Cómo la perversión aparece en el campo intersubjetivo de la relación analítica
Desde el ensayo de Freud sobre Leonardo, y su artículo sobre el fetichismo el psicoanálisis ha recorrido un largo camino para comprender la perversión. Disponemos de una vasta y original literatura psicoanalítica para descifrarla en sus raíces inconscientes.
En este texto queremos puntualizar las ideas centrales de nuestra contribución, cómo la perversión aparece en el campo intersubjetivo de la relación analítica.
Rodolfo Moguillansky
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Introducción
En este escrito damos como
teoria presupuesta las teorías psicoanalíticas acerca como comprendemos la
perversión teoricamente. (ver introducción de Escritos clínicos sobre
perversiones y adicciones, (compilador y autor de la introducción y varios
capítulos, Rodolfo Moguillansky) Ed, Lugar, Buenos Aires, 2001.
Privilegio aquí como se
expresa en la situación analítica.
Desde el ensayo de Freud
sobre Leonardo, y su artículo sobre el fetichismo el psicoanálisis ha recorrido
un largo camino para comprender la perversión. Disponemos de una vasta y
original literatura psicoanalítica para descifrarla en sus raíces
inconscientes.
En este texto queremos
puntualizar las ideas centrales de nuestra contribución, cómo la perversión aparece
en el campo intersubjetivo de la relación analítica.
La situación analítica no es una "situación social
cero"
Nuestra contribución pone el
foco en un punto específico. Para desarrollarla partimos de que hay suficiente
consenso para pensar que la situación analítica no es una "situación
social cero". El analista no sólo refleja como un espejo, es parte de un
“campo dinámico”.
La personalidad del
analista, su biografía, su ecuación personal, su contratransferencia, su teoría
personal, su pertenencia a una escuela, su cosmovisión y su antropología
latente, etc. son constituyentes
intrínsecos de la situación analítica.
La situación analítica con pacientes perversos explorada como una realidad
intersubjetiva
Proponemos que la
'perversión' requiere una redefinición conceptual y clínica", una
redefinición clínica que implica la aplicación de la fenomenología como método
exploratorio a la situación analítica como realidad intersubjetiva.
.
¿Cómo la perversión aparece en el campo
intersubjetivo de la relación analítica?
Creemos que no ha sido todavía explorado lo suficiente un aspecto relevante en
nuestra práctica psicoanalítica
con pacientes perversos: cómo la perversión aparece en el campo
íntersubjetivo de la relación analítica.
La perspectiva que exponemos
incluye tanto, como el perverso performativamente afecta la mente del analista,
como el analista contribuye a esta realidad intersubjetva con sus propias
dificultades contratransferenciales.
En
este contexto estamos usando contratransferencia en el sentido clásico del término,
como los puntos ciegos del analista.
La realidad intersubjetiva
Definimos la realidad intersubjetiva como
aquella región de nuestra realidad personal o psíquica que asumimos es
compartida por nuestro prójimo.
La realidad
intersubjetiva circunscribe
el mundo compartido, que se expresa y se estructura en el lenguaje, de alguna
manera el más real de todos, es la realidad humana y socializada de
nuestra vida familiar, de nuestro trabajo, el mundo de nuestra experiencia
cotidiana más inmediata, en interacción constante y dialéctica con nuestras
emociones y fantasías, nuestros sueños y pensamientos más inconscientes.
De acuerdo con esta
definición de realidad intersubjetiva, como realidad compartida, lo que
llamamos realidad psíquica tendría un aspecto idiosincrásico, no comunicable
—propiamente interno—, y otro aspecto comunicable, que también
sería “externo”, desde el momento en que es accesible para la realidad psíquica
del prójimo. Asignar sentido, interpretar, es entonces poner límites, discriminar
entre la fantasía idiosincrásica, íntima, y la fantasía, por así decirlo,
“compartible”.
La situación analítica crea una nueva realidad social:
un campo de acuerdo intersubjetivo en el que se da un reconocimiento tácito de que paciente y analista, pertenecen
al "mismo mundo".
Planteamos que la situación
analítica crea una nueva realidad social como un campo de acuerdo
intersubjetivo entre analista y paciente en el que se da un reconocimiento tácito de que ambos,
paciente y analista, pertenecen al "mismo mundo".
