica binaria que
sólo admite estar dentro o fuera de la representación idealizada, en este caso
de la institución pareja. Surge entonces, por su efecto, junto a la representación
idealizada el valor contrapuesto.
Por efecto de la lógica binaria el conflicto de pareja o
la separación suelen ser vividos como un deterioro, los integrantes del vínculo
con frecuencia sienten que si
tienen conflictos o se separan, se quedan por fuera del preciado circuito de la
ilusión. En consecuencia es lógica la expresión, ante la desilusión “fracasamos como pareja”, dado que el
malestar no es una alternativa aceptable al ser la referencia una institución
sin conflicto.
Como producto de esta lógica binaria solemos reconocer en
las consultas un sufrimiento agregado por esta imperfección, la imposibilidad
de sostener la ilusión de tener la misma ilusión. Por no poder sostener lo
insostenible de su sustento, se reprochan, se odian. Vemos que se odian,
porque ya no son lo que creyeron
ser.
¿Qué se menta con el amor pasional?
Postularemos,
para empezar a ubicarlo que en el amor pasional no se quiere perder lo que el
enamoramiento parece brindar. Plantearlo así impone entonces la pregunta: ¿qué es lo que no se quiere
perder?
Para
empezar a responder digamos que en el enamoramiento - que da comienzo a la
pareja moderna -, como ya
comenzamos a enunciar más arriba,
la ilusión del amor provoca en los que participan una apoteosis inexpresable,
incontrolable, un vértigo de identidad, cuya llave sólo la poseen los amados.
Esto
es así porque en la extravagancia de ese movimiento desorbitado, que arroja a
los que participan tanto a expansiones inmoderadas, como a humildades sublimes,
en esos desfallecimientos desmesurados está la miga de la experiencia que
explica la pasión que las parejas no quieren perder, y que en su desfallecer
encuentra uno sus nichos el odio. Piera Aulagnier nos dice en este punto, que
“durante la fugitiva unión de dos cuerpos (expresión que debe entenderse en el
sentido propio de una parte del cuerpo que colma la abertura del otro), el
sujeto puede permitirse no diferenciar lo que ocurre en uno y otro”… lo que se
“experimenta en su cuerpo y lo que el cuerpo del partenaire sienten…, pueden presentarse bajo la forma de lo
idéntico durante el tiempo de un goce que, efectivamente,
elimina el espacio que separa dos cuerpos” (pág. 141). Esta autora nos cuenta que “lo
perjuicios ocasionales, mas allá de la duda e inquietud, se explican por ser la
consecuencia de una experiencia,…, cuya cicatriz nunca desaparece, que puede,
en algunos casos, conducir al sujeto al borde de la locura”
[6]
.
Tengamos
en cuenta, para darle toda su estatura, que esta pasión encuentra su fundamento
en que el enamoramiento es el tiempo y el espacio en el que cada persona, ó,
para ser más precisos diríamos que las personas –que se enamoran - se conceden el derecho de ser
extraordinarias.
Tampoco
perdamos de vista que en el encuentro del amor, en el enamoramiento, se
trastorna la temporalidad, se transforma ese instante en eternidad, se condensa
pasado, presente y futuro suponiendo una esperanza que promete un futuro
perfecto. El odio, en parte nace en los vínculos, ante el incumplimiento de esa
promesa, ante esa temporalidad que en su transcurrir amenaza con arruinar la
alcanzado en el acmé del enamoramiento.
También
es parte de lo que no se quiere perder que en el enamoramiento
los enamorados sienten, tienen la certeza, que “es cierto lo que les está ocurriendo”.
De
esta certeza inicial, apoyada en
ella, se derivan nuevas certezas, sobre cómo es la pareja, cómo son, cómo son
en conjunto, cómo son ellos estando juntos. Esa certeza tiene, para los
enamorados, fuerza ontológica, fundamenta lo existente, da pruebas que eso son.
Fuimos eso, fuimos “Uno”, somos eso, somos “Uno”.
Para discriminar las proximidades y las diferencias entre
el amor recíproco y el amor pasional, necesito incluir la dificultad de
construir un discurso sobre el amor, en tanto sugeriré que en el amor pasional
se ven las consecuencias tanto de la imposibilidad de renunciar a la ilusión
del enamoramiento como de no poder
procesarlo en un discurso.
No
hay un discurso amoroso, no hay un discurso del amor.
Por
un lado convengamos que del enamoramiento, de ese momento sublime, intensamente
ético, desmesuradamente verdadero, en el que se está generosamente dispuesto a
hacerlo todo por el otro, encerrara a la vez la limitación de su condición y la
impotencia de prolongarlo en el lenguaje.
De
ese cataclismo del amor sólo se puede hablar después, pero eso ya es otra cosa.
En el momento del amor no se habla de… Es un momento en que se tiene la impresión, la convicción de participar
de una alquimia en la que se ha
hecho cierta una nueva amalgama en la que sobran las palabras. Sienten que en
el amor “han sido otros”, han dejado de ser indivisibles, se ha perdido cada
uno en el otro, se ha sido para el otro, se ha sido otro junto con el otro.
En esa línea, el intento de un discurso amoroso –
del mismo modo en que quizás todo discurso en donde se juegue algo íntimo, no
contractual -, es un discurso esencialmente metafórico, que da lugar a
interpretaciones provisionales. Provisional, en este contexto, quiere decir que es un discurso del momento, es el discurso del absoluto, reflejando ilusoriamente que no hay un absoluto
exterior a ese amor; ni ninguna historia, ni cualquier otra referencia a la
significación que se despliega en ese discurso amoroso; es un sentido
palpitante, único, que tiene esa consistencia
absoluta sólo aquí y ahora
y se vuelve absurdo en otra coyuntura, incluso ridículo. En el amor el discurso es desontologizado, y el
sujeto no es más que un accidente provisional; el amor es algo de lo que no se habla Julia Kristeva dice que esto siempre lo han sabido los poetas. Kristeva
citándolo a Mallarmé sugiere que el lenguaje de ese amor blanqueado y cantado
como una inanidad sonora será
más la elipsis que la metáfora, última forma de la condensación al borde de la
afasia.
En el discurso del amor pareciera necesario que no se diga
todo sobre el deseo, para que el amor, y por tanto cierta idealización del
otro, persista y sea la condición de la ampulosidad semántica de la metáfora
(Julia Kristeva, 1983)
[7]
.
Esta imposibilidad de construir un discurso sobre el amor
hace, que en el intento de prolongarlo, encontremos algunas de las claves del
amor pasional.
Amor y orden
La pareja, concebida como el lugar en
que se debiera dar la consumación del amor,
incluye tanto una revolución emocional como la intención de garantizar un
orden. Amor y orden son objetivos difícilmente armonizables, si no
incompatibles. El orden suele coagular valores y, al rigidificarse, corre el
riesgo de volverse burocrático y que entonces la pasión sea sólo realizable por
fuera de la institución.
Hay una pasión – que creemos
constitutiva - no solo por o entre los sujetos que constituyen el conjunto sino
también por este tipo de orden que convierte a la pareja en un fin en si misma.
La consideración de los avatares de
este fin centra buena parte de nuestra clínica.
Bien Común y Bienestares Vinculares
Es habitual que el relato de
cualquier pareja que consulta incluya no solo la queja por los malestares que
motivaron la consulta sino también algún enunciado de “bienestares”.
Desde mi perspectiva los malestares y
los bienestares están indisoluble y lógicamente ligados entre si y a este orden
vincular.
Cada pareja edifica su propia
cultura y parece innegable que
muchas parecen disfrutar, con un estilo propio, lo que en términos amplios se
podría llamar un bien en común. Llamamos bien
común al bienestar que puede proporcionar estar incluidos en una pareja.
Le damos a ese bien común el status de una noción vincular.
Aclarémoslo: se suele escuchar
que “la pareja está bien”, o que “el vínculo está fuerte, o sólido”, y no es un
problema menor quién es el sujeto de esas frases. Más allá de quien sea en cada
caso el enunciante ¿de quién se dice que tiene ese bienestar o fortaleza? Este
enunciado se sustenta en la creencia en la existencia de ese objeto del que hablan: ese conjunto pareja.
El bien común es precisamente esa construcción que intentan
representar bajo el término pareja. Llamamos así pareja a una identidad
entendida como la creencia en la continuidad de la existencia de un conjunto por fuera de los encuentros. Así la pareja se apoya en
este “supuesto ontológico”: la pareja existe, es.
Propongo que parte de nuestra
clínica vincular se centra en el aspecto emocional de este bien común. La falta
de sensorialidad, propia de lo emocional, influye luego en que tendamos a
aludir a ese bienestar de manera vaga, a ilusionarnos por momentos con alguna
metáfora que parezca apresar su sentido o, lo que es más frecuente, que se nos
aparezca desplazado sobre algún elemento concreto y sensorial que, aunque
imperfectamente, se le aproxime.
Formas de recopilación del bienestar
vincular
De modo esquemático podemos describir
diferentes vertientes, o fuentes desde donde solemos recopilar “el bienestar
vincular”
El relato del bienestar:
Si escuchamos, antes o después
tendremos acceso a relatos de bienestares de pareja. Pueden aparecer como:
a-historias, reconstrucciones de
momentos, con frecuencia de los encuentros que se han historizado como los que
generaron el vínculo;
b-relatos defensivos frente a la
ansiedad que les produce haberse escuchado en los relatos de malestares que los
antecedieron;
c-relatos que aseguren que siguen
siendo, o que alguna vez han sido una pareja;
d- relatos en el que proyectan un futuro.
Fuentes del malestar
El malestar suele ser
concebido como una contrapartida del bienestar, como una interferencia en una
continuidad ilusoriamente posible, continuidad que es concebida como fundamento
del bienestar.
Al malestar habitualmente lo
caracterizan como originado en una falta, una
enfermedad, una ausencia, un estorbo, un retardo, un desencuentro, una
infidelidad, una limitación, una inhibición, una falta de lealtad, un
accidente, una falta de alegría, una falta de novedades o alguna otra situación
que, a juicio de los miembros del vínculo ha interferido con el “buen orden”.
Los integrantes del vínculo,
al caracterizar el malestar como una interferencia en el devenir de lo que suponen debiera o no
debiera ocurrir, suelen juzgarlo como impropio del vínculo, como algo no inherente a él, como una
malformación que se agrega a la
vida de la pareja o la familia, en fin lo consideran ectópico.
La caracterización del
malestar como ectópico pone en la pista que subyace un orden
– inconsciente - que dice,
con la fuerza de una convicción, que si el vínculo funciona bien, debiera reinar la armonía y no debieran
sufrir o tener conflictos.
Suele
despertar hostilidad la incumplible esperanza de armonía total.
La falta de una armonía sin fisuras lleva a experimentar constantes frustraciones
con la consiguiente amenaza de tornarse profundamente desconfiados, paranoicos
en el seno de la pareja.
El “malestar, como es usual, “no” es concebido por ellos
como algo que los ha acompañado en su vida, no es supuesto como inherente al vínculo. Pareciera
que piensan que “el malestar/lío”
es algo que se agregó, es aparentemente pensado como ectópico, como una
malformación, y hay una discusión sobre quién lo causó. Seguramente tienen una
teoría, no coincidente, que
explica su aparición y la responsabilidad (¿individual?) para que ese malestar
ocurra y correlativamente hay
además lugares evitados: “el quejoso”, en tanto, en ese vinculo, quien lo ocupa
puede ser responsabilizado de originar el “malestar”. El analista como vemos es
invitado a participar en el diálogo.
en el “acmé” de los “estados de
malestar vincular” es habitual que
nada de lo oído “caiga bien”, que nada de lo que se diga “caiga bien”, que las
palabras pierdan la intención de comunicar; las palabras desmedidas en tono, altura e intensidad no tienen por
fin comunicar ideas, más bien parecen destinadas a penetrar en la mente del
otro, acallarlo, anularlo o inmovilizarlo y predomina el uso performativo -como
instrumentos- de la voz y los
gestos. El malestar en el vínculo
está frecuentemente acompañado por fuertes enojos, que toman la forma de
reproches, los miembros de esa relación se exasperan, se irritan. Buena parte
de lo que proviene del otro, en estos “estados”, suele ser sentido como preñado
de malas intenciones; esta intencionalidad, esta mala intencionalidad que
campea en el seno del vínculo, en esos estados colorea el intercambio y a su
vez suele dar razón a la mala intencionalidad propia.
“La
guerra de los Roses”, dirigida Danny
DeVito basada en la novela The
War of the Roses de Warren Adler,
protagonizada por Michael Douglas, Kathleen Turner, Danny
DeVito.
En ese film se retrata -
mediado, por el relato de Gavin (Danny DeVito), un abogado especializado en
divorcios -, la desintegración de un matrimonio perfecto, tan modélico que
resultan insultantes sus vidas cómodas y vacías.
Danny
DeVito, muestra con maestría, acudiendo a lo grotesco, pero a la vez evocativo
como en este matrimonio feliz poco a poco, el odio los invade, se insultan, se
golpean y acaban tirándose trastos,
y no en sentido literal precisamente. En esta guerra, aunque se componga de lo
patético y lo absurdo, y haya una tragedia envuelta en una comedia solo admite
un registro grave, los Roses terminan mal. Quienes se enfrentan en esta guerra
no son dos desconocidos, representan con paso de comedia el fin traumático de
un matrimonio que en algún momento supo funcionar, …, como una “pareja moderna”
y no aceptan la “inevitabilidad” de la imperfección.
