La conformación de vínculos humanos está basada en la constitución de lo Uno
La creencia en un origen de lo conjunto incluye y determina toda la historización (relato, construcción) que surge como consecuencia del enamoramiento.
Rodolfo Moguillansky y Silvia Nussbaum
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Paul Cézanne, 1906, Las
grandes bañistas[i],
National Gallery, London
Introducción
El Tao de origen engendra
el Uno
El Uno engendra el Dos
El
Dos engendra el Tres
El
Tres produce los Diez mil seres
Los
Diez mil seres se adosan a Yin
Y
se abrazan al Yang
La
armonía nace en el soplo del Vacío-mediero
Lao
Tseu[ii]
En la conformación de vínculos humanos no sólo
hay un ligamen erógeno de un sujeto con otro sino con la institución que crean,
lo conjunto mismo, que desde allí pasa a conformarse (pareja, familia,
club de mis amores, conjunto de bañistas, etc.), y se producen efectos entre
todos estos términos: la interacción se da no sólo entre los sujetos, sino
también con lo conjunto que han instituido.
Aunque lo conjunto tenga
manifestaciones visibles como reglas, acuerdos, costumbres, sugerimos que lo
conjunto excede lo sensorialmente aprehensible.
Entrando mas singularmente en esta cuestión
postulamos que la constitución de lo vincular[iii], se organiza presuponiendo un origen, al
que se lo instituye como fundador de lo conjunto. Esto que proponemos
sobre la constitución de lo conjunto sigue la tradición que concibe momentos
fundadores[iv],
estructurantes.
El origen, al que le rinde homenaje cada
formación de lo conjunto, no se
refiere a la realidad histórica de lo que ha pasado, aunque casi siempre haya
una fecha con que se lo conmemore, sino a un momento tan perdido como la
infancia real. Cada conjunto construye un origen para explicar lo que
pasa en él.
El origen entonces es una creencia
derivada del mito constitutivo de cada conjunto.
No es un origen situado en un pasado ni tampoco
parece apropiado considerar el origen como un momento singular, aunque
míticamente se lo viva así; puede haber infinidad de orígenes.
Una digresión y advertencia a quien nos lee.
En esta clase nos vamos a referir específicamente a una pareja, nuestros
comentarios serán sobre ella. Les pedimos el esfuerzo suplementario que cuando
hablemos singularmente de una pareja, lean lo que decimos teniendo también como
referente la institución de otros conjuntos.
Sugerimos que lo que describimos, con las
variaciones del caso, ocurre en la institucionalización de todo conjunto
amorosamente investido.
Volvamos al asunto del origen. La creencia en
un origen de lo conjunto incluye y determina toda la historización (relato,
construcción) que surge como consecuencia del enamoramiento.
En el relato se narra el enamoramiento como la experiencia
fusional inicial que da cuenta de la investidura amorosa mutua en la que se originó el vínculo y
también de la investidura narcisista sobre el mismo conjunto que han instituido.
Esto es válido aún en las menos frecuentes
parejas que refieren un no-enamoramiento, que en ese caso suelen estar
"enamoradas" de una
pareja no enamorada.
Sugerimos que a ese origen, o a esos orígenes, suelen poder remitirse
las cualidades del vínculo y también sus líneas de fractura.
Este conjunto investido
narcisísticamente en el enamoramiento es lo que llamamos "Uno", para subrayar tanto el
pasaje de la multiplicidad (los dos de la pareja) a la identidad unificada (ser
una pareja) como su particularidad narcisista y fusional. Por supuesto lo Uno
es ilusorio. Lo Uno no es patológico, no describe un rasgo particular del
vínculo, es una condición de estructura.
Pensar desde lo Uno es una fábula,
una "locura", lo mismo que pensar que existe un origen. Es comparable
con la creencia que tienen los
niños acerca de la “universalidad fálica”. Pero esta locura parece ser una
locura necesaria para advenir a lo que llamamos cordura; sugerimos que para
poder pensar que algo falta, base de toda cordura, hay que partir de un estado
ilusorio en donde nada falta.
Lo conjunto es entonces una trama de
ficción:
·
con la que se convive,
·
que sustantiva lo agrupado,
·
que toma sentido como contraposición a los dos o más que lo conforman,
·
que articula mundos inconmensurables como son los de la fantasía, el
cuerpo erógeno y la historia de cada ser singular,
·
que combina la infinita variedad de significados con la construcción de
un nuevo nivel de sentido que los abarca.
