El movimiento, una peculiar institución.
El movimiento, una institución sin organización institucional
Rodolfo Moguillansky
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-P: ¿Y qué piensas tú? Quiero decir, ¿qué se te ocurre cuando un francés mueve los brazos?
-H: Se me ocurre que parece tonto. Pero me imagino que a otro francés no le parece eso. Es
imposible que todos parezcan tontos los unos a los otros. Porque si lo parecieran, deja rían de hacerlo. ¿No lo crees?
-P: Tal vez, pero la pregunta no es
sencilla. ¿Y qué otra cosa se te ocurre?
-H: Bueno, que todos parecen agitados. P:
Está bien: con que tontos y agitados.
-H: ¿Pero estarán realmente tan agitados
como parecen? Si yo estuviera tan agitada, necesitaría bailar, cantar o golpear a alguien en la nariz... en cambio,
ellos lo único que hacen es seguir moviendo los brazos. No pueden estar agitados de veras.
-P: Bueno... ¿son realmente tan tontos como
te parecen a ti? Y de todas maneras ¿por qué tú algunas veces necesitas bailar,
cantar y golpear a alguien en la nariz?
-H: Es que a veces sencillamente
lo siento así.
-P: Tal vez el francés también lo siente
sencillamente “así” cuando mueve los brazos a todas partes.
Gregory Bateson[i]
1- LA PERTENENCIA AL MOVIMIENTO, UN
SENTIMIENTO
Me propongo reflexionar en este
escrito sobre los alcances instituyentes que tiene la pertenencia al
movimiento psicoanalítico en el pensamiento de los psicoanalistas. Para ello necesito dejar establecido que distingo entre institución y movimiento, aunque no me detendré en
explicitar sus diferencias. Sólo diré, a los efectos de intentar caracterizar el movimiento, que no es sencillo dar
una definición del mismo, sin embargo todos parecemos saber que se quiere decir con él y qué distingue
al movimiento de la institución. Es interesante consignar en esta
línea que los integrantes del
movimiento
no crean que necesiten explicitar qué es el movimiento, les alcanza con que de él pueden
dar una definición ostensiva, tautológica, y suponen que a los otros integrantes les ocurre
lo mismo, así resulta que el movimiento es el movimiento. Para decirlo en términos de caricatura,
podríamos imaginar que los movimientandos
(con perdón del neologismo) dirían que
el movimiento
es un sentimiento.
La cuestión del movimiento es muy compleja, no pretendo abarcarla. En esta
comunicación sólo quiero
específicamente discutir cómo los
sentimientos de pertenencia al movimiento suelen instituir,
más precisamente cimentar, convicciones
que sostienen “un absoluto”, dando las bases epistémicas para edificar fundamentalismos
teóricos o institucionales en sus integrantes y en los idearios
conjuntos. Dicho de
otro modo, cómo influidos por los sentimientos de pertenencia al movimiento se
infiltran fundamentalismos en como pensamos las filiaciones teóricas o institucionales
que adoptamos.
2- LA NOSTALGIA
DEL ABSOLUTO. EL ABSOLUTO GRIS DE LA TEORÍA Y LO VERDE DE LA VIDA
Desde hace tiempo ocupa un lugar en mi cabeza la
advertencia de George Steiner sobre la nostalgia del absoluto[ii], peana sobre
la que se sostienen los fundamentalismos, que, a su juicio, condicionan nuestro
discurrir. Esta nostalgia del
absoluto suele llevarnos por efecto de nuestra pereza a la hora de pensar
–y agregaría, que no sólo por pereza, sino también por limitaciones que
tiene nuestro pensar–, a precipitarnos en el discurso de la manada, un
discurso gris en el que no entran las diversidades, dudas ni incertidumbres, un
discurso en el que no tendría cabida la frase de Goethe, citada por Freud: gris es toda teoría y verde es el árbol de
la vida.
3- SLAVOJ ŽIŽEK, ALBERT
EINSTEIN, EL ESPACIO CURVO Y EL ESPACIO EUCLIDIANO
Lo grisáceo de la teoría no se debe a una mera y
eventualmente evitable torpeza para asir el verdor de la vida, en rigor el
verdor de la vida es inaccesible intelectualmente por su misma naturaleza,
tenemos que conceder que no es totalmente aprehendido por las teorías que
construimos sobre “el verdor”. Una versión de la relación que se da entre la
representación gris que construye nuestro discurrir sobre el verdor de la vida
y el verdor de la vida, la encontré bien descripta en la conferencia que dictó
Slavoj Žižek recientemente en
APdeBA[iii]. En esa
ocasión Slavoj Žižek planteaba que
nuestra mente concibe el espacio,
mira el mundo, con categorías que corresponden a la geometría euclidiana y que
nos cuesta representar con otras categorías. Žižek completaba su proposición,
poniendo como ejemplo que el espacio curvo
que surge de la Teoría Generalizada de la Relatividad de Albert
Einstein, si bien se puede describir a través de ecuaciones, no lo podemos
imaginar. Žižek aclaraba que la imposibilidad de imaginar el espacio
curvo, no se debe a la simple razón que quizás no comprendamos intelectualmente
las proposiciones de Einstein; Žižek subrayaba que no se trataba de
una falta de agudeza, sino que la mente humana no puede imaginar un espacio no euclidiano, entre otros un espacio curvo[iv].