En casi todas las parejas, no se suele admitir que
el fuego pasional se aquiete, se anhela conservarlo. Perderlo se lo vive
dramáticamente. Ha sido un tema reiterado en la literatura y en el cine
preservar la pasión sin conflicto que se despierta en el enamoramiento, y para
ello, se cree encontrar remedio, aislándolo a este momento de la vida
cotidiana. Todos recordamos en ese intento al film de Bernardo Bertolucci y Franco Arcalli, Ultimo Tango a Parigi.
En el Ultimo Tango a
Parigi - basada en un guión de
Bernardo Bertolucci –, en una mañana de invierno, mientras visitan un
piso de alquiler en París, Jeanne (Maria Schneider), una parisien hermosa, se
encuentra con Paul (Marlon Brando), un americano misterioso expatriado que está
de luto por el suicidio reciente de
su esposa. Estos dos personajes, dibujados inmediatamente el uno al otro,
tienen un amor tempestuoso, apasionado. A poco de conocerse hacen el amor
violentamente en el piso vacío. Cuando abandonan el edificio establecen el
pacto de volver a encontrarse allí, en soledad, sin preguntarse sus nombres. Hay
un pacto implícito para no revelarse sus nombres el uno al otro. La relación
aunque afecta seriamente a la vida de ambos, la intentan preservar aislada de
la vida que cada uno tiene. Mientras sostienen esta relación, Paul continúa, en
soledad torturándose psicológicamente por el suicidio de su esposa y Jeanne, a
pesar de su pasión por Paul, mantiene sus planes de contraer matrimonio con su
novio de siempre, Tom, un director de cine que está empeñado en hacer una
película documental - "cinéma verité" -, sobre la vida de su novia.
En
la plenitud pasional, atemporal, ahistórica, se pretende preservarse del
supuesto “amor moderado” que circula, luego de que se apagan los fragores del
enamoramiento, en las llamadas las
parejas modernas.
Sabemos
el final, no lo pueden sostener. Ninguna pareja lo puede sostener, aunque todos
anhelan conservarlo. La diferencia está dada por como se procesa eso
insostenible.
El modo en que se suele intentar preservar en la pareja
moderna la pasión del enamoramiento es a través de “el proyecto”, en tanto con
él se desplaza al futuro la
ilusión que los unió en el pasado. Las ilusiones, a poco andar se naturalizan, se las piensa y se las
siente como si fuesen hechos de la naturaleza, y congruentemente con esta
visión, se supone que su ruptura es un accidente.
En la pareja del siglo XX, a pesar de haber encontrado su
fundamento en el amor reciproco, no dejó de tener una aureola apasional. Sin
simplificar la complicada clínica del amor ocasional, convengamos que se ha
supuesto que la pasión renacía
fuera del “acartonado matrimonio”, en la relación ocasional o en la
transgresión. Esto lo encontramos en la clínica y fue narrado una y mil veces
en la literatura y en el cine del siglo XX.
Así nos lo contó
Scola en "Una giornatta particolare"
a través de los personajes encarnados por Sophia Loren y Marcello Mastroianni. En un contexto de excepcionalidad
parece poder aflorar la pasión entre ellos, en la fugacidad de esa tarde. Scola crea en este film un maravilloso fresco que ilustra
un encuentro pasional teniendo como fondo, el mediocre matrimonio de ella, y la
próxima detención de él en el día de la visita de Hitler a Roma.
Una versión norteamericana de este tema, que retrata la
pasión que surge con frescura en el encuentro extramarital se pinta en “Los
puentes de Madison County” dirigida por Clint Eastwood. En Los puentes de Madison County se cuenta la historia
de Robert Kincaid (Clint Eastwood), un fotógrafo de reputada fama
mundial, y Francesca Johnson (Merryll Streep), una ama de casa de Iowa.
Kincaid, de cincuenta y dos años, trabaja para National Geographic, es un
hombre extraño y solitario, un viajero místico que siente que no pertenece al
tiempo que le ha tocado vivir. Francesca Johnson tiene cuarenta y cinco años,
conoció en su Italia natal a un oficial americano y ahora vive en las colinas
del sur de Iowa junto con sus hijos y los borrosos sueños de su juventud. Ambos
creen estar satisfechos con sus vidas, pero cuando un caluroso verano Robert
Kincaid llega con su camioneta hasta la granja de Francesca, preguntando por el
puente Roseman, se darán cuenta que no estaban en lo cierto. Robert y Francesca
se enamorarán de la forma más intensa posible y la pasión que vivirán durante
cuatro días estará presente en sus vidas para siempre.
Estos relatos
cinematográficos nos dicen que la pasión es perecedera, no es para ser vivida
en el seno de la institución del matrimonio, que guarda su vigor en el
recuerdo, no es para ser parte de la vida. Hay innumerables relatos que han
explorado la pasión que parece encontrarse transponiendo los límites que
propuso la cultura burguesa. Entre los ejemplos más notables de
este amor transgresivo podemos citar a “Lolita”
de Vladimir Nabokov publicada en 1955.
Nabokov con Lolita que escandalizó a su tiempo. Todavía conmueve, cuando
Nabokov dice en Lolita, que “entre
los nueve y los catorce años de edad, aparecen niñas que, ante la mirada de
algunos atónitos viajeros, dos o tres veces mayores que ellas, revelan su
auténtica naturaleza, que no es humana sino nínfica (entendamos demoníaca); y,
para esas criaturas, elegidas, propongo el nombre de nymphets”. Este apasionado
amor entre una púber y un adulto provocaron reacciones que iban del éxtasis al
ultraje.Convengamos que aún hoy la maravillosa novela de Nabokov estremece,
en tanto pone dentro de nuestro mundo, una pasión difícil de digerir. a
narrativa de Nabokov, es uno de los tantos hitos, por cierto un hito magistral,
de una sexualidad, una forma de la pasión que se abrió paso en el siglo XX, sin
pedir permiso, por fuera de los ideales victorianos del siglo XIX, por un lado cada vez más alejada de la
reproducción y por otro explorando horizontes cada vez más extensos para su
realización. Una muestra de la eficacia de esta narrativa es que fue, pese a su
carácter transgresivo, o quizás por eso mismo, llevada al cine
Una vertiente
del amor pasional, que linda con la transgresión, la explora Liliana Cavani en su film Il Portiere di notte (1974), teniendo como
protagonistas a Dirk Bogarde (Max) y Charlotte
Rampling (Lucía). El relato de la italiana Liliana Cavani ambientado a fines
de los años 50, narra el reencuentro entre Max, un ex oficial nazi, escondido
en el anonimato como portero de un hotel vienés cuando llegan al hotel una nueva huésped,
Lucía y su marido. El antiguo oficial de las SS reconoce en Lucía - mientras su marido
músico realiza una gira - a una prisionera de la que se abusaba sexualmente en
el campo de concentración en el que "trabajaba". A partir de este
“reencuentro” se comienza a recrear la relación en términos de humillación y
autodestrucción.
La pasión por el acoplamiento absoluto.
Se cuenta que por las calles de Tokio, hacia finales de la
primera década del siglo pasado, una mujer deambulaba arrastrada por el
desvarío llevando en la mano el pene cercenado del amante. Retomando esta
historia, inquietó en los años setenta
el film Ai no corida/ L' Empire des sens1976, dirigido por Nagisa Oshima, y protagonizado por Tatsuya Fuji, Eiko Matsuda.
Nagisa
Oshima es una de las figuras más destacadas —junto con Shohei Imamura y
Hiroshi Teshigahara— de la "nueva ola" del cine japonés que
surgió a finales de los años 50, paralelamente a las corrientes del Free Cinema británico, y de la Nouvelle Vague francesa.
Oshima, en este film traspuso los límites, condujo el
acoplamiento pasional de la pareja a un nivel absoluto y pocas veces
franqueable: lleva al erotismo a su última dimensión que es la muerte, el
deleite alcanza su mayor plenitud en la agonía y la pareja.
Ai
no corida, ambientada en Tokio en 1936, narra el encuentro de un hombre casado Kichi (Tatsuya Fuji) y una mujer Abe Sada (Eiko Matsuda) a la que conoce en un burdel. Esta obra maestra de Nagisa Oshima, se apoya sobre los
presupuestos de una pasión sexual exhibida sin ningún tipo de inhibiciones con
el fin de realizar un estudio sobre los impulsos de Eros (amor) y Thánatos
(muerte). Los protagonistas, la sirvienta/prostituta y su amo sobrepasan los
límites de las relaciones sexuales ordinarias para adentrarse en una progresiva
espiral de conocimiento carnal y en la fusión física de dos cuerpos que
generará una sumisión mutua y ajena a cualquier regla de orden moral: así
dirán: "mi placer radica en darte placer a ti y obedecer todos tus
deseos". Oshima, relata un crescendo pasional. La película termina con una voz en off: Sada vagó alrededor de Tokyo
durante cuatro días llevando en la mano la parte de Kichi que había cortado de
su cuerpo. La voz sigue diciendo que quienes la detuvieron quedaron
sorprendidos por la expresión de felicidad que irradiaba su rostro.
Este film, es en la historia del cine, uno de los máximos
ejemplos en donde se cree alcanzar el absoluto.
La reconstrucción hecha por nosotros, a
través de la queja y el reproche.
Tanto a la queja como al reproche que
aparece en la consulta subyace la presuposición de un bienestar que falta o que ha sido dañado.
En general intentamos reconstruir en
nuestro pensamiento, y en ocasiones con palabras frente a ellos, la pareja a la
que aluden como referencia del “no malestar”, ese que se conjetura que de
existir no hubiera fracasado.
Algunos presupuestos que
hacen a nuestro recorte: Nuevos momentos de constitución narcisista
nuevos momentos de constitución
subjetiva
Es parte de nuestro modo de
pensar que en la constitución del vínculo se dan nuevos momentos de constitución narcisista que actúan como nuevos momentos de constitución subjetiva.
Sostenemos que todo vínculo intersubjetivo estable se instituye apoyado en el
cimiento de una experiencia fusional.
Experiencia fusional amasada con la argamasa del encuentro ilusorio con lo
idéntico o lo complementario.
Este “encuentro” presupone haber constituido entre ambos lo que preferimos
llamar “Lo Uno”.
No por ilusorio, este “Uno” instituido por la pareja para
constituirse como tal, deja de ser estructurante. Sobre la premisa ilusoria de tener la misma ilusión, en esa operación en la que se cree haber
encontrado o “un ser gemelo”, o
“un ser complementario”, se
desmienten las diferencias, a lo heterogéneo se lo vuelve homogéneo y, de ese
modo, se aproxima en una articulación posible lo diverso.
A nuestros ojos es la
consistencia narcisística del “Uno”
lo que instituye al “nuevo conjunto” y es por su eficacia que,
quienes lo conforman, devienen otros sujetos: “sujetos del vínculo”. Lo
conjunto creado por los sujetos, entonces, a su vez sujeta y establece lugares inconscientes que también son
fuente de sentido, generando una nueva fuente de significaciones inconscientes
que los determina, produciendo en consecuencia una nueva subjetividad.
Reparos Metodológicos
La clínica del malestar y bienestar
que propongo es solidaria con el modelo que estoy describiendo:
Es entonces una descripción acorde a
los términos de este modelo, lo que sugiere que con otros modelos (y por tanto
otra clínica) en mente podrían caracterizarse los bienestares y malestares de
otra forma. Así, por ejemplo, si no se considera como nosotros lo hacemos, que
los estados fusionales son parte constitutiva e integrante de cualquier
vínculo, no se deberían incluir los bienestares del enamoramiento; o, si no se
cree, que lo pertinente es limitar nuestras consideraciones a la observación a
la dimensión emocional del vínculo, la seguridad podría no ser considerada una
ilusión y en cambio acentuar la dimensión jurídica de la misma; o, si no se cree, que pueden existir
momentos como los que llamamos estados vinculares, probablemente la
confianza no sería un referente a considerar, etc., etc.
Los bienestares y
malestares vinculares
Caracterizamos los bienestares como:
A) El Bienestar de la Fusión
B) El Bienestar de la Seguridad
C) El Bienestar de la Confianza, y el
Bienestar de la diferencia
Caracterizamos los malestares como el
fracaso de los bienestares.
El Bienestar de la Fusión
Como realizaciones del Bienestar
Fusional mencionaremos:
1-La ilusión de tener la misma
ilusión
2-La creencia compartida acerca de
complicidades sincronizadas y expectativas de mutuas reciprocidades
3-El bien común
4-El sobreentendido
5-Una historia en común
6-La ilusión de tener recuerdos compartidos
7-La creencia en un origen
8-El proyecto compartido
1 - La ilusión de tener la misma ilusión:
En los estados de enamoramiento y, en
general, en todos los momentos fusionales por los que repetidamente suele pasar
la vida de pareja, se suele tener y disfrutar la ilusión de tener la misma
ilusión, y esta fantasía de tener la misma fantasía parece ser suficiente
garantía para tener la convicción de ser “el uno para el otro”. El bienestar
que depende de esta ilusión de encuentro, tanto en su versión de
complementariedad como de gemelaridad, asegura que “los dos sentimos
(fantaseamos, representamos, etc.) lo mismo y al mismo tiempo”.
2 - La creencia compartida acerca de complicidades
sincronizadas y expectativas de
mutuas reciprocidades
Lo anterior tiene una versión que
adquiere consistencia en la convicción de que existe una “disposición natural”
entre ellos para desplegar
complicidades sincronizadas. Esta “disposición natural” incluye un
requerimiento de iguales expectativas y mutuas reciprocidades.