Se configura entonces un
campo intersubjetivo, donde cada participante es definido por el otro. El
contacto bicorporal trasciende al contacto entre las mentes. Esta comunión se
expresa en la idea de "mismo mundo", al que también pertenece la materialidad
de la existencia, apropiada en su referencia esencial al ser humano, a
"nuestro mundo".
La situación analítica determina el polo simétrico del
campo intersubjetivo
La pertenencia al mismo
mundo, a "nuestro mundo", determina el polo simétrico del campo
intersubjetivo.
El acuerdo intersubjetivo
tiene también un polo funcional, asimétrico, definido por los respectivos roles
de analista y de paciente.
La polaridad
simetría-asimetría es dinámica y cambiante de acuerdo con las vicisitudes
conscientes e inconscientes de ambos participantes.
Nuestra contribución: En este texto queremos contribuir a la elucidación
sobre cómo la perversión es parte del campo intersubjetivo en el psicoanálisis
con pacientes perversos.
Resaltamos la importancia
que tiene para la marcha de un psicoanálisis, que el analista pueda tener un insight
sobre esta realidad psíquica intersubjetiva.
Enfatizamos que es particularmente importante en la
elaboración que se debiera dar en
el analista de los obstáculos contratransferenciales que le plantea mientras
transcurre la transformación en el campo de la situación analítica.
Exploramos los siguientes temas
1.
-como la perversión llega a ser
parte de la realidad psíquica en la mente del analista.
2.
- dificultades contratransferenciales
del analista en el análisis con pacientes perversos.
3.
-indicadores de cambio en el campo
de la situación analítica
Como la perversión llega a ser parte de la realidad psíquica
en la mente del analista.
La perversión pone a prueba
la amplitud de escucha del analista y el respeto por la singularidad del deseo
del paciente y hace vacilar la aspiración
a la neutralidad.
Para el analista, metido
dentro del campo de la situación analítica, algunos axiomas teóricos se vuelven
menos claros, y corre el riesgo de perder la asimetría básica del pacto
analítico.
Uno de los riesgos es que en
el psicoanálisis con pacientes perversos la situación interpersonal puede pasar
a ser estructurada por vinculaciones inconscientes simétricas, en la que analista y paciente entran en
inadvertida complicidad en contra del proceso analítico.
El progreso del proceso
psicoanalítico depende de la funcionalidad de sus aspectos asimétricos puesto
que si la interpretación de las similitudes (simetrías) facilita el
establecimiento y desarrollo de las transferencias, la interpretación de las
diferencias (asimetrías) posibilita la resolución de las transferencias y, con
ello, la cura.
La colusión perversa es
paradigmática de la situación de complicidad inconsciente en contra del trabajo
analítico. En el análisis de un perverso se estructura de manera tal que el
proceso cursa precisamente a través del levantamiento de los baluartes: en
un primer momento, la colusión perversa es inevitable.
La estructura perversa ha
sido caracterizada desde Freud
como la escisión del yo, la negación o desmentida de la castración y por
la negación o desmentida de la realidad, en especial, de las diferencias de
sexo y entre las generaciones. Entendemos
que estas notas metapsicológicas son la traducción en la teoría de lo que en la
mente del analista aparece inmediata y experiencialmente como una particular
dificultad en el establecimiento y mantención del acuerdo intersubjetivo básico
que sustenta la relación psicoanalítica.
Esta dificultad no depende en
última instancia únicamente de
problemas contratransferenciales no resueltos por parte del analista (aun
cuando éstos pueden estar presentes), sino que constituye el rasgo
característico y esencial del tipo de relaciones intersubjetivas que el
paciente perverso establece.
De estas dificultades nos
ocupamos más adelante. En primer lugar, otro tipo de problemas. Queremos
resaltar como el analista al intentar poner su mente en contacto con la mente
del paciente perverso, el analista terminará, una y otra, vez atrapado en una
relación dual:
Por un lado, el perverso
funciona en el mismo mundo que el analista: ambos conversan entre sí,
comparten, trabajan en conjunto.
Por otra parte,
simultáneamente el perverso parece vivir en un universo idiosincrásico, en una
seudo-realidad, en un mundo ilusorio donde no existen las experiencias de
castración ni tampoco la vivencia de diferencias entre los seres humanos,
donde, en definitiva, no existe la diversidad de realidades que hacen que el
mundo de que hablamos sea precisamente un mundo humano.