El Uno es para nosotros el pasaje
del mundo centrado en cada yo al del nosotros del conjunto, descentrado
entonces de cada uno.
Una realización de “Lo Uno” es la que enuncia el personaje Niels
Bohr en la obra teatral “Copenhague” de Michael Frayn[v],
cuando le dice a Heisemberg, describiéndole su relación con Margarita su
esposa, que uno de sus mayores logros matemáticos es haber comprendido que para
él uno es la mitad de dos. Ese “dos”, es “Lo Uno”.
Nos parece que vínculo (en cualquiera de sus
definiciones) alude tanto a lo que vincula como al conjunto que se conforma. Esta
construcción intersubjetiva da sentido al conjunto creándose una realidad
psíquica compartida.
Decir realidad psíquica compartida crea el problema de qué tipo de
representabilidad estamos sugiriendo que tiene “el vinculo”. La capacidad de
representar es individual. Lo conjunto, en tanto está descentrado de cada
sujeto, es opaco, no "se ve".
Creemos que la fundación de lo
conjunto crea un mundo compartido entre sujetos, crea la ilusoria fantasía de tener una
fantasía en común (lo ponemos
en cursiva para acentuarlo). Esta fantasía construida en común - no por
fantástica es menos eficaz en sus efectos- es precisamente lo conjunto.
Lo conjunto investido es:
· dador de sentidos,
· sede de la repetición y
· potencialmente capaz de generar lo nuevo.
Para ilustrar clínicamente la constitución de Lo Uno exponemos lo
siguiente:
Una ficción que nos posibilita acercarnos a la constitución de “lo
Uno”
Ravelstein no era enemigo del placer ni se oponía
al amor. Por el contrario, veía el amor posiblemente como la mayor bendición de
la humanidad. Un alma humana desprovista de anhelos era un alma deformada,
carente del bien máximo, enferma de muerte.
Saul Bellow[vi]
Creemos poder dar una versión acerca de la constitución de “lo Uno”, a través del análisis
que hacemos del film “Una relación particular”. Les recomendamos que vean el
film. De ese modo van a tener una visión más vivencial de lo que exponemos.
El belga Frederic Fonteyne, director de una
"Una relación particular" (Une liaison pornographique), nos ofrece bellas imágenes de una
relación de pareja, que
transcurren en dos campos diversos, aunque estrechamente conectados.
Fonteyne va narrando:
·
por un lado, a través de escenas compartidas, la “relación particular” que tiene una pareja, y
·
otras en las que cada uno de los integrantes de la misma va rememorando
la historia vivida en conjunto, a
posteriori de haberla terminado.
En estas últimas, - él o ella - a solas, va
contando, en un diálogo con otra persona
-que nunca aparece enfocada por la cámara -, como fue su experiencia,
su versión de lo que tuvieron en
común, su “novela personal”.
Este
recurso, el doble relato, escenificado en dos niveles:
· el presente - el recuerdo individual de lo pasado, el registro que le ha quedado de la saga amorosa que vivieron -, y
· el pasado – las escenas compartidas presentadas
como una visión directa de lo ocurrido -,
ofrece a
nuestro juicio, condiciones excepcionales para intentar una reflexión sobre la
realidad psíquica intrasubjetiva y la realidad psíquica intersubjetiva[vii] en esta pareja.
Nosotros
nos vamos a sumar otra perspectiva
más a las dos anteriores, la del
espectador.
Así
tenemos una duplicación del lugar del espectador: el que aparece de modo
virtual en los diálogos que tiene cada uno de los integrantes de la pareja
cuando recuerda, y el del espectador que está en la butaca.
Advirtamos
que el interlocutor que cada uno de ellos tiene por separado, accede sólo al relato individual.
El
espectador en la butaca, en cambio, tiene acceso además de los recuerdos
personales, a lo que les sucedió cuando estaban juntos, una serie de imágenes
filmadas en tiempo real.
La
incorporación de esta nueva perspectiva nos permite considerar tres vértices
para discutir algunos de los problemas que plantea este vínculo de pareja:
1- Las escenas compartidas;
2- Las que cada uno por separado
va relatando, desde su memoria, su versión - ¿quizás a un analista individual?