Hay momentos en que las parejas
nos transmiten que suponen que la diversidad de sus aportes al “bien común” y
sus características personales se conjugan armoniosa y gratamentemente. Nos
toca allí diferenciar cuando esta suposición proviene de la trabajosa
combinación de diferencias personales en una relación de mutuo beneficio (trabajo vincular) a cuando es expresión
del bienestar ilusorio de la suposición en una “natural y obvia
complementariedad”.
3 - El bien común
El bien común se construye
independientemente:
a- de quién haya registrado su
aporte;
b- del modo en que cada uno
contribuyó a su construcción;
c- no crea derechos
diferenciales la comparación de los aportes (ni, por supuesto, hace a un
cónyuge más dueño el creer que hizo más para su constitución);
d- exige que las decisiones que
delimitan qué es el bien común sean compartidas.
La noción jurídica de "bien
ganancial” la pensamos como un retoño jurídico del ideal fusional de “Lo Uno”.
Bien ganancial es el nombre que
utiliza nuestro derecho de familia para el patrimonio del vínculo conyugal. Se
diferencia así del "bien propio", nombre que designa al bien que
preexiste a la fundación de la pareja, o a lo que pueda recibirse por herencia
sin ser producto de la pareja conyugal.
El sobreentendido
Lo entendemos como un recurso
lingüístico para expresar la creencia basada en “Lo Uno” por la cual,
contradiciendo el malentendido estructural del lenguaje o la inevitable
penumbra de significados, se afirma que las palabras dicen lo mismo para los
diferentes participantes del vínculo. En busca del bienestar el sobreentendido
también puede ser utilizado como otro recurso para anular la violencia que
traen las diferencias.
Una historia en común
Toda pareja relata con placer
historias o, como preferimos puntualizar nosotros, construyen una historia – una historia oficial -. En esos casos las parejas “nos explican”,
nos cuentan, o en las sesiones recuerdan, y a veces arrobadamente reviven,
historias que creen haber vivido juntos.
Esas explicaciones son el
peculiar modo que tienen de historizar, de construir la novela familiar de la
familia. Esas “explicaciones” no explican, pero nos dan un perfil del mundo
vincular. En esa historia se suele recortar:
a) un sistema de valores;
b) qué es lo que definen como
bienestar y qué como sufrimiento;
c) las teorías que han ido
construyendo para explicarse el surgimiento del malestar.
La ilusión de tener recuerdos compartidos
La historia oficial incluye la
Ilusión de tener recuerdos compartidos
y la creencia de ser parte de una misma (y única) historia.
Por supuesto que también se
reprochan – cuando éstas surgen - por tener distintas “historias
verdaderas”, o se enojan por la “no fidelidad” a lo que históricamente
construyeron juntos, y siempre creen que esos desencuentros no son una cuestión
de creencias, suelen estar convencidos que no difieren en versiones sino que
cada uno es vocero de cómo fueron “de verdad” los hechos.
Esta diferencia, no suele ser
vivida como tal, sino como una falta de fidelidad, un desencuentro, y
desilusiona. Habitualmente causa “malestar”.
La creencia en un origen
Las teorías explicativas en los
vínculos siempre remiten a “un origen”, a la creencia en una escena original en
común, que suelen contar en conjunto para dar cuenta del mítico origen, ese en el que ellos creen que
comenzó la pareja. Aunque
no buscamos el origen material en ese “origen”, historiza el bienestar y suele
dar cuenta de las posibles líneas de fisura que luego podrán ser causa del malestar.
El proyecto
Todos conocemos como pueden
idealizarse las expectativas y el bienestar de compartir un proyecto. La inconsistencia
en el vínculo, dada por la imposibilidad de sostener la idealización fundante,
se suele estabilizar parcialmente a través de los proyectos, cuando éstos colocan repetidamente a lo Uno en el futuro.
En su tarea de disolver la desilusión
que por estructura trae el vínculo, la eficacia del proyecto en la vida
vincular depende de que no se le exija su concreción absoluta y de que pueda
utilizarse como espacio para ese continuo renovar de la ilusión.
El Bienestar de
la Seguridad
1- La seguridad como orden y
previsibilidad
2- Establishment vincular y
seguridad
3- Creencias en las que se
fundamenta la ilusión de la seguridad
4- Una historia, un juego de
lenguaje, un consenso sobre lo compartido
5- La seguridad como ilusión
instituida e instituyente
Seguridad como orden y previsibilidad:
La pareja cree, necesita creer, que
el amor es algo seguro y que puede tender al infinito. Aunque los conjuntos no
son estables, esa ilusión de estabilidad hace a su identidad. Lo conjunto es justamente esa ilusión de que el
encuentro vincular es estable. Por eso esta creencia que implica certezas,
basada en ideales fusionales, necesita de alguna forma de garantía. Necesita
seguridad, básicamente una seguridad en la continuidad.
La seguridad se convierte en un
fin en si mismo; más aún, los sujetos del vinculo esperan, exigen, que el
vinculo aporte seguridad. Mediante la seguridad, se presume que se alejan o se
eliminan imprevistos, riesgos, se supone que se logra un orden y un futuro
previsible. Por un lado intenta aportarla “el contrato social” que ha instituido la
cultura, y por otro se suele buscar a través de reforzar las “certezas” que
aparentemente tributa la misma organización vincular.
El Establishment vincular y seguridad:
Los aspectos organizados del
vínculo se suelen estabilizar:
a - alrededor de una regularidad
de intercambios y
b – de una serie de
“convicciones vinculares” que, con la fuerza de un dogma, configuran un establishment que intenta dar orden y previsibilidad.
De este establishment vincular, importante dador de pertenencia, surge,
emerge, o encuentra uno de sus fundamentos la emocionalidad que llamamos "seguridad“, otra ilusión a nuestros ojos. El sentimiento de pertenencia
parece dar soporte a las creencias, en rigor las convicciones, derivadas del
dogma vincular.
Creencias en las que se fundamenta la ilusión de
seguridad:
Entendemos que la búsqueda de seguridad es el motor del permanente anhelo de
representación de lo conjunto. La representación intenta atrapar esa ilusoria
estabilidad.
Las parejas creen que ellos
necesitan tener (un tener que es un ser) un acuerdo, que el encuentro es un
acuerdo y entonces enuncian dogmas que aseguren el acuerdo. Cada pareja
desarrolla con llamativa fortaleza una creencia singular sobre “como somos” (“somos así”, “esto nos gusta
o no nos gusta”, etc.) cimentada en la convicción de tener valores y
preferencias compartidas. Para ello habrá que hacer mojones de señalamiento de esos valores, enunciar
sus preferencias, añejar un surtido de anécdotas que van a figurar como
patrimonio de acuerdos, como caracteres para subrayar y diferenciarse de
cualquier otra pareja.
Esa creencia afirmará que a ese conjunto se lo puede
re-conocer y re-encontrar con placer en cada encuentro, suponer así una
continuidad de la identidad a lo largo del tiempo; una continuidad de un ser
del conjunto por fuera de los encuentros singulares. Ilusión de identidad que
da uno de los fundamentos a la pertenencia.
Una historia, un juego de lenguaje, un consenso
sobre lo compartido:
La seguridad encuentra uno de
sus más sólidos pilares en la supuesta tranquilidad que aporta. Resulta parte
de esta seguridad:
a - Poder sostener la ilusión de una
historia -lo que llamamos historia oficial-, que construya una realidad, un
pasado y prefigure entonces un futuro que se vivirá –como necesariamente
compartido.
b -“Un juego de lenguaje”. Cada
conjunto crea neologismos, diminutivos y giros de lenguaje sólo entendibles
entre quienes participaron en el conjuro de esa deformación. Como si usar las mismas palabras fuera alguna constancia de lo
compartido al tiempo que un feliz jardín secreto donde al fin “somos
entendidos”.
c- La impresión de consenso. Se cree imprescindible tener un
consenso fundamental sobre lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo significativo,
dado que es ese imperioso consenso lo que los hace ser. Apoyados en ese consenso se crea un espacio íntimo y secreto donde
las leyes que rigen para el resto del mundo se relativizan por la ilusión de la
vivencia simultánea de una ilusión compartida.
La seguridad, una ilusión instituida e instituyente:
Lo instituido en el vínculo, el establishment vincular, distribuye
lugares que se significan a su vez mutua y recíprocamente. Los miembros del vínculo
sostienen lo instituido y, a su vez, lo instituido los ubica en un cierto
lugar. La seguridad dada por el vínculo fija lugares, restringe movimientos,
anula indeterminaciones, estipula identidades. Entendemos como un requerimiento
de lo instituido el sostenimiento de las creencias en un origen y en una
historia-mito que lo explica.
El Bienestar de la confianza y el Bienestar de la diferencia
Es, sin duda, el bienestar del que
menos sabemos y al más difícil de aludir. “La confianza” siempre incluye el
reconocimiento de la alteridad; más aún, parece nacer de su efecto.
La confianza crea condiciones de
posibilidad en un desencuentro para que los integrantes de la pareja sientan,
que en ese desencuentro en el que por efecto del mismo se sienten ajenos, sienten que no se entienden, sienten que no
coinciden, sin embargo “confien” que tienen el deseo de encontrarse, de
entenderse, lo que suele crear en ese desencuentro un sentimiento de encuentro
con un dejo de ternura.
“La confianza” hace posible que las
desilusiones no se tramiten a través de reproches sino que se produce lo que
descriptivamente llamamos un encuentro en
el desencuentro.
Este encuentro en el desencuentro se da entonces cuando en una situación
en la que están en primer plano el desencuentro ocasionado por las diferencias
y los dolores que se ocasionan entre ellos, la confianza permite que se
establezca un clima de comprensión, que también podría ser llamado de intimidad
o, con algún otro término que sugiera una ampliación respetuosa de la mirada
que intercambian sin intentar aplacarse o complacerse.
Para que se produzca este encuentro en el desencuentro es
necesario no esgrimir causalidades, solo que los “hechos” son así, al modo del
reconocimiento de una indeterminación, o de una inconsistencia aceptada en el
vínculo. Se accede así al “bienestar de la diferencia”, que diferenciamos del
“bienestar de la fusión”.
El estado en el se logra ese
“bienestar de la diferencia” lo llamamos “estado vincular”. En ese estado mediante la existencia de la confianza parecen fiarse en que no habrá maltrato ni mal uso de lo mostrado.
Si bien entendemos que nada es
verdaderamente acumulativo en la emocionalidad vincular, pareciera que
transitar por estos estados en los que se tiene la mayor conciencia de la
imposibilidad de la seguridad, tiende
paradojalmente a depositar un fondo de esperanza en nuevos encuentros, una
esperanza a la que pueda quizás apelarse como tolerancia cuando los nuevos
desencuentros se precipiten (aunque, como bien sabemos, cada desencuentro es
repetidamente catastrófico).
Suelen ser solo momentos, más bien
frágiles, porque ese buen ánimo que impulsan, esperanzado, tiende a proponer
nuevas salidas del orden de lo fusional.
Otras cuestiones en torno a los bienestares
1-El bien emocional y el
bien ganancial:
La vida cotidiana muestra, a cada paso, las
dificultades que tienen las parejas para concebir y mantener cualquier tipo de bien conjunto,
tanto en lo material como en lo emocional, dado que exige tolerar que algo no
sea totalmente propio. El trato del bien ganancial nos orienta con frecuencia
porque puede, en ocasiones, modelizar, dar una versión manifiesta del trato que
recibe el bien emocional, y resultarnos así útil en nuestra tarea de detectar
patrones vinculares inconcientes. En ocasiones la propia pareja puede desplazar
sus logros y dificultades sobre esta versión sensorial, aprehensible y poseíble
de lo conjunto, siendo habitual la confusión entre ambos.
2-¿Qué se parte del bien común?
A diferencia del bien ganancial, cuando intentamos
capturar (poseer) el bien emocional, se nos deshace en las manos. Su valor
último (significado) siempre se nos escapa, se resiste a cualquier disección y
es inestable, en tanto a cada momento lo perdemos. Sólo podemos
"confiar" en reencontrarlo, porque no resulta acumulable. Quizás
porque el bien ganancial, en cambio, se puede tangiblemente incrementar, tiene
un valor fijable y cuantificable y persistencia en el tiempo (permitiendo
decidir voluntariamente su destino), es que se tiende de recubrir uno con el
otro para ocultar esa fragilidad.
Sin embargo, esta superposición entre ambos bienes
suele fallar por una diferencia esencial. Aunque el bien ganancial es una
propiedad conjunta (el 100% es de los dos, lo que parece resaltar el carácter
indiviso de la misma), cualquier jurista agregaría que es necesario aclarar que
la propiedad del bien ganancial es por partes iguales (en tanto al disolverse
la sociedad conyugal cada uno tiene derecho al 50%). En el bien emocional, en
cambio, si bien el 100% es de los dos, nunca el 50% es de cada uno ya que es un
bienestar que desaparece con cada desencuentro. De allí que, en cualquier
proceso de separación, cada uno se sienta perjudicado y con la convicción de
que el otro se ha beneficiado a su costa. No se concibe que un bien ha
desaparecido, que nadie se ha llevado su “parte” porque el bien
emocional no admite partes, no admite partición.
Con bien común, entonces, aludimos a una
dimensión emocional del bienestar compartido del que son usuarios los miembros
de una pareja o una familia. Se trata de un producto nuevo, no preexistente a
la constitución del vínculo y por tanto distinguible del "bien de
uno".