Este otro mundo, más bien un
seudo-mundo, se muestra inaccesible experiencialmente para el prójimo, y es lo
que aparece en la mente del analista como el secreto que el perverso parece
guardar celosamente.
La empatía se actualiza a
través del "ponerse en el lugar del otro". En este ejercicio de
identificación y de diferenciación, nos imaginamos, junto a nuestros pacientes,
situaciones cotidianas en que miramos el mundo "a través de sus
ojos". Con los pacientes perversos esto sucede de la misma manera, hasta
que, con sorpresa, caemos en la cuenta que, frente a la situación específica en
cuestión, el paciente no está en la misma perspectiva nuestra, precisamente, no
comparte este "pedazo de mundo" con nosotros.
Es habitual que la perversión
se anuncie, por así decirlo, atmosféricamente, "por el tono y los
matices". No entra directamente en el campo intersubjetivo; queda
"colgando", como cuerpo extraño, en la subjetividad del analista. Aun
cuando éste conozca desde el comienzo las características de los actos o
fantasías perversas de su paciente, no podrá captar de antemano como éstos
"tiñen" la atmósfera de la relación. Una vez que la atmósfera
perversa esté suficientemente identificada, el trabajo analítico consistirá, precisamente,
en acercarse al núcleo perverso desde su periferia, desde las experiencias
vitales originarias que sí comparten analista y paciente. La persistencia del
baluarte perverso va más allá de lo que las formulaciones en términos de
mecanismos de defensa primitivos pueden describir, pues ésta llega hasta la
transgresión subrepticia de las reglas de la lógica que constituyen la trama de
nuestra relación cotidiana con la realidad, tanto interna como externa. Parece
más cercano a la verdad decir que el perverso nos muestra una realidad donde
ésta no existe. En esto reside el engaño.
Desde una bilógica de la
intersubjetividad, se puede decir que, ahí donde el analista espera un juicio
asimétrico, se revela, sorpresivamente y ex post factum, que el paciente
ha consumado un juicio simétrico. Es decir, donde debía haber una diferencia,
resulta, a posteriori, que el perverso había sobreentendido (es decir,
asumiendo olímpicamente compartir el mismo juicio con su analista) una
igualdad.
La perversión aparece en la
mente del analista como una trasgresión subrepticia y sorpresiva del acuerdo
básico que hace posible y estructura el encuentro intersubjetivo, llegando
hasta la alteración de las reglas de la lógica aristotélica.
Al entrar en contacto con la
realidad psíquica del perverso, en la mente del analista se configura un mundo
cuya atmósfera se tiñe engañosamente de una erotización que tarde o temprano
cobra cualidades de violencia. El núcleo perverso queda, como falsa realidad,
colgando en el aire como una experiencia inaccesible a la empatía del analista.
La única manera de alcanzarlo es desde su "periferia",
indirectamente, tratando de reconducirlo hasta sus raíces intersubjetivas.
Si consideramos la fenomenología del vínculo perverso,
según se despliega en la relación analítica, el analista se dispone a empatizar
con su paciente. Precisamente, en ese proceso partimos del supuesto de que
compartimos el mismo mundo con el paciente. La sorpresa que describimos se
produce cuando nos topamos con alguna de estas “combinaciones imposibles” que
nos impiden comprender, “desde el lugar del otro”, la relación entre el deseo
voluptuoso y la rabia, la angustia o el asco, según sea el caso.
En ese momento, la sintonía
emocional se rompe, como un espejismo de comprensión que súbitamente
desaparece, para dar lugar a lo ajeno, a lo incomprensible: la identificación
empática del analista con el núcleo perverso de su paciente es una “combinación
imposible”.
Tales combinaciones
imposibles que pervierten los niveles básicos de la relación “natural” con
nuestro cuerpo, es decir, con nosotros mismos, y con los demás, son en realidad
“simetrizaciones imposibles”.
Las combinaciones imposibles
entre afectos, apetencias y acciones terminales son usadas por los pacientes
para proteger y preservar su identidad.
Dificultades contratransferenciales del analista en el
análisis con pacientes perversos
Discutimos también el
otro polo de esta realidad
intersubjetiva en el análisis
con pacientes perversos: las dificultades contratransferenciales
del analista. Exploramos cómo opera la mente del analista y como es su participación en el proceso
analítico con pacientes perversos.