-;
3- La duplicación de las dos
anteriores, escenas a las que
accede el espectador. Este también es al que acceden ustedes, en tanto
lectores.
Apoyándonos en estos tres vértices, haremos
un primer comentario acerca de la
escena, el espectador, y el lugar de la ilusión, para luego ocuparnos del
origen y constitución del vínculo de pareja y en un tercer momento plantearemos
cómo concebimos la aparición del conflicto y sus vicisitudes.
Por último señalaremos algunas cuestiones
sobre el lugar del analista en el campo vincular.
La escena y el
espectador. El lugar de la ilusión.
La relación que la escena tiene
con el espectador es algo sobre lo que se han derramado inteligentes
ríos de tinta. No nos extenderemos mucho sobre esto; sólo unos pocos trazos
para situar el tema. Sobre esta temática versaban algunos de los ensayos periodísticos
de Umberto Ecco, escritos a finales de los setenta, recopilados en “La
estrategia de la ilusión” (1977)[viii].
En esos escritos, Ecco, decía que “para que una reevocación sea creíble,
tiene que ser absolutamente icónica, una copia verosímil, ilusoriamente verdadera, de una realidad
representada”.
El todo verdadero si bien
padece de una irrealidad absoluta se ofrece como presencia real, aspira a ser
la cosa y abolir la diferencia de la remisión.
En la ilusión entonces, queremos remarcarlo, desaparece la
idea de que es una imagen
necesariamente deformada, se la supone en cambio, un calco, un doble
perfecto, más aún no es que reproduce, no remite, es.
Queremos remarcar, como Fonteyne nos muestra con especial maestría, como
en las escenas conjuntas, no se transparentan las intencionalidades
individuales desplegadas en las entrevistas de cada uno. Tampoco él ni ella -
individualmente - acceden a la totalidad de lo que les ocurre en los escenarios
que comparten. El espectador de la butaca también tiene escotomas.
En otra línea, también intentaremos mostrar que la ilusión además de encubrir una solución de continuidad, tiene,
quizás por eso mismo, un carácter instituyente en el vínculo.
Algo sobre la prehistoria del vínculo.
Según el relato que el guión del film de
Fonteyne propone, el mítico origen del vínculo comienza con el anhelo del
personaje que encarna Nathalie Baye,
realizar una vieja fantasía. Así se lo cuenta a su interlocutor - que
está fuera de la escena -, recordando lo que le pasó. Esta realización,
representa para ella, “un gesto de
valentía” respecto de otras mujeres, afirma: “todas las mujeres tienen fantasías pero no se animan a realizarlas”.
Ella dice que, luego de varias parejas que tuvo, quiso tener una relación
limitada a lo sexual con un desconocido. En ese sentido, él (el personaje
representado por Sergi López),
antes de conocerlo, era un fantasma de su mundo interno. Ella recuerda que
había buscado activamente alguien con quien concretar esa fantasía; puso un
aviso proponiendo este tipo de relación con la expectativa de encontrar quien
se aviniera a personificarla.
El, por su parte, compraba con frecuencia
revistas en las que se publican este tipo de avisos. Pareciera que lo que lee
en esa oportunidad resuena en alguna disposición de él y decide encarnar lo
propuesto. Una prueba del
entusiasmo con que tomó lo que le proponían la tenemos cuando, al
recordar, muestra con orgullo la revista en la que leyó el aviso envuelta en
celofán.
Estas pocas pinceladas nos hablan acerca de
cómo guardan en su memoria
como llegaron a conocerse. El
primer encuentro es en un bar. Nos
resulta relevante el relato/recuerdo que cada uno de ellos hace de lo que
ocurre antes, como de lo que sucede después. Examinaremos todo esto con algún
detenimiento.
El primer encuentro: la escena en el bar.
En la escena conjunta del bar, filmada en
tiempo real - no como recuerdo -, en la que se muestra el primer encuentro,
ella llega primero; esto será una constante hasta el final. Quizás esta
modalidad, estar antes, como si fuera la dueña de casa, es un dato más que
refuerza la hipótesis – que nosotros hacemos - que entre los dos
contribuyen que sea ella quien define las reglas. ¿Será esto un acuerdo
inconsciente? -.
