La encantadora ilusión de tener el mismo recuerdo


No ignoramos  que en una pareja provoca un incomparable encanto repasar situaciones que se supone significativas para ambos, tener iguales recuerdos suele ser  inconfundiblemente apreciado.

Rodolfo Moguillansky y Silvia Nussbaum
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Pablo Picasso, 1931, Figuras a orillas del mar[i].

Museo Picasso Barcelona

 

Introducción

La encantadora ilusión de tener el  mismo recuerdo. ¡Vaya ilusión!

1-.¡Te acordás hermano, qué tiempos aquellos!

Nos emocionamos, nos conmovemos cuando nos encontramos con un viejo conocido y nos contamos lo que hemos vivido en otras épocas.

Es de observación cotidiana que una actividad que a la gente le resulta divertida, entretenida, atractiva, por qué no decir fascinante, es relatar historias que se sienten compartidas.

Admitamos que con las personas  que  tenemos, o consideramos que tenemos, una historia en común, nos suele unir un lazo muy especial. En esa línea valoramos, con especial estima, tener similares, o más aun, idénticas resonancias de lo vivido con los que hemos convivido.

Esto es particularmente cierto en las parejas, sobre todo cuando se trata de aquellos eventos que se conjetura fueron fundadores de la relación.

 

2- El discreto encanto de evocar el mismo recuerdo

No ignoramos  que en una pareja provoca un incomparable encanto repasar situaciones que se supone significativas para ambos, tener iguales recuerdos suele ser  inconfundiblemente apreciado. Cuando se logra, el cielo parece más azul.

Redundando, es un lugar común que en las parejas despierte una profunda pasión sentir que tienen las mismas evocaciones de viejos tiempos,  sobre todo de los momentos que se suponen originarios, aquellos en los que se produjo “el encuentro” que “los juntó”. En los vínculos amorosos la reminiscencia de ese “hecho”, que se cree fundador de la relación, tiene un alto valor. Se lo festeja, y es frecuente que, en las ocasiones  en que se lo conmemora, parte del festejo consista en que se vuelva a narrar como fue, ¡cómo se produjo!.

 

3-¿No te acordás? ¡Qué decepción!

Es importante también advertir, para completar el cuadro, que suele ser decepcionante, que el cielo se nubla, cuando, como generalmente sucede, se reconstruyen  vivencias distintas de “eso” que “los juntó”. Escuchamos decir ¡Ni se acuerda!

Es por todos conocido que es vivido como doloroso la no-conjunción en  “versiones únicas sobre lo compartido en el pasado”. ¡Desilusiona, separa!. Se suele creer que, si no hay un “recuerdo compartido”, “el encuentro amoroso” que fundó la relación puede haber sido una moneda falsa. En cambio, ilusoriamente recuperar ese recuerdo compartido en la pareja, vuelve a encandilar que ahí, donde “eso pasó”, en ese momento fundador, estuvieron de verdad juntos. 

Cuando se descubre que ese “único recuerdo” es sólo una encantadora ilusión, una encantadora ilusión que sostiene  que tuvimos la ilusión de tener la misma ilusión, nos desilusionamos .

 

4-¡Oh el humor!

La desilusión suele acarrear desencanto en el ámbito de las relaciones amorosas, sobre todo si no se logra procesar el dolor de ese desengaño con humor. El humor es un excepcional rendimiento del vínculo para digerir el mal trago.

No siempre en la pareja se accede al logro vincular del humor. Cuando no se alcanza el cielo de la coincidencia no suele ser el humor lo que inicialmente prima sino que es la molestia lo que acompaña a este rememorar desencontrado. Admitamos que a veces, en tren de no desencantar, más que al humor se recurre a un recurso más pobre, una piadosa hipocresía para seguir con el celeste cielo que promete la  coincidencia en el recuerdo.

El desencuentro memorioso suele  precipitar a los miembros de la pareja en enojosos contrapuntos reclamando cada uno ser el poseedor de la “verdad material” de lo que se ha vivido. Incluso en ocasiones, vehementemente, se intenta convencer al otro que la propia, es la única verdad existente para relatar lo sucedido.

 

5-Una mujer y un hombre.

Hace un tiempo, en un golpe de suerte, cayó en nuestras manos una versión de la obra de Harold Pinter “Noche”, que nos viene muy bien para ilustrar lo que intentamos transmitir. Esta obra de teatro es una corta y cariñosa conversación  (todo el texto cabe en siete páginas) entre una “mujer” y un “hombre” de cuarenta años, sentados en el estar de su casa, tomando café, hablando acerca de la vida en común.

En Noche, Harold Pinter  nos hace recorrer los laberintos, los desencuentros que entraña la indigencia memoriosa - en un diálogo impregnado por la pasión amorosa -, cuando, por lo contrario sabemos que en el campo del amor aspiramos a un recuerdo macizo, pleno, que dé evidencias de una coincidencia sin fisuras.

Transcribimos algunos pasajes de “esta pequeña joya” escrita por Pinter:

Hombre: Estoy hablando de esa vez junto al rio.