En lo anterior hemos intentado diferenciar
variedades de estos bienestares que nos parecen identificables en nuestra
clínica y concebimos al malestar como la perdida de ese bienestar.
Alrededor de “Una relación particular”
[8]
Un comentario
acerca de el sujeto (sin certezas, desgarrado, culpable) que intenta realizar
en la construcción de lo conjunto la ilusión de lo absoluto, de “Lo Uno”
[9]
.
Silvia Nussbaum y Rodolfo Moguillansky
El Tao de origen engendra el Uno
El
Uno engendra el Dos
El
Dos engendra el Tres
El
Tres produce los Diez mil seres
Los
Diez mil seres se adosan a Yin
Y
se abrazan al Yang
La
armonía nace en el soplo del Vacío-mediero
Lao
Tseu
[10]
La conformación de vínculos
humanos están basados en la constitución de lo Uno
En la conformación de
vínculos humanos, no solo hay un ligamen erógeno de un sujeto con otro sino con
la institución que crean, lo conjunto mismo, que desde allí pasa a
conformarse (pareja, familia, club de mis amores, etc.), y se producen efectos
entre todos estos términos: la interacción se da no sólo entre los sujetos,
sino también con lo conjunto que han instituido.
Aunque lo conjunto tenga manifestaciones visibles como reglas, acuerdos,
costumbres, sugerimos que lo conjunto excede lo sensorialmente
aprehensible.
Entrando mas singularmente
en esta cuestión postulamos que la constitución de lo vincular
[11]
, se organiza presuponiendo un origen, al
que se lo instituye como fundador de lo conjunto. Esto que proponemos
sobre la constitución de lo conjunto sigue la tradición que concibe momentos
fundadores
[12]
,
estructurantes.
El origen, al que le rinde homenaje
cada formación de lo conjunto, no
se refiere a la realidad histórica de lo que ha pasado, aunque casi siempre
haya una fecha con que se lo conmemore, sino a un momento tan perdido como la
infancia real. Cada conjunto construye un origen para explicar lo que pasa
entre ellos. El origen entonces es una creencia derivada del mito
constitutivo de cada conjunto. No es un origen situado en un pasado ni tampoco
parece apropiado considerar el origen como un momento singular, aunque
míticamente se lo viva así; puede haber infinidad de orígenes.
Una disgresión y advertencia
a quien nos lee. En este texto nos vamos a referir específicamente a una
pareja, nuestros comentarios serán sobre ella. Le pido – le pedimos
– al lector el esfuerzo suplementario que cuando hablemos singularmente
de una pareja, lea lo que decimos teniendo también como referente la
institución de otros conjuntos. Sugerimos que lo que describimos, con las variaciones del caso, ocurre
en la institucionalización de todo conjunto amorosamente investido.
Volvamos al asunto del
origen. La creencia en un origen de lo conjunto incluye y determina todo lo
recubierto como historización (relato, construcción) bajo el nombre de
enamoramiento, experiencia fusional inicial, etc., que se refiere ‑de
nuevo- no sólo a la evidente investidura amorosa mutua sino, sobre todo, a la
también evidente investidura narcisista sobre el mismo conjunto que han
instituido. Y esto es válido, creemos, aún en las menos frecuentes parejas que
refieren un no-enamoramiento, que en ese caso suelen estar
"enamoradas" (haber concebido, investido) de una pareja no enamorada,
o al menos están siempre posicionadas frente al enamoramiento. Lo cierto es que
a ese origen, o a esos orígenes, suelen poder remitirse las cualidades del vínculo
y también sus líneas de fractura que son las que suelen justificar la consulta.
Este conjunto investido narcisísticamente es
lo "Uno", lo llamamos "Uno", para subrayar tanto el pasaje
de la multiplicidad (los dos de la pareja) a la identidad unificada (ser una pareja)
como su particularidad narcisista y fusional. Por supuesto lo Uno es ilusorio.
Lo Uno no es patológico, no describe un rasgo particular del vínculo, es una
condición de estructura.
Pensar desde lo Uno es una fabula, una
"locura", lo mismo que pensar que existe un origen. Del mismo modo
que es una “locura” la creencia que tienen los niños acerca de la
“universalidad fálica”. Pero parece ser una locura necesaria para advenir a lo
que llamamos cordura; sugerimos que para poder pensar que algo falta, hay que
partir de un estado ilusorio en donde nada falta.
Lo conjunto es entonces una trama de ficción en la que sé con-vive,
que sustantiva lo agrupado, que toma sentido como contraposición a los dos o
más que lo conforman; articula mundos inconmensurables como son los de la
fantasía, el cuerpo erógeno y la historia de cada ser singular, esa infinita
variedad de significados con la construcción de un nuevo nivel de sentido que
los abarque. El Uno es para nosotros el pasaje del natural mundo centrado en
cada yo al nosotros del conjunto, descentrado entonces de cada uno.
Nos parece que vínculo (en
cualquiera de sus definiciones) alude bien a lo que vincula y conjunto a lo que
se conforma (así una intervención puede describir un interés del conjunto o una
particularidad del vínculo, etc.). En su carácter de construcción
intersubjetiva, se le da sentido en conjunto (el sentido "original"
que a la vez puede ser, como insistimos, siempre cambiante), y una vez que se
le da sentido, da sentido a los que lo conforman, creándose un nivel de
realidad psíquica compartida.
Decir
realidad psíquica compartida crea el problema de qué tipo de representabilidad
estamos sugiriendo que tiene “el vinculo”. La capacidad de representar es
individual. Lo conjunto, en tanto está descentrado de cada sujeto, es opaco, no
"se ve".
Creemos que lo que crea un
mundo compartido entre sujetos es precisamente la fantasía de tener una
fantasía en común
[13]
(lo ponemos en cursiva para
acentuarlo). Esta fantasía construida en común - no por fantástica es menos
eficaz en sus efectos- es precisamente lo conjunto.
Si
lo conjunto investido es un dador de sentidos es sede de la repetición y
potencialmente de lo nuevo.
Una ficción que nos posibilita acercarnos a la constitución de “lo
Uno”
Ravelstein no era enemigo del placer ni se oponía al amor. Por
el contrario, veía el amor posiblemente como la mayor bendición de la
humanidad. Un alma humana desprovista de anhelos era un alma deformada, carente
del bien máximo, enferma de muerte.
Saul Bellow
[14]
Creemos poder dar una versión en ficción acerca de la constitución
de “lo Uno”, a través del análisis que hacemos del film “Una relación
particular”.
El belga Frederic Fonteyne, director de
una "Una relación particular" (Une liaison pornographique), nos ofrece bellas imágenes de una
relación de pareja, que transcurren en dos campos diversos, aunque estrechamente conectados.
Fonteyne va narrando por un lado, a través de escenas compartidas, la “relación particular” que tiene una
pareja, y otras en las que cada uno de los integrantes de la misma va
rememorando de la historia vivida en conjunto, a posteriori de haberla terminado. En estas últimas, - él o ella -
a solas, va contando, en un diálogo con otra persona -que nunca aparece enfocada por la cámara -, como fue su
experiencia, su versión de lo que
tuvieron en común, su “novela personal”.
Este
recurso, el doble relato, escenificando en dos niveles: el presente - el
recuerdo individual de lo pasado, el registro que le ha quedado de la saga amorosa que
vivieron -, y el pasado – las escenas
compartidas presentadas como una visión directa de lo ocurrido -, ofrece a
nuestro juicio, condiciones excepcionales para intentar una reflexión sobre la
realidad psíquica intrasubjetiva y la realidad psíquica intersubjetiva
[15]
en esta pareja. Nosotros nos vamos atrever sumar otra perspectiva más a
las dos anteriores, la del
espectador. Así tenemos una duplicación del lugar del espectador: el que
aparece de modo virtual en los diálogos que tiene cada uno de los integrantes
de la pareja cuando recuerda, y el del espectador que está en la butaca.
Advirtamos
que el interlocutor que cada uno de ellos tiene por separado, accede sólo al relato individual. El
espectador en la butaca, en cambio, tiene acceso además de los recuerdos
personales, a lo que les sucedió cuando estaban juntos, una serie de imágenes
filmadas en tiempo real. La incorporación de esta nueva perspectiva nos permite
considerar tres vértices para discutir algunos de los problemas que plantea este vínculo de pareja:
1-
Las escenas compartidas;
2-
Las que cada uno por separado va
relatando, desde su memoria, su versión - ¿quizás a un analista individual? -;
3-
La duplicación de las dos anteriores, a
las que accede el espectador.
Apoyándonos en estos tres
vértices, haremos un primer comentario acerca de la escena, el espectador, y el lugar de la ilusión, para luego
ocuparnos del origen y constitución del vínculo de pareja y en un tercer
momento plantearemos como concebimos la aparición del conflicto y sus
vicisitudes.
Por último señalaremos, no
podemos librarnos de nuestro origen, algunas cuestiones sobre el lugar del analista en el campo vincular.
La escena y
el espectador. El lugar de la ilusión.
La
relación que la escena tiene con
el espectador es algo sobre lo que se han derramado inteligentes ríos de tinta.
No nos extenderemos mucho sobre esto; sólo unos pocos trazos para situar el
tema. Sobre esta temática versaban algunos de los ensayos periodísticos que ya
cité de Umberto Ecco, escritos a finales de los setenta, recopilados en “La
estrategia de la ilusión” (1977). En esos escritos, Ecco, decía que “para que
una reevocación sea creíble, tiene que ser absolutamente icónica, una copia
verosímil, ilusoriamente verdadera, de
una realidad representada”. El todo
verdadero si bien padece de una irrealidad absoluta se ofrece como
presencia real, aspira a ser la cosa y abolir la diferencia de la remisión. En la ilusión entonces, queremos remarcarlo, desaparece la idea de que es una imagen necesariamente deformada, se la supone
en cambio, un calco, un doble perfecto, más aún no es que reproduce, no remite,
es.
Para
darle una vuelta más al tema de la ilusión,
recordemos que recientemente pudimos ver una adaptación
cinematográfica checa (más que libre) de “El idiota” de Dostoievsky. En esta película Sasa Gedeon – el director -,
retrata la visión de Frantisek
– el personaje central en la película de Gedeon, el idiota
[16]
– como un espectador cándido, bondadoso y bien intencionado de una historia familiar y cotidiana. En
la versión cinematográfica del “idiota”, el espectador de la butaca, es llevado de la mano, junto a Frantisek, ese otro espectador,
un personaje "diferente", para observar junto con él un mundo cruel e
hipócrita. Más allá del sentimentalismo, a veces un poco barato, con que Gedeon le hace poco
honor a la novela de Dostoievsky, hay en la personificación que Gedeon propone
de Frantisek, una petición de
principios: Hay alguien – Frantisek - que puede ver, acceder a una
realidad libre de las deformaciones que realizamos con lo que escuchamos y
vemos. Frantisek, en la primera escena del film de Gedeon, quizás lo mejor de
la película, limpia con el dedo el
vidrio empañado de una ventana en una estación de ferrocarril y ve entonces, se le hace transparente,
se le revela, la intimidad del encuentro de una mujer con un hombre que luego
dará sentido al relato posterior, transparencia a la que no acceden los otros
personajes. Frantisek, ve la
“realidad interna” de ellos, que ciegos a lo que cada uno siente – las realidades internas respectivas -
quedan atrapados en permanentes malentendidos, y Frantisek, entonces con buena
voluntad intenta bien avenirlos. Pari
passu, si fuese posible esa transparencia, si se generalizara, si pudiéramos
como Frantisek, desempañar el velo brumoso de las relaciones, sería posible
llegar a una visión totalizadora de ellas y si tuviésemos una alma pródiga,
como él, nos dedicaríamos desde esa visión a arreglar entuertos en los
vínculos. Es una tesis nuestra,
que esta visión es imposible,
aunque, tenemos que admitir, siempre aspiramos ilusoriamente a obtenerla.
Pensamos que se puede caer en la trampa de creer que se ve como ve Frantisek; tenemos en cambio que soportar una
mirada como la que proponen los cineastas de la Nouvelle Vague: la realidad
representada no es la realidad; ver la
realidad es del orden de la ilusión.
Retomaremos esto sobre el final de este capítulo. Queremos en esa línea
remarcar, como Fonteyne nos muestra con especial maestría, como en las escenas
conjuntas, no se transparentan las intencionalidades individuales desplegadas
en las entrevistas de cada uno. Tampoco él ni ella - individualmente - acceden
a la totalidad de lo que les ocurre en los escenarios que comparten. El
espectador de la butaca también tiene escotomas.
En
otra línea, también intentaremos mostrar que la ilusión además de encubrir una solución de continuidad, tiene,
quizás por eso mismo, un carácter instituyente en el vínculo.
Algo sobre la prehistoria del vínculo.
Según el relato que el guión
del film de Fonteyne propone, el mítico origen del vínculo comienza con el
anhelo del personaje que encarna Nathalie Baye, realizar una vieja fantasía. Así se lo cuenta a su interlocutor
- que está fuera de la escena -, recordando lo que le pasó. Esta realización,
representa para ella, “un gesto de
valentía” respecto de otras mujeres, afirma: “todas las mujeres tienen fantasías pero no se animan a realizarlas”. Ella dice que, luego de varias parejas que tuvo, quiso tener una relación
limitada a lo sexual con un desconocido. En ese sentido, él (el personaje
representado por Sergi López),
antes de conocerlo, era un fantasma de su mundo interno. Ella recuerda que
había buscado activamente alguien con quien concretar esa fantasía; puso un
aviso proponiendo este tipo de relación con la expectativa de encontrar quien
se aviniera a personificarla.