Cuando él llega – en el relato de ella
no habían intercambiado fotos - al verlo entrar “sabe que es él”,
aunque – en su exposición individual - admite que es distinto de cómo lo
había imaginado. Esto a ella no la desilusiona, y saliéndose de su guión,
dándole singularidad, dice que quedó muy impresionada por su sonrisa: “cuando sonríe es lindo”. Queremos llamar
la atención que él, al recordar,
tiene otra versión, sostiene que habían intercambiado fotos pero que: “le gustan las mujeres reales (no en foto)”.
Los dos en sus charlas a solas semantizan a este
encuentro inicial como agradable, aunque por distintas razones: para él ella ha dejado de ser una foto y ella sabe que es él la persona buscada. La sensación de agrado que cada
uno dice haber tenido, cuando lo cuentan por separado, no condice con el clima
de incomodidad que se respira en el devenir de esta primera escena conjunta.
Reservemos este dato, ya que para nosotros esta discordancia – entre el
recuerdo agradable individual y la incomodidad conjunta - es evidencia del
grado de idealización retrospectiva ilusoria que se genera a partir de lo creado más tarde. Esta idealización
no sólo tiende a suponer que el primer encuentro fue agradable – cuando
es evidente que no fue así -, sino también a diluir las diferencias sobre el
origen del “agrado”, y quizás afiliarse a la creencia que los dos sintieron lo mismo y por las
mismas razones.
En la escena conjunta que se despliega en el
primer encuentro, a poco de estar sentados en el bar, ella sigue tomando la iniciativa comunicándole que ya ha
reservado un cuarto en un hotel cercano. A él se lo ve incómodo, como si
necesitara algún prolegómeno mayor y a la vez averigua como interviene él como
persona, si es algo más que un personaje de utilería que ha sido contratado
para hacer una tarea. Entonces pregunta: “¿ya
reservaste el cuarto, y si yo no te gustaba?”. Ella, por un momento se
inquieta, pero intenta salirse del cariz personal-pasional que está tomando el
diálogo y le contesta con una frase de cortesía: “ahora me gustás”. La introducción de la dimensión amorosa: si
a ella él le gusta, amenaza
que la relación exceda lo meramente contractual, pero aún así
contrapregunta ¿qué es lo que sentís?.
El contesta metacomunicando que la ha entendido en el contexto de una relación
no pasional, y literalmente responde la pregunta: “¿Parezco enfermo?”. Sin embargo comienza a curiosear – reapareciendo un vértice pasional - si ha
habido otros que lo han precedido en esto que ella le ha propuesto. Ella
entonces, evasivamente, encarrila
la conversación dándole nuevamente un tono contractual y habla de algunos
atributos que le atraen en los hombres, como si fueran parte de una serie[ix]:
que sean altos, pilosos; lo cosifica. La descripción que hace de sus
preferencias es impersonal. El no sabe como comportarse, sigue con el cognac
que había pedido, ella entonces, con premura interroga: “¿vas a seguir con el cognac?. Es claro que la última frase no fue una pregunta, fue una
indicación sobre lo que tenía que hacer.
Él, siguiendo con el guión en el que el vínculo lo está instalando, deja
su copa por la mitad[x] y le propone
ir al hotel. Antes de llegar al
cuarto persiste el clima de incomodidad: caminar desde el bar hasta el hotel,
esperar la aprobación de la tarjeta de crédito con la que paga, la entrega de
las llaves por el conserje, subir hasta la habitación, abrir la puerta. Cada
uno de esos pasos es penoso y torpe. Entran al cuarto y éste se cierra para el
espectador.
Vamos a intentar reconstruir lo que a partir
de aquí sugerimos que se creó: la
institución de algo del orden de
lo conjunto. Para ello recurriremos a los relatos individuales y a
las consecuencias que detectamos en lo que entre los dos han constituido.
La constitución del
vínculo, lo Uno.
Él y ella recuerdan por separado la relación
ya terminada. Se lo relatan a interlocutores que permanecen invisibles en el
film (¿los analistas individuales?); al contarles lo que les ocurrió en el
hotel, ninguno de los dos puede poner en palabras que pasó, más allá del
adjetivo “bueno”. Los interlocutores
parecen no soportar no saber,
incluso más adelante - casi con un espíritu voyerista - piden detalles. A los
espectadores - los de las butacas -, a quienes el film ofrece, a renglón
seguido, una escena conjunta que transcurre puertas adentro, les ocurre lo
mismo, se sienten curiosos. Quedan entonces los interlocutores individuales y
los espectadores, confrontados con una escena opaca, sin figuración.