En la escucha analítica con
pacientes perversos tenemos que lidiar no sólo con lo determinado por las
relaciones intersubjetivas que el paciente perverso establece con el analista
sino también con las dificultades
que dependen de problemas contratransferenciales no resueltos por parte del
analista.
Indagar
en esa línea implica explorar como en el psicoanálisis de la perversión se pone
al rojo vivo la imposibilidad del analista de respetar a rajatabla la regla de
abstinencia.
En
el psicoanálisis de pacientes perversos nos vemos confrontados de un modo muy
particular con nuestros puntos
ciegos, prejuicios, pasiones, enigmas, deseos y carencias, con “la ecuación
personal del analista”.
Al
analizar perversos, como resultado de lo que se produce en nuestra persona, en
nuestra realidad
psíquica, ejercemos efectos en el espacio analítico y participamos
indeseadamente en las interacciones
vinculares con los pacientes.
“La ecuación personal del analista” nos lleva a escuchar lo dicho por el paciente perverso - en
tanto estamos moldeados por significaciones sociales que operan y
enmarcan nuestra escucha - con un determinado modo de sentir y pensar.
En especial como nos vemos movidos
por “modalidades sexuales
extravagantes respecto de nuestros cánones habituales”.
Los perversos, suelen intentar con sus modalidades sexuales extravagantes respecto de nuestros cánones habituales
un clima de fascinación.
Proponemos que
es importante, en un primer momento, pese a un eventual rechazo, que el analista se deje tomar por la
“fascinación” que suele promover el paciente perverso ya que es la vía por la
que la actuación comienza a tener existencia en la sesión, a tener figuración
en el campo analítico y en la mente del analista.
Tolerar
la fascinación del “relato-visual” de estos pacientes para que estos
adquirieran figuración, conlleva el riesgo para el analista de perder la
“atención flotante” por la captura de la “escucha visual”. El analista suele
sentir el peligro que estos pacientes se adueñan de él a través del
relato-visual fascinante.
Por
efecto del “relato-visual”, parecen suspenderse sus ideas y se siente incluido
en una situación que transcurre en un tiempo detenido. El analista, “fascinado
en esa escucha visual” llega a sentir que está en peligro de quedar
inmovilizado por “lo visible”.
Planteamos la necesidad de,
sin perder nuestra abstinencia, dejarnos incluir en el relato-actuación del
paciente.
En
la actuación perversa, por su
cadencia repetitiva, se da además
del intento de desmentir - si es que podemos incluirnos en el campo – la posibilidad de explorar y
de significar la significación
desestimada.
Por las modalidades que toma
la actuación, no siempre la podemos enlazar con nuestras propias ligazones asociativas con las palabras
en tanto lo que dice y hace el paciente perverso nos suele resultar extraño, extraño (unheimilch), en el sentido que extraño tiene desde Freud este sentimiento para
el psicoanálisis.
No
suele resultar fácil incluir lo que sentimos como extraño.
Por
un lado para cumplir con la regla de abstinencia que nos reclama el método
tenemos que poner en suspenso el sentido común - en tanto función
unitaria o unificante -, que nos lleva a creencias basadas en un orden
natural o incluso de una ley natural. Una ley natural que expulsaría lo que esa
supuesta ley califica de antinatural.
Por otro, hace a nuestra
pertenencia a la cultura, que no sólo rechacemos lo repudiado por la cultura,
sino que también renegamos del repudio que hacemos.
Exploramos entonces cuánto
podemos consentir en nuestro espacio mental la expresión de hechos, actitudes o
deseos de otros repudiados por la cultura. O lo que suponemos - desde nuestra pertenencia cultural – que no concierne al orden humano.
El psicoanálisis con
pacientes perversos nos suele confrontar no sólo con lo radicalmente
inaprensible que es el otro para nuestro yo y lo inaccesibles que somos para el
otro en la realidad intersubjetiva que conformamos sino también con lo que
suponemos que no es de nuestro mundo, como existente en nuestro mundo
humano.
Aquello que definimos que no es de nuestro mundo, que no es, en sentido radical,
nos produce extrañeza, lo
sentimos como ominoso, o lo calificamos como inmundo.
Ante lo que afirmamos que no
es de nuestro mundo solemos dictaminar no sólo que no está bien, que está mal sino también qué no
es. Enfatizamos que en este punto pasamos con facilidad de
formular un juicio de atribución a enunciar un juicio de existencia.