Desde su perspectiva, Slavoj Žižek
insistía que solemos definir como traumático lo que no se adecua a nuestra
grisácea y acotada forma de concebir el mundo desde un espacio euclidiano.
En esa línea, en otros textos (R.
Moguillansky, 2003; R. Moguillansky, 2004) me he referido a una categoría de lo
traumático que –cubriendo la dimensión traumática de lo imposible, lo que
no podemos pensar como posible– solemos definir como lo inmundo. Esta dimensión de lo impensable
englobada por lo inmundo, es la que los autores de género han nombrado como la Otredad[v]: lo que no es
de este mundo, lo que no es posible en este mundo.
Incorporando la mirada de Slavok Žižek
podríamos decir entonces que es traumático lo que no podemos abarcar con
nuestras limitadas posibilidades de pensar, lo que no se adecua para ser
imaginado en un espacio euclidiano. Es traumático porque lo no euclidiano hace
vacilar a nuestra restringida mente, ante lo no euclidiano vacila la creencia
que con nuestra mente podemos abarcar al “absoluto”.
Convengamos que esta imposibilidad
va más allá de esos espacios curvos que no podemos imaginar,
solemos desestimar lo que se aparta de nuestro habitual modo de concebir
el mundo, como inteligentemente nos
lo hace notar Gregory Bateson en sus
metálogos.
Retomando, sugiero que se puede concluir,
junto a Slavoj Žižek, desde esta acepción, que lo que definimos como
trauma restablece un orden, en tanto ubica lo que no podemos imaginar como extraño (en el sentido del Unheimlich freudiano). Orden es lo que
nuestra mente puede admitir, y a través de la noción de trauma ubicamos lo que
es ajeno, lo extraño al orden
impuesto al mundo por nuestro pensar, ... o por el movimiento, como intentaré discutir más abajo. La insuficiencia que
tiene nuestro pensar es por razones de estructura, no coyunturales; el mundo es
más complejo que lo que podemos pensar acerca de él. También la clínica con la
que tenemos que lidiar en nuestros consultorios es más compleja que lo que
nuestras teorías dicen acerca de ella y lo que nuestras instituciones intentan
reglar.
No estoy desestimando con lo que estoy
diciendo las, para mí, innegables ventajas que nos ha traído lo que se ha
edificado en la teoría psicoanalítica y el generoso lugar que han otorgado las
instituciones para alojar este intercambio. Estoy alertando acerca del quizás
inevitable uso que solemos hacer de las teorías transformándolas en catecismos
y las instituciones en templos o iglesias para conservar la ilusión que no hay
algo impensable.
Cuando en la teoría se cree que todo está
contemplado, que todo se aprehende, se vuelve catecismo, entonces el
psicoanálisis, desde la teoría omniaprehendedora corre el riesgo de convertirse
en una rama de la teología, allí nuestro pensamiento se rige por una autoridad
o idea suprema. Convengamos que si el psicoanálisis deviene fe religiosa, algunas
cualidades de la condición humana se pierden, y en ese salto brota el
fanatismo.
Insinúo entonces que las pertenencias, en particular los
sentimientos de pertenencia al movimiento
nos llevan, en ocasiones a legitimar y afirmar
que se trata de un verdadero y aprehensible –gris– espacio
euclidiano donde quizás haya un verdoso e inaprehensible espacio curvo[vi]. Siguiendo con
esta metáfora podría decir que el espacio euclidiano sería lo que dentro del movimiento recortan nuestras teorías o instituyen nuestras
instituciones, no dejándonos ver un espacio que no podemos
ver precisamente porque
es curvo, pero que no lo veamos, no quiere decir que
no tenga efectos sobre nosotros, sobre cómo pensamos, sobre cómo ejercemos
nuestra práctica, sobre nuestros intercambios con otros colegas.
4- UNA RELACIÓN COMPLEJA ENTRE LAS TEORÍAS PSICOANALÍTICAS, LAS PARROQUIAS, EL MOVIMIENTO PSICOANALÍTICO Y EL AMBIENTE CIENTÍFICO
Sabemos que hay una relación
espinosa entre la teoría psicoanalítica –o quizás mejor sería decir las
teorías psicoanalíticas–, y las diferentes parroquias que funcionan en el
ámbito psi. No suele ser menos embarazosa la relación que las parroquias y sus
teorías sostienen con el llamado movimiento
psicoanalítico.
Todos conocemos que, después de la muerte de Freud, surgieron
multitud de parroquias dentro del campo del psicoanálisis y que en ellas
circulan diversas corrientes teóricas sin demasiado contacto entre unas y
otras. Sin disimular sus diferencias, diría que hay entre ellas al menos un
mínimo consenso: coinciden en el intento de explicar la subjetividad humana por
sus causas y determinaciones inconscientes, y en casi todas las teorías hay
alguna referencia a lo que no se acomoda a ser explicado por una determinación
inconsciente, el lugar de “lo indeterminado”, “lo no significado”, “lo
imposible”, etc. En la misma línea, casi todas las teorías psicoanalíticas le
dan particular importancia a la relación que se da entre paciente y analista, y
como ésta se relaciona o no se relaciona con el entorno. Sin embargo, pese a este mínimo consenso,
las teorías suelen plantear hipótesis opuestas, en
ocasiones contradictorias y con frecuencia inconmensurables.