Ella, intentando explicar por que no puede brindar un relato que suscite
imágenes en quien la escucha, afirma que no es por represión, que a su edad no
tiene inconvenientes en hablar de sexo, que no es pudor lo que le impide poner
palabras a lo ocurrido, aunque no
duda que fue muy bueno y mientras lo dice se le iluminan los ojos.
Es
habitual que la o las escenas
conjuntas fundantes del vínculo
sean en los inicios opacas,
imposible de ser descriptas; con
mayor frecuencia se trata de una única escena. Decimos fundante porque después
de ella, ni la relación ni ellos individualmente son los mismos; a partir
de ahora son distintos, y sugerimos que lo son por su pertenencia a
este nuevo conjunto que han creado[xi]. En cuanto a la falta de figuración,
aunque no la detectemos en este relato, después seguramente la tendrá; es una
tarea de las parejas a posteriori de
los momentos fundantes, historizar y construir una imagen entre los dos, que
creen reproduce lo que les ocurrió:
una “foto de familia”[xii].
Aún con el riesgo de ser reiterativos,
quisiéramos entonces llamar la atención de nuestros lectores. Estamos diciendo
que se produjo un cambio, y que las escenas conjuntas que siguen muestra la eficacia, las consecuencias de “la ilusión fusional fundante” que
sugerimos se consumó, se creó, se construyó. Son derivados[xiii]
de ella los enunciados de fundamento de
esta pareja que dan las bases de
una realidad psíquica intersubjetiva, que
a su vez tendrá efectos en las respectivas realidades
psíquicas intrasubjetivas, instituyéndolos como sujetos del vínculo. En
síntesis han instituido un conjunto, y éste a su vez los instituye. Veamos algunos
de sus resultados[xiv] en los
sujetos y en el vínculo: cesa la incomodidad y la falta de claridad acerca de
qué hacer; ella – ya sujeto del vínculo instituido - dice que nunca se
sintió tan libre en una relación, no le ocurre que “diga algo y piense otra cosa”, se siente con una sinceridad sin
dobleces; él – también
significado por el vínculo que han creado - percibe que se ha establecido entre ellos una regla implícita – que se les
impone como un dogma[xv]
-: “no decirse los nombres, la edad, las
direcciones, no contar nada de la historia de cada uno”. La relación que
tendrían, así ha quedado establecido, se limitaría a sus encuentros sexuales
que sentían como algo pleno.
Si intentáramos
darle un enunciado a esto que habían instituido, diríamos que en esa ilusión
fusional: se habían enamorado de no estar
enamorados; presumían que este
tipo de relación les daba acceso a una intimidad sin reservas, se sentían parte
de “lo uno”. Para preservar este estado, con un afuera indiferente, estaba
proscripto tener algún proyecto. Estimamos que de ese modo aspiraban a superar
el nivel de equívoco que tienen los sujetos del lenguaje y los sujetos con
historia.
Sería
ingenuo suponer que lo que los unía era el mero y presuntamente exitoso
intercambio sexual y que seguían juntos porque éste “se vuelve más atrayente por el entrenamiento que trae la práctica”,
como en algún momento él insinúa.
Lo que estamos postulando es que lo que los une es la constitución de un
estado que entre los dos han instituido, en el cual, si se abstienen de una relación personal, se obtiene – ilusoriamente -, un
sentimiento de seguridad y
plenitud. En la frase “estar enamorados de no estar enamorados”, hay dos usos de la palabra enamoramiento.
El primer enamoramiento alude a una
noción con status metapsicológico. Con enamoramiento,
- en la primera versión - debe entenderse que estamos nombrando una operación conjunta - una ilusión
fusional -, que da el fundamento
narcisista del vínculo constituyéndolos como pareja. Deslindamos - a ésto que
llamamos enamoramiento -, del enamoramiento – al que alude la segunda
parte de la frase: estar enamorados de no estar enamorados - que describió Freud en Introducción
al narcisismo y Psicología de las masas, que da cuenta de un fenómeno
individual, no conjunto, visto desde el espacio intrapsíquico (Moguillansky y
Seiguer, 1996; Nussbaum et al, 1987).