Al exponer este juicio que
no es del orden de lo humano con la fuerza de una convicción, como un
juicio de existencia, o en rigor de inexistencia, intentamos evitar los
penosos roces que nos trae este sentimiento de extrañeza.
Desde este juicio de
inexistencia, solemos refugiarnos en la convicción que sabemos de los otros
y que los otros saben de nosotros. Este saber dictamina también sobre lo que es
mundano o inmundo; rellena
así la opacidad, niega nuestra ceguera para ver dentro del interior del otro lo
que expulsamos de nuestro mundo al definirlo como bestial.
Para poder analizar tenemos
de recorrer el camino inverso, el que va de la calificación de bestialidad a la
de extravagancia, y que entonces a aquello a lo que le negamos existencia, como
parte del orden humano, se la admitamos, lo podamos pensar, aunque tengamos
dificultades para representarlo o entenderlo.
La perversión nos suele
confrontar con cuestiones que están muy por fuera de nuestro mundo habitual,
muy por fuera de la consulta con la que estamos familiarizados. En ellos la
falta de una teoría precisa y la poca o ninguna experiencia clínica, nos puede
llevar a sustituirla por prejuicios travestidos de conocimiento científico.
Proponemos que lo que no
podemos conocer del otro, lo que rechazamos en el otro, aunque no lo podamos
representar, sí lo podemos eventualmente pensar. Este logro, rescatar la
capacidad de pensar por parte del analista, de aquello que por diferentes
razones no puede representar tiene enorme trascendencia en la marcha de un
psicoanálisis; cuando el analista lo piensa, da condiciones de posibilidad a
las transformaciones en su
paciente, en tanto considera a este inexistente pensable.
Para que esto se produzca
hace falta – en el analista - realizar un trabajo psíquico, del que el
relato clínico que describimos pretende ser un ejemplo.
Indicamos que la abstinencia psicoanalítica y la
neutralidad que le prescribe el método no son productos que no le son dados naturalmente
al analista, sólo se le hacen ciertas luego de una laboriosa tarea que le es
necesario hacer una y otra vez, ya que esas prescripciones – neutralidad
y abstinencia -, esenciales para el método, invariablemente amenazan
traspapelarse.
Sugerimos que tenemos que
incorporar a la hora de entender la constitución subjetiva, como inciden los
conjuntos a los que un individuo pertenece: la familia o la pareja y los otros
del mundo social. Como inciden no
sólo en lo que hace a los
modos de entender la constitución de un sujeto, sino que también estas
significaciones siguen operando y dejando marca, enmarcan a los sujetos en un
determinado modo de sentir y pensar; esto incluye como significa el analista lo
dicho por el paciente.
En el análisis de pacientes
perversos se hace necesaria una intensa elaboración de la contratransferencia.
No concebimos a la contrataransferencia sólo originada en los que el paciente
puede depositar en el analista, sino también reconocer en el analista ideas preconcebidas, producto de la
imposibilidad que tenemos de acceder totalmente al otro. Una de las ideas a
revisar es que si bien sabemos que, en la relación con el otro, la
representación es el medio que tiene el yo para tomar lo que este otro le
ofrece, tenemos que dar lugar a lo inaprensible, a lo irrepresentable que se da
en esta relación. Debiéramos asumir que nuestra dificultad para representarlo
nos lleva, por nuestra pereza mental, a concebirlo como inexistente. Esto se
refiere tanto a lo inaprensible del otro, que no nos es posible representarlo,
a lo incomprensible, que tendemos a descartarlo, a lo que no compartimos
culturalmente, que solemos demonizarlo y repudiarlo; tenemos que realizar un
intenso trabajo para que todo esto sea
pensable.
Sólo cuando le damos lugar a
lo inaprensible, a lo incomprensible, a lo horroroso esto se transforma en un
existente en la situación analítica.
Indicadores de cambio en el campo de la situación
analítica
Exploramos por último
indicadores de cambio en la situación analítica.
Las escenas constituyentes
de las actuaciones perversas no suelen ser narrables en los
comienzos de los análisis. Estas escenas habitualmente transcurren en un espacio
extraño al que los perversos
comparten con otras personas, en el que dialogaban con otras personas,
ajenos a su diario pensar,
también ajeno al que se despliega en la situación
analítica. Esto no sólo
ocurre por ocultamiento. Los
perversos no suelen tener palabras para describirlas.