Mujer: ¿Qué vez?

Hombre: La primera vez. En el puente. Al ir a cruzar el puente.

                  Pausa

Mujer: No consigo acordarme.

Hombre: En el puente. Nos paramos y miramos el rio que pasaba. Era de noche. Había faroles alumbrando el camino que bordeaba la orilla. Estábamos solos. Miramos el rio que llegaba. Puse la mano en la parte más estrecha de tu cintura. ¿No te acordás?  Puse la mano bajo tu abrigo.

                          Pausa

Mujer: ¿Era invierno?

Hombre: Claro que era invierno. Fue cuando nos conocimos. Fue en nuestro paseo. Tenés que acordarte de eso.

Mujer: Me acuerdo que paseaba. Me acuerdo que paseaba con vos.

Hombre: ¿La primera vez? ¿Nuestro primer paseo?

Mujer: Si me acuerdo de eso..., bajábamos por un sendero en medio de un parque, atravesando las rejas. Llegamos a la esquina del parque y entonces nos detuvimos por la reja.

Hombre: No. Fue en el puente donde nos detuvimos.

Mujer: Sería otra.

Hombre: Que tontería.

Mujer: Sería otra chica.

Hombre: Fue hace años. Te olvidaste.

...

Hombre: Estás de acuerdo en que nos conocimos en una fiesta. ¿Estás de acuerdo con eso?

Mujer: ¿Qué fue eso?

Hombre: ¿El qué?

Mujer: Creí que había oído llorar a uno de los chicos.

Hombre: No hubo ningún ruido.

Mujer: Me pareció que estaba llorando, despertándose.

Hombre: la casa está en silencio.

...

Hombre: Toqué tus pechos.

Mujer: ¿Dónde?

Hombre: En el puente. Palpe tus pechos.

Mujer: ¿De verdad?

...

Hombre: Metí las manos bajo tu suéter, te desabroche el corpiño, palpé tus pechos.

Mujer: Otra noche quizás. Otra chica.

Hombre: ¿No recordás tus dedos sobre mi piel?

Mujer: ¿Estaban en tus manos? ¿Mis pechos? ¿Metidos en tus manos?

...

Mujer: Y me hiciste el amor y me dijiste que te habías enamorado de mí, y decías que siempre te ocuparías de mí, y me dijiste que mi  voz y mis ojos, y mis muslos, mis pechos eran incomparables, y que siempre  me adorarías.

Hombre: Sí que lo dije

Mujer: Y siempre me adorás

Hombre: Sí que te adoro.

Mujer: y después tuvimos hijos y nos sentamos y hablamos... y hablándome suavemente

Hombre: Y tu suave voz. Hablándole suavemente a la noche.

Mujer:Y ellos decían siempre te adoraré

Hombre: Diciendo te adoraré siempre

 

6- Un anhelo vincular: el Cielo de la coincidencia, una relación siempre consistente.

Harold Pinter describe con frescura y ternura como, el hombre y la mujer en “Noche”, tratan, en la conversación que sostienen concordar en un recuerdo, y no en cualquier recuerdo, sino aquel en que ellos se conocieron, donde coincidieron, donde se encontraron, donde creyeron descubrirse que eran uno para el otro,  ¡y no lo consiguen!.

No consiguen  ponerse de acuerdo sobre un mismo recuerdo, y sin embargo el diálogo está impregnado por la necesidad mutua de construir ese único recuerdo compartido.

No parecen tolerar no encontrar este  imposible, pero para ellos imprescindible recuerdo compartido.

Daría la impresión que es imperioso  desentrañarlo para que le dé “consistencia” a un vínculo que ellos quieren, necesitan - ¿quién no? - recordarlo  ilusoriamente sólido, seguro y estable, sólido, seguro y estable desde sus orígenes.

Esta necesidad no es una necesidad sólo de los personajes de Pinter. Lo que Pinter pinta es una necesidad humana. Los humanos usualmente demandamos fantasías comunes, idénticas, en los orígenes de nuestras relaciones amorosas, sobre todo cuando nos enamoramos, y no sólo eso, aspiramos que se  mantengan a través del tiempo.

Convengamos que el amor suele nacer sobre la peana hormigonada por la ilusión de tener ilusiones comunes. Tener recuerdos idénticos, una ilusión,  nos lleva a suponer que se ha llegado al cielo de la coincidencia.

 

7-Rayuela

Pero ese cielo al que presumimos arribar no es nunca el de la coincidencia, ese es inalcanzable, al que llegamos, en cambio, es el de  Rayuela de Julio Cortazar.

Recordemos que en esa maravillosa novela Cortazar dice a propósito de ésto: A la rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedrita sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar.

En la obra de Pinter, el hombre y la mujer, aunque lo desean no alcanzan el Cielo del recuerdo único. Sin embargo no se arredran, perseveran, vuelven a tirar la piedrita para remontarla desde la tierra hasta el Cielo, y la coincidencia que no pudieron lograr con el recuerdo la creen armar a través de mutuas declaraciones de amor recíproco, que si tanto es declamado..., es porque quizás se duda de él.