Son, luego de haber instituido este vínculo,
sujetos del vínculo, están a posteriori
sujetados por aquello conjunto[xvi] que
instituyeron. Esta sujeción se expresa tanto en la atracción que tienen por la
pregnancia de la ilusión fundante que buscan repetir, como por la observancia de las reglas que el “dogma” ha
instalado. Esta observancia del
dogma protege y ratifica los fundamentos de la pareja que han instituido.
Pronto se harán tangibles las limitaciones y
la imposibilidad de mantener este
refugio; ellas prefiguraran el conflicto vincular que se desplegará entre
ellos. Se harán evidentes entonces las restricciones y la incapacidad de
conservar el albergue narcisista,
y también lo difícil de salir de un cierto guión que prefigura una pertenencia[xvii].
El surgimiento del conflicto.
Para comenzar con este apartado daremos una definición posible sobre los
orígenes del conflicto vincular: el
conflicto vincular surge tanto ante la claudicación de “lo uno”, como por el retorno de lo que fue expulsado
para su constitución. Exploraremos en esta pareja una de las evoluciones
posibles[xviii]
En la
pareja de “la relación particular”,
pese al intento de reproducir, en los nuevos encuentros, la ilusión de “lo uno”
con sus presuntas “coincidencias sexuales”, la “supuesta perfecta
complementariedad sexual”, ésta no se sostiene, cada uno va formulando dentro
de sí una versión distinta de la relación y aparecen además requerimientos no contemplados por “lo uno”.
Como ejemplo de lo primero vemos como ella,
en su recuerdo, dice que la relación duró seis meses y que se encontraban todas las semanas, mientras que según
él se vieron durante tres o cuatro
meses con intervalos de quince días.
Sobre los requerimientos no contemplados por
“lo uno”, advirtamos que luego de la segunda cita él la requiere por fuera de lo que habían instituido. Ella recuerda que
tuvo alguna conciencia que algo se estaba alterando: “algo distinto estaba pasando, pero en ese momento no me di cuenta”.
Transgrediendo
lo inicialmente pactado van a comer juntos, se divierten y parece entablarse
una relación más personal: un alegre
hallazgo. Sin embargo ella interrumpe este clima proponiendo volver al
hotel, él acepta. Nos parece muy importante este movimiento, la vuelta al
hotel, para entender el procesamiento vincular del conflicto.
Imperceptiblemente han alterado lo estipulado, la respuesta vincular no se hace
esperar: un retorno a la modalidad de relación que les aseguraba lo que de
comienzo habían instituido. Aunque ambos - intentando ratificar que nada ha
cambiado -, vuelven a decir que lo del hotel fue muy bueno, ya esta relación
sexual resulta una manta corta; surgen deseos de una relación más íntima, reencontrar
el alegre hallazgo: al despedirse él
quiere llevarla a la casa en su auto, ella vacila. Los rituales fundantes
priman momentáneamente, se impone la seguridad que da la inicial relación
pactada, aunque se insinúa insatisfactoria; él la deja ir, ella se va sola,
toma un taxi.
La vuelta al hotel fue un intento de anular
el alegre hallazgo que desbordaba lo
meramente “sexual”, lo impersonal
en esta pareja, sin embargo el interludio divertido en el restaurante quedó
titilando. Ella, tratando de volver a las fuentes, propone un cambio en la
modalidad de relación sexual, quiere estar arriba, afirma que le gusta dominar.
Esta propuesta es, a nuestro juicio, gatopardista, no hay intención de cambio,
es en rigor volver al acuerdo inicial[xix].