Proponemos
como un momento de inflexión en un psicoanálisis que el paciente se avenga a
hablar acerca de su “actuación” en la sesión.
Narrarlas
es el resultado de un largo trabajo. Suele llevar largo tiempo que el perverso
encuentre palabras que describan
su experiencia, sobre todo como están involucrados emocionalmente y con ellas
construir una narración.
Los perversos en el relato la escena muestran un
contacto con el mundo signado por una pluriexcitación sensual, que les provee
una sensación de saturación sensorial. Se sienten dueños de las personas que
los rodean, las que funcionan como marionetas de cuyos hilos tiran.
Como mostramos más arriba hay un primer intento de
desplegar una escena fascinante. La
fascinación proveniente de la idealización de conductas encubiertas con una ganancia de placer que
dependen de la inclusión en una cosmovisión donde se encuentra un placer sexual
vivido como excepcional. Está oculto que estas actuaciones conducen a un deterioro y pérdida de
relación con el objeto, en la que se escinde tanto el yo como el ideal del yo.
Ya dimos referencia del manejo de esa cuestión en el
apartado anterior.
Sin embargo, junto a este carácter grandielocuente, se suele poner en
evidencia que las escenas, en su reiteración que tienen una misma configuración que se
ensambla con iguales características cada vez, una suerte de acto teatral que
mecánicamente se repite y que estas tienen un cariz compulsivo.
Es un importante indicador de cambio que el paciente
tome conciencia
del cariz compulsivo de su actuación.
Si el analista puede sostener el despliegue de esta
escena, al tomar más consistencia el relato acerca de la actuación, es
inevitable, por efecto mismo de la narración, el insight acerca del cariz compulsivo, la incongruencia entre dos modos de ser, de pensar, lo que pone en evidencia de que
son sujetos divididos lo que suele llevarlos a experimentar pudor.
El cariz
compulsivo de la actuación junto al sentimiento de vergüenza y de
incongruencia no suelen ser
sentimientos fácilmente admitidos. Su emergencia generalmente se acompaña de
situaciones de violencia que los
lleva a una actitud desafiante.
La emergencia de atisbos de
pudor, y la sensación de incongruencia, son indicadores de una escisión que
empieza a tener fisuras. Cuando esto se logra, la actuación deja de ser algo
ajeno a su conciencia y a su memoria, pierde consistencia el discurso
autosuficiente y la ilusión que desde su voluntad se decide que ocurre en su
vida. Este insight suele acrecentar la violencia en razón de la nueva herida
narcisista que ocasiona, pasando de la vergüenza a la humillación.
La
fractura de la Spaltung suele tener como consecuencia una intensa conmoción en la situación analítica. En estas ocasiones el
analista y paciente suelen terminar, una y otra, vez atrapado en una relación
dual. Asistimos a fervorosas
tentativas de suturar la brecha que trae el insight sobre
el doble modo de ser del paciente perverso y la doble relación que tiene
con el analista.
Esto
lleva como intento de solución a argumentos en donde se hace evidente la mala fe un discurso mentiroso y tramposo. Emerge entonces con toda su fuerza la Transferencia
perversa. El paciente a
través de la erotización del vínculo de intenta pervertir el vínculo
transferencial poniendo a prueba la capacidad del analista. En particular lo
derivado de las perturbaciones
pragmáticas de la comunicación y del poder omnipotente que en la actuación
perversa se ejerce sobre los otros, con la perdida consiguiente de autonomía e
independencia. Tenemos que lidiar entonces con los problemas técnicos que crea la ideología del paciente
cuando la usa defensivamente.
Cuando podemos contener y elaborar la
conmoción que provoca la fractura de la Spaltung, un fuerte indicador
clínico de cambio en los análisis de perversos es la aparición de sueños
Soñar, es un paso que va más allá
del relato de la actuación,
implica una la experiencia
emocional que conlleva el tránsito de un lado al otro del Spaltung
freudiano.
Proponemos en este libro que es
posible la experiencia emocional que implica el tránsito de un lado al otro del
Spaltung freudiano, y que son
posibles transformaciones de la actuación
perversa en sueños. Que la continencia analítica dada por comprender la
situación analítica como intersubjetiva, permitiendo que la pareja analítica
los piense, crea mejores condiciones para el abordaje de la perversión y la
eventual transformación de la
actuación en pensamientos.