Las diversas parroquias suelen ser muy duras a la hora de
calificar las teorías de las otras parroquias, pero muchas veces no centrando
sustantivamente la cuestión en los desacuerdos teóricos o en la imposibilidad
de comparación por lo inconmensurable de una diversa base empírica, sino en una
adjetivación sobre qué es psicoanálisis y qué no lo es, o qué es el “buen
psicoanálisis” y cuál no. Estos duros cuestionamientos mutuos no impiden que el
imaginario social suela considerarnos como un movimiento, y nosotros también. Esto se ejemplifica cuando en la
prensa se habla de “la crisis del psicoanálisis” englobando a todos los psicoanalistas
en un mismo movimiento, el movimiento de los psicoanalistas, “el psicoanálisis”.
Después opinamos entre nosotros quiénes son los mejores herederos y que otros no merecerían ser parte del movimiento.
Ni el imaginario social ni los
psicoanalistas dejamos de pensar en la existencia de un movimiento, aunque esto sea para decir que tal persona o tal
grupo no es parte, o no merece ser parte del ... movimiento, el del verdadero psicoanálisis.
5- PRIMERO EL MOVIMIENTO. DESPUES...
Es moneda corriente entre nosotros
que mientras Freud vivió se esforzó por definir parámetros que mantuvieran al
psicoanálisis como un ente unificado frente
a lo que él concebía como presiones y seducciones destructivas o diluyentes que
venían, según su mirada, tanto desde fuera como desde las entrañas de la
disciplina que había instituido. Esto era así porque, para Freud, el
psicoanálisis era además de una teoría y una práctica, un movimiento, y éste, en tanto tal, reclamaba fidelidades y lealtades[vii].
El
movimiento
La idea de movimiento, a mi juicio, merece ser examinada para comprender la
relación de los analistas entre sí. Convengamos que los movimientos suelen tener como característica definitoria contener
en su seno múltiples corrientes teóricas con la pretensión que entre ellas
existe un elemento común aglutinante, un shibolet
definitorio de pertenencias.
Sugiero que cuando las teorías,
como ocurre en los movimientos, adquieren la cualidad de definir pertenencias, dejan de ser “construcciones”[viii] en la mente
de los movimientandos, y pasan a
forman parte en su pensar de lo que, siguiéndolo a Bleger[ix], merece ser
llamado lo “institucionalizado de la mente”, constituyendo entre ellos una
manada.
He postulado en escritos previos
(R. Moguillansky, 2003; R. Moguillansky, 2004) que las ideas emblemáticas de
pertenencias, suelen no necesitar ser discutidas, constituyen entonces una
“jerga” –en el sentido que le da Adorno[x] a este
término– y entonces se suponen parte de una tradición oculta, que según George Steiner[xi], “sostiene que una lengua original, única o
Ur-sprage corre disimulada bajo nuestras discordias actuales y que tal vez se
encuentra en estado latente bajo el áspero tumulto de lenguas rivales que
siguió al derrumbe del zigurat de Nemrod... A su etimología directa, divina, la
Ur-sprage añadía una congruencia con la realidad de la que carecería cualquier
otra lengua después de Babel”.
Las parroquias y sus
idiolectos
Sin embargo pese a la supuesta Ur-sprage que compartimos todos los
psicoanalistas, cada parroquia construye sus propios idiolectos, y acuña
términos que le pertenecen. Hablamos distintas lenguas, cada “parroquia” tiene
su diccionario sólo entendible, casi siempre, para los iniciados en esa
comunidad.
Felisa Fisch (2003), en el Simposio de APdeBA del 2003,
describía con la simpatía y frescura que la caracteriza que, leyendo diferentes
textos, había pensado que algunos utilizaban un idioma coloquial y otros no.
Remataba luego su razonamiento contando que se dio cuenta que los escritos
coloquiales eran aquellos que le eran afines teóricamente y que los que ella
pensaba que utilizaban un estilo hermético y poco comprensible eran los que
pertenecían a modelos con los que no estaba familiarizada[xii]. Admitamos que
no suele ser tan frecuente una mirada tan inteligente y una honestidad
intelectual como la de Felisa Fisch.
Sería ingenuo
pensar que por debajo
de la Babel del psicoanálisis subyace un Ur-sprage. Cabe
preguntarse entonces si ¿podemos
entendernos cuando, con frecuencia
vemos que se caracteriza a una teoría desde otra con juicios que aparentemente sólo intentan describir, aunque, en rigor, se trata de adjetivaciones que
crean una estratificación de buenas y
malas teorías, antiguas y nuevas, psicoanalíticas y no psicoanalíticas? No es infrecuente escuchar a colegas, imbuidos de ser los mejores representantes del movimiento, postular que la “otra teoría”
es un primer y rudimentario escalón de una “evolución”,
siendo la nueva teoría el resultado más acabado; en otras oportunidades se afirma que un nuevo modo de pensar es una “involución”, que
traiciona los escritos fundacionales
del movimiento.
En función de lo arriba
desarrollado, es a mi juicio importante considerar una agenda en la que sea posible
una discusión sustantiva, sin adjetivaciones. Las
adjetivaciones descalifican no dejando ver por la descalificación que en esas
discusiones suelen estar en juego puntos de vista alternativos y debiéramos
encaminar el debate hacia su esclarecimiento. La idea de movimiento, al igual
que nuestras inevitables pertenencias suelen ser un obstáculo en nuestras
discusiones.
5- UN POCO DE
HISTORIA (ALGO MANIQUEA). ALGUNOS HITOS EN EL MOVIMIENTO PSICOANALÍTICO
En esta apartado señalaré de un modo sesgado, hasta quizás
maniqueo, algunos hitos para ejemplificar cómo
se impusieron, en algunos eventos, móviles
corporativos en la defensa del
movimiento.
Empezaría por señalar que la
admirable amplitud de criterios y la libertad que Freud tenía
para pensar el mundo y el ser humano no se reflejaba en el modo en que juzgaba
el movimiento. Como una muestra de ello es significativa la carta que en 1914 le escribe
a Lou Andreas-Salome: “Nunca luché contra las diferencias de
opinión dentro del círculo de la investigación psi, en
especial porque habitualmente tengo
más de una opinión acerca de un
problema. Pero uno debe aferrarse a
la homogeneidad del núcleo, pues en caso contrario se trata de otra cosa”.[xiii]
En consonancia con aferrarse a la homogeneidad del núcleo, con asegurar la homogeneidad del núcleo,
Freud impulsó a Jung al liderazgo del Movimiento y más tarde a la presidencia
de la joven Asociación Psicoanalítica Internacional basado en necesidades
políticas y no en méritos personales. Sabemos que el nombramiento de Jung como
presidente de la IPA tenía dos
importantes fundamentos: la cercanía
de Jung a Bleuler y que Jung no era judío. Freud en la carta que le dirige a Karl
Abraham el 3 de mayo de 1908[xiv] le explica con nitidez las razones de su proceder,
y es explícito que no tenía que ver su decisión con razones
teóricas, sino con pertenencias: “Esté seguro de que si yo me llamara Oberhuber, mis innovaciones, a pesar de
todo, habrían encontrado menos resistencia”. Con Oberhuber aludía Freud en la carta a Abraham, al apellido más inequívocamente austríaco
y cristiano que alguien podía citar, como
contrapartida a la poca aceptación o incluso la repulsa que tenía el
psicoanálisis en la población y en los ambientes académicos, por la condición
de judíos tanto de él como de la mayoría de sus seguidores vieneses.
Freud suponía que el rechazo que
podrían tener sus ideas sobre la
sexualidad y lo inconsciente, no sólo sería por lo que ellas en sí mismas
conmovían, sino también por quien era el portavoz y a qué grupo social este
vocero pertenecía.
Freud sabía que el grupo humano en que él
vivía no solía mirar con simpatía lo que le era ajeno, lo que estaba por fuera
de lo que para ellos era su mundo, y que en cambio sobreestimaban lo que era
parte de su universo, su comunidad. Esta idealización de lo propio y la
denostación consiguiente de lo que no le pertenece lo conceptualizaría como narcisismo
de las pequeñas diferencias (Freud,
1914). Más cerca nuestro René Kaës (1976) nos explicaría este tipo de
funcionamiento grupal a través del Pacto
denegativo. Kaës, con elegancia, nos enseñó que todo grupo para su creación
desestima lo “no común que, por lo que no son, definen
los referentes de ese
conjunto”, y a la par de esa desestimación se crean espacios basureros en
los que arroja lo que se considera no homogéneo con aquello o aquellos que definen
sus fundamentos. Cada grupo, cada conjunto, cada movimiento, define su cielo y
su infierno, sobre todo su infierno, que Sartre (1944) nos aleccionó con
sabiduría que este infierno siempre suelen ser los otros.[xv]
Sin embargo Freud, a pesar de estar
advertido del papel medular que ocupaban en los intercambios humanos
–incluso en los académicos– las pertenencias, las filiaciones, las
identidades, no estaba libre en su pensar y en su actuar de estas influencias
dadas por las pertenencias. ¿Cabría preguntarse si alguien lo está? Una prueba
de ello era la visión movimientística de
Freud sobre el psicoanálisis.
Tan importante era en Sigmund Freud esta concepción movimientística que no hesitó en
desalentar críticas con las que en su fuero íntimo coincidía, y tomó en cambio
partido por seguidores, a pesar de estar en desacuerdo con ellos. No podemos
menos que concluir que frente a situaciones controversiales solía, al menos en
ocasiones, actuar movido por una defensa corporativa. Una perla que ilustra
este proceder es cómo Peter Gay (1988) relata la posición de Freud cuando Karl
Krauss[xvi] –quien
siempre había tenido una disposición respetuosa con S. Freud, y con su producción teórica– objetó con vehemencia “la aplicación rudimentaria
de las ideas freudianas a figuras de la literatura”. Krauss fue especialmente
mordaz ante el torpe diagnóstico elaborado por Fritz Wittels[xvii] acerca
de él. Wittels había dictaminado con cierta liviandad, que el diario de Krauss,
Die Fackel, era ... un síntoma
neurótico de Krauss.
Freud leal al movimiento, a pesar
de no acordar con vulgarizaciones toscas, poco serias como las de Wittels, lo defendió, y describió a Krauss
en una carta a Ferenczi con el más inmoderado de los lenguajes: “Usted conoce la desenfrenada vanidad y
falta de disciplina de este bruto con talento KK (Karl Krauss)”. Incluso en
una nueva esquela, que le dirige también a Ferenczi, escribe dos meses más
tarde refiriéndose a Krauss: “Es un loco
mediocre con gran talento histriónico”. Este dictamen en opinión de Peter
Gay (1988) –opinión con la que coincido– “era más el producto de un
impulso airado que de un juicio sensato, y estaba totalmente fuera de lugar” (página 252). De ningún
modo a alguien
como Karl Krauss,
pese a sus homéricos estallidos, se le podía negar ser poseedor de una
inteligencia superior, una gran agudeza y un talento fuera de lo común, y al
mismo tiempo Krauss tenía bastante razón en tratar despectivamente a Wittels. Lo de Wittels era una patanería necia y el uso que hacía del
psicoanálisis era a todas luces pueril.
Aún más dramático fue el modo en
que se manejó el Establishment psicoanalítico frente al peligro
de lo que avizoraron como algo
que acarreaba el riesgo de resquebrajamiento del Movimiento: los desarrollos de Steckel, y sobre todo los de Adler y Jung.
Ante estas voces disidentes
–los planteos de Adler y Jung–, con diferencias en cada caso, se
promovió una cuádruple respuesta. Freud, por su parte, aportó
un escrito teórico:
Introducción del Narcisismo
–que daba las bases teóricas sobre su particular punto de vista en la
discusión acerca de la importancia de la sexualidad, y la continuidad o no de
la neurosis y la psicosis–; un escrito clínico: El hombre de los lobos –en el que se reafirmaba el
papel central de la sexualidad infantil en la producción de la neurosis–;
un escrito político: Contribución a la
historia del movimiento psicoanalítico[xviii]; y por parte
del Movimiento una acción política: la creación del “Comité de los siete
anillos” –una suerte de guardia pretoriana que garantizara el mantenimiento de los axiomas fundacionales[xix]. Guillermo
Ferschtut, a quien debemos un enjundioso estudio sobre el “Comité de los siete anillos”, sugiere que “tal
vez no se tome demasiado en cuenta el hecho de que el grupo de
los siete anillos funcionó, durante tanto
tiempo, como una omnipotente
aristocracia, dentro del movimiento
psicoanalítico, cuyo centro visible era la IPA”.
Dentro de la línea que estoy siguiendo, me parece
conveniente destacar que más allá que se dé, en Contribución a la historia del movimiento
psicoanalítico (Freud, 1914), una discusión sustantiva respecto de ciertos
problemas, valiosa por cierto, a poco uno lea a este documento con algún
detenimiento, es evidente que uno de los temas centrales que estaba en juego,
además de una discusión teórica, era quién tenía potestad para llamar a su
teoría y su práctica psicoanálisis.
Para darse cuenta de la pátina que envolvía el texto, es trascendente que no
pase inadvertido que este manifiesto –en
rigor, además de una crónica sobre los orígenes del psicoanálisis, Contribución a la historia..., es un manifiesto– estaba precedido por un epígrafe sacado del escudo de armas
de la ciudad de París, Fluctuat
nec mergitur, que puede traducirse: flota pero no se hunde,
lo que es índice de adonde apuntaba su contenido: se dirigía a conflictos que eran vividos
como implicando el peligro de hundirse –de vida o muerto–
en donde la identidad dada por un nombre, el psicoanálisis, marcaba esa diferencia. Reforzando este punto de
vista recordemos que James Strachey llama la atención en la introducción a Contribución a la historia... sobre “el
tono mucho más beligerante que en cualquiera de otros escritos”.
En
el tercer apartado
de este texto, Freud pone las cartas sobre la mesa, dándose cuenta del rol que juegan
estas cuestiones personales; dice entonces que él debe apartarse de la jefatura
del Movimiento, en tanto la
apreciación sobre su persona por “obra de las banderías (la cursiva
es mía), se había mezclado
con exceso la simpatía
y el odio”, del mismo modo, y por parecidas razones, había que sacar la
dirección del Movimiento de Viena. Nuevamente no se trataba de meras
discusiones teóricas, estas diferencias estaban preñadas de riñas personales
con fuerte impregnación narcisista, jugando
un papel central
la identidad, las pertenencias, las banderías. Es
parte de nuestra historia cómo las discrepancias de Adler, Steckel y Jung
no pudieron sostenerse en el campo de las diferencias teóricas. De hecho
las diferencias entre Freud y
Adler incluían no sólo una discusión
teórica, estuvieron presentes en el alejamiento que se produjo entre ellos que tuviesen
diversas concepciones organizativas sobre el movimiento, conflictos inconscientes, incompatibilidad de
temperamentos y enfrentamientos ideológicos. Estas diferencias
terminaron en cismas, el movimiento no quería permitir que Adler,
Steckel y Jung, definidos como herejes, se
arrogaran el derecho que lo que
postulaban recibiera el nombre de psicoanálisis.
Tras los alejamientos de Adler,
Steckel y Jung hubo otros episodios conmovedores sobre cómo se
tramitaban los diferentes puntos de vista que iban construyendo los miembros del Movimiento. Todo analista sabe
de las fuertes tensiones que se desencadenaron con los desarrollos teóricos y
técnicos de Ferenczi y Rank, por no hablar del trágico tránsito que tuvieron
las desavenencias y diferencias con Victor
Tausk[xx].
Lo que me importa destacar es que en estas
discusiones no se trataba sólo de
diferentes ideas, o para decirlo más precisamente de diversas ideas, sino de posiciones vividas como contradictorias, mutuamente excluyentes,
matizadas con enfrentamientos
personales.
Dos hitos imprescindibles sobre el
modo en que se intentaron dirimir diferencias de concepción dentro del Movimiento fueron, por una parte,
las llamadas Discusiones Controversiales
en 1943/44 en el seno de British
Psycho-Analytical Society, y por otro, las discusiones que se albergaron
en la SPP (Sociedad Psicoanalítica de París) que conllevó la renuncia de una
serie de miembros que conformaron en 1952 la AFP (Asociación Francesa de
Psicoanálisis), con un largo y penoso proceso que culminó, después del Congreso
de la IPA en 1963 en Edimburgo, con la aceptación de la AFP como Grupo de Estudio de la IPA y la separación de Lacan, quien en ese
momento creó Le Ecole Freudiene, del
que más tarde se separó Piera Aulagnier (en 1968) fundando Le Quatrieme Groupe.
Quisiera detenerme, para
ejemplificar una discusión adjetivada, en algunos tramos del intercambio de
correspondencia entre Sigmund Freud y Jones previo a las Discusiones Controversiales21
–en el seno de la British
Psycho-Analytical Society. Este tráfico epistolar funcionó como un prólogo de
las mismas; Freud y Jones discutían en estas cartas las diferencias teóricas
entre Viena y Londres, o más bien las
diversas concepciones que tenían Ana Freud y Melanie Klein, sobre todo respecto
del psicoanálisis de niños.
Es impresionante, leyendo algunos
pasajes de esta correspondencia, cómo dos personas de la talla de Freud y
Jones, si bien en muchas de sus cartas sostienen un interesante diálogo
respecto de sus diferencias teóricas, no pueden mantener
todo el tiempo
un tono sustantivo y recurren
a adjetivaciones personales en las que mutuamente se descalifican.
Me produjo un enorme estremecimiento cómo en la carta de
Freud del 31 de mayo de 1927 le escribe a Jones: “Hay algo que deseo revelarle: las opiniones de Frau Klein acerca del
comportamiento del ideal del yo en los niños me parecen del todo inaceptables y
están en total contradicción con todos mis supuestos fundamentales”. En la
misma línea, como dramático ejemplo de un momento en que se pierde el rumbo
dentro de esta polémica, inscribiría el comentario de Jones cuando cuestionaba
la postura de Ana Freud con el argumento de que no estaba bien analizada.
Tanto este desacuerdo de Freud con
Ernest Jones-Melanie Klein porque se sustentaban ideas que estaban en total contradicción con sus supuestos
fundamentales, como el de Jones respecto de Ana Freud, afirmando que no estaba bien analizada, son, a mi
juicio, descalificatorios y no iban a lo sustantivo del problema en cuestión.
Para no abrumar al lector
finalizaría este sesgado recorrido con lo que el Establishment de la IPA hizo, en nombre del movimiento con Leao Cabernite y Lobo en
los conocidos eventos ocurridos en la Sociedad Psicoanalítica de Rio de Janeiro (SPRJ-Rio 1).22 Helena Besserman Vianna dice en No se lo cuentes a nadie: “Las Sociedades psicoanalíticas de Río de
Janeiro23 y
la IPA mantuvieron un silencio
mistificador durante casi una década sobre la existencia de un psicoanalista en
formación que practicaba la tortura de presos políticos” (pág. 37). Un soplo que oxigena fue la valiente
actitud de Horacio Etchegoyen
en su presidencia sacando a la IPA de
esa defensa corporativa.24
Nos queda planteado, ya desde nuestros fundadores ¿si es
posible discutir sin que estos factores dominen el centro del campo? Creo que
no, lo que no implica que sea infructuoso el intercambio. Sí creo que es necesario tener siempre presente
esta inevitable cuestión
ligada a la politización de las diferencias dadas por las pertenencias.
Me parece oportuna en este punto la advertencia de Bachelard sobre este
problema cuando cree encontrar en la vida de los hombres de ciencia dos turnos:
de día científicos, de noche ideólogos.
6- EL MOVIMIENTO, LA DIVERSIDAD TEÓRICA Y EL
FUNDAMENTO COMÚN
Creo que tenemos que prestar atención
a la importante discusión
que se viene desarrollando alrededor de, y enmarcada por, la diversidad teórica que existe dentro del movimiento psicoanalítico (al menos
dentro de la IPA). Hay una fuerte
corriente de opinión, movida por el temor a la babelización del movimiento, que
cree que es importante mantener la convicción que los diversos analistas y las
diferentes teorías comparten
fundamentos comunes. A mi juicio esta propuesta contiene, al menos en uno
de sus vértices, el riesgo de que en esa búsqueda se diluyan las diversidades y
diferencias y se construya una Weltanschauunng.
Robert Wallerstein, ha sido un vocero privilegiado de la necesidad de
encontrar fundamentos comunes en el movimiento psicoanalítico. Robert Wallerstein, consecuente con esta
propósito, durante su presidencia en la IPA,
abrió el XXV Congreso Internacional, en Julio de 1987, en Montreal,
Canadá, con la Conferencia “One Psichoanalysis or many?”. 25 Este texto
en poco tiempo se ha convertido en un trabajo
clásico.
Recordemos que Robert Wallerstein (ibid) señalaba respecto de la
diversidad existente en las teorías psicoanalíticas, que los “puntos de vista divergentes no agotan los
desarrollos conceptuales divergentes en nuestro campo. Tenemos a
quienes respaldan nuestra (sic) visión
tradicional del psicoanálisis como
ciencia natural (la bastardilla es mía), con sus requerimientos
de que, en última instancia se llegue a la evidencia y la validación en
nuestros procesos de inferencia y de predicción, de acuerdo con
los cánones de la ciencia empírica; si bien, por supuesto, ello debe darse en formas acordes con la naturaleza subjetiva de nuestros
datos primarios, los intercambios transaccionales en nuestro consultorio. Esto se contrapone a quienes ven al psicoanálisis
como una ciencia social o histórica...” (pág. 3)
Wallerstein, continuando y ampliando sus ideas de “One Psichoanalysis or many?”, publicó en 1992 The Common
Ground of Psychoanalysis, donde
propone la búsqueda de un Fundamento
común, sugiriendo que el pluralismo de perspectivas teóricas depende
mayoritariamente de dónde vivimos y cómo fuimos entrenados y en donde vivimos y
ejercemos.
En
nuestro medio es muy ilustrativo acerca de este modo de pensar, lo que dice Carlos Mario Aslan (1989)
cuando señala, siguiendo el sendero marcado por Robert Wallerstein, que “un componente del fundamento común
psicoanalítico que creo importante, no se refiere ni a la teoría ni a la
técnica, sino a los analistas mismos. Creo que existe en los analistas una
cierta particularidad en su estructura caracterológica que se manifiesta como
efecto de su peculiar formación y que hace que un analista sea algo más que
otro profesional que ejerce
una profesión que ha aprendido. Es una diferencia sutil, pero para mí claramente
discernible en el conjunto de los analistas. Es difícil definirla: consiste
principalmente en una especial actitud, interna y permanente, de plantearse los
problemas; no es una ideología
en común y tampoco una Weltanschauunng,
aunque quizás tenga algo de ambas. No me puedo extender aquí más
sobre mi descripción ni sobre la génesis de esta estructura caracterológica.
Sólo diré que creo que es el psicoanálisis de la formación, con su condición de
obligatoriedad, la causa responsable de ella. Es una consecuencia de la
formación y no una característica previa ni un requisito exigible”. Aslan
descentra el problema de la línea de ecuador propuesta por Wallerstein y pone el énfasis en las
particularidades de la formación psicoanalítica.
Figueira
(1990), con otra
mirada señala algunos peligros implícitos en la búsqueda de este Fundamento común, y afirma en el IJP, en un sugerente
artículo, “Common (under) ground in psichoanalyisis:
The question of Weltanschaunng revisited”, siguiendo al Freud
de la 35 Conferencia
en sus consideraciones sobre la Weltanschaunng26 “que bajo el Fundamento común compartido por
diferentes tipos de psicoanálisis,
subyace otro fundamento también común, y del que pocas veces se habla en la
literatura psicoanalítica, y que es el hecho de que el psicoanálisis puede en
potencia convertirse en una ideología o concepción del mundo”. A esto que
advierte Figueira, me refería en el comienzo de este apartado.
Continuando con lo anterior me
resultaron muy atractivas las consideraciones de Roy Schafer (1990) sobre este
tema, sobre todo cuando nos previene, que no debiéramos confundir un fundamento
común con fundamento único y sugiere que “debiéramos trabajar con la sensación
de que nuestras diferencias nos muestran todas las cosas que el psicoanálisis
puede ser aunque no pueda ser todas esas cosas al mismo tiempo o para una única
persona. La alternativa es la ceguera del conformismo”.
No debiéramos renunciar a la
diversidad que hay entre nosotros y aunque la sintamos como traumática puede enriquecernos. Jacques Derrida27 nos advirtió acerca de cómo nos puede beneficiar la intertextualidad, iluminándonos sobre
los nuevos sentidos y nuevos conocimientos que por efecto de ella se desencadenan.
Pero también sabemos que en la
comunidad psicoanalítica, la diversidad teórica no siempre ha sido fuente de
enriquecimiento, sobre todo cuando el malentendido inevitable dado por la differance28
aumenta por efecto de “un intento de traducir” una teoría en base a la
propia. Y esto todavía es mayor cuando en propiedad no es simplemente un
malogrado e imposible intento de traducir,
sino lo que se hace es caracterizar a una teoría desde otra con juicios que
aparentemente sólo intentan describir, aunque, en rigor, se trata de
adjetivaciones que crean una estratificación de buenas y malas teorías,
antiguas y nuevas, psicoanalíticas y no psicoanalíticas.
7- ALGUNAS IDEAS DE
RICARDO BERNARDI Y LA CUESTIÓN DE LA
PERTENENCIA
Para señalar un posible camino para
transitar este difícil sendero recurro a Ricardo Bernardi, quien desde hace
unos años viene sosteniendo una muy interesante línea de trabajo para un mejor
diálogo entre los psicoanalistas.
Bernardi (2003) en un trabajo
reciente propone una interesante gradación en el desarrollo del proceso
argumentativo en las discusiones. Comienza con el grado 0 en donde, a su
juicio, no hay controversia real, los argumentos del otro son descalificados en
función de premisas a priori (“eso no
es psicoanálisis”), son caricaturizados, o simplemente ignorados.
Luego sugiere un grado 1, en el que
si bien se aceptan varias posiciones, no hay real debate o éste es impreciso
debido a varios factores, ya que si bien existen aparentemente diversas
posiciones, no queda claro hasta dónde están diciendo lo mismo con distintas
palabras (en este caso el tema de debate debería pasar a ser cuál es el
lenguaje más conveniente para referirse al problema), y en realidad cada uno se
está refiriendo a problemas distintos aunque parezca que hablan de lo mismo. También acota que en este grado, si bien
hablan del mismo problema, no queda claro hasta dónde se trata de posiciones
contrapuestas o complementarias (en cuyo caso lo que importa discutir
es si se pueden armonizar y de qué manera).
En este modo de argumentar existen posiciones contrapuestas, pero las premisas
de las que parte cada una son tan diferentes que no es posible crear un campo
argumentativo común (para evitar una situación de aparente inconmensurabilidad,
haría falta comenzar por discutir las premisas y eso no se logra).
En el grado 2 los puntos en
controversia, según Bernardi, están expuestos con claridad y existen posiciones
contrapuestas acerca de ellos, pero no se generan desarrollos argumentativos a
favor o en contra de cada una de ellos. La falta de argumentación puede deberse
a la dificultad de fundamentar cada posición, o a la existencia de criterios de
evidencia o prueba no compartibles, o a que están presentes en cierto grado los
factores mencionados en el punto anterior.
En el grado 3 existen desarrollos argumentativos a favor y
en contra de cada una de las posiciones. El proceso argumentativo sin embargo
queda trunco antes de haber permitido desplegar plenamente las razones que
sustentan cada una de las distintas posiciones porque intervienen factores de
distinto orden que obstaculizan el debate.
En el 4, el discurso argumentativo
avanza lo suficiente para permitir una exploración adecuada de los fundamentos
de cada posición y para lograr un cierto consenso sobre el estado de la cuestión
y sobre los puntos de acuerdo y desacuerdo.
También agrega Bernardi (ibid) un
comentario sobre la naturaleza de los argumentos empleados. Dice que los
argumentos empleados en psicoanálisis suelen ser de cuatro tipos, que conviene
identificar porque tienen distintos efectos sobre el debate: argumentos de
autoridad (“Es así porque Freud o X autor dijo. ”); argumentos basados en el
prestigio de ciertas ideas, a las que se considera
superiores o incluso evidentes por sí mismas
(por ejemplo, ideas de moda); argumentos que se apoyan en
ejemplos clínicos u otro material
empírico (criterio de correspondencia);
ideas que se derivan
con mayor o menor rigor
lógico de ideas que se aceptan
como punto de partida o premisas; su validez por tanto depende a su vez del valor
de estas premisas o supuestos iniciales y de que el proceso de derivación
lógica sea correcto (criterio de coherencia).
Por mi parte agregaría que tengo la
convicción que en las discusiones fuertemente adjetivadas corremos el peligro
de caer en la objeción “0”. Este peligro, a mi juicio se acentúa en las
discusiones globales, y se potencia en los grandes grupos, donde estas
diferencias se politizan.
En razón de lo anterior sugiero
discusiones sustantivadas y acotadas, no globales en tanto éstas movilizan las
pertenencias personales y en vez de polemizar sobre un tema, se cae en defensas
de la propia pertenencia.
Lo de Bernardi parece promisorio,
pero no es sencillo instalarse en el grado
4, ya que dentro del devenir argumentativo nos vemos a cada momento atraídos por la entropía
del dogma que nos lleva al grado 0, y hay que hacer un permanente trabajo
psíquico para rescatarnos de ese remolino. Sería injusto, con todo, no dejar
sentado, que en ocasiones, el debate alcanza
el cielo del grado 4 de Bernardi.
8- PARA TERMINAR
Terminaría este escrito con una cita de Janine Puget (1995) en la que
hace un importante aporte a la comprensión de este problema cuando nos dice
(formulación con la que coincido y expresa mis propios puntos de vista): “El vínculo que cada persona entabla con el
grupo, da la sensación de pertenencia espacio temporal y una historia donde lo
que es establecido se mezcla con lo que es construido. La dificultad en
reconocer aspectos inconscientes del vínculo social está relacionado con el hecho
de que como analis- tas aún encontramos dificultades en aprender a hacer
conscien- tes la elección de valores que pertenecen al grupo y que de algu- na
manera construyen nuestra ideología, por ejemplo, el cuerpo de ideas, ídolos e ideales que dan forma
a nuestras representacio- nes y al tipo de pactos inconscientes que cada
individuo sella con el grupo”.
BIBLIOGRAFIA
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Proyección, Bs.
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“El grupo como institución y el grupo
en las instituciones”, conferencia
dictada en las V jornadas
Sul-Riograndenses de Psiquiatría dinámica de Porto Alegre,
del 1 y 2 de mayo de 1970. También
en Temas de psicología. Entrevistas y grupos, Nueva
Visión, Bs. As, 1971 y en La
institución y las instituciones, compilado por R. Kaës (1998), Paidós,
Bs. As.