No lo logran, no pueden retornar al principio, no es más de lo mismo, ahora hay
figuración y palabras; vemos por primera vez entrar la cámara al cuarto, lo que
no es trivial, ya no se mantiene la opacidad, que ha sido hasta aquí
precondición de una ilusión fusional conjunta. En la pareja se hace necesario
un aumento de la excitación para recapturar el idealizado “cruce sexual”; al tener figuración se
ve que en este “cruce sexual” hay que prolongar sine die la aparición del orgasmo. Él tiene dificultades para
llenar su papel, incluso cuenta sobre su desagrado, su sufrimiento. Ella
glorifica este disgusto: “es un
ingrediente importante en el logro del placer”. Lo invita a que lo soporte
y le propone seguir excitándose, el no lo tolera y trata de evitarlo tapándose
la cara con una almohada. Ella busca reencontrar la opacidad perdida en la que
lograban “lo uno”, mediante el recurso de cubrirse con las sábanas. El ahora no
lo quiere, quiere verla. Los dos han dejado de buscar lo mismo. Finalmente se
tapan con las sábanas, pero ya no son “Lo Uno”, ya no pueden sostener que
sienten lo mismo: mientras que para ella
¡han tenido un orgasmo juntos!, él cree haber tenido una eyaculación
precoz y pide disculpas. Los dos
ni son lo mismo, ni sumándose complementariamente hacen “Lo Uno”. En la
pareja empieza a haber dos ajenos;
la ajenidad ha dejado de ser parte de un afuera indiferente que podían
expulsar. Junto con ésto – quizás por el retorno de lo expulsado - la
relación toma un cariz más intimista, la cámara se entretiene en una escena muy
tierna, ella lo acaricia a él. ¿Algo parecido al alegre hallazgo que se produjo en el interludio en el restaurante?
Han dejado de ser dos seres que cumplen con una tarea; la relación se ha
endiablado, es un tema de preocupación qué sienten. Se ha roto la sensación de
plenitud y de transparencia mutua que lograban en esa relación, que ahora no
solamente la sienten no plena, la sufren en tanto limitada. En el próximo
encuentro ella se siente ”perdida”,
no quiere ir al hotel, está muy angustiada.
A la siguiente cita él llega más tarde de lo
habitual, ella está por irse, él se enoja. La relación ya no es una eficiente
maquinaria, ha entrado la problemática del amor; importa si el otro espera, si
se va, etc. Otra vez el hotel, pero sin la magia inicial, con la sensación que
puede ser el último encuentro. Ella rápidamente se va. Él tiene miedo de
perderla y desesperado sale a buscarla, no la encuentra. No sabe su nombre, su
dirección, ni quién es. Esto es por primera vez importante. Es llamativo como
él la busca, va andando por calles, baja a un “metro” y pasan delante de él
infinidad de caras, pero él busca una, la de ella. Ella para él ha adquirido
singularidad, es una cara en especial. Por otro lado cambia el escenario de la
relación entre ellos, ha pasado del bar y la habitación del hotel al espacio
publico. No han conseguido mantener esta relación en el aislamiento social que
hasta ahora han intentado. Ahora son una pareja que circula e interactúa con el
mundo.
Habían dudado si habría una próxima vez, pero
con alivio para ambos, vuelven a
reencontrarse. Van hacia el hotel y mientras están en la habitación,
alguien pretende abrir la puerta. Aparentemente es sólo una persona que se
equivocó de cuarto. Pero no se trata sólo de eso, con esta persona que había
procurado entrar, entra un mundo que ellos intentaban dejar de lado. Escuchan
un ruido, descubren que el hombre que se había confundido de puerta se ha
descompuesto y empiezan
accidentalmente una relación con él. Lo socorren y en el viaje en la
ambulancia les cuenta la historia de su propia pareja: ésta, es una historia llena de sinsabores,
pero también de grandes apegos. En el hospital se encuentran con la esposa.
Pese al sufrimiento compartido la esposa ¡no puede vivir si el marido se
muere!; esto los impacta, tanto por el contacto con el apego que sentían estos
dos desgraciados, como por percibir que la vida no puede ser reglada. El hombre
se muere y la mujer se suicida. Ambos quedan muy conmovidos, concluyen que hay
eventos con los que entran en relación que escapan a la voluntad de ellos.
Sienten que el afuera irrumpe, ella dice “era la primera vez que nos había sucedido
algo que no habíamos decidido, algo tenía que cambiar”. Cuando se ven -
después de este accidente - en el bar, habitual prólogo de la
ida al hotel, se respira un aire distinto, son dos inseguros, no saben
que siente el otro, cada uno de ellos está con la angustiante presencia
de otro ajeno. Hay un tibio intento de sincerarse. Ella propone no ir al hotel,
le declara su amor y lo inquiere acerca de que siente él. Sin embargo no están
dispuestos a afrontar la incertidumbre de querer ser querido. Prima el recelo.