Sobre el final cada uno insiste que siente lo mismo, recalcamos lo mismo que el otro, un nuevo Cielo, que como el de la Rayuela de Cortazar, pronto se va a nublar y van a tener que buscar otro Cielo despejado en el que ilusoriamente  van a coincidir.

Los vínculos se sostienen en esta lucha en donde nunca se alcanza el Cielo, pero no se pierde el anhelo de llegar a él y pueden con humor transitar este inevitable desajuste.

 

8-Un lugar donde nunca se pone el sol

La maraña, entonces, en que están incluidos el hombre y la mujer en “Noche”, al igual que todos los humanos cuando estamos en un vínculo amoroso,  se debe a que aspiramos a la coincidencia, a la consistencia en el vínculo, a un Cielo siempre despejado.

La búsqueda del ilusorio y encantador recuerdo compartido, que todos hacemos en nuestras parejas, es un intento de despejar una falta de solidez esencial, conquistar una coincidencia. Queremos lograr que el Sol nunca se ponga.

Sin embargo en ese Cielo de la coincidencia, de la consistencia, uno no se puede instalar, al menos en esta vida, sólo modesta y trabajosamente podemos alejar una y otra vez sus nubes que tercamente vuelven a oscurecer el vínculo.

Las nubes, sombrean empecinadamente los  vínculos que apeteciendo ser consistentes, siempre soleados, no lo consiguen. El vínculo pese al reclamo de coincidencia no se sostiene todo el tiempo como consistente.

 

9-¿Cómo, no sólo no tenemos los mismos recuerdos, además no somos el uno para el otro?

Este desajuste que nubla la vida en común no es sólo una cuestión que se juega en torno al escorbuto que parece aquejar a los recuerdos. El escorbuto es más generalizado. En un vínculo, los que lo integran, no sólo no tienen recuerdos idénticos, el otro está casi siempre demasiado tarde o demasiado pronto. Estar con otro suele causar un retardo, constituir un estorbo y en ocasiones interrumpe un determinado devenir o suele ser considerado fuente de una imposibilidad; con reiterada frecuencia en un vínculo no suele armase lo que se esperaba o no se da  lo que se anhela que se debiera dar. Produce irritación la reiterada experiencia de no participar de un sentimiento de gemelaridad o complementariedad que daría un ajuste perfecto entre ambos.

Cada vínculo suele fundarse en fantasías de gemelaridad o de complementariedad instituyendo en la subjetividad de los que lo integran una ilusión de unificación, exigiéndose por ejemplo tener recuerdos idénticos.

La ilusión de unificación es sólo una ilusión; ilusión necesaria para crear un vinculo, pero luego cada vínculo deberá lidiar con la decepción que no son ni idénticos, ni complementarios y con el trabajo para procesar esa decepción.

La consistencia dada por la fantasía de unificación en los vínculos que establecemos siempre está amenazada con disiparse, nublarse en un santiamén. Sin embargo pasear por la vereda del sol suele ser más agradable haciéndolo acompañado, aunque el otro no sea un gemelo y no tengamos idénticas reminiscencias, pero para que eso sea posible, sin que se nuble rápidamente, hay que dejar de lado las exigencias o demandas de gemelaridad o complementariedad y... no irritarse si no recordamos lo mismo.

No es un logro sencillo dentro de un vínculo amoroso concebir que pertenecer a él no asegura la complementariedad ni la igualdad. Una evidencia de esta dificultad es que la no existencia de la igualdad o la complementariedad suele ser pensada como un fracaso de la pareja y no precisamente lo que hace a la esencia de lo vincular.

 

Epílogo.

En este dicusión clínica en torno a la obra de teatro de Pinter  hemos  tratado de ejemplificar el anhelo de coincidencia, la ilusión de tener la misma ilusión, el deseo de tener iguales recuerdos y como todo esto tiñe nuestra clínica vincular.

Es una tesis nuestra que el procesamiento de las inevitables diferencias se realiza sobre este fondo. Más aún sostenemos que sólo aquellos que han podido “crear la ilusión de ilusiones compartidas” pueden, más tarde, afrontar la desilusión de no tenerlas. Esa desilusión, cuando no rompe el vínculo, es el continente en que se pueden concebir las diferencias.

 

 

 



[i] Picasso ha creado en esta tela, con estas imágenes monumentales y estáticas, un complejo acoplamiento cuyas metáforas eróticas son evidentes: rostros reducidos a grandes bocas vaginales dentadas atravesadas por fulgurantes y puntiagudas lenguas, narices en forma de trompa fálica, penes desmesurados, elementos que se entrechocan, se interpenetran. Adviertan además        que  no se distingue al hombre de la mujer al estar mezclados sus atributos.

Queremos con esta figuración ejemplificar tanto la fusión contenida en la escena, como el complejo conflicto en que están inmersos.