El, por su parte, compraba
con frecuencia revistas en las que se publican este tipo de avisos. Pareciera
que lo que lee en esa oportunidad resuena en alguna disposición de él y decide
encarnar lo propuesto. Una prueba del entusiasmo con que tomó lo que le proponían la tenemos cuando, al
recordar, muestra con orgullo la revista en la que leyó el aviso envuelta en
celofán.
Estas pocas pinceladas nos
hablan acerca de cómo guardan en
su memoria como llegaron a
conocerse. El primer encuentro es en un bar. Nos resulta relevante el relato/recuerdo que cada uno de
ellos hace de lo que ocurre antes, como de lo que sucede después. Examinaremos
todo esto con algún detenimiento.
El primer encuentro: la escena en el bar.
En la escena conjunta del
bar, filmada en tiempo real - no como recuerdo -, en la que se muestra el
primer encuentro, ella llega primero; esto será una constante hasta el final.
Quizás esta modalidad, estar antes, como si fuera la dueña de casa, es un dato
más que refuerza la hipótesis – que nosotros hacemos - que entre los dos
contribuyen que sea ella quien define las reglas. ¿Será esto un acuerdo
inconsciente? -.
Cuando él llega – en
el relato de ella no habían intercambiado fotos - al verlo entrar “sabe
que es él”, aunque – en su exposición individual - admite que es
distinto de cómo lo había imaginado. Esto a ella no la desilusiona, y
saliéndose de su guión, dándole singularidad, dice que quedó muy impresionada
por su sonrisa: “cuando sonríe es lindo”. Queremos llamar la atención que él, al recordar, tiene otra versión, sostiene que habían intercambiado fotos
pero que: “le gustan las mujeres reales
(no en foto)”.
Los dos en sus charlas a
solas semantizan a este encuentro inicial como agradable, aunque por distintas
razones: para él ella ha dejado de ser
una foto y ella sabe que es él la persona buscada. La
sensación de agrado que cada uno dice haber tenido, cuando lo cuentan por separado,
no condice con el clima de incomodidad que se respira en el devenir de esta
primera escena conjunta. Reservemos este dato, ya que para nosotros esta
discordancia – entre el recuerdo agradable individual y la incomodidad
conjunta - es evidencia del grado de idealización retrospectiva ilusoria que se
genera a partir de lo creado más
tarde. Esta idealización no sólo tiende a suponer que el primer encuentro fue
agradable – cuando es evidente que no fue así -, sino también a diluir
las diferencias sobre el origen del “agrado”, y quizás afiliarse a la creencia
que los dos sintieron lo mismo y
por las mismas razones.
En la escena conjunta que se
despliega en el primer encuentro, a poco de estar sentados en el bar, ella sigue tomando la iniciativa comunicándole
que ya ha reservado un cuarto en un hotel cercano. A él se lo ve incómodo, como
si necesitara algún prolegómeno mayor y a la vez averigua como interviene él
como persona, si es algo más que un personaje de utilería que ha sido
contratado para hacer una tarea. Entonces pregunta: “¿ya reservaste el cuarto, y si yo no te gustaba?”. Ella, por un
momento se inquieta, pero intenta salirse del cariz personal-pasional que está
tomando el diálogo y le contesta con una frase de cortesía: “ahora me gustás”. La introducción de la
dimensión amorosa: si a ella él le gusta, amenaza que la relación exceda lo meramente
contractual, pero aún así contrapregunta ¿qué
es lo que sentís?. El contesta metacomunicando que la ha entendido en el
contexto de una relación no pasional, y literalmente responde la pregunta: “¿Parezco enfermo?”. Sin embargo comienza
a curiosear – reapareciendo
un vértice pasional - si ha habido otros que lo han precedido en esto que ella
le ha propuesto. Ella entonces, evasivamente, encarrila la conversación dándole nuevamente un tono
contractual y habla de algunos atributos que le atraen en los hombres, como si
fueran parte de una serie
[17]
:
que sean altos, pilosos; lo cosifica. La descripción que hace de sus
preferencias es impersonal. El no sabe como comportarse, sigue con el cognac
que había pedido, ella entonces, con premura interroga: “¿vas a seguir con el cognac?. Es claro que la última frase no fue una pregunta, fue una
indicación sobre lo que tenía que hacer. Él, siguiendo con el guión en el que el vínculo lo está instalando, deja
su copa por la mitad
[18]
y le
propone ir al hotel. Antes de
llegar al cuarto persiste el clima de incomodidad: caminar desde el bar hasta
el hotel, esperar la aprobación de la tarjeta de crédito con la que paga, la entrega
de las llaves por el conserje, subir hasta la habitación, abrir la puerta. Cada
uno de esos pasos es penoso y torpe. Entran al cuarto y éste se cierra para el
espectador.
Vamos a intentar reconstruir
lo que a partir de aquí sugerimos que se creó: la institución de algo del orden de lo conjunto. Para ello recurriremos a los relatos
individuales y a las consecuencias que detectamos en lo que entre los dos han
constituido.
6-6-La
constitución del vínculo, lo Uno.
Él y ella recuerdan por
separado la relación ya terminada. Se lo relatan a interlocutores que
permanecen invisibles en el film (¿los analistas individuales?); al contarles
lo que les ocurrió en el hotel, ninguno de los dos puede poner en palabras que
pasó, más allá del adjetivo “bueno”. Los
interlocutores parecen no soportar no saber, incluso más adelante - casi con un espíritu voyerista - piden
detalles. A los espectadores - los de las butacas -, a quienes el film ofrece,
a renglón seguido, una escena conjunta que transcurre puertas adentro, les
ocurre lo mismo, se sienten curiosos. Quedan entonces los interlocutores
individuales y los espectadores, confrontados con una escena opaca, sin
figuración.
Ella, intentando explicar
por que no puede brindar un relato
que suscite imágenes en quien la escucha, afirma que no es por represión, que a
su edad no tiene inconvenientes en hablar de sexo, que no es pudor lo que le
impide poner palabras a lo
ocurrido, aunque no duda que fue muy bueno y mientras lo dice se le iluminan
los ojos.
Es
habitual que la o las escenas conjuntas fundantes del vínculo sean en los inicios opacas,
imposible de ser descriptas; con
mayor frecuencia se trata de una única escena. Decimos fundante porque después
de ella, ni la relación ni ellos individualmente son los mismos; a partir
de ahora son distintos, y sugerimos que lo son por su pertenencia a
este nuevo conjunto que han creado
[19]
. En cuanto a la falta de figuración,
aunque no la detectemos en este relato, después seguramente la tendrá; es una
tarea de las parejas a posteriori de
los momentos fundantes, historizar y construir una imagen entre los dos, que
creen reproduce lo que les ocurrió: una “foto de familia”
[20]
.
Aún con el riesgo de ser
reiterativos, quisiéramos entonces llamar la atención de nuestros lectores.
Estamos diciendo que se produjo un cambio, y que las escenas conjuntas que siguen muestra la eficacia, las
consecuencias de “la ilusión fusional
fundante” que sugerimos se consumó, se creó, se construyó. Son derivados
[21]
de ella los enunciados de fundamento de
esta pareja que dan las bases de
una realidad psíquica intersubjetiva, que
a su vez tendrá efectos en las respectivas realidades
psíquicas intrasubjetivas, instituyéndolos como sujetos del vínculo. En
síntesis han instituido un conjunto, y éste a su vez los instituye. Veamos
algunos de sus resultados
[22]
en los sujetos y en el vínculo: cesa la incomodidad y la falta de claridad
acerca de qué hacer; ella – ya sujeto del vínculo instituido - dice que
nunca se sintió tan libre en una relación, no le ocurre que “diga algo y piense otra cosa”, se siente
con una sinceridad sin dobleces; él – también significado por el vínculo que han creado - percibe que se ha establecido entre
ellos una regla implícita – que
se les impone como un dogma
[23]
-: “no decirse los nombres, la edad, las
direcciones, no contar nada de la historia de cada uno”. La relación que
tendrían, así ha quedado establecido, se limitaría a sus encuentros sexuales
que sentían como algo pleno.
Si intentáramos darle un
enunciado a esto que habían instituido, diríamos que en esa ilusión fusional: se habían enamorado de no estar enamorados;
presumían que este tipo de
relación les daba acceso a una intimidad sin reservas, se sentían parte de “lo uno”.
Para preservar este estado, con un afuera indiferente, estaba proscripto tener
algún proyecto. Estimamos que de ese modo aspiraban a superar el nivel de
equívoco que tienen los sujetos del lenguaje y los sujetos con historia.
Sería ingenuo suponer que lo
que los unía era el mero y presuntamente exitoso intercambio sexual y que
seguían juntos porque éste “se vuelve más
atrayente por el entrenamiento que trae la práctica”, como en algún momento
él insinúa. Lo que estamos
postulando es que lo que los une es la constitución de un estado que entre los
dos han instituido, en el cual, si se abstienen de una relación personal, se
obtiene – ilusoriamente -, un sentimiento de seguridad y plenitud. En la frase “estar
enamorados de no estar enamorados”, hay
dos usos de la palabra enamoramiento. El primer enamoramiento alude a una noción con status metapsicológico. Con enamoramiento, - en la primera versión -
debe entenderse que estamos
nombrando una operación conjunta - una ilusión fusional -, que da el fundamento narcisista del
vínculo constituyéndolos como pareja. Deslindamos - a ésto que llamamos
enamoramiento -, del enamoramiento – al que alude la segunda parte de la
frase: estar enamorados de no estar enamorados - que describió Freud en Introducción
al narcisismo y Psicología de las masas, que da cuenta de un fenómeno
individual, no conjunto, visto desde el espacio intrapsíquico (Moguillansky y
Seiguer, 1996; Nussbaum et al, 1987).
Son, luego de haber
instituido este vínculo, sujetos del vínculo, están a posteriori sujetados por aquello conjunto
[24]
que instituyeron. Esta sujeción se expresa tanto en la atracción que tienen por
la pregnancia de la ilusión fundante que buscan repetir, como por la observancia de las reglas
que el “dogma” ha instalado. Esta
observancia del dogma protege y ratifica los fundamentos de la pareja que han
instituido.
Pronto se harán tangibles
las limitaciones y la imposibilidad de mantener este refugio; ellas prefiguraran el conflicto vincular que
se desplegará entre ellos. Se harán evidentes entonces las restricciones y la
incapacidad de conservar el
albergue narcisista, y también lo difícil de salir de un cierto guión que
prefigura una pertenencia
[25]
.
6-7-El surgimiento del conflicto.
Para comenzar con este
apartado daremos una definición
posible sobre los orígenes del conflicto vincular: el conflicto vincular surge tanto ante la claudicación de “lo uno”,
como por el retorno de lo que fue
expulsado para su constitución. Exploraremos en esta pareja una de las
evoluciones posibles
[26]
En la
pareja de “la relación particular”,
pese al intento de reproducir, en los nuevos encuentros, la ilusión de “lo uno”
con sus presuntas “coincidencias sexuales”, la “supuesta perfecta
complementariedad sexual”, ésta no se sostiene, cada uno va formulando dentro
de sí una versión distinta de la relación y aparecen además requerimientos no contemplados por “lo uno”.
Como ejemplo de lo primero
vemos como ella, en su recuerdo, dice que la relación duró seis meses y que se
encontraban todas las semanas,
mientras que según él se vieron
durante tres o cuatro meses con intervalos de quince días.
Sobre los requerimientos no
contemplados por “lo uno”, advirtamos que luego de la segunda cita él la requiere por fuera de lo que habían instituido. Ella recuerda que
tuvo alguna conciencia que algo se estaba alterando: “algo distinto estaba pasando, pero en ese momento no me di cuenta”.
Transgrediendo
lo inicialmente pactado van a comer juntos, se divierten y parece entablarse
una relación más personal: un alegre
hallazgo. Sin embargo ella interrumpe este clima proponiendo volver al
hotel, él acepta. Nos parece muy importante este movimiento, la vuelta al
hotel, para entender el procesamiento vincular del conflicto.
Imperceptiblemente han alterado lo estipulado, la respuesta vincular no se hace
esperar: un retorno a la modalidad de relación que les aseguraba lo que de
comienzo habían instituido. Aunque ambos - intentando ratificar que nada ha
cambiado -, vuelven a decir que lo del hotel fue muy bueno, ya esta relación
sexual resulta una manta corta; surgen deseos de una relación más íntima,
reencontrar el alegre hallazgo: al
despedirse él quiere llevarla a la casa en su auto, ella vacila. Los rituales
fundantes priman momentáneamente, se impone la seguridad que da la inicial
relación pactada, aunque se insinúa insatisfactoria; él la deja ir, ella se va
sola, toma un taxi.
La vuelta al hotel fue un
intento de anular el alegre hallazgo que desbordaba lo meramente “sexual”, lo impersonal en esta pareja, sin embargo el interludio divertido en el
restaurante quedó titilando. Ella, tratando de volver a las fuentes, propone un
cambio en la modalidad de relación sexual, quiere estar arriba, afirma que le
gusta dominar. Esta propuesta es, a nuestro juicio, gatopardista, no hay
intención de cambio, es en rigor volver al acuerdo inicial
[27]
.
No lo logran, no pueden retornar al principio, no es más de lo mismo, ahora hay
figuración y palabras; vemos por primera vez entrar la cámara al cuarto, lo que
no es trivial, ya no se mantiene la opacidad, que ha sido hasta aquí precondición
de una ilusión fusional conjunta. En la pareja se hace necesario un aumento de
la excitación para recapturar el idealizado “cruce sexual”; al tener figuración se ve que en este “cruce
sexual” hay que prolongar sine die la
aparición del orgasmo. Él tiene dificultades para llenar su papel, incluso
cuenta sobre su desagrado, su sufrimiento. Ella glorifica este disgusto: “es un ingrediente importante en el logro
del placer”. Lo invita a que lo soporte y le propone seguir excitándose, el
no lo tolera y trata de evitarlo tapándose la cara con una almohada. Ella busca
reencontrar la opacidad perdida en la que lograban “lo uno”, mediante el
recurso de cubrirse con las sábanas. El ahora no lo quiere, quiere verla. Los
dos han dejado de buscar lo mismo. Finalmente se tapan con las sábanas, pero ya
no son “Lo Uno”, ya no pueden sostener que sienten lo mismo: mientras que para
ella ¡han tenido un orgasmo
juntos!, él cree haber tenido una eyaculación precoz y pide disculpas. Los dos ni son lo mismo, ni sumándose complementariamente
hacen “Lo Uno”. En la pareja empieza a haber dos ajenos; la ajenidad ha dejado de ser parte de un
afuera indiferente que podían expulsar. Junto con ésto – quizás por el
retorno de lo expulsado - la relación toma un cariz más intimista, la cámara se
entretiene en una escena muy tierna, ella lo acaricia a él. ¿Algo parecido al alegre hallazgo que se produjo en el
interludio en el restaurante? Han dejado de ser dos seres que cumplen con una
tarea; la relación se ha endiablado, es un tema de preocupación qué sienten. Se
ha roto la sensación de plenitud y de transparencia mutua que lograban en esa
relación, que ahora no solamente la sienten no plena, la sufren en tanto
limitada. En el próximo encuentro ella se siente ”perdida”, no quiere ir al hotel, está muy angustiada.
A la siguiente cita él llega
más tarde de lo habitual, ella está por irse, él se enoja. La relación ya no es
una eficiente maquinaria, ha entrado la problemática del amor; importa si el
otro espera, si se va, etc. Otra vez el hotel, pero sin la magia inicial, con
la sensación que puede ser el último encuentro. Ella rápidamente se va. Él
tiene miedo de perderla y desesperado sale a buscarla, no la encuentra. No sabe
su nombre, su dirección, ni quién es. Esto es por primera vez importante. Es
llamativo como él la busca, va andando por calles, baja a un “metro” y pasan
delante de él infinidad de caras, pero él busca una, la de ella. Ella para él
ha adquirido singularidad, es una cara en especial. Por otro lado cambia el
escenario de la relación entre ellos, ha pasado del bar y la habitación del
hotel al espacio publico. No han conseguido mantener esta relación en el
aislamiento social que hasta ahora han intentado. Ahora son una pareja que
circula e interactúa con el mundo.
Habían dudado si habría una
próxima vez, pero con alivio para ambos, vuelven a reencontrarse. Van hacia el hotel y mientras están en la
habitación, alguien pretende abrir la puerta. Aparentemente es sólo una persona
que se equivocó de cuarto. Pero no se trata sólo de eso, con esta persona que
había procurado entrar, entra un mundo que ellos intentaban dejar de lado.
Escuchan un ruido, descubren que el hombre que se había confundido de puerta se
ha descompuesto y empiezan accidentalmente una relación con él. Lo socorren y en el viaje en la
ambulancia les cuenta la historia de su propia pareja: ésta, es una historia llena de sinsabores,
pero también de grandes apegos. En el hospital se encuentran con la esposa.
Pese al sufrimiento compartido la esposa ¡no puede vivir si el marido se
muere!; esto los impacta, tanto por el contacto con el apego que sentían estos
dos desgraciados, como por percibir que la vida no puede ser reglada. El hombre
se muere y la mujer se suicida. Ambos quedan muy conmovidos, concluyen que hay
eventos con los que entran en relación que escapan a la voluntad de ellos.
Sienten que el afuera
irrumpe, ella dice “era la primera vez
que nos había sucedido algo que no habíamos decidido, algo tenía que cambiar”. Cuando
se ven - después de este accidente - en el bar, habitual prólogo de la
ida al hotel, se respira un aire distinto, son dos inseguros, no saben que siente el otro, cada uno de ellos está con la angustiante presencia
de otro ajeno (R. Moguillansky y G. Seiguer, 1996). Hay un tibio intento de
sincerarse. Ella propone no ir al hotel, le declara su amor y lo inquiere
acerca de que siente él. Sin embargo no están dispuestos a afrontar la
incertidumbre de querer ser querido. Prima el recelo. Cada uno se refugia en su
propio saber: la convicción que cada uno sabe
qué siente el otro; no pueden
afrontar que no saben. Este saber –
que siente el otro -, fuente de malentendido, los protege del dolor que
trae la incertidumbre de estar con otro y aspirar a una reciprocidad que ya no
está garantizada. Temen que la pérdida de “Lo Uno” lleve a la desilusión y no
la quieren enfrentar. Pese a que los dos en su fuero interno desea seguir
adelante con la relación, él dictamina que la relación no va a resultar, si seguimos juntos nos vamos a odiar, y ella acuerda. Prefieren que el vínculo se disuelva,
se evidencia la cobardía para afrontar que son dos sujetos diferentes, no se
arriesgan a una mayor complejidad vincular
6-8- El lugar del analista.
Cabe, a nuestro juicio, preguntarse si los vaivenes de la pareja
y el desenlace hubiesen sido diferentes si, en los inicios, hubiesen recurrido
a un psicoanalista y se hubiera analizado el vínculo.
Advirtamos que la relación,
sólo poco antes de la separación la sienten insuficiente, es recién entonces que ha dejado de estar basada en el
impersonal pacto originario; la relación en un comienzo les era satisfactoria,
no había nada que les resultara distónico No hubiese sido esperable, dadas las
características del contrato de mínimo compromiso que tenían, que hubiesen
consultado previamente. Por ésto mismo, tampoco, si alguien incidentalmente
hubiese hecho la indicación de psicoanálisis vincular, ésta hubiera encontrado
eco en ellos. Sólo en esta pareja hay sufrimiento
vincular cuando la emocionalidad desborda el limitado contrato inicial y se vuelve importante ser
querido, lo que tiene como contrapartida el temor de no ser elegido. Este
momento de sufrimiento vincular hubiera sido el eventual momento de la consulta.
¿Será la disolución un destino ineludible de este tipo de vínculo?. ¿Hubiese
sido posible abordar el conflicto
vincular psicoanalíticamente?. Es difícil responder. De hecho, se separan
porque no afrontan una mayor complejidad vincular, no hay preguntas, prefieren retirarse y no
sentirse rechazados. Pensamos que sólo hay lugar para un psicoanálisis y para
un psicoanalista cuando hay alguien que lo requiera.
Lo que sigue es todavía más
especulativo que lo que hemos
escrito hasta acá.
Al salir del cine alguien
nos comentó, ¡qué lástima que no pudieron seguir juntos!. Esta pareja, puede
dejar en el espectador, la pena
por un vínculo que se rompe. Si hubiesen consultado, probablemente, el analista
podría haber estado expuesto a
similares sentimientos y pensamientos que los que tuvieron nuestros conocidos a
la salida del cine. Es frecuente que se deposite, se transfiera en el analista,
no sólo las transferencias individuales, sino “el vínculo”, y alguna “misión”,
una eventual fantasía mesiánica de curación. Tendría el analista, si sintiera
esto, que interrogarse sobre por qué cree que debe cumplir con esta
“misión”, en este caso la “misión de que
sigan juntos”. El analista debiera soportar no ser Frantisek, su meta no es
lograr que no se separen, como Frantisek lo pretendía en la versión
cinematográfica checa del idiota. Tampoco, si hubiesen consultado, el analista
tendría que sentirse tentado en ser Frantisek, en tanto poseedor de una
supuesta visión transparente; su visión sobre lo que ocurre en el vínculo está
llena de opacidades. Vimos en el análisis que hicimos, como en ellas (en estas
opacidades) se instituyen de modo inconsciente, construcciones compartidas, que
dan sustento narcisista al vínculo, y que a su vez, son determinantes de lo que
manifiestamente se le hubiera ofrecido al analista, si esta pareja hubiese
consultado. Es tarea del analista vincular, analizar, descifrar estas
construcciones (que hacen a los mitos fundacionales), comprender sus orígenes,
hacerlas conscientes. Pensar lo que es pensable en estas opacidades, y además, last but not the least, modular la ansiedad que haga posible
contener lo no representable, lo no simbolizable, que hay también en ellas: la
inevitable inconsistencia del vínculo; la falta de – o más aun la
imposible - complementariedad que hay en toda pareja; la radical alteridad
entre sus integrantes (Moguilansky, R y Seiguer, G., 1996); lo que - con
parecido sentido -, nomina Kaës la negatividad radical: lo imposible de ser
simbolizado del otro: (Kaës, 1989); lo que nos viene enseñando Isidoro
Berenstein (y Janine Puget) con la ajenidad impuesta por la presencia del otro
(Berenstein, 2001).
Los avatares del amor en el vinculo de pareja. Encuentros y
desencuentros.
Comentario sobre el film “Antes de la medianoche” (Before
midnight)
[28]
Nos parece un hallazgo que
hayan propuesto para indagar la clínica vincular el film “Antes de la medianoche” (Before
midnight), en tanto en él se pueden visualizar de modo ejemplar los conflictos
habituales que suelen aparecer en las parejas y familias de la modernidad.
No hay comentario que resulte de una
aproximación ingenua y sin aprioris que convierta en datos lo que observamos.
Todo comentario implica alguna teoría presupuesta. En este caso una teoría
sobre el vínculo. Explicitaremos entonces la nuestra ya que nuestros
comentarios se apoyaran en ella. Pensamos al vínculo como un conector que transcurre en la intersubjetividad.
Este conector es instituyente de
una nueva subjetividad en los sujetos que han instituido ese vínculo y consideramos que lo instituido en el
vínculo produce efectos inconscientes en los miembros del mismo.
Partimos de la premisa que
en la conformación de los vínculos humanos no sólo hay un ligamen erógeno de un
sujeto con otro sino que al instituir un vínculo se establece un ligamen,
también erógeno, con la institución que se crea, el nuevo vínculo, lo conjunto que desde allí pasa
a conformarse, pareja, familia. A partir de entonces se producen efectos entre
todos los términos: la interacción se da no sólo entre los sujetos sino también
con lo conjunto que han instituido.
Aunque lo conjunto tenga manifestaciones visibles tales como reglas, acuerdos, costumbres,
pensamos que lo conjunto instituido excede lo sensorialmente
aprehensible. Con esta última afirmación proponemos que al conjunto pareja,
familia, subyace una organización no visible, una organización que los
determina de modo inconsciente, organización que se instituye al constituir el
vínculo.
Postulamos que la
constitución del vinculo familiar
[29]
, se ha organizado en Occidente, desde el
Siglo XX, no sólo como lo ha considerado clásicamente el
psicoanálisis por la elección:
a- de un
otro a imagen y semejanza de como se hubiese querido ser, (como el Yo ideal)
conformando “una relación narcisista”;
b-de un otro que se identifica con la madre dando lugar a “una relación anaclítica”;
c-de un otro
que se supone complementario que da por resultado “una relación fantasmática” o
d-como el
resultado de la clásica unión entre la mujer histérica y el varón obsesivo,
“una relación sintomática”
sino que, en
la constitución del vínculo de alianza se suma, para aquellos que lo conforman, además de las
determinaciones infantiles presentes, que se unen debido a la ilusión, la
creencia que tomando bases en el
enamoramiento suponen que se produjo en el mismo la consumación del “amor recíproco”.
La creencia,
con carácter de convicción, en la
consumación del amor recíproco como fundamento de la pareja es una construcción
cultural reciente, es una producción social del siglo XX.
Lo novedoso
de esta nueva institución es que se trata de una pareja y una familia que
encuentra su fundamento en la ilusión del amor recíproco. Denis de Rougemont
[30]
llamó a esta pareja “un invento de
Occidente”: una pareja sustentada
y nacida de la apasionada ilusión
del amor recíproco. Un elemento más a destacar es que en esa “nueva pareja” se
concibe que se articula el amor con la sexualidad.
La constitución de la pareja que funda la familia moderna que surge de
modo relativamente generalizado en el siglo XX, a diferencia de las formas
previas, se establece mediante la
creación de un tejido imaginario
que encuentra su “materialidad” en
el enamoramiento, el que debe dar sustento a una compleja trama emocional. Esto
último es lo que sustantiva a la
pareja moderna, en la apoyatura en ese tejido radica lo novedoso que
caracteriza a este “invento de Occidente”.
Con enamoramiento no aludimos solamente al
que Freud concibió desde cada individuo - el encuentro con otro a imagen y semejanza del Yo ideal - sino también
a un fenómeno que implica “la ilusión de una ilusión conjunta”, la ilusión conjunta de un encuentro entre gemelos o seres complementarios; un encuentro en el que se
genera “Lo uno”.
En ese
enamoramiento, en el que se ilusionan con constituir “Lo uno”, los que los sustentan suponen compartir “la ilusión de tener la misma ilusión”. Esto da fundamento a la creencia de participar “de complicidades sincronizadas y de
expectativas de mutuas reciprocidades”.
Los
enamorados se enamoran de esa ilusión. Sienten amor por esa “ilusión” la
creencia compartida que, si es que son una buena pareja
o una buena familia, “debieran sentir complicidades sincronizadas y
expectativas de mutuas reciprocidades”. Esta
“ilusión de tener la misma ilusión” es estructurante del vínculo. Incluso forma
parte de los mandatos sociales que instituyen a los individuos de nuestra
sociedad ya que la realización de la ilusión idealizada del amor de
pareja perdura en los “enunciados del fundamento” de nuestra cultura y aunque
para algunos grupos ésto puede resultar hoy desvaído, sigue teniendo pregnancia
instituyente para una parte importante de la sociedad. La referencia a esos fundamentos es
válida aún en las parejas que creen no haber experimentado el enamoramiento,
porque lo mantienen en general como referente de algo que debió haberles
ocurrido y les faltó.
La institución de los
vinculos presuponen un origen al que se lo instituye como fundador de lo
conjunto. Esto que proponemos sobre la constitución de lo conjunto sigue la
idea del establecimiento de momentos fundadores, estructurantes, orígenes
tomados en sentido lógico, no cronológico.
El origen, al que le rinde homenaje
cada formación de lo conjunto, no
se refiere a la realidad histórica de lo que ha pasado, aunque casi siempre hay
una fecha con que se lo conmemora sino a un momento tan perdido como la
infancia real. Cada conjunto construye un origen para explicar porque
están juntos. El origen entonces es una creencia derivada del mito
constitutivo de cada conjunto. No es un origen situado en un pasado ni tampoco
parece apropiado considerar el origen como un momento singular, aunque
míticamente se lo piense, se lo experimente así; puede haber infinidad de
orígenes.
La creencia en un origen de
lo conjunto incluye y determina todo lo que se historiza bajo el nombre de enamoramiento, experiencia
fusional inicial, etc., que se refiere no sólo a la evidente investidura
amorosa mutua sino, sobre todo, queremos remarcar la evidente investidura
narcisista sobre el mismo conjunto que han instituido. A ese origen, o a esos
orígenes, suelen poder remitirse las cualidades del vínculo y también sus
posibles líneas de fractura que
son las que suelen promover la consulta.
Este conjunto investido narcisísticamente lo
llamamos "Uno", para subrayar tanto el pasaje de la multiplicidad
(los dos de la pareja) a la identidad unificada (ser una pareja) como su
particularidad narcisista y fusional. Por supuesto ese Uno que creen haber constituido
es ilusorio. Esa ilusión del Uno no es patológica, más aún es una condición de
estructura.
Pensar desde lo Uno no es más que una fábula,
una "locura", lo mismo que pensar que existe un origen, del mismo
modo que es una “locura” la creencia que tienen los niños acerca de la
“universalidad fálica”, pero
parece ser una locura necesaria para advenir a lo que llamamos cordura.
consideramos que para poder pensar que algo falta hay que partir de un estado
ilusorio en donde nada falta.
Lo conjunto es entonces una trama de ficción en la que se convive, que
sustantiva lo agrupado, que toma sentido como contraposición a los sujetos
singulares que lo conforman; articula mundos inconmensurables como son los de
la fantasía, el cuerpo erógeno y la historia de cada ser singular, esa infinita
variedad de significados con la construcción de un nuevo nivel de sentido que
los abarca. El Uno es para nosotros el pasaje del mundo centrado en cada yo al
nosotros del conjunto, descentrado entonces de cada uno. Una realización de “Lo
Uno” que escuchamos es la que enuncia Niels Bohr en la obra teatral Copenhague
[31]
cuando le dice Heisemberg, describiéndole su relación con Margarita, su esposa,
que uno de sus mayores logros matemáticos es haber comprendido que para él uno es la mitad de dos. Ese “dos”, es Lo Uno.
Nos parece que vínculo (en
cualquiera de sus definiciones) alude tanto a lo que vincula como a lo conjunto que se conforma (así una
intervención puede describir un interés del conjunto o una particularidad del
vínculo, etc.). En su carácter de construcción intersubjetiva se le da sentido
en conjunto y, una vez que se le otorga sentido, da sentido a los que lo
conforman, creándose un nivel de realidad psíquica compartida.
Proponer
una “realidad psíquica compartida” crea el problema de especificar qué tipo de
representabilidad estamos sugiriendo que tiene “el vínculo”. La capacidad de
representar es individual. Lo conjunto, en tanto está descentrado de cada
sujeto, es opaco, no "se ve".
Creemos que lo que crea un
mundo compartido entre sujetos es precisamente la fantasía de tener una
fantasía en común
[32]
. Esta fantasía construida
en común - no por fantástica es menos eficaz en sus efectos- es precisamente lo
conjunto.
El origen
del vínculo es una construcción hecha por los que
instituyen el vínculo
La
“construcción” del vínculo implica, para los que lo crean, un nuevo paso en la constitución narcisística de su
subjetividad, “un nuevo, nuevo acto psíquico”. La institución que han creado instituye en ellos una nueva
subjetividad que está determinada de modo inconsciente por lo instituido
por esa nueva pertenencia.
Ese nuevo,
nuevo acto psíquico, da las bases
para inaugurar y cimentar un “imaginario conjunto” que, apoyado
en la premisa que entre los dos hacen “Lo Uno”, crea un sistema totalizador. En ese sistema toma forma un sistema de creencias familiares
conscientes e inconscientes que basado en una lógica identitaria instituye una
mentalidad en la que se supone se articula el amor con
la
sexualidad. Esta articulación encierra la promesa de “arribar a la felicidad”.
La lógica
identitaria instituye dogmáticamente un “sentido común”.
Este
“sentido común”:
a-recorta un
“universo finito y abarcable” dentro de un “universo infinito e
inabarcable”;
b-define
“qué es la realidad” de acuerdo a la mentalidad establecida en el
vínculo;
c-indica
cuáles son las diferencias permitidas y cuáles no.
Los
fundamentos de este imaginario funcionan como referentes identificatorios.
Theodor
Adorno y Max Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración plantean que
en la modernidad, en tanto se supone que se puede alcanzar un sistema de ideas
totalizador, toma barniz de “idea
sensata”, la idea de alcanzar la felicidad. Aunque las certidumbres de la
modernidad han sido cuestionadas
por Heisenberg con su “Principio de incertidumbre” o por Gödel con sus “Teoremas de incompletitud” cuando dice que si se puede demostrar que
un sistema axiomático es consistente a partir de sí mismo, entonces es
inconsistente, en la constitución de la pareja en la modernidad, aunque
hayan leído a Heisenberg y Gödel, suelen suponer que si hay suficiente amor en
la familia se construirá un sistema totalizador, consistente, siendo entonces la búsqueda de la felicidad un objetivo sensato.
Si
lo conjunto investido es un dador de sentidos es sede de la repetición y
potencialmente de lo nuevo.
El film “Antes de la
medianoche” es parte de una saga, una trilogía de películas, rodadas con largos
paréntesis de nueve años entre una y otra.
La primera parte de
esta saga comienza en Antes del amanecer cuando Jesse y Celine -por entonces veinteañeros- viajan en un tren rumbo a la
Viena de 1995 y pasan una noche juntos vagabundeando por la ciudad
prometiéndose un nuevo encuentro un año después. Antes del atardecer relata
un segundo encuentro nueve años más tarde entre Jesse y Celine con más de
treinta por las calles de París en el 2004. Antes
de la medianoche los reencuentra de vacaciones ya
cuarentones, en el soleado Peloponeso.
A los efectos de este
texto nos centraremos en Antes de la
medianoche sin suponer que nuestros lectores han visto los dos films
previos. Tomaremos la trama como si escucháramos una sesión de pareja en la que
esa historia previa, la narrada en tiempo real en los encuentros previos, que presuponemos los determina, no la
conocemos y eventualmente podemos reconstruirla desde el relato al que
accedemos. Lo hacemos así porque en las sesiones de pareja no asistimos a los
encuentros previos en tiempo real, sólo nos son relatados.
A los pocos minutos de
iniciado el film sabremos que Jesse y Celine están casados y tienen dos hijas
gemelas. Nos enteramos que Jesse y Celine han creado una familia ensamblada.
Veremos que en la pareja que conforman alternan momentos muy tiernos con otros
de intenso desencuentro. Trataremos de comprenderlos desde nuestra visión del
vínculo.
La primera escena del
film nos muestra a Jesse despidiendo en un aeropuerto a Hank, su hijo de 13 años, hijo de un
matrimonio anterior. Hank debe volver a Chicago para ingresar a la secundaria.
Es muy interesante desde el punto de vista vincular esta primera escena.
¿Cómo se procesa este
encuentro/desencuentro entre Hank y Jesse?.
Al padre se lo ve
conmovido ante esta despedida, parece sentir una enorme culpa por no estar todo lo presente que quisiera en la
vida de su hijo que regresa a vivir con su madre. Al hijo se lo ve incómodo con la relación
que el padre le plantea, en especial con la cercanía que éste le propone. En
esos pocos minutos, en la espera en el aeropuerto, antes de que embarque Hank,
aunque se los ve cariñosos, el clima es forzado. Jesse, el padre, intenta
establecer una relación con un mayor nivel de intimidad que la que desea Hank.
Quiere demostrarle a Hank que lo quiere y en ese intento se torna torpe e
intrusivo. Ante el ofrecimiento que hace Jesse de ir a Chicago a un evento en
el que Hank va a participar, Hank le pide que no vaya porque se va crear una
situación difícil con la madre. Lo que es proximidad para Jesse para Hank
resulta excesiva.
La definición de la
distancia ocupa un lugar central en la dinámica vincular. Solemos asistir a
relaciones en donde lo que para uno de los integrantes del vínculo es cercanía
para el otro es intrusión y, como contrapartida, lo que se propone desde ese
sentimiento de intrusión como distancia adecuada es sentida por el otro como
lejanía, abandono. Esta diferencia en lo relativo a la distancia no suele
procesarse como una diferencia sino como un desencuentro.
Queremos remarcar que
todo el diálogo entre Jesse y Hank transcurre en inglés. Como contrapartida
Jesse, cuando luego de despedir a Hank va al encuentro con Celine, quien está
fuera del aeropuerto, la encuentra hablando en francés. Esta diversidad
idiomática es uno de los tantos matices que entendemos toma la diversidad de
miradas y de modos de sentir que por momentos es sentida como un desencuentro
entre ellos.
A poco de comenzar el viaje desde el aeropuerto a la casa
en la que están hospedados, Celine enuncia aspiraciones personales en las que
no siente que haya resonancia en Jesse. No parece sentir que entre
ellos haya complicidades
sincronizadas y/o expectativas de mutuas reciprocidades. Ella, una feminista y
activista ecologista, se siente frustrada porque en esa pareja piensa que no
hay cabida para su desarrollo personal y supone que Jesse sólo quiere que ella
renuncie a estas aspiraciones para poder acompañarlo a él en sus proyectos con
Hank. Si embargo en ese largo viaje en automóvil pasan con facilidad a un clima
de bromas en las que las diferencias se pueden ir procesando. En ese clima de
bromas enuncian distintos modos de pensar acerca del trato con las hijas sin
que esas diferencias, que las hay, pongan en cuestión el buen clima entre ellos. Diríamos que son
diferencias permitidas.
Distinguiremos entonces
dentro de las diferencias entre las diferencias permitidas, aquellas que
parafraseando a Kuhn
[33]
- tomando
el modelo que él propone para la ciencia y aplicarlo a la vida familiar-
concebiríamos como “diferencias
normales” (como diría Kuhn desarrollos que son parte de la ciencia normal), que
por lo tanto no ponen en crisis el paradigma que los hace sentir unidos, de las
diferencias que denuncian “anomalías” que ponen en cuestión las bases mismas de
la relación, que por eso mismo son “diferencias revolucionarias”.
Hay una escena muy
reveladora del modo de funcionamiento de la pareja y de la familia que es la
que se da cuando paran a realizar unas compras. Luego de un momento de desorden
Celine toma en sus manos la organización y todos parecen acordar que está bien
así.
Es habitual que en las
parejas y las familias se establezca para las diferentes situaciones de la vida en común quien decide como se
hacen las cosas. Intuimos que Celine es la que organiza la vida cotidiana.
Al llegar a
destino nos enteramos que es
el último día de sus vacaciones y que están allí porque un prestigioso escritor
griego ha invitado a Jesse. Estas vacaciones han surgido de algo propuesto a
Jesse y su familia lo ha acompañado.
No es un tema menor en
la vida de la pareja y de la familia de quién son los proyectos, cuándo los
mismos son vividos como proyectos conjuntos o cuándo son de uno de ellos y los
demás adhieren con mayor o menor acuerdo.
Destacaremos algunas
escenas de lo que transcurre en la casa del escritor griego antes de que partan
a pasar su última noche de vacaciones en un hotel.
El ambiente que se
muestra es casi siempre relajado, festivo. Este clima parece interrumpirse
cuando Jesse, mientras acompaña a sus hijas al mar y las observa como juegan en
el agua recibe un llamado presuntamente de su hijo que lo ensombrece. No parece
tratarse de nada que lo alarme, pero la recepción del mismo lo pone en contacto
con este hijo que, por vivir él en Europa, dada su pareja con Celine y haber
formado una familia con ella, no puede estar cerca de su hijo. Remarcamos esta
escena porque en ella se expresa algo que le ocurre a Jesse y que también le
sucede a la pareja que tiene con Celine porque esto no se lo va a comunicar a
ella. Es parte de la vida vincular tanto lo que se dice como lo que no se dice.
Va a permanecer este evento y lo que Jesse sintió en él como algo que permanece excluido de la vida familiar.
Suele ser habitual en el funcionamiento vincular el silenciamiento de
pensamientos, situaciones, sentimientos que no son compartidos porque existe la
creencia que los mismos podrían entorpecer el buen clima. El buen clima suele,
en muchas ocasiones, estar apoyado en una falta de franqueza, una falta de
intimidad, en cosas que no se nombran, que no se hablan y que entonces dejan de
ser parte de lo que se concibe como una “realidad psíquica compartida”, aunque por no dichas no dejan de estar
presentes. Lo no dicho no deja de
tener efectos en la “realidad psíquica compartida”.
Ya en la casa del
escritor son muy interesantes las conversaciones que mantienen los hombres
entre sí, contando sus distintas impresiones y las charlas que tienen las
mujeres en la cocina. Parece enfatizarse que el modo en que piensan y sienten
los hombres son diferentes del modo en que lo hacen las mujeres. Esto parece
ser una de las dificultades esenciales en las parejas para que se de esa tan
anhelada resonancia que permita participar “de complicidades
sincronizadas y de expectativas de mutuas reciprocidades”.
Sólo nos detendremos en
alguna de estas escenas. Nos pareció especialmente ilustrativa aquella en la que luego de que el
hijo del escritor se incorpora al grupo de mujeres que está cocinando Celine
interpreta lo que ocurre entre marido y mujer, cuando el marido juega con un cuchillo, como una pelea de esa pareja. Ellos en
cambio afirman que “están negociando”, que ese es su modo de acercarse. Cada
pareja tiene su singular modo de procesar e interpretar lo que sucede en el
vínculo.
Nos vamos a centrar
ahora en la interacción que se da entre los huéspedes y el dueño de casa en la comida del mediodía.
En esa comida entre
todos van construyendo un encuentro muy afectuoso en el que Jesse halaga al
anfitrión y remarca que su hijo Hank ha dicho que estas vacaciones han sido las mejores de su vida. El dueño
de casa por su parte responde con un discurso también halagador. Todos parecen participar de un encuentro
alegre y festivo. Pasado ese momento todos ellos comienzan a narrar historias personales en especial
historias amorosas.
Destacaríamos algunas
que nos resultan útiles en tanto nos permiten ilustrar diferentes versiones del
vínculo amoroso.
El dueño de casa relata su vida con su
mujer ya fallecida. Cuenta que la
vida de ellos consistía en un acuerdo en el cual cada uno hacía su vida con
independencia del otro y que de ese modo habían conseguido una relación
apacible.
El hijo del escritor
junto con su mujer cuentan los avatares de su vida en pareja. En rigor ella
describe la diferencia que, según su perspectiva, se da entre los hombres y las mujeres. Los
hombres, en su versión, son seres centrados en sí mismos, preocupados por su pene y su virilidad y las
mujeres, en cambio, en su versión tienen un mayor contacto con sus hijos y con
su entorno. Sin embargo, quizás porque esa diferencias, como habíamos descrito
antes, se “negocian”, ellos arman una pareja estable, en buena medida porque la
mujer con una supuesta sabiduría tolera como una madre a este marido como si
fuese su hijo, tolera estas actitudes que en su versión son propias de los
hombres. Parecería que ella piensa que las relaciones entre los hombres y las
mujeres son así, no se pueden cambiar, y ella sabe llevarlas, sobrellevarlas con relativa alegría.
El nieto del dueño de
casa con su novia narran de modo apasionado un encuentro luego de que ella
había participado en una obra teatral en un anfiteatro, y este joven, el nieto,
luego de terminado el espectáculo, cuando se habían ido los asistentes al
mismo, por efecto de la buena sonoridad que había en ese lugar, le había
susurrado algo desde el centro del proscenio mientras ella estaba sentada en
las gradas. Luego de este relato los demás integrantes de la mesa se muestran
muy curiosos acerca de que le había dicho y ellos se niegan a revelarlo. Es
interesante por un lado la curiosidad que crea en los otros saber qué ocurrió,
qué le dijo y por otro lado como los actores del mismo lo mantienen en secreto. Sugerimos que
este secreto se suele deber a dos razones, por un lado porque es difícil poner
en palabras lo supuestamente ocurrido, lleva un tiempo transformar eso que se
supone el origen de la relación en un relato conjunto y por otro porque esa
escena a los ojos de los participantes, concebida como sublime, al ser
expuesta, corre el riesgo de tornarse ridícula.
Pasan entonces Jesse y
Celine a contar su vida amorosa, en particular el origen que él había revelado
en sus novelas.
Pese a que como dijimos
está supuesto en “el origen” un encuentro amoroso en el que se creyeron parte
de “lo Uno”, éste no se sostiene, al intentar convertirlo en una historia cada
uno muestra su decepción, su desilusión o la creencia que el otro no ha estado
a la altura de lo que los ilusionó para pensarse parte de un vínculo. Jesse
insinúa que él sí fue a aquella cita que habían convenido en Viena al
despedirse y que ella no fue. Celine cuenta que ella fue a buscarlo cuando
Jesse fue a presentar su libro en París y que en ese encuentro, como fruto de
la relación sexual que tuvieron ese día “antes del atardecer”, quedó embarazada
y que eso precipitó que se juntaran, se unieran.
Celine entonces
comienza una parodia, que Jesse acompaña, en la que ella hace el papel de mujer
boba y Jesse de intelectual viril, inteligente que se ve halagado por esta
mujer que cumple con el guión de hacerlo sentir un hombre exitoso, deseable.
¿Cuál es el evento que
da origen a la relación? ¿Cuál es el evento que ellos señalan como tal?
Diferentes relatos del
origen de la pareja y del origen de los malestares conviven en la vida de esta
pareja. Todos ellos muestran su eficacia en distintos momentos de la pareja. El
maravilloso y glamoroso “amor a primera vista” en el tren de Viena”/ el
desencuentro porque Celine no acudió a aquella cita convenida/ la búsqueda de
Celine a Jesse en París luego de haber leído como él contaba en trama de
ficción el encuentro amoroso en Viena/ el embarazo fortuito que resultó del
encuentro amoroso en París/ la renuncia de Jesse a estar cerca de Hank para
poder estar con Celine/ la
renuncia a su estilo de vida
estadounidense/ la exigencia que parece sentir Celine por lo que implica para
Jesse esa renuncia/ la presión que
ella cree que él le hace sentir por vivir en París/ la poca cabida que siente
Celine que tienen en la vida familiar sus preocupaciones feministas y
ecologistas.
Nos importa señalar la
importancia que tiene en el imaginario social “la felicidad” que se supone se
alcanza en el encuentro amoroso. Los anfitriones han decidido regalarles a
Celine y Jesse una última noche a solas en un hotel al borde del mar. Celine y
Jesse intentan rehusar la invitación pero es tal la insistencia que todos hacen
que no se puedan negar y tienen que aceptar ese lugar que a juicio de sus anfitriones es encantador.
La llegada al hotel
está precedida de una larga y hermosa caminata en la que están a solas sin las
hijas y sin Hank. Una charla por momentos divertida acompaña el paseo hasta el
destino.
Lo que se da en ella
transita por una serie de temas, cada uno de ellos daría para un texto diferente. Seleccionamos uno, el signado por el paso del tiempo. Este tiene como trasfondo una mirada
agridulce -impiadosa y emotiva, angustiante y divertida al mismo tiempo- sobre
el amor, el matrimonio, la paternidad/maternidad, el sexo y la carrera
profesional después de que se ha doblado la curva de los 40. En esa mirada se
pone de manifiesto que no son los mismos que se bajaron del tren en Viena. En
la vida actual en común tienen que cargar con la degradación de los cuerpos. Él
a sus 41 años no es el galán arrogante de los 23 ni el cuerpo de ella ha podido
soportar el implacable paso de los años. Celine se define actualmente como "una culona francesa". Celine vuelve una y otra vez con
una pregunta, que en si misma es imposible de responder pero no por eso deja de
ser importante: Jesse, ¿la elegiría?, ¿se enamoraría de ella siendo como es
ahora, en el tren de Viena?. Es importante darse cuenta que Celine no pregunta
si Jesse la elige ahora sino que pregunta si cuando se conocieron en el tren la
hubiese elegido tal como es ella ahora. Pregunta si su amor actual tiene la intensidad de aquel que experimentó
en el tren y la larga noche en que estuvieron juntos en Viena. El revés de la
trama de la pregunta es si siguen siendo, si siguen sintiendo lo mismo que en
la noche vienesa. Si no fuera así, qué es lo sostiene el vínculo y la atracción
mutua. Pregunta habitual y difícil.
Llegan a destino,
entran a la habitación del hotel.
La noche en el hotel es
un compendio de los avatares por los que suele pasar en la vida en pareja. El
comienzo en el que se da un encuentro sensual pronto se ve interrumpido. Celine
da muestras de su
hartazgo y resentimiento ante lo que ella siente como las recurrentes dudas, evasiones varias, falta de
compromiso, inmadurez y sarcasmo de Jesse.
Jesse trata de poner paños
frios a los enojos y reproches de Celine lo que la enfurece más a Celine. Jesse
también se sale de sus casillas y revela sus frustraciones, las renuncias que
ha implicado estar con ellas (Celine e hijas). Todos ésto incluido en un clima
de violencia verbal, portazos idas y vueltas.
Despues de esa larga, dramática
escena en el hotel, Jesse recurre como modo de zanjar el malestar, intentar
ilusionar a Celine con un proyecto común, proyecto armado con la argamasa de una noticia que había
recibido recientemente de su abuela cuando ella cumplió ochenta y tres años y
que no había contado antes a Celine. Esta noticia recién
la compartió con Celine en la
caminata hacia el hotel en el seno de un momento muy tierno entre ellos.
El proyecto se hace viable
cuando dejan de lado los reproches causales mutuos y se concibe que pese a las
frustraciones mutuas tienen el deseo de compartir la vida. Es central para
sostener este deseo la emergencia de un proyecto.
La enunciación del proyecto
surge tomando como base la anécdota de la abuela de Jesse y consiste en
pensar cómo podrían recordar este
encuentro cuando ellos lleguen a los ochenta y tres años. Jesse entonces le
dice a Celine que podrían
rememorarlo como un momento
placentero, pleno de sensualidad y amor si ésto fuera lo que entre ellos
estuviese ocurriendo en el momento que están viviendo al borde del mar. Para
poder recordar este encuentro en un futuro todavía no sucedido, sería necesario
que se diera en ese presente un encuentro glamoroso a orillas del Egeo.
Se logra así, para beneplácito del espectador,
que un hombre y una mujer, nueve años, dieciocho años después, vuelvan a
elegirse.
El imaginario social se siente complacido con un
final en el que las cosas terminan bien.
Aunque en el transcurso del siglo XX, cada vez
más asistimos en el cine y en la literatura a narrativas en la que no triunfan
los buenos y no terminan como en el cine de Hollywod de los 50 con un largo
beso y un happy end, los valores de la modernidad - en este mundo posmoderno
que ha dejado de creer en los grandes relatos, en el amor- sigue teniendo un
importante lugar, pero también debemos dar cuenta de sus inconsistencias.
Así si los guionistas de esta película Richard Linklater,
Julie Delpy y Ethan Hawke hicieran un nuevo film, como continuación de esta
saga, seguramente tendrían que dar cuenta del maravilloso pero efímero
encuentro con el que finalizó este film, a menos que estén juntos esperando
cumpir los ochenta y tres años y contarse esa historia.
El proyecto
permite que algunos aspectos del mundo vincular se organicen buscando estabilidad,
colabora en el rearmado de un establishment que provee seguridad en tanto
relanza la ilusión de un mundo compartido, tiene una función continente. Esa seguridad es nuevamente
jaqueada, el proyecto no puede sostener incólume lo establecido, los sentidos
compartidos en el vínculo son
inconsistentes y demandan un permanente trabajo vincular.
Las experiencias de encuentro en un vínculo
son siempre transitorias y la emocionalidad en él, en su mejor
rendimiento, es alternante,
pulsátil.
Este film pone en el tapete
de este modo como ese invento de Occidente, la pareja instituida y sostenida en
la suposición del amor recíproco puede eventualemte sostenerse.
Esa pareja nacida sobre la ilusión del
amor recíproco revela a poco andar que ese vínculo impregnado
por el anhelo de un reencuentro con alguien conocido, con alguien con el que se
cree tener representaciones comunes, un diálogo que presupone un
conocimiento del otro que en ocasiones tiene la pretensión de permanecer
inmutable, con el paso del tiempo no se cumple.
Aparecen sombras cuando no se cumple dicha expectativa y sentimos
decepción que aquello que “conocimos” del otro no siga vigente tiempo después.
Comprobamos en cambio que pese al anhelo de preservar “la ilusión de tener
la misma ilusión”, pese al anhelo de homogeneidad y armonía, el imaginario vincular instituido es una aleación de
contradicciones y equívocos. Los miembros del vínculo tienen que lidiar con una ruptura
del orden, de la armonía, que suele ser vivenciada como una interferencia con
una continuidad ilusoriamente posible.
La interferencia produce desilusión. Se despliegan entonces una gama de
respuestas dadas por las diferentes capacidades de absorber la desilusión en
cada vínculo.
Los intentos
de saldar la inconsistencia son origen de nuevas repeticiones que tratan de
recuperar la consistencia.
Los intentos
son fallidos y dan lugar a la
inevitable emergencia de una
diferencia en los intentos de
repetición.
Buena parte
de la clínica vincular está determinada por el procesamiento de esa diferencia.
En este
sentido este film refleja la gran épica romántica de la generación instituida en la
modernidad.