Cada uno se refugia en su propio saber: la convicción que cada uno sabe qué siente el otro; no pueden afrontar que no saben. Este saber – que siente el otro -,
fuente de malentendido, los protege del dolor que trae la incertidumbre de
estar con otro y aspirar a una reciprocidad que ya no está garantizada. Temen
que la pérdida de “Lo Uno” lleve a la desilusión y no la quieren enfrentar.
Pese a que los dos en su fuero interno desea seguir adelante con la relación,
él dictamina que la relación no va a
resultar, si seguimos juntos nos vamos a odiar, y ella acuerda. Prefieren que el vínculo se disuelva,
se evidencia la cobardía para afrontar que son dos sujetos diferentes, no se
arriesgan a una mayor complejidad vincular
El lugar del analista.
Cabe, a nuestro juicio, preguntarse si los vaivenes de la
pareja y el desenlace hubiesen sido diferentes si, en los inicios, hubiesen
recurrido a un psicoanalista y se hubiera analizado el vínculo.
Advirtamos que la relación, sólo poco antes
de la separación la sienten
insuficiente, es recién entonces que ha dejado de estar basada en el impersonal pacto originario;
la relación en un comienzo les era satisfactoria, no había nada que les
resultara distónico No hubiese sido esperable, dadas las características del
contrato de mínimo compromiso que tenían, que hubiesen consultado previamente.
Por ésto mismo, tampoco, si alguien incidentalmente hubiese hecho la indicación
de psicoanálisis vincular, ésta hubiera encontrado eco en ellos. Sólo en esta
pareja hay sufrimiento vincular
cuando la emocionalidad desborda
el limitado contrato inicial y se vuelve importante ser querido, lo que tiene
como contrapartida el temor de no ser elegido. Este momento de sufrimiento vincular hubiera sido el
eventual momento de la consulta.
¿Será la disolución un destino ineludible de este tipo de vínculo?. ¿Hubiese
sido posible abordar el conflicto
vincular psicoanalíticamente?. Es difícil responder. De hecho, se separan
porque no afrontan una mayor complejidad vincular, no hay preguntas, prefieren retirarse y no
sentirse rechazados. Pensamos que sólo hay lugar para un psicoanálisis y para
un psicoanalista cuando hay alguien que lo requiera.
Lo que sigue es todavía más especulativo
que lo que hemos escrito hasta
acá.
Al salir del cine alguien nos comentó, ¡qué
lástima que no pudieron seguir juntos!. Esta pareja, puede dejar en el
espectador, la pena por un vínculo
que se rompe. Si hubiesen consultado, probablemente, el analista podría haber
estado expuesto a similares
sentimientos y pensamientos que los que tuvieron nuestros conocidos a la salida
del cine. Es frecuente que se deposite, se transfiera en el analista, no sólo
las transferencias individuales, sino “el
vínculo”, y alguna “misión”, una
eventual fantasía mesiánica de curación. Tendría el analista, si sintiera
esto, que interrogarse sobre por qué cree que debe cumplir con esta
“misión”, en este caso la “misión de que
sigan juntos”.
El analista debiera soportar que no sea su
meta lograr que no se separen. Tampoco, si hubiesen consultado, el analista
tendría que sentirse tentado en
poseer de una supuesta visión transparente; su visión sobre lo que
ocurre en el vínculo está llena de opacidades. Vimos en el análisis que
hicimos, como en ellas (en estas opacidades) se instituyen de modo
inconsciente, construcciones compartidas, que dan sustento narcisista al
vínculo, y que a su vez, son determinantes de lo que manifiestamente se le
hubiera ofrecido al analista, si esta pareja hubiese consultado. Es tarea del
analista vincular, analizar, descifrar estas construcciones (que hacen a los
mitos fundacionales), comprender sus orígenes, hacerlas conscientes. Pensar lo
que es pensable en estas opacidades, y además, last but not the least,
modular la ansiedad que haga posible contener lo no representable, lo no
simbolizable, que hay también en ellas: la inevitable inconsistencia del
vínculo; la falta de – o más aun la imposible - complementariedad que hay
en toda pareja; la radical alteridad entre sus integrantes, lo imposible de ser simbolizado del otro,
la ajenidad impuesta por la presencia